El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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IX

Los adversarios del espiritismo no han dejado de armarse contra él de algunas divergencias de opinión sobre ciertos puntos de la doctrina. No es de extrañar que, al empezar una ciencia, cuando aún son incompletas las observaciones, y cada cual la considera desde su punto de vista, puedan producirse sistemas contradictorios. Pero las tres cuartas partes de esos sistemas han desaparecido ya, ante un estudio más profundo, empezando por el que atribuía todas las comunicaciones al espíritu del mal, como si hubiese sido imposible a Dios enviar a los hombres espíritus buenos; doctrina absurda, porque es desmentida por los hechos; impía porque es la negación del poder y de la bondad del Creador. Los espíritus nos han dicho siempre que no nos inquietemos por esas divergencias, y que la unión se realizará; y la unidad se ha realizado acerca de la mayor parte de los puntos, y las divergencias propenden diariamente a su desaparición. A esta pregunta: Esperando que se verifique la unidad, ¿en qué puede basarse para formar juicio el hombre imparcial y desinteresado? He aquí la respuesta:

«La luz verdaderamente pura no es oscurecida por ninguna nube, y el diamante sin mancha es más valioso. Juzgad, pues, a los espíritus por la pureza de su enseñanza. No olvidéis, que entre los espíritus, los hay que no se han despojado aún de las ideas de la vida terrestre; sabed distinguirlos por su lenguaje; juzgadlos por el conjunto de lo que os digan; mirad si hay encadenamiento lógico en las ideas, si nada revela ignorancia, orgullo o malevolencia, en una palabra, observad si sus palabras llevan el sello de la sabiduna que revela la verdadera superioridad. Si vuestro mundo fuese inaccesible al error, sería perfecto, pero lejos está de ello, aún habéis de aprender a distinguir el error de la verdad, y os son necesarias las lecciones de la experiencia para ejercitar vuestro juicio y haceros avanzar. La unidad se realizará en el punto en que nunca el bien se ha mezclado con el mal, y en ese punto se unirán por la fuerza de las cosas todos los hombres, pues juzgarán que en él está la verdad.

»¿Qué importan, por otra parte, algunas divergencias, que estriban más en la forma que en el fondo? Reparad que los principios fundamentales son unos mismos en todas partes, y deben uniros en un pensamiento común, en el de amar a Dios y practicar el bien. Cualesquiera que sean, pues, el modo de progresar que se suponga o las condiciones normales de la existencia futura, el objeto final es el mismo: hacer el bien, y no hay dos modos de hacerlo».

Si entre los adeptos del espiritismo, los hay que difieren de opinión sobre algunos puntos de la teoría, están conformes todos en los puntos fundamentales. Hay, pues, unidad, exceptuando a aquellos en número muy corto, que no admiten aún la intervención de los espíritus en las manifestaciones, y que las atribuyen a causas puramente físicas, lo que es contrario a este axioma. Todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente; o al reflejo de nuestro propio pnsa miento. lo que es desmentido por los hechos. Los otros puntos sólo son secundarios y en nada atacan las bases fundamentales. Puede, pues, haber aún escuelas que procuren ilustrarse sobre las partes todavía controvertidas de la ciencia; no debe haber sectas rivales unas de otras; sólo debe haber antagonismo entre los que quieren el bien y los que hacen o quieren el mal; y no hay un espíritu sincero, y penetrado de las grandes máximas morales enseñadas por los espíritus. que pueda querer el mal, ni desearlo a su prójimo, sin distinción de opiniones. Si alguna de estas sectas es errónea, tarde o temprano brillará la luz, si de buena fe la busca sin prevención. Mientras tanto, todas tienen un lazo común que debe unirlas en un mismo pensamiento; todas tienen un mismo objeto. Poco importa, pues, el camino, con tal que éste conduzca a aquél. Ninguna debe imponerse por la violencia material o moral, y sólo sería falsa aquella que anatematizase a las otras, pues evidentemente obraría por influencia de espíritus malos. La razón debe ser, pues. el argumento supremo, y la moderación asegurará más el triunfo de la verdad que las diatribas envenenadas de la envidia y de los celos. Los buenos espíritus no predican más que la unión y el amor al prójimo, y nunca ha procedido de origen puro un pensamiento de malevolencia o conttario a la caridad. Para concluir, oigamos sobre este particular los consejos del espíritu de San Agustín:

«Harto tiempo se han destrozado los hombres y anatematizado en nombre de un Dios de paz y misericordia, y Dios se siente ofendido de semejante sacrilegio. El espiritismo es el lazo que los unirá un día, pues les hará ver dónde está la verdad y dónde el error; pero aún habrá durante mucho tiempo, escribas y fariseos que lo negarán, como negaron a Cristo. ¿Queréis saber bajo la influencia de cuáles espíritus están las diversas sectas que dividen al mundo? Juzgadlos por sus obras y principios. Jamás han sido instigadores del mal en los espíritus buenos; jamás han aconsejado ni legitimado el asesinato y la violencia; jamás han excitado los odios de partido, ni la sed de riquezas y honores, ni la avidez de los bienes terrenos. Solamente los que son buenos, humanos y benévolos para con todos, son sus predilectos, y también los de Jesús; porque siguen el camino que les enseñó para llegar a él.


SAN AGUSTÍN»