El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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VII

El espiritismo se presenta bajo tres diferentes aspectos; el hecho de las manifestaciones, los principios de filosofía y de moral que de ellos se desprenden, y la aplicación de esos mismos principios. De aquí tres clases, o mejor. tres grados entre los adeptos: lo los que creen en las manifestaciones y se limitan a comprobarlas. Para éstos el espiritismo es una ciencia experimental; 2o los que abarcan las consecuencias morales, y 3o los que practican o se esfuerzan en practicar la moral. Cualquiera que sea el punto de vista, científico o moral, desde el que se consideren esos extraños fenómenos, cada cual comprende que de ellos surge todo un nuevo orden de ideas, cuyas consecuencias no pueden ser más que una profunda modificación en el estado de la humanidad, y compréndese también que semejante modificación sólo en sentido del bien puede tener lugar.

En cuanto a los adversarios pueden también clasificarse en tres categorías: 1a los que niegan por sistema todo lo que es nuevo o de ellos no procede, y que hablan sin conocimiento de causa. A esta clase pertenecen todos los que no admiten nada fuera del testimonio de los sentidos; nada han visto, no quieren ver nada y menos aún profundizar. Hasta les molestaria ver demasiado claro, temerosos de que habrían de convenir en que no tenían razón. Para ellos el espiritismo es una quimera, una locura, una utopia, dicho sin ambajes, no existe. Estos son los incrédulos que obedecen a una resolución ya tomada. Junto a ellos, pueden colocarse los que se han dignado echar una ojeada para descargo de conciencia, y a fin de poder decir: He querido ver y nada he visto. Estos tales no comprenden que pueda necesitarse más de media hora para hacerse cargo de toda una ciencia; 2a aquéllos que sabiendo muy bien a qué atenerse sobre la realidad de los hechos, los combaten, sin embargo, por motivos de interés personal. Para ellos existe el espiritismo, pero temen sus consecuencias, y lo atacan como un enemigo; 3a los que hallan en la moral espiritista una censura demasiado severa a sus actos o tendencias. El espiritismo tomado por lo serio les molestaría; no lo rechazan, nilo aprueban prefiriendo cerrar los ojos. Los primeros son solicitados por el orgullo y la presunción, los segundos, por la ambición; por el egoísmo, los terceros. Concíbese que no teniendo nada de sólido estas causas de oposición, han de desaparecer con el tiempo; porque en vano buscaríamos una cuarta categoría de antagonistas, la de los que se apoyasen en pruebas contrarias patentes, y que atestiguasen un estudio concienzudo y laborioso de la cuestión; todos se limitan a oponer negaciones, ninguno aduce demostraciones serias e irrefutables.

Muy alta idea habría de tenerse de la naturaleza humana, para creer que puede transformarse súbitamente por medio de las ideas espiritistas. Ciertamente que su acción no es la misma, ni que tienen la misma intensidad en todos los que las profesan. Pero sin duda, aun siendo débil el resultado, es un mejoramiento, aunque sólo fuese el de probar la existencia de un mundo extracorporal, lo que implica la negación de las ideas materialistas. Esto es consecuencia de la observación de los hechos; pero para los que comprenden el espiritismo filosófico y ven en él algo más que fenómenos más o menos curiosos, existen otros efectos, siendo el primero y principal el de desarrollar el sentimiento religioso aun en aquel que, sin ser materialista, sólo indiferencia siente por las cosas espirituales. Prodúcele asimismo el desprecio de la muerte, no decimos el deseo de la muerte, nada meños que eso, pues el espiritista defenderá su vida como otro cualquiera; pero sí una indiferencia que le hace aceptar, sin murmuraciones y quejas, una muerte inevitable, como cosa más que temible, feliz por la certeza del estado que le sigue. El segundo efecto, casi tan general como el primero, es la resignación en las vicisitudes de la vida. El espiritismo hace ver las cosas desde tan alto, que, perdiendo la vida terrestre las tres cuartas partes de su importancia, no nos afectamos tanto a consecuencia de las vicisitudes que la acompañan. De aquí resulta mayor valor en las aflicciones y moderación mayor en los deseos; resulta asimismo el alejamiento de la idea de abreviar la existencia, pues la ciencia espiritista enseña que con el suicidio se pierde siempre lo que se quería ganar. La certeza de un porvenir cuyo mejoramiento depende de nosotros, la posibilidad de entablar comunicaciones con los seres que nos son queridos, ofrecen al espiritista un consuelo supremo; y su horizonte se extiende hasta el infinito por medio del incesante espectáculo de la vida de ultratumba, cuyas misteriosas profundidades pueden sondear. El tercer efecto es el de excitar la indulgencia para con los defectos de los otros; pero, es muy necesario decirlo, el principio egoísta y todo lo que de él deriva es lo más tenaz que en el hombre existe, y por lo tanto lo más difícil de desarraigar. Voluntariamente se hacen sacrificios, siempre que nada cuesten o que nada priven. El oro tiene aun para el mayor número un irresistible atractivo, y muy pocos comprenden la palabra superfluo, cuando de sus personas se trata, y por esto la abnegación de la personalidad es señal del mayor progreso.