Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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El movimiento impreso a los cuerpos inertes por medio de la voluntad es hoy tan conocido que sería casi pueril relatar hechos de este género; no es lo mismo cuando este movimiento es acompañado de ciertos fenómenos menos comunes, tales como, por ejemplo, el de la suspensión en el espacio. Aunque los anales del Espiritismo citen numerosos ejemplos sobre el particular, este fenómeno presenta una derogación tal de las leyes de la gravedad que la duda parece tan natural para cualquiera que no haya sido testigo de los mismos. Por más habituados que estamos a las cosas extraordinarias, nosotros mismo –lo reconocemos– hemos quedado muy contento en poder constatar su realidad. Los hechos que vamos a relatar han sucedido varias veces ante nuestros ojos en las reuniones que tuvieron lugar en otros tiempos en la casa del Sr. B…, rue Lamartine, y sabemos que muchas veces se han producido en otros lugares; por lo tanto, podemos certificarlos como indiscutibles. He aquí cómo las cosas han ocurrido.

Ocho o diez personas, entre las cuales algunas se encontraban dotadas de un poder especial, sin ser no obstante médiums reconocidos, se colocaban alrededor de una mesa de salón pesada y maciza, con las manos apoyadas sobre el borde de la misma y todas unidas en la intención y en la voluntad. Al cabo de un tiempo más o menos largo –diez minutos o un cuarto de hora, según las disposiciones ambientales más o menos favorables–, la mesa se ponía en movimiento a pesar de su peso de casi 100 kilos, se deslizaba a la derecha o a la izquierda sobre el parqué y se trasladaba a las distintas partes designadas del salón, levantándose después, ya sea sobre una pata o sobre la otra, hasta formar un ángulo de 45 grados, balanceándose con rapidez e imitando el cabeceo y el vaivén de un navío. Si en esta posición los asistentes redoblasen los esfuerzos por medio de su voluntad, la mesa se levantaba completamente del suelo, a 10 ó 20 centímetros de elevación y se sostenía así en el espacio sin ningún punto de apoyo, durante algunos segundos, cayendo después con todo su peso.

El movimiento de la mesa, su erguimiento sobre una pata y su balanceo se producían casi a voluntad, a menudo varias veces en la reunión y también frecuentemente sin ningún contacto de las manos; sólo la voluntad era suficiente para que la mesa se dirigiera hacia el lado indicado. El aislamiento completo era más difícil de obtenerse, pero ha sido repetido bastante a menudo como para que no pudiese ser considerado un hecho excepcional. Ahora bien, de ninguna manera esto sucedía en la sola presencia de adeptos, a los que podría creerse demasiado accesibles a la ilusión, sino delante de veinte o treinta personas, entre las cuales se contaban algunas muy poco simpáticas y que no dejaban de suponer alguna preparación secreta, sin tener consideración para con los dueños de la casa, cuyo carácter honorable debería alejar toda sospecha de superchería y para quienes sería, además, un extraño placer pasar varias horas por semana mistificando sin provecho a una asamblea.

Hemos relatado los hechos con toda su simplicidad, sin restricción ni exageración. Por lo tanto, no diremos que hemos visto la mesa dar vueltas en el aire como una pluma; pero tal como se presenta, este hecho no demuestra menos la posibilidad del aislamiento de los cuerpos pesados sin punto de apoyo, por medio de un poder hasta ahora desconocido. Tampoco diremos que sea suficiente extender la mano o hacer un signo cualquiera para que al instante la mesa se mueva y se eleve como por encanto.

Al contrario, en verdad diremos que los primeros movimientos se operaban siempre con una cierta lentitud y que no adquirían sino gradualmente su máximo de intensidad. El erguimiento completo sólo tuvo lugar después de varios movimientos preparatorios que eran como ensayos y una especie de impulso. El poder actuante parecía redoblar sus esfuerzos con el aliento de los asistentes, como un hombre o un caballo que realizase una tarea pesada, y a los que se incita con la voz y con el gesto. Una vez producido el efecto, todo volvía a la calma y en algunos instantes no se obtenía nada, como si este mismo poder hubiera tenido necesidad de reponer fuerzas.

A menudo tendremos ocasión de citar fenómenos de este género, ya sea espontáneos o provocados, y efectuados en proporciones y en circunstancias bien más extraordinarias; pero cuando hayamos sido testigo de los mismos, los relataremos siempre de manera que evite toda interpretación falsa o exagerada. Si en el hecho relatado más arriba nos hubiésemos contentado con decir que habíamos visto una mesa de 100 kilos levantarse al solo contacto de las manos, seguramente mucha gente habría imaginado que se había levantado hasta el techo y con extrema rapidez. Es así como las cosas más simples se vuelven prodigios de acuerdo a las proporciones que le presta la imaginación. ¡Qué decir cuando los hechos han atravesado los siglos y pasado por boca de los poetas! Si se dijera que la superstición es hija de la realidad, parecería que se quisiese caer en una paradoja y, no obstante, nada es más verdadero; no hay superstición que no repose en un fondo real; todo está en discernir dónde termina una y dónde comienza la otra. El verdadero medio de combatir las supersticiones no es rechazándolas de manera absoluta; en el espíritu de ciertas personas hay ideas que no se desarraigan fácilmente, porque siempre tienen hechos para citar en apoyo a su opinión; por el contrario, hay que mostrar lo que existe de real; entonces, sólo restará la exageración ridícula a la cual el buen sentido hará justicia.