EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Sixdeniers

Hombre de bien, muerto accidentalmente y conocido del médium en su vida. Burdeos, 11 de febrero de 1861.


P. ¿Podéis darme algunos detalles sobre vuestra muerte? R. A partir del momento en que me ahogué. sí. P. ¿Por qué no a partir de antes?


R. Tú los conoces (el médium los conocía, efectivamente).


P. ¿Queréis, pues, describirme vuestras sensaciones después de vuestra muerte?


R. He tardado mucho en reconocerme, pero con la gracia de Dios y la ayuda de los que me rodeaban, cuando la luz se ha hecho, me ha inundado. Por mucho que esperes encontrarás siempre más de lo que creías.


Nada material. Todo hiere los sentidos ocultos, aquello que no alcanza la vista ni la mano, ¿me comprendes? Es una maravilla espiritual que sobrepuja vuestro entendimiento, porque no hay palabras para explicarlo. Esto no puede sentirse más que con el alma.


Mi despertar ha sido muy feliz. La vida es uno de esos sueños que, a pesar de la idea grotesca que se da a esta palabra, no puedo calificar sino de pesadilla.


Figúrate que sueñas, que estás encerrado en un calabozo infecto, que tu cuerpo lo roen gusanos que se introducen hasta la médula de los huesos; que estás suspendido sobre un horno ardiente; que tu boca seca no encuentra ni el aire que la refresque; que tu espíritu, lleno de horror, no ve alrededor suyo más que monstruos preparados a devorarte; figúrate, en fin, todo lo más fantástico, asqueroso y horrible que el sueño pueda crear, y transpórtate repentinamente a un Edén delicioso. Despiértate rodeado de todos los que has amado y llorado; ve a tu alrededor sus caras adoradas sonreírte con alegría; respira los perfumes más suaves, refresca tu seca garganta en la fuente de agua viva; siente cómo tu cuerpo se suspende en el espacio infinito que le lleva y le mece, como lo hace la brisa con la flor que descuella en la cima de un árbol. Siéntete envuelto en el amor de Dios como el niño que nace está envuelto en el amor de su madre, y no tendrás más que una idea imperfecta de esta transición. He procurado explicarte la dicha de la vida que espera al hombre después de la muerte de su cuerpo, pero no he podido. ¿Se explica lo infinito a aquel que tiene los ojos cerrados a la luz, y cuyos miembros no han podido salir jamás del círculo estrecho en que están cerrados? Para explicarte la felicidad eterna, te diría: ¡Ama! Porque sólo el amor puede hacerla presentir, y quien dice amor, dice ausencia de egoísmo.


P. ¿Vuestra situación ha sido dichosa desde vuestra entrada en el mundo de los espíritus?


R. No, he tenido que pagar la deuda del hombre. Mi corazón me había hecho presentir el porvenir del espíritu, pero no tenía fe. He debido expiar mi indiferencia por el Creador, pero su misericordia ha tomado en cuenta el poco bien que había podido hacer, los dolores que había experimentado con resignación a pesar de mi sufrimiento, y su justicia, que tiene una balanza que los hombres no comprenderán jamás. Ha pesado el bien con tanta bondad y amor, que el mal se ha borrado pronto.


P. ¿Queréis darme noticias de vuestra hija? (muerta cuatro o cinco años después de su padre).


R. Está en misión en vuestra Tierra.


P. ¿Es dichosa como criatura? No quiero haceros preguntas indiscretas.


R. Bien lo sé, ¿crees que no veo tu pensamiento como un cuadro ante mis ojos? No, como criatura no es dichosa. Al contrario, todas las miserias de vuestra vida deben alcanzarla; pero debe preconizar con su ejemplo esas grandes virtudes que vosotros tanto encomiáis. Yo la ayudaré porque debo velar por ella, mas no tendrá gran trabajo en superar los obstáculos. No estará en expiación, sino en misión. Tranquilízate, pues, respecto de ella, y gracias por tu recuerdo. En este momento. el médium experimenta dificultad en escribir, y manifiesta:


P. Si es un espíritu que sufre el que me detiene, le suplico se nombre.


R. Una desgraciada.


P. ¿Queréis decirme vuestro nombre?


R. Valeria.


P. ¿Queréis referirme qué es lo que os ha conducido al castigo?


R. No.


P. ¿Os arrepentís de vuestras faltas?


R. Bien lo ves.


P. ¿Quién os ha conducido aquí?


R. Sixdeniers.


P. ¿Con qué fin lo ha hecho?


R. Para que tú me ayudes.


P. ¿Erais vos quien me impedía escribir ahora mismo?


R. Él me ha puesto en su lugar.


P. ¿Qué relación hay entre vosotros?


R. Él me guía.


P. Pedidle que una su plegaria a la nuestra. (Después de la oración, Sixdeniers vuelve a tomar la palabra.)


R. Gracias por ella, tú lo has comprendido, no te olvidaré. Piensa en ella.


P. (A Sixdeniers). Como espíritu, ¿tenéis encargo de guiar a otros espíritus que sufren?


R. No, pero tan pronto como conducimos uno al bien, tomamos otro, sin abandonar por esto a los primeros.


P. ¿Cómo podéis bastar a una vigilancia que debe multiplicarse con los siglos hasta lo infinito?


R. Comprended que los que nosotros hemos guiado, se depuran y progresan. Nos dan menos trabajo, y al mismo tiempo, nos elevamos nosotros mismos, y ascendiendo, nuestras facultades progresan, y nuestro poder irradia en proporción de nuestra pureza.


Observación. Los espíritus inferiores están, pues, asistidos por los buenos espíritus, que tienen la misión de guiarles. Esta tarea no es exclusivamente propia de los encarnados, pero éstos deben concurrir a ella porque para ellos es un medio de adelanto.
Cuando un espíritu inferior se interpone en una buena comunicación, como en el caso presente, sin duda que no lo hace siempre con una buena intención. Pero los buenos espíritus lo permiten, sea como prueba, sea a fin de que aquel a quien se dirige trabaje en su mejoramiento. Su persistencia, es verdad, degenera a veces en obsesión, pero cuanto más tenaz es, tanto más demuestra cuán grande es la necesidad de asistencia. Se hace, pues, un mal en rechazarle. Es preciso mirarle como un pobre que viene a pedir limosna, y referir: “Éste es un espíritu desgraciado que los buenos me envían para que lo eduque. Si lo consigo, tendré la alegría de haber conducido un alma al bien, y de haber abreviado sus sufrimientos.”
Esta tarea es a menudo penosa. Sin duda sería más agradable tener siempre buenas comunicaciones y no conversar sino con espíritus de nuestro gusto. Pero buscando nuestra propia satisfacción y rehusando las ocasiones que se nos presentan para hacer bien, no es como se merece la protección de los buenos espíritus.