EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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54. Numerosas observaciones y hechos irrecusables de que tendremos que hablar más tarde nos han conducido a esta consecuencia, a saber que en el hombre hay tres cosas: 1ª el alma o Espíritu, principio inteligente en quien reside el sentido moral; 2ª el cuerpo material, envoltura grosera, de la que está temporalmente revestido para el cumplimiento de ciertas miras providenciales; y 3ª el periespíritu, envoltura fluídica semimaterial, sirviendo de lazo entre el alma y el cuerpo.

La muerte es la destrucción o, mejor, la desagregación de la envoltura grosera, de aquella que el alma abandona; la otra se separa y sigue al alma, que se encuentra de esta manera tener siempre una envoltura; esta última, bien que fluídica, etérea, vaporosa, invisible para nosotros en su estado normal, no por eso deja de ser materia, aunque hasta ahora no hayamos podido cogerla y someterla al análisis.

Esta segunda envoltura del alma o periespíritu existe pues, durante la vida corporal; es el intermediario de todas las sensaciones que percibe el Espíritu, aquel por el cual el Espíritu transmite su voluntad al exterior y obra sobre los órganos. Para servirnos de una comparación material, es de hilo eléctrico conductor que sirve a la recepción y a la transmisión del pensamiento; es, en fin, ese agente misterioso, inaccesible, designado con el nombre de fluido nervioso, que tan gran papel juega en la economía, y del que no se tiene bastante cuenta en los fenómenos fisiológicos y patológicos. No considerando la medicina sino el elemento material ponderable, se priva en la apreciación de los hechos de una causa incesante de acción. Pero no es este el lugar de examinar esta cuestión tan solo haremos observar que el conocimiento del periespíritu es la llave de una porción de problemas hasta ahora inexplicables.

El periespíritu no es una de esas hipótesis a las cuales se han recurrido algunas veces en la ciencia para la explicación de un hecho; su existencia revelada por los Espíritus, es también resultado de observaciones, como tendremos ocasión para demostrarlo. Por el momento y para no anticiparnos sobre los hechos que tenemos que relatar, nos limitaremos a decir que durante su unión con el cuerpo, o aun después de su separación, el alma no está nunca separada de su periespíritu.