Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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En la propagación del Espiritismo sucede un fenómeno digno de señalar. Hace apenas algunos años que –resucitado de las creencias antiguas– ha hecho su reaparición entre nosotros, no más como antiguamente a la sombra de los misterios, sino en plena luz y a la vista de todo el mundo. Para unos ha sido objeto de curiosidad pasajera, un entretenimiento que se lo deja como a un juguete para tomar otro; en muchos, no ha encontrado más que la indiferencia; en la mayoría, la incredulidad, a pesar de la opinión de los filósofos cuyos nombres se invocan a cada instante como autoridad. Esto no tiene nada de sorprendente: el propio Jesús ¿convenció a todo el pueblo judío con sus milagros? Su bondad y la sublimidad de su doctrina, ¿le hicieron encontrar la gracia ante sus jueces? ¿No ha sido tratado de embustero y de impostor? Y si no le han aplicado el epíteto de charlatán fue porque, por entonces, no se conocía ese término de nuestra civilización moderna. Sin embargo, hombres serios han visto en los fenómenos que suceden en nuestros días otra cosa más que un objeto de frivolidad; ellos han estudiado, han profundizado con los ojos del observador concienzudo y han encontrado la clave de una multitud de misterios hasta entonces incomprendidos; esto ha sido para ellos un rayo de luz, y he aquí que de esos hechos ha surgido toda una doctrina, toda una filosofía y, podemos decir, toda una ciencia, al inicio divergente según el punto de vista o la opinión personal del observador, pero poco a poco tendiente a la unidad de principios. A pesar de la oposición interesada de algunos y sistemática de aquellos que creen que la luz sólo puede salir de sus cerebros, esta doctrina encuentra numerosos adeptos porque esclarece al hombre sobre sus verdaderos intereses presentes y futuros, porque responde a sus aspiraciones en cuanto al porvenir, vuelto de cierto modo palpable; en fin, porque a la vez satisface a su razón y a sus esperanzas, y disipa las dudas que degeneraban en una absoluta incredulidad. Ahora bien, con el Espiritismo, todas las filosofías materialistas o panteístas caen por sí mismas; la duda no es más posible con respecto a la Divinidad, a la existencia del alma, a su individualidad, a su inmortalidad; su futuro se nos aparece como la luz del día, y sabemos que este futuro –que siempre deja una puerta abierta a la esperanza– depende de nuestra voluntad y de los esfuerzos que hagamos para el bien.

En cuanto se vio en el Espiritismo solamente fenómenos materiales, no se interesaron por el mismo sino como por un espectáculo, porque se dirigía a los ojos; pero desde el momento en que se ha elevado a la categoría de ciencia moral, ha sido tomado en serio, porque ha hablado al corazón y a la inteligencia, y porque cada uno ha encontrado en Él la solución de aquello que buscaba vagamente en sí mismo; una confianza basada en la evidencia ha reemplazado a la incertidumbre punzante; del punto de vista tan elevado en que nos ubica, las cosas de la Tierra aparecen tan pequeñas y tan mezquinas que las vicisitudes de este mundo no son más que incidentes pasajeros que soportamos con paciencia y resignación; la vida corporal es sólo una corta parada en la vida del alma, y para servirnos de la expresión de nuestro sabio y espiritual compañero –el Sr. Jobard–, no es más que un mal albergue, donde no vale la pena deshacer las maletas.Con la Doctrina Espírita todo es definido, todo está claro, todo habla a la razón; en una palabra, todo se explica, y aquellos que la han profundizado en su esencia obtienen en la misma una satisfacción interior a la cual no quieren renunciar más. He aquí por qué ha encontrado en tan poco tiempo numerosas simpatías, y estas simpatías no son reclutadas en el círculo restricto de una localidad, sino en el mundo entero. Si los hechos no estuvieran ahí para probarlo, lo juzgaríamos por nuestra Revista que sólo tiene algunos meses de existencia, cuyos suscriptores –aunque no se cuenten todavía por millares– están esparcidos por todos los puntos del globo. Además de los abonados de París y de sus Departamentos, nosotros los tenemos en Inglaterra, Escocia, Holanda, Bélgica, Prusia, San Petersburgo, Moscú, Nápoles, Florencia, Milán, Génova, Turín, Ginebra, Madrid, Shangai –en China–, Batavia, Cayena, México, Canadá, Estados Unidos, etc. No lo decimos por fanfarronería, si no como un hecho característico. Para que un periódico que recién nace, especializado, sea desde hoy solicitado en regiones tan diversas y tan distantes, es preciso que el objeto de que trate encuentre allí adeptos; de otro modo, no lo suscribirían por simple curiosidad desde varias millares de leguas, aunque fuese del mejor escritor. Por lo tanto, es su objeto el que interesa y no su modesto redactor; a los ojos de sus lectores, su objeto es por lo tanto serio. Resulta así evidente que el Espiritismo tiene raíces en todas las partes del mundo y, desde este punto de vista, veinte suscriptores repartidos en veinte países diferentes probarían más que cien concentrados en una sola localidad, porque no se lo podría suponer como la obra de una camarilla.

La manera con la cual se ha propagado el Espiritismo, hasta este día, no merece una atención menos seria. Si la prensa hubiese hecho resonar su voz a su favor, si lo hubiera ensalzado; en una palabra, si el mundo estuviese harto de oír hablar de Él, se podría decir que se ha propagado como todas las cosas que encuentran consumo gracias a una reputación ficticia y con la cual se quiere experimentar, aunque no fuese más que por curiosidad. Pero nada de esto ha tenido lugar: la prensa, en general, no le ha prestado voluntariamente ningún apoyo; ella lo ha desdeñado, o si, en raros intervalos, de Él habló, ha sido para ponerlo en ridículo y para enviar a sus adeptos a los manicomios, cosa poco animadora para los que hubiesen tenido la veleidad de iniciarse. Apenas el propio Sr. Home ha tenido los honores de algunas menciones medio serias, mientras que los acontecimientos más vulgares encuentran en la misma un amplio espacio. Además es fácil percibir, en el lenguaje de los adversarios, que éstos hablan de la Doctrina Espírita como los ciegos de los colores, sin conocimiento de causa, sin examen serio y profundo, y únicamente bajo una primera impresión; también sus argumentos se limitan a una negación pura y simple, porque nosotros no honramos con el nombre de argumentos a los chistes groseros; las bromas, por más espirituosas que sean, no son razones. Sin embargo, no es preciso acusar de indiferencia o de mala voluntad a todo el personal de la prensa. Individualmente el Espiritismo cuenta en ella con adeptos sinceros, y conocemos a más de uno entre los más distinguidos hombres de letras. ¿Por qué entonces guardan silencio? Es que a la par de la cuestión de creencia está la de la personalidad todopoderosa de este siglo. La creencia –entre ellos como entre muchos otros– es concentrada y no expansiva; además, están obligados a seguir los procedimientos rutinarios de su periódico, y tal periodista teme perder suscriptores enarbolando francamente una bandera cuyo color podría desagradar a algunos de éstos. ¿Durará este estado de cosas? No; pronto sucederá con el Espiritismo lo que ocurrió con el Magnetismo, del cual antes sólo se hablaba en voz baja, y que hoy nadie más teme reconocer.208 Ninguna idea nueva, por más bella y justa que sea, se implanta instantáneamente en el espíritu de las masas, y aquella que no encontrase oposición sería un fenómeno completamente insólito. ¿Por qué el Espiritismo sería la excepción a la regla? A las ideas –como a las frutas– es preciso el tiempo para madurar; pero la liviandad humana hace conque se las juzgue antes de su madurez o sin tomarse el trabajo de sondar sus cualidades íntimas. Esto nos recuerda la espirituosa fábula de La Joven Mona, el Mono y la Nuez. Esta joven mona, como se sabe, recogió una nuez con su cáscara verde; al llevarla a los dientes, hizo una mueca y la arrojó, admirándose de que se crea buena a una cosa tan amarga; pero un viejo mono, menos superficial y sin duda profundo pensador de su especie, recogió la nuez, la partió, la limpió, la comió y la encontró deliciosa. Esto se acompaña de una bella moraleja dirigida a todas las personas que juzgan las cosas nuevas por las apariencias.

Por lo tanto, el Espiritismo ha debido marchar sin el apoyo de ninguna ayuda extraña, y he aquí que en cinco o seis años se divulgó con una rapidez prodigiosa. ¿De dónde ha sacado esta fuerza, si no de sí mismo? Por lo tanto, es preciso que haya en sus principios algo muy poderoso para haberse así propagado sin los medios sobreexcitantes de la publicidad. Es que, como lo hemos dicho anteriormente, cualquiera que se tome el trabajo de profundizarlo, encuentra en Él lo que buscaba, lo que su razón le hacía entrever: una verdad consoladora, y al final de cuentas extrae del mismo la esperanza y un verdadero gozo. También las convicciones adquiridas son serias y durables; de ninguna manera son esas opiniones ligeras que un soplo hace nacer y otro desaparecer. Últimamente alguien nos decía: «–Encuentro en el Espiritismo una tan suave esperanza, y extraigo de Él tan dulces y tan grandes consuelos, que todo pensamiento contrario me haría muy infeliz, y siento que mi mejor amigo se me volvería odioso si intentara alejarme de esta creencia». Cuando una idea no tiene raíces, puede lanzar un resplandor pasajero, como esas flores que se las hace brotar a la fuerza; pero pronto, a falta de sustento, mueren y de ellas no se habla más. Al contrario, aquellas que tienen una base seria, crecen y persisten: terminan por identificarse de tal modo con los hábitos que más adelante nos admiramos por jamás habernos podido privar de ellas.

Si el Espiritismo no ha sido secundado por la prensa de Europa, se dirá que no sucedió lo mismo con la de América. Esto es verdad hasta un cierto punto. Existe en América, como en todas partes, la prensa general y la prensa especializada. Sin duda, la primera se ocupó de Él mucho más que entre nosotros, aunque menos de lo que se piensa; también ella tiene sus órganos hostiles. La prensa especializada cuenta, solamente en los Estados Unidos, con dieciocho periódicos espíritas, de los cuales diez son semanales y varios de formato grande. Vemos que todavía estamos bien a la zaga en este aspecto; pero allá, como aquí, los periódicos especializados se dirigen a las personas especializadas; es evidente que una gaceta médica, por ejemplo, no será buscada de preferencia ni por arquitectos, ni por los hombres de ley; del mismo modo, un periódico espírita no es leído, salvo algunas excepciones, sino por los adeptos del Espiritismo. El gran número de periódicos americanos que trata de esta materia prueba una cosa: que para mantener a los mismos hay bastantes lectores. Sin duda, ellos han hecho mucho; pero, en general, su influencia es puramente local; la mayoría son desconocidos por el público europeo, y los nuestros no les han hecho más que muy raras transcripciones. Al decir que el Espiritismo se ha propagado sin el apoyo de la prensa, hemos querido referirnos a la prensa general que se dirige a todo el mundo, aquella cuya voz alcanza a millones de oídos a cada día y que penetra en los lugares más ocultos; a aquella con la cual el anacoreta, en el fondo del desierto, puede estar al corriente de lo que sucede, tanto como el habitante de la ciudad; en fin, a la que siembra ideas a manos llenas. ¿Cuál es el periódico espírita que puede jactarse de hacer resonar así los ecos del mundo? Ése habla a las personas convencidas; no llama la atención de los indiferentes. Por lo tanto, estamos en lo cierto al decir que el Espiritismo ha sido librado a sus propias fuerzas; si por sí mismo ha dado tan grandes pasos, ¡qué será cuando pueda disponer de la poderosa palanca de la amplia publicidad! A la espera de ese momento, por todas partes Él planta jalones; por todas partes sus ramas han de encontrar puntos de apoyo; en fin, por todas partes encontrará voces cuya autoridad habrá de imponer silencio a sus detractores.

La cualidad de los adeptos del Espiritismo merece una atención particular. ¿Son encontrados en los bajos estratos de la sociedad, entre las personas iletradas? No; éstos se ocupan de Él poco o nada; apenas han oído hablar del mismo. Incluso las mesas giratorias han encontrado entre ellos pocos practicantes. Hasta el presente sus prosélitos están en los primeros estratos de la sociedad, entre las personas esclarecidas, entre los hombres de saber y de raciocinio; y una cosa notable: los médicos que han hecho durante tanto tiempo una guerra encarnizada al Magnetismo, adhieren sin dificultad a la Doctrina Espírita; nosotros contamos con un gran número de ellos, tanto en Francia como en el extranjero, entre nuestros suscriptores, en cuyo número también se encuentran –en su gran mayoría– hombres superiores en todos los aspectos, notabilidades científicas y literarias, altos dignatarios, funcionarios públicos, oficiales generales, comerciantes, eclesiásticos, magistrados, etc., todas personas demasiado serias como para tomar a título de pasatiempo un periódico que, como el nuestro, no presume de ser divertido y menos aún en el que se crea encontrar fantasías. La Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas no es una prueba menos evidente de esta verdad, por la elección de las personas que reúne; sus sesiones son seguidas con un sostenido interés, con una atención religiosa, inclusive podemos decir con gran anhelo, y sin embargo sólo se ocupa de estudios graves, serios, a menudo muy abstractos y no de experiencias propias para suscitar la curiosidad. Hablamos de lo que sucede ante nuestros ojos, pero podemos decir lo mismo de todos los Centros que se ocupan del Espiritismo desde el mismo punto de vista, porque casi por todas partes (como los Espíritus lo habían anunciado) el período de curiosidad llega a su declinación. Estos fenómenos nos hacen entrar en un orden de cosas tan grandes, tan sublimes, que ante esas graves cuestiones un mueble que gira o que golpea es un juguete de niño: es el abecé de la ciencia.

Además, sabemos a qué atenernos ahora sobre la cualidad de los Espíritus golpeadores y, en general, de los que producen efectos materiales. Ellos han sido justamente llamados los saltimbanquis del mundo espírita; es por eso que nos vinculamos menos a ellos que con aquellos que pueden esclarecernos.

Podemos asignar a la propagación del Espiritismo cuatro fases o períodos distintos:

1º) El de la curiosidad, en el cual los Espíritus golpeadores han desempeñado un papel principal para llamar la atención y preparar los caminos.

2º) El de la observación, en el cual entramos, y que también podemos llamar período filosófico. El Espiritismo es profundizado y se depura; tiende a la unidad de Doctrina y se constituye en ciencia. Vendrán después:

3º) El período de la admisión, donde el Espiritismo ha de ocupar un lugar oficial entre las creencias universalmente reconocidas.

4º) El período de influencia sobre el orden social. Será entonces que la Humanidad, bajo la influencia de estas ideas, ha de entrar en un nuevo camino moral. Esta influencia, desde hoy, es individual; más adelante, actuará sobre las masas para el bien general.

Así, por un lado, he aquí a una creencia que se esparce en el mundo entero por sí misma y poco a poco, y sin ninguno de los medios usuales de propaganda forzada; por otro lado, esta misma creencia echa raíces, no en los bajos estratos de la sociedad, sino en su parte más esclarecida. ¿No existe en ese doble hecho algo muy característico y que debe llevar a la reflexión a todos aquellos que aún tratan al Espiritismo de cosa fútil? Contrariamente a muchas otras ideas que parten de abajo –deformadas o desnaturalizadas– y que no penetran sino a la larga en los altos estratos donde se depuran, el Espiritismo parte de lo alto y solamente llegará a las masas cuando esté liberado de las ideas falsas, inseparables de las cosas nuevas.

Sin embargo, es preciso concordar que todavía entre muchos adeptos no hay más que una creencia latente; en unos el miedo al ridículo, en otros el temor a herir –en su perjuicio– ciertas susceptibilidades, los impiden de expresar francamente sus opiniones; sin duda, esto es pueril, y no obstante lo comprendemos; no se puede pedir a ciertos hombres lo que la Naturaleza no les ha dado: el coraje de enfrentar el qué dirán; pero cuando el Espiritismo esté en todas las bocas –y ese tiempo no está lejos–, ese coraje vendrá a los más tímidos. En este aspecto, un cambio notable ya se ha operado desde hace algún tiempo: se habla más abiertamente de Él; ya se arriesgan, y esto hace abrir los ojos a los propios antagonistas que se preguntan si es prudente –en el interés de su propia reputación– criticar severamente una creencia que, quiérase o no, se infiltra en todas partes y encuentra apoyo en lo alto de la sociedad. También el epíteto de locos, tan largamente prodigado a los adeptos, comienza a ser ridículo; este argumento usado ya se ha vuelto trivial, porque pronto los locos serán más numerosos que las personas sensatas, y ya más de un crítico se ha alistado a su lado; además, es el cumplimiento de lo que han anunciado los Espíritus, al decir que: los mayores adversarios del Espiritismo se convertirán en sus más fervientes partidarios y en sus más ardientes propagadores.