EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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116. Otra señora que habita en la provincia, estando gravemente enferma, vio una noche, a eso de las diez, un caballero anciano, habitante en la misma ciudad, y que veía algunas veces en la sociedad, pero sin ninguna relación de intimidad. Este caballero estaba sentado en un sillón al pie de su cama, y de cuando en cuando tomaba un polvo, aparentando que la cuidaba. Sorprendida de tal visita a semejante hora, quiso preguntarle el motivo, pero el caballero le hizo señas para que no hablase y de que durmiera; varias veces quiso dirigirle la palabra y siempre le hizo la misma recomendación. Al fin se durmió. Después de algunos días, estando restablecida, recibió la visita de este mismo caballero pero en una hora más conveniente, y esta vez era verdaderamente él; tenía el mismo traje, la misma caja de tabaco y exactamente las mismas maneras. Persuadida de que había venido durante su enfermedad, le dio las gracias por la molestia que se había tomado. El caballero, muy sorprendido, le dijo que no había tenido el gusto de verla hacía bastante tiempo. La señora, que conocía los fenómenos espiritistas, comprendió lo que era esto; pero no queriéndoselo explicar, se contentó con decirle que probablemente lo habría soñado.

Esto es lo probable, dirán los incrédulos, los Espíritus fuertes, lo que para ellos es sinónimo de gentes de genio; pero es cierto que esta señora no dormía esta vez ni la precedente. – Entonces sería que soñaba despierta o, de otro modo, que estaba alucinada. – He aquí la gran palabra, la explicación universal de todo lo que no se comprende. Como hemos ya refutado suficientemente esta objeción, continuaremos dirigiéndonos a aquellos que pueden comprendernos.