El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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936. ¿Cómo afectan los dolores inconsolables de los so brevivientes a los espíritus, objeto de ellos?

«El espíritu es sensible al recuerdo y pesares de los que ha amado, pero un dolor incesante e irracional le afecta penosamente; porque ese dolor excesivo va falto de fe en el porvenir y de confianza en Dios, y por consiguiente un obstáculo al adelanto y acaso a la reunión».

Siendo el espíritu más feliz que en la tierra, echarle a menos la vida es sentir que sea feliz. Dos amigos están presos y encerrados en un mismo calabozo; ambos obtendrán un día la libertad, pero el uno la logra primeramente. ¿Seria caritativo que el que permanece encarcelado sintiese que su amigo se viera libre antes que él? ¿No habría de su parte más egoísmo que afecto, queriendo que participe de su cautiverio y sus sufrimientos por tanto tiempo como él? Pues lo mismo sucede con dos seres que se aman en la tierra, el que primero parte es el primero en ser libre, y debemos felicitarle, esperando con paciencia el momento en que también lo seremos.

Pondremos otra comparación sobre el particular. Tenemos un amigo que, a vuestro lado se halla en situación penosa; su salud o su interés exigen que vaya a otro país donde bajo todos aspectos se encontrará mejor. Momentáneamente no estará ya a vuestro lado, pero siempre estaréis en correspondencia con él, la separación no pasará de ser material. ¿Os dolería su alejamiento, puesto que sería para su bien?

La doctrina espiritista, por las pruebas patentes que da de la vida futura de la presencia a nuestro alrededor de aquellos a quienes hemos amado, de la continuidad de su afecto y solicitud, y por las relaciones que con ellos nos hace posibles; nos ofrece un supremo consuelo en una de las más legítimas causas de dolor. Con el espiritismo cesan la soledad y el abandono, y el hombre más aislado tiene siempre amigos a su lado con quienes puede hablar.

Sufrimos con impaciencia las tribulaciones le la vida; nos parecen tan insoportables, que no comprendemos que podamos sobrellevarías; y sin embargo, si las hemos sufrido con valor, si hemos sabido acallar nuestras murmuraciones, nos felicitaremos de ello cuando estemos fuera de esta prisión terrestre, como el paciente que sufre se felicita, después de curado, de haberse resignado a un tratamiento doloroso.