¿Que és el Espiritismo?

Allan Kardec

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Diversidad de los espíritus

V. –Usted habla de espíritus buenos o malos, serios o ligeros, y le confieso que no me explico esta diferencia. Me parece que, al dejar su envoltura corporal, deben despojarse de las imperfecciones inherentes a la materia; que debe para ellos hacerse la luz sobre todas las verdades que nos están ocultas, y que deben verse libres de las preocupaciones terrestres. A. K. –Sin duda alguna se encuentran libres de las imperfecciones físicas, es decir, de las enfermedades y flaquezas del cuerpo, pero las imperfecciones morales se refieren al Espíritu y no al cuerpo. Entre ellos los hay que están más o menos adelantados intelectual y moralmente. Sería erróneo creer que los espíritus, al dejar su cuerpo material reciben súbitamente la luz de la verdad. ¿Cree usted, por ejemplo que cuando muera no habrá ninguna diferencia entre el Espíritu de usted y el de un salvaje o el de un malhechor? Si así fuera, ¿De qué le serviría haber trabajado para instruirse y mejorarse, puesto que un cualquiera sería tanto como usted después de la muerte? Sólo gradual, y algunas veces muy lentamente, se verifica el progreso de los espíritus. Entre ellos, dependiendo esto de su purificación, los hay que ven las cosas bajo un punto de vista más exacto que durante su vida. Otros, por el contrario, tienen aún las mismas pasiones, las mismas preocupaciones y los mismos errores, hasta que el tiempo y nuevas pruebas les hayan permitido perfeccionarse. Note usted bien que lo dicho es el resultado de la experiencia, porque del modo indicado se nos presenta en sus comunicaciones. Es, pues, un principio elemental de Espiritismo que entre los espíritus los hay de todos los grados de inteligencia y moralidad. V. –Pero entonces, ¿Por qué no son perfectos todos los espíritus? ¿Dios, pues, los crea de todas categorías? A. K. –Eso vale tanto como preguntar, porque todos los discípulos de un colegio no cursan filosofía. Todos los espíritus tienen el mismo origen y el mismo destino. Las diferencias que entre ellos existen no constituyen diferentes especies, sino grados diversos de adelanto. Los espíritus no son perfectos, porque son las almas de los hombres, y los hombres no son perfectos, porque son la encarnación de espíritus más o menos adelantados. El mundo corporal y el mundo espiritual alternan incesantemente; por la muerte del cuerpo, el mundo corporal ofrece su contingente al mundo espiritual; por el nacimiento, el espiritual alimenta a la humanidad. En cada nueva existencia, el Espíritu realiza un progreso más o menos grande, y cuando ha adquirido en la Tierra la suma de conocimientos y de elevación moral de que es susceptible nuestro globo, lo deja para pasar a otro mundo más elevado, donde aprende cosas nuevas. Los espíritus que forman la población invisible de la Tierra son hasta cierto punto reflejo del mundo corporal. Se encuentran en ellos los mismos vicios y las mismas virtudes; los hay sabios, ignorantes, falsos sabios, prudentes y atolondrados; filósofos, razonadores y sistemáticos; no habiéndose desprendido todos de sus preocupaciones, todas las opiniones políticas y religiosas tienen entre ellos sus representantes; cada uno habla según sus ideas, y a menudo lo que dicen no es más que su opinión personal, y he aquí por qué no se debe dar ciegamente crédito a todo lo que dicen los espíritus. V. –Si esto es así, descubro una inmensa dificultad, pues en semejante conflicto de opiniones diversas, ¿Cómo distinguir el error de la verdad? No comprendo que nos sirvan de mucho los espíritus ni lo que ganamos con sus conversaciones. A. K. –Aunque sólo sirviesen los espíritus para enseñarnos que los hay que son las almas de los hombres, ¿No sería ya esto muy importante para los que dudan de si la tienen, y que ignoran lo que será de ellos después de la muerte? Como todas las ciencias filosóficas, la espiritista requiere largos estudios y minuciosas observaciones. Así es como se aprende a distinguir la verdad de la impostura, y como se obtienen los medios de alejar a los espíritus mentirosos. Por encima de la turba de baja ralea, están los espíritus superiores, que no tienen otra mira que el bien, y cuya misión es conducir a los hombres por el buen sendero. Nos corresponde a nosotros saber apreciarlos y comprenderlos. Éstos nos enseñan magníficas cosas; pero no crea usted que el estudio de los otros sea inútil, dado que para conocer un pueblo es preciso estudiarlo bajo todas sus fases. Usted mismo es prueba de esta verdad: creía usted que bastaba a los espíritus el dejar su envoltura corporal para despojarse de sus imperfecciones, y las comunicaciones con ellos nos han enseñado lo contrario, haciéndonos conocer el verdadero estado del mundo espiritual, que a todos nos interesa en extremo, ya que a él debemos ir todos. En cuanto a los errores que pueden nacer de la divergencia de opinión entre los espíritus, desaparecen por sí mismos a medida que aprendemos a distinguir los buenos de los malos, los sabios de los ignorantes, los sinceros de los hipócritas, ni más ni menos que entre nosotros. Entonces el sentido común hace justicia a las falsas doctrinas. V. –Mi observación subsiste siempre respecto de las cuestiones científicas y de otras que pueden someterse a los espíritus. La divergencia de sus opiniones sobre las teorías que separan a los sabios nos deja en la incertidumbre. Comprendo que, no estando todos en el mismo grado de instrucción, no pueden saberlo todo; pero entonces, ¿De qué peso puede ser para nosotros la opinión de los que saben, si no podemos evidenciar quién tiene razón y quién no? Tanto vale, pues, dirigirse a los hombres como a los espíritus. A. K. –También esta reflexión es una consecuencia de la ignorancia del verdadero carácter del Espiritismo. El que crea encontrar en él un medio fácil de saberlo y descubrirlo todo, está en un grave error. Los espíritus no están encargados de traernos la ciencia perfecta; esto sería en efecto muy cómodo, no tener más que pedir para ser servidos, evitándonos así el trabajo de las investigaciones. Dios quiere que trabajemos, que nuestro pensamiento se ejercite: sólo a este precio adquirimos la ciencia. Los espíritus no vienen a librarnos de esa necesidad: son lo que son: el Espiritismo tiene por objeto el estudio, a fin de saber, por analogía, lo que seremos algún día, y no de hacernos conocer lo que nos debe estar oculto, o revelarnos las cosas antes de tiempo. Tampoco son los espíritus los anunciadores de la buenaventura, y cualquiera que se haga la ilusión de obtener de ellos ciertos secretos, se prepara extrañas decepciones de parte de los espíritus burlones; en una palabra, el Espiritismo es una ciencia de observación y no una ciencia de adivinación o de especulación. La estudiamos para conocer el estado de las individualidades del mundo invisible, las relaciones que entre ellos y nosotros existen, su acción oculta sobre el mundo visible, y no por la utilidad material que de ella podemos obtener. Bajo este punto de vista, no hay Espíritu cuyo estudio no sea útil. Con todos aprendemos algo; sus imperfecciones, sus defectos, su insuficiencia, su misma ignorancia son otros tantos asuntos de observación que nos inician en la naturaleza íntima de ese mundo, y cuando no son ellos los que nos instruyen con sus enseñanzas, somos nosotros los que nos instruimos estudiándolos, como sucede cuando observamos las costumbres de un pueblo que no conocemos. Respecto de los espíritus ilustrados, nos enseñan mucho, pero en los límites de las cosas posibles, y no debe preguntárseles lo que no pueden o no deben revelar; hemos de contentarnos con lo que nos dicen; querer ir más allá es exponerse a las mistificaciones de los espíritus ligeros, dispuestos siempre a responder a todo. La experiencia nos enseña a juzgar el grado de confianza que podemos concederles.