EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Clara

Sociedad de París, 1861


El espíritu que ha dictado las comunicaciones siguientes es el de una mujer, que el médium había conocido en su vida, y cuya conducta y carácter justifican bastante los tormentos que sufre. Sobre todo estaba dominada por un sentimiento de egoísmo y de personalidad que se refleja en la tercera comunicación, y por su pretensión en querer que el médium no se ocupe más qué de ella. Estas comunicaciones se han obtenido en diversas épocas. Las tres últimas denotan un progreso apreciable en las disposiciones del espíritu, gracias a los cuidados del médium, que había emprendido su educación moral.


1. “Heme aquí, yo, la desgraciada Clara. ¿Qué quieres que te enseñe? La resignación y la esperanza sólo son palabras para aquel que sabe que, innumerables como las arenas de las playas, sus sufrimientos durarán interminable sucesión de siglos. ¿Puedo endulzarlos, dices tú?. ¡Qué palabra tan vaga! ¿Dónde está el valor y la esperanza para eso? Procura, pues, con tu cerebro limitado, poder comprender lo que es un día que no acaba jamás. ¿Es acaso un día, un año, un siglo? ¿Qué sé yo lo que es? Las horas no lo dividen, las estaciones no lo varían: eterno y lento, como el agua que destila gota a gota de una roca, este día execrado, este día maldito, pesa sobre mí como una capa de plomo... ¡Yo sufro!... Sólo veo a mi alrededor sombras silenciosas e indiferentes... ¡Yo sufro!


“Sin embargo, yo sé que por encima de esta miseria reina Dios, el Padre, el Señor, aquel hacia quien todo se dirige. Quiero pensar en Él, quiero implorarle. Hago esfuerzos y estoy como un lisiado que se arrastra a lo largo del camino. No sé qué poder me atrae hacia ti. Puede que en ti encuentre mi salvación. Me despido un poco más tranquila y animada, como un viejo temblando de frío a quien reanima un rayo de sol. Mi alma helada toma nueva vida acercándome a ti.”


2. “Mi desgracia aumenta todos los días, aumenta a medida que el conocimiento de la eternidad se desenvuelve ante mí. ¡Oh, miseria! ¡Cuánto os maldigo, horas culpables, horas de egoísmo y de olvido, en que desconociendo toda caridad, toda abnegación, no pensaba más que en mi bienestar! ¡Malditas seáis, humanas comodidades! ¡Vanas preocupaciones de intereses materiales! ¡Malditas seáis vosotras que me habéis cegado y perdido! Estoy roída por la incesante pena del tiempo transcurrido.


“¿Qué quieres que te diga a ti que me escuchas? Vela sin cesar por ti, ama a los otros más que a ti mismo, no te rezagues en los caminos del bienestar, no engordes tu cuerpo a costa de tu alma, vela, como decía el Salvador a sus discípulos. No me des gracias por estos consejos, mi espíritu los concibe, mi corazón no los ha escuchado jamás. Como un perro zurrado, el miedo me hace arrastrar, pero no conozco todavía al amor libre. ¡Su divina aurora tarda mucho en levantarse! ¡Ruega por mi alma escuálida y miserable!”


3. “Vengo en busca tuya hasta encontrarte, puesto que me olvidáis ¿Crees acaso que las oraciones aisladas y el recuerdo de nombre pueden bastar para el alivio de mi pena? No, cien veces no. Rujo de dolor. Errante, sin reposo, sin asilo, sin esperanza, sintiendo el eterno aguijón del castigo hundirse en mi alma sublevada.


“Río cuando oigo vuestras quejas, cuando os veo abatidos. ¡Qué son vuestras pálidas miserias! ¡Qué vuestras lágrimas! ¡Qué vuestros tormentos que el sueño mitiga! ¿Duermo yo acaso? Quiero, ¿entiendes?, quiero que, dejando tus disertaciones filosóficas, te ocupes de mí, que hagas que los otros se ocupen también.


“No encuentro palabras para pintar la angustia de este tiempo que corre, sin que las horas marquen sus períodos. Apenas veo un débil rayo de esperanza, y esta esperanza eres tú quien me la das, no me abandones.”


4. El espíritu de san Luis:


“Este cuadro es muy verdadero, porque en él nada se exagera. Puede que se pregunte qué hizo esa mujer para ser tan desdichada ¿Cometió algún crimen horrible? ¿Robó, asesinó? No, no ha hecho nada que haya merecido castigo de la justicia de los hombres. Se ocupaba, al contrario, en lo que 1lamáis la felicidad terrestre: hermosura, fortuna, placeres, adulaciones, todo le sonreía, nada le faltaba, y no se podía menos de decir al verla: ¡Qué feliz mujer!, y se envidiaba su suerte. ¿Qué ha hecho, decís? Fue egoísta. Todo lo tenía, excepto un buen corazón. Si no violó la ley de los hombres, ha violado la ley de Dios, porque ha desconocido la caridad, la primera de las virtudes. No amó a nadie sino a sí misma. Ahora nadie la ama. No dio nada, nada se le da. Está aislada, desamparada, abandonada, perdida en el espacio, donde nadie piensa en ella. Nadie se ocupa de ella. Esto es lo que constituye su suplicio. Como sólo procuró los goces mundanos, y hoy esos goces no existen, el vacío se ha formado a su alrededor. Sólo ve la nada, y la nada le parece la eternidad. No sufre tormentos físicos, los diablos no vienen a atormentarla, pero esto no es necesario: se atormenta a sí misma, y sufre mucho más, porque los diablos serían también seres que pensarían en ella. El egoísmo hizo su alegría en la Tierra. El mismo egoísmo la persigue, y ahora es el gusano que le roe el corazón. Es su verdadero demonio.”
San Luis


5. “Os hablaré de la diferencia notable que existe entre 1a moral divina y la moral humana. La primera asiste a la mujer adúltera en su abandono, y asegura a los pecadores: «Arrepentíos, y el reino de los cielos se os abrirá.» La moral divina, en fin, acepta todo arrepentimiento y todas las faltas confesadas, mientras que la moral humana rechaza éstas y admite, sonriendo, los pecados ocultos que -dice-, son medio perdonados. En la una la gracia del perdón, en la otra la hipocresía. ¡Elegid, espíritus ávidos de verdad! Elegid entre los cielos abiertos al arrepentimiento, y la tolerancia que admite el alma que no molesta su egoísmo y sus falsas conveniencias, pero que rechaza la pasión y los sollozos por las faltas confesadas a la luz del día. Arrepentíos vosotros, todos los que pecáis, renunciad al mal, pero, sobre todo, renunciad a la hipocresía, que sufre su fealdad con la máscara risueña y engañosa de las mutuas conveniencias.”


6. “Ahora estoy tranquila, y resignada a la expiación de las faltas que he cometido. El alma está en mí y no fuera de mí. Yo soy, pues, la que debo cambiar, y no los hechos exteriores. Llevamos en nosotros nuestro cielo y nuestro infierno. Y nuestras faltas, grabadas en la conciencia, salen sin detenerse en el día de la resurrección, y entonces somos nuestros propios jueces, puesto que el estado de nuestra alma nos eleva o nos precipita.


“Me explicaré: un espíritu manchado y abrumado por sus faltas no puede concebir ni desear una elevación que no podría soportar. Creedlo, así como las diferentes especies de seres viven cada una en la esfera que le es propia, del mismo modo los espíritus, según el grado de su adelanto, se mueven en el centro de sus facultades. No conciben otro sino cuando el progreso, instrumento de la lenta transformación de las almas, les saca de sus pensamientos rastreros y les hace despojar de la crisálida del pecado, a fin de que puedan revolotear, antes de lanzarse rápidos como flechas hacia Dios, que viene a ser el fin único y deseado. ¡Ay de mí! Me arrastro todavía, pero no aborrezco y concibo la inefable dicha del amor divino. Ruega, pues, siempre por mí, que espero y aguardo.”


En la comunicación siguiente, Clara habla de su marido, de quien había tenido que sufrir mucho en su vida, y de la posición en la que se encuentra hoy en el mundo de los espíritus. Este cuadro, que no había podido acabar por sí misma, fue completado por el guía espiritual del médium.


7. “Vengo a ti después de tanto tiempo que me tienes olvidada, pero he adquirido la paciencia y no he perdido la esperanza. Tú quieres saber cuál es la situación del pobre Félix. Está errante en las tinieblas, siendo presa de la profunda desnudez de su alma. Su ser superficial y ligero, manchado por el placer, ha ignorado siempre el amor y la amistad. La pasión no le ha iluminado todavía con sus luces sombrías. Comparo su estado presente al de un niño incapaz para los actos de la vida y privado del socorro de los que le asisten. Félix anda errante y espantado en este mundo extraño, donde todo resplandece con el esplendor de Dios, a quien ha negado.”


El guía del médium:


8. “Clara no puede continuar el análisis de los sufrimientos de su marido sin sentirlos también. Voy a hablar por ella.


“Félix, que era superficial tanto en las ideas como en los sentimientos, Violento porque era débil, disoluto porque era frío, ha vuelto a entrar en el mundo de los espíritus, desnudo de moral como lo era en el físico. Entrando en la vida terrestre, nada ha adquirido, y por consiguiente, tiene que empezarlo todo. Como un hombre que se despierta de un largo sueño, y que reconoce cuán vana era la agitación de sus nervios, este pobre ser, saliendo de la turbación, reconocerá que vivió de quimeras que fascinaron su existencia. Maldecirá el materialismo, que le ha hecho abrazar el vacío, cuando creía estrechar una realidad. Maldecirá el positivismo, que hacía que llamase desvaríos a las ideas de una vida futura; a las aspiraciones, locuras; y a la creencia en Dios, debilidad. El desgraciado, despertándose, verá que estos nombres de que ha hecho burla eran la fórmula de lo verdadero, y que al revés de la fábula, la caza de la presa ha sido menos provechosa que la de la sombra.”
Georges


Estudios sobre la comunicación de Clara.


Estas comunicaciones son instructivas, sobre todo porque nos demuestran una de las cuestiones más corrientes de la vida: el egoísmo. No se ven en ella los grandes crímenes que espantan aun a los hombres perversos, sino la condición de una porción de gentes que viven en el mundo, honrados y buscados, porque tienen un cierto barniz y que no caen bajo la vindicta de las leyes sociales. Estos no son tampoco, en el mundo de los espíritus, castigos excepcionales cuyo cuadro hace temblar, sino una situación sencilla, natural, consecuencia de su manera de vivir y del estado de su alma. El aislamiento, el abandono: he ahí el castigo de aquel que no ha vivido más que para sí. Clara era, como se ha visto, un espíritu muy inteligente, pero un corazón seco. En la Tierra, su posición social, su fortuna, sus ventajas físicas le atraían homenajes que lisonjeaban su vanidad, y esto le bastaba. Allí no encuentra sino indiferencia, y el vacío se hace a su alrededor, castigo más punzante que el dolor, porque mortifica, pues el dolor inspira piedad, compasión. Además, éste es un medio de atraerse las miradas, de hacer que se ocupen de ella para que se interesen por su suerte.


La sexta comunicación encierra una idea enteramente verdadera respecto a la obstinación de ciertos espíritus en el mal. Se sorprende uno de ver que son insensibles al pensamiento, al mismo espectáculo de la dicha que gozan los buenos espíritus. Puede decirse que están exactamente en la posición de los hombres degradados que se complacen en el fango y en las alegrías groseras y sensuales. Allí estos hombres están en cierto modo en su centro. No conciben los goces delicados, prefieren sus harapos manchados a los vestidos elegantes y brillantes, porque se hallan más a gusto con los suyos. Prefieren sus fiestas báquicas a los placeres de la buena sociedad. Se han identificado de tal manera con este género de vida, que para ellos ha venido a ser una segunda naturaleza. Se creen también incapaces de elevarse sobre su esfera, y por esto permanecen en ella, hasta que una transformación de su ser haya abierto su inteligencia, desenvolviendo su sentido moral, y les haya hecho accesibles a sensaciones más delicadas.


Estos espíritus, cuando están desencarnados, no pueden instantáneamente adquirir la delicadeza del sentimiento, y durante un tiempo más o menos largo ocuparán lo más bajo del mundo espiritual, como han ocupado lo más bajo del mundo corporal. Permanecerán en él tanto tiempo cuanto sean rebeldes al progreso. Pero a la larga, con la experiencia, las tribulaciones y las miserias de encarnaciones sucesivas, llega un momento en que conciben alguna cosa mejor que la que tienen. sus aspiraciones se elevan. Comienzan a comprender lo que les falta y entonces es cuando hacen esfuerzos para adquirirlo y elevarse. Una vez va en esta vía, marchan con rapidez, porque han probado una satisfacción que les parece muy superior, y comparándola con las sensaciones groseras, acaban éstas por inspirarles repugnancia.


A san Luis:


P. ¿Qué debe entenderse por las tinieblas en que están sumergidas ciertas almas que sufren? ¿Serán las mismas de que habla con tanta frecuencia la escritura? R. Las tinieblas de que se trata son en realidad las designadas por Jesús y los profetas, hablando del castigo de los malos. Pero esto no debe entenderse más que como una figura destinada a afectar los sentidos materiales de sus contemporáneos, que no hubieran podido comprender el castigo de una manera espiritual.


Ciertos espíritus están sumergidos en las tinieblas. Pero es preciso entender por eso una verdadera noche del alma, comparada a la oscuridad en que está sumergida la inteligencia del idiota. No es una locura del alma, sino una inconsciencia de sí misma y de lo que le rodea, que se presenta lo mismo a la vista que en ausencia de la luz material. Es, especialmente, el castigo de los que han dudado del destino de su ser: han creído en la nada, y la apariencia de esta nada viene a hacer su suplicio, hasta que el alma, vuelta en sí, venga a romper con energía la red de enervación moral de que se halla dominada. De la misma manera que un hombre agitado por un sueño penoso lucha en un momento dado con toda la potencia de sus facultades contra los terrores por los que se ha dejado dominar desde un principio. Esta reducción momentánea del alma a una nada ficticia, con el sentimiento de su existencia, es un sufrimiento más cruel de lo que podría imaginarse, en razón de la apariencia de reposo a que está sujeta. Este reposo forzado, esta nulidad de su ser, esta incertidumbre, es lo que forma su suplicio. El castigo más terrible es el fastidio de que está abrumada, porque nada percibe a su alrededor, ni objetos ni seres. Para el alma, éstas son las verdaderas tinieblas.
San Luis


Clara:


“Heme aquí, Puedo responder también a la citada pregunta sobre las tinieblas, porque he errado y sufrido largo tiempo en esos limbos, donde todo son sollozos y miserias. Sí, las tinieblas visibles de que habla la escritura existen, y los desgraciados que, habiendo terminado sus pruebas terrestres, dejan la vida, ignorantes o culpables, son sumergidos en la fría región, ignorantes de sí mismos y de sus destinos. Creen en la eternidad de su situación, balbucean todavía las palabras de la vida que les han seducido, se admiran y se espantan de su gran soledad.


“Son tinieblas estos lugares vacíos y poblados, estos espacios, a donde van a parar dolientes espíritus, errantes y pálidos, sin consuelo, sin afecciones, sin ningún socorro. ¿A quién se dirigirán? Sienten por un lado la eternidad que pesa sobre ellos, y tiemblan y lloran los mezquinos intereses que miden sus horas. Por otra parte, echan de menos la noche en que, sucediendo al día, pasaban muchas veces sus cuidados en un sueño feliz. Las tinieblas son para los espíritus la ignorancia, el vacío y el horror a lo desconocido... No puedo continuar...”


Se ha dado también de esta oscuridad la explicación siguiente:


“El periespíritu posee por su naturaleza una propiedad luminosa, que se desarrolla bajo el dominio de la actividad y de las cualidades del alma. Podría decirse que estas cualidades son, en cuanto al fluido periespiritual, lo que la frotación es respecto del fósforo. El brillo de la luz está en razón de la pureza del espíritu. Las menores imperfecciones morales la oscurecen y la debilitan. La luz que irradia de un espíritu es tanto más viva cuanto éste está más adelantado. Siendo el espíritu en cierto modo su porta-luz, ve más o menos, según la intensidad de la luz que produce, de donde dimana que los que no la producen están en la oscuridad.”


Esta teoría es enteramente exacta en cuanto a irradiación del fluido luminoso por los espíritus superiores, lo que la observación ha confirmado, pero no parece ser la verdadera causa, o al menos la única, del fenómeno de que se trata.


Teniendo en cuenta:


1. º Que todos los espíritus inferiores no están en las tinieblas.


2. º Que el mismo espíritu puede encontrarse alternativamente en la oscuridad.


3. º Que la luz es un castigo para ciertos espíritus muy imperfectos.


Si la oscuridad en que están sumergidos ciertos espíritus fuera inherentes a su personalidad, sería permanente y general para todos los espíritus malos, lo que no es así, puesto que espíritus más perversos ven perfectamente, mientras que otros a quienes no se puede calificar de perversos, están temporalmente en profundas tinieblas. Todo prueba, pues, que, además de la que le es propia, los espíritus reciben igualmente una luz exterior que les falta según las circunstancias, de donde debe concluirse que esta oscuridad depende de una causa o voluntad extraña, y que constituye un castigo para casos especiales determinados por la soberana justicia.


A san Luis:


P. ¿De dónde proviene que la educación moral de los espíritus desencarnados es más fácil que la de los encarnados? Las relaciones establecidas por el Espiritismo entre los hombres y los espíritus han dado lugar a observar que estos últimos se enmiendan con más rapidez bajo la influencia de consejos saludables que los que están encarnados, según se ve por las curas de obsesiones.


R. El encarnado, por su misma naturaleza, está en un estado de lucha incesante, en razón a los elementos contrarios de que está compuesto y que deben conducirle a su fin providencial obrando uno sobre otro. La materia sufre fácilmente la dominación de un fluido exterior. Si el alma no obra con toda la potencia moral de que es capaz, se deja dominar por el intermediario de su cuerpo, y sigue el impulso de las influencias perversas de que está rodeada. Esto sucede con una facilidad tanto más grande cuanto los invisibles que la estrechan atacan con preferencia las partes más vulnerables, esto es, las tendencias hacia la pasión dominante.


Todo eso se produce de distinta manera en el espíritu desencarnado. Es verdad que está todavía bajo una influencia semimaterial, pero este estado no es nada comparable con el del encamado. El respeto humano, tan preponderante en el hombre, es nulo para él, y este pensamiento no podía apremiarle a resistir mucho tiempo a las razones que su propio interés le muestra como buenas. Puede luchar, y generalmente lo hace, con más violencia que el encarnado, porque es más libre. Pero ninguna mira mezquina de interés personal ni posición social viene a poner trabas a su discernimiento. Lucha por amor al mal, pero adquiere pronto el sentimiento de su impotencia frente a la superioridad moral que le domina. El espejismo de un porvenir mejor tiene más acceso en él, porque se halla en la misma vía en que debe cumplirse, y esta perspectiva no se borra por el torbellino de los placeres humanos. En una palabra, como no está bajo la influencia de la carne, su conversión es más fácil, cuando sobre todo ha adquirido cierto desarrollo por las pruebas que ha sufrido.


Un espíritu enteramente primitivo sería poco accesible al raciocinio, pero es muy diferente en aquel que tiene la experiencia de la vida. Por otra parte, tanto en el encarnado como en el desencarnado debe actuarse sobre el alma, sobre el sentimiento. Toda acción material puede suspender momentáneamente los sufrimientos del hombre vicioso. Pero no puede destruir el principio mórbido que reside en el alma. Cualquier acto que no tienda a mejorar el alma, no puede apartarla del mal.


San Luis