EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

Volver al menú
La Sra. Anais

Joven, notable por la dulzura de su carácter y por la más eminentes cualidades morales, murió en noviembre de 1860. Pertenecía a una familia de trabajadores en las minas de carbón de las cercanías de Saint Etienne, circunstancia importante para apreciar su posición como espíritu.


Evocación.


R. Aquí estoy.


P. Vuestro esposo y vuestro padre me han pedido que os llamara. Estarían muy satisfechos si obtuviesen una comunicación vuestra.


R. Me alegro mucho de poderla dar.


P. ¿Por qué habéis sido arrebatada tan joven al afecto de vuestra familia?


R. Porque terminaba mis pruebas terrestres.


P. ¿Los vais a ver algunas veces?


R. ¡Oh! Estoy a menudo a su lado.


P. ¿Sois feliz como espíritu?


R. Soy feliz, espero, aguardo, amo. Los cielos no me causan terror, y aguardo con confianza y amor que las blancas alas me empujen.


P. ¿Qué entendéis por blancas alas?


R. Entiendo venir a ser espíritu puro, y resplandecer como los mensajeros celestes que me deslumbran.


Las alas de los ángeles, arcángeles y serafines, que son espíritus puros, no son evidentemente sino un atributo imaginado por los hombres, para pintar la rapidez con que se transportan, porque su naturaleza etérea no necesita de ningún sostenimiento para recorrer los espacios.


Pueden, sin embargo, aparecer a los hombres con este accesorio, para responder a su pensamiento, como otros espíritus toman la apariencia que tenían en la Tierra para hacerse reconocer.


P. ¿Vuestros parientes pueden hacer algo que os sea agradable?


R. Pueden estos seres queridos no entristecerme con su pesar, pues saben que no me he perdido para ellos, que mi pensamiento les sea dulce, ligero y perfumado de su recuerdo. He pasado como una flor, y nada triste debe quedar de mi rápido pasaje.


P. ¿En qué consiste que vuestro lenguaje es tan poético y tan poco en relación con la posición que teníais en la Tierra?


R. Mi alma es la que habla. Sí, tenía conocimientos adquiridos, y muchas veces permite Dios que espíritus inteligentes se encarnen entre los hombres más rudos para hacerles presentir las delicadezas que alcanzarán y comprenderán más tarde.


Sin esta explicación tan lógica y tan conforme con la solicitud de Dios por sus criaturas, con dificultad nos daríamos cuenta de lo que desde luego podría aparecer como una anomalía. En efecto, ¿qué circunstancia es más encantadora y poética que el lenguaje del espíritu de esta joven, educada en medio de los más rudos trabajos? El contraste se ve muchas veces. Con un fin opuesto se encarnan espíritus inferiores entre los hombres más adelantados y, para su propio adelanto, Dios les pone en contacto con un mundo ilustrado, y algunas veces, para servir de prueba a este mismo mundo. ¿Qué otra filosofía puede resolver tales problemas?