EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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335. Hemos visto la importancia de la uniformidad de sentimientos para obtener buenos resultados; esta uniformidad necesariamente es tanto más difícil de obtener cuanto más grande es el número. En las pequeñas reuniones se conoce uno mejor, se está más seguro de los elementos que se introducen en ellas, el silencio y recogimiento son más fáciles; y todo se pasa allí como entre familia. Las grandes asambleas excluyen la intimidad por la variedad de los elementos de que se componen; exigen locales especiales, recursos pecuniarios y un aparato administrativo inútil en los grupos pequeños; la divergencia de caracteres, de ideas y de opiniones se manifiesta mejor y ofrece a los Espíritus enredadores más facilidad para sembrar la discordia. Cuanto más numerosa es la reunión, más difícil es poder contentar a todo el mundo; todos quisieran que los trabajos fuesen dirigidos a su gusto, que con preferencia se ocupasen de los asuntos que más les interesan; algunos creen que el título de asociado les da el derecho de imponer su manera de ver las cosas; de aquí se sigue la tirantez, una causa de malestar que conduce tarde o temprano a la desunión, después a la disolución: suerte de todas las sociedades, cualquiera que sea su objeto. Las pequeñas reuniones no están sujetas a las mismas fluctuaciones; la caída de una grande sociedad sería una desgracia aparente para la causa del Espiritismo y sus enemigos no dejarían de aprovechar la ocasión; la disolución de un grupo pequeño pasa desapercibida, además que si uno se dispersa, al lado de él se forman otros veinte; así, pues, veinte grupos de quince a veinte personas, obtendrán más y harán más para la propagación, que una asamblea de tres a cuatrocientas.

Sin duda se dirá que los miembros de una sociedad que obrasen del modo que acabamos de manifestar no serían verdaderos espiritistas, puesto que el primer deber que impone la doctrina, es la caridad y la benevolencia. Esto es perfectamente justo; también aquellos que piensan de este modo son más bien espiritistas de nombre que de hecho; seguramente no pertenecen a la tercera categoría (véase número 28). ¿Pero quién dice que éstos sean ni siquiera espiritistas? Aquí se presenta una consideración que no deja de tener alguna gravedad.