Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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INTRODUCCIÓN

La rapidez con la que se han propagado por todas las partes del mundo los extraños fenómenos de las manifestaciones espíritas, es una prueba del interés que suscitan. Al principio han sido un simple objeto de curiosidad, pero no tardaron en despertar la atención de los hombres serios que han vislumbrado, desde un comienzo, la inevitable influencia que deben tener sobre el estado moral de la sociedad. Las ideas nuevas que de ellos surgen se popularizan cada día más, y nada ha de detener su progreso, por la sencilla razón de que esos fenómenos están al alcance de todo el mundo, o de casi todos, y que ningún poder humano puede impedir que se produzcan. Si se los sofoca en un punto, reaparecen en otros cien. Por lo tanto, los que pudiesen ver en ellos algún inconveniente, serán obligados por la fuerza de las cosas a sufrir las consecuencias, como sucede con las industrias nuevas que, en su origen, rozan los intereses privados, y con las cuales todos terminan poniéndose de acuerdo, porque no podría ser de otro modo. ¡Qué no se ha hecho y dicho contra el magnetismo! Y, sin embargo, todos los dardos que se han arrojado contra él, todas las armas con las que lo han golpeado —incluso la del ridículo— se han debilitado ante la realidad, y para lo único que han servido ha sido para ponerlo cada vez más en evidencia. Lo que ocurre es que el magnetismo es un poder natural y, delante de las fuerzas de la Naturaleza, el hombre es un pigmeo que se parece a esos perritos que ladran inútilmente contra aquello que los asusta. Sucede con las manifestaciones espíritas lo mismo que con el sonambulismo; si ellas no se producen públicamente a la luz del día, nadie puede oponerse a que tengan lugar en la intimidad, ya que cada familia puede encontrar un médium entre sus miembros, desde el niño hasta el anciano, así como también puede encontrar un sonámbulo. Entonces, ¿quién podría impedir a cualquier otra persona llegar a ser médium o sonámbulo? Sin duda, los que combaten la cuestión no han reflexionado acerca de la misma. Una vez más, cuando una fuerza está en la Naturaleza, se la puede detener por un instante, ¡pero nunca destruirla! No se hace más que desviar su curso. Por consecuencia, el poder que se revela en el fenómeno de las manifestaciones, cualquiera que sea su causa, está en la Naturaleza, como el magnetismo; por lo tanto, no será destruido, como no puede destruirse la fuerza eléctrica. Lo que es necesario hacer es observarlo y estudiar todas sus fases para deducir las leyes que lo rigen. Si es un error, una ilusión, el tiempo hará justicia; si es verdad, la verdad es como el vapor: cuanto más se lo comprime, mayor es su fuerza de expansión.

Es para sorprenderse con razón que, mientras en América, solamente los Estados Unidos poseen diecisiete diarios consagrados a esas materias, sin contar con una multitud de escritos no periódicos, Francia —uno de los países de Europa donde esas ideas se han aclimatado más rápidamente— no posea más que uno. * Por consiguiente, no se debería poner en duda la utilidad de un órgano especial que tenga al público al corriente del progreso de esta nueva ciencia, previniéndolo contra la exageración de la credulidad, así como también del escepticismo. Es esta laguna que nos proponemos llenar con la publicación de esta Revista, con el objetivo de ofrecer un medio de comunicación a todos los que se interesen por esas cuestiones, y para unir con un lazo común a aquellos que comprenden la Doctrina Espírita bajo su verdadero punto de vista moral: la práctica del bien y la caridad evangélica para con todo el mundo.


* Hasta el presente no existe en Europa más que un solo periódico consagrado a la Doctrina Espírita; nos referimos al Journal de l'âme, publicado en Ginebra por el Dr. Boessinger. En América, el único periódico en francés es el Spiritualiste de la NouvelleOrléans, publicado por el Sr. Barthès. [Nota de Allan Kardec.]


Si no se tratase más que de una compilación de hechos, la tarea sería fácil; éstos se multiplican en todos los puntos con tal rapidez, que no faltaría material; pero narrar solamente hechos se volvería monótono como consecuencia de su cantidad y, sobre todo, de su similitud. Lo que es necesario al hombre que reflexiona, es algo que hable a su inteligencia. Pocos años han pasado desde la aparición de los primeros fenómenos, y ya nos encontramos lejos de las mesas giratorias y parlantes, que no han sido más que su infancia. Hoy en día es una ciencia que devela todo un mundo de misterios, que hace patentes las verdades eternas que nuestro espíritu sólo presentía; es una Doctrina sublime que muestra al hombre el camino del deber y que abre el campo más vasto que haya sido dado a la observación del filósofo. Por lo tanto, nuestra obra sería incompleta y estéril si nos quedáramos en los estrechos límites de una revista anecdótica, cuyo interés se agotaría rápidamente.

Quizá nos objeten la calificación de ciencia que damos al Espiritismo. Sin duda que no podría tener, en ningún caso, los caracteres de una Ciencia exacta, y ahí está precisamente el error de aquellos que pretenden juzgarlo y someterlo a experimentación como a un análisis químico o un problema matemático; ya es suficiente que tenga el carácter de una ciencia filosófica. Toda ciencia debe estar basada en hechos; pero los hechos por sí solos no constituyen la ciencia; la ciencia nace de la coordinación y de la deducción lógica de los hechos: es el conjunto de las leyes que los rigen. ¿Ha llegado el Espiritismo al estado de ciencia? Si se entiende por ésta una ciencia perfecta, sería sin duda prematuro responder afirmativamente; pero las observaciones son hoy bastante numerosas como para poder, por lo menos, deducir de ellas los principios generales, y es ahí donde comienza la ciencia.

La apreciación razonada de los hechos y de las consecuencias que de ellos derivan es, por consiguiente, un complemento sin el cual nuestra publicación sería de una mediocre utilidad y sólo ofrecería un interés muy secundario para aquel que reflexiona y que quiere darse cuenta de lo que ve. Sin embargo, como nuestro objetivo es llegar a la verdad, acogeremos todas las observaciones que nos sean dirigidas e intentaremos, tanto como nos lo permita el estado de los conocimientos adquiridos, disipar las dudas y esclarecer los puntos aún oscuros. Nuestra Revista será así una tribuna abierta, pero donde la discusión nunca deberá faltar el respeto a las leyes más estrictas de las conveniencias. En una palabra, discutiremos, pero no disputaremos. Las inconveniencias del lenguaje jamás han sido buenas razones a los ojos de las personas sensatas; son las armas de los que no tienen otra cosa mejor, y estas armas se vuelven contra quienes se sirven de las mismas.

Aunque los fenómenos de que nos ocupamos se hayan producido en estos últimos tiempos de una manera más general, todo prueba que han tenido lugar desde los tiempos más remotos. No sucede con los fenómenos naturales lo mismo que con las invenciones que siguen el progreso del espíritu humano; desde que aquéllos están en el orden de las cosas, su causa es tan antigua como el mundo y los efectos han debido producirse en todas las épocas. Entonces, no somos testigos hoy de un descubrimiento moderno: es el despertar de la Antigüedad, pero de la Antigüedad despojada del entorno místico que ha engendrado las supersticiones, y de la Antigüedad esclarecida por la civilización y por el progreso de las cosas positivas.

La consecuencia capital que resulta de esos fenómenos es la comunicación que los hombres pueden establecer con los seres del mundo incorpóreo y el conocimiento que, dentro de ciertos límites, pueden adquirir sobre su estado futuro. El hecho de las comunicaciones con el mundo invisible se encuentra en términos inequívocos en los relatos bíblicos; pero por una parte, para ciertos escépticos, la Biblia no tiene en absoluto una autoridad suficiente; por otra parte, para los creyentes, son hechos sobrenaturales, suscitados por un favor especial de la Divinidad. Por lo tanto, esto no sería para todo el mundo una prueba de la generalidad de esas manifestaciones si no las encontrásemos en mil otras fuentes diferentes. La existencia de los Espíritus y su intervención en el mundo corporal, está atestiguada y demostrada, no como un hecho excepcional, sino como un principio general, en san Agustín, san Jerónimo, san Juan Crisóstomo, san Gregorio Nacianceno y en muchos otros Padres de la Iglesia. Además, esta creencia forma la base de todos los sistemas religiosos. Los más sabios filósofos de la Antigüedad la han admitido: Platón, Zoroastro, Confucio, Apuleyo, Pitágoras, Apolonio de Tiana y tantos otros. Nosotros la encontramos en los misterios y en los oráculos, entre los griegos, los egipcios, los hindúes, los caldeos, los romanos, los persas, los chinos, etc. La vemos sobrevivir a todas las vicisitudes de los pueblos, a todas las persecuciones, y desafiar todas las revoluciones físicas y morales de la Humanidad. Más tarde la encontramos entre los adivinos y hechiceros de la Edad Media, en las willis y en las valquirias de los escandinavos, en los elfos de los teutones, en los leschies y en los domeschnies doughi de los eslavos, en los ourisks y en los brownies de Escocia, en los poulpicans y en los tensarpoulicts de los bretones, en los cemíes del Caribe, en una palabra, en toda la falange de ninfas, genios buenos y malos, silfos, gnomos, hadas y duendes, los cuales pueblan el espacio de todas las naciones. Encontramos la práctica de las evocaciones en Kamchatka —uno de los pueblos de Siberia—, en Islandia, entre los indios de América del Norte, entre los aborígenes de México y del Perú, en la Polinesia y hasta entre los estúpidos salvajes de Australia. Porque algunos absurdos hayan rodeado y tergiversado esta creencia según los tiempos y los lugares, no se puede negar que ella parte de un mismo principio, más o menos desfigurado; luego, una doctrina no se vuelve universal, ni sobrevive a millares de generaciones, como tampoco se implanta de un polo a otro entre los pueblos más disímiles y en todos los grados de la escala social, sin estar fundada sobre algo positivo. ¿Qué es ese algo? Es lo que nos demuestran las recientes manifestaciones. Buscar las relaciones que puedan haber entre estas manifestaciones y todas esas creencias, es buscar la verdad. La historia de la Doctrina Espírita es, de alguna forma, la historia del espíritu humano; tendremos que estudiarla en todas esas fuentes que nos han de proporcionar una mina inagotable de observaciones, tan instructivas como interesantes, sobre hechos generalmente poco conocidos. Esta parte nos dará la ocasión de explicar el origen de una multitud de leyendas y de creencias populares, sabiendo diferenciar la verdad, de la alegoría y de la superstición.

En lo que concierne a las manifestaciones actuales, haremos una relación todos los fenómenos patentes de los que seamos testigo o los que lleguen a nuestro conocimiento, cuando nos parezca que merecen la atención de nuestros lectores. Haremos lo mismo con los efectos espontáneos que a menudo se producen entre las personas que son más extrañas a la práctica de las manifestaciones espíritas y que revelan la acción de un poder oculto o la independencia del alma; tales son los casos de visiones, apariciones, doble vista, presentimientos, advertencias íntimas, voces secretas, etc. Al relato de los hechos daremos la explicación de los mismos, tal cual resulte del conjunto de los principios. Haremos notar al respecto que esos principios son aquellos que derivan de la propia enseñanza dada por los Espíritus y que siempre haremos abstracción de nuestras propias ideas. No será, pues, en absoluto, una teoría personal la que expondremos, sino la que nos haya sido comunicada y de la cual no seremos más que su intérprete.

Una gran parte será igualmente reservada a las comunicaciones escritas o verbales de los Espíritus, cada vez que tengan un objetivo útil, así como las evocaciones de personajes antiguos o modernos, conocidos o desconocidos, sin dejar a un lado las evocaciones íntimas que frecuentemente no son menos instructivas; en una palabra, abarcaremos todas las fases de las manifestaciones materiales e inteligentes del mundo incorpóreo.

En fin, la Doctrina Espírita nos ofrece la única solución posible y racional de una multitud de fenómenos morales y antropológicos, de los que somos diariamente testigos y de los que se buscará en vano su explicación en todas las doctrinas conocidas. Colocaremos en esta categoría, por ejemplo, la simultaneidad de los pensamientos, la anomalía de ciertos caracteres, las simpatías y las antipatías, los conocimientos intuitivos, las aptitudes, las propensiones, los destinos que parecen marcados por la fatalidad, y en un cuadro más general, el carácter distintivo de los pueblos, su progreso o su degeneración, etc. Ampliaremos la cita de los hechos con la búsqueda de las causas que han podido producirlos. De la apreciación de los mismos resultarán naturalmente enseñanzas útiles sobre la línea de conducta más acorde con la sana moral. En sus instrucciones, los Espíritus superiores tienen siempre por objetivo fomentar en los hombres el amor al bien, por medio de la práctica de los preceptos evangélicos; nos trazan así el pensamiento que debe presidir la redacción de esta compilación.

Nuestro cuadro —como se ve— comprende todo lo que se relaciona con el conocimiento de la parte metafísica del hombre; la estudiaremos en su estado presente y en su estado futuro, porque estudiar la naturaleza de los Espíritus es estudiar al hombre, ya que éste un día deberá formar parte del mundo de los Espíritus; es por eso que hemos añadido a nuestro título principal el de periódico de estudios psicológicos, a fin de hacer comprender todo su alcance.

Nota. — Por múltiples que sean nuestras observaciones personales, y las fuentes de donde las hemos extraído, no disimulamos ni las dificultades de la tarea, ni nuestra insuficiencia. Para suplirlas, contamos con la benévola colaboración de todos aquellos que se interesan en estas cuestiones; estaremos, pues, muy agradecidos por las comunicaciones que consientan en hacernos llegar sobre los diversos objetos de nuestros estudios; a este efecto, llamamos la atención para los siguientes puntos sobre los cuales podrán proporcionarnos documentos:

1º) Manifestaciones materiales o inteligentes obtenidas en las reuniones a las que se haya asistido.

2°) Hechos de lucidez sonambúlica y de éxtasis.

3°) Casos de segunda vista, previsiones, presentimientos, etc.

4°) Hechos relacionados al poder oculto atribuido, con o sin razón, a ciertos individuos.

5°) Leyendas y creencias populares.

6°) Casos de visiones y apariciones.

7°) Fenómenos psicológicos particulares que algunas veces suceden en el instante de la muerte.

8°) Problemas morales y psicológicos a resolver.

9°) Hechos morales, actos notables de devoción y abnegación, cuyo ejemplo pueda ser útil propagar.

10°) Indicación de obras antiguas o modernas, francesas o extranjeras, donde se encuentren hechos relacionados a la manifestación de inteligencias ocultas, con la designación y —si es posible— la cita bibliográfica de los pasajes. Lo mismo en lo que concierne a la opinión emitida sobre la existencia de los Espíritus y sus relaciones con los hombres, por autores antiguos o modernos, cuyo nombre y saber puedan conferirles autoridad. Sólo daremos a conocer los nombres de las personas que consientan en hacernos llegar comunicaciones, cuando estemos formalmente autorizados por las mismas.