EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Doble suicidio por amor y por deber

Un diario del 13 de junio de 1862 contenía el hecho siguiente: “La Srta. Palmira, modista, que vivía con sus padres, estaba dotada de un exterior encantador, al que reunía el más amable carácter. Así es que tenía muchos pretendientes. Entre los aspirantes a su mano había distinguido al Sr. B..., que sentía por ella una viva pasión. Aunque ella también le amaba mucho, creyó, sin embargo, que debía, por respeto filial, ceder a los deseos de sus padres, casándose con el Sr. D..., cuya posición social les parecía más ventajosa que la de su rival.


“Los Srs. B... y D... eran amigos íntimos. Aunque no tenían entre sí ninguna relación de interés, no cesaron de verse. El amor mutuo de B... y de Palmira, esposa ya del Sr. D..., no se había debilitado en modo alguno. Como se esforzaban en comprimirlo, se aumentaba en razón de la misma violencia que se hacían. Para tratar de extinguirlo, B. .. tomó el partido de casarse. Contrajo matrimonio con una joven que poseía eminentes cualidades, e hizo todo lo posible para amarla, pero no tardó en apercibirse de que este medio heroico era impotente para curarle. Sin embargo, durante cuatro años, ni B... ni la Sra. de D... faltaron a sus deberes. Lo que tuvieron que sufrir no podría expresarse, porque D... , que estimaba verdaderamente a su amigo, le atraía siempre a su casa, y cuando quería marcharse, le obligaba a permanecer en ella.


“Los dos amantes, aproximados un día por una circunstancia fortuita que no habían buscado, se comunicaron el estado de su alma, y concordaron en el pensamiento de que la muerte era el único remedio de los males que sentían. Resolvieron matarse juntos, y poner su proyecto en ejecución al día siguiente, debiendo estar el Sr. D... ausente de su domicilio una gran parte del día. Después de haber hecho sus últimos preparativos, escribieron una larga y tierna carta explicando la causa de su muerte, que se daban por no faltar a sus deberes. Terminaba con una petición de perdón, y la súplica de que fuesen reunidos en la misma tumba.


“Cuando el Sr. D... entró, los encontró asfixiados. Respetó su último deseo, y quiso que en el cementerio no estuviesen separados.”


Habiéndose propuesto este hecho a la Sociedad de París como objeto de estudio, contestó un espíritu:


“Los dos amantes que se han suicidado no pueden aún responderos. Los veo, están sumergidos en la turbación y espantados por el soplo de la eternidad. Las consecuencias morales de su falta les castigarán durante emigraciones sucesivas, en las que sus almas desunidas se buscarán sin cesar, y sufrirán el doble suplicio del presentimiento y del deseo. Cumplida la expiación, se reunirán para siempre en el seno del eterno amor. Dentro de ocho días, en vuestra próxima sesión, podréis evocarles. Vendrán, pero no se verán, una noche profunda oculta por largo tiempo al uno del otro.”


Evocación de la mujer.


1. ¿Veis a vuestro amante por el cual os habéis suicidado? R. Yo no veo nada, ni tampoco a los espíritus que van conmigo de una parte a otra en la morada donde estoy. ¡Qué noche!, ¡qué noche!, y ¡qué espeso velo sobre mi rostro!


2. ¿Qué sensación habéis experimentado, cuando os despertasteis después de vuestra muerte? R. ¡Extraña, tenía frío y quemaba! ¡Corría hielo por mis venas y tenía fuego en mi frente! ¡Cosa rara, mezcla inaudita! ¡El hielo y el fuego parecían oprimirme! Pensaba que iba a sucumbir por segunda vez.


3. ¿Sentís algún dolor físico? R. Todo mi sufrimiento está aquí, aquí. P. ¿Qué queréis decir, cuando referís aquí, aquí? J R. Aquí, en mi cerebro. Aquí, en mi corazón.


Es probable que si se hubiera podido ver al espíritu, se le habría visto llevar la mano a su frente y a su corazón.


4. ¿Creéis que estaréis siempre en esta situación? R. ¡Oh! ¡Siempre, siempre! Oigo algunas veces risas infernales, voces espantosas, como si aullaran, diciendo estas palabras: ¡Siempre así!


5. ¡Pues bien! Podemos afirmaros con toda seguridad que no siempre estaréis así. Arrepintiéndoos, obtendréis vuestro perdón. R. ¿Qué habéis dicho? No entiendo.


6. Os repito que vuestros sufrimientos tendrán un término, que podréis abreviar con vuestro arrepentimiento, y os ayudaremos a ello por medio de la oración. R. No he oído más que una palabra y vagos sonidos. Esta palabra es ¡gracia! ¿Acaso me queréis hablar de gracia? ¡Habéis hablado de gracia, sin duda es el alma que pasa por mi lado, pobre criatura que llora y espera!


Una señora de la Sociedad dijo que acababa de dirigir una súplica por esta infortunada y que sin duda es esto lo que la ha afectado, que había, en efecto, mentalmente implorado por ella la gracia de Dios.


7. Decís que estáis en las tinieblas, ¿acaso no nos veis? R. Me es permitido oír algunas de las palabras que pronunciáis, pero no veo nada más que un crespón negro en cuyo fondo se dibuja, a ciertas horas, una cabeza que llora.


8. Si no véis a vuestro amante, ¿deberéis sentir su presencia, puesto que está a vuestro lado? R. ¡Ah! No me habléis de él, debo olvidarle por ahora, si quiero que se borre la imagen que veo trazada en el crespón.


9. ¿Qué imagen es esa? R. La de un hombre que sufre y cuya existencia moral en la Tierra ha muerto para mucho tiempo.


Leyendo este relato, se dispone uno enseguida a encontrar en este suicidio circunstancias atenuantes, y hasta a considerarlo como un acto heroico, puesto que fue provocado por el sentimiento del deber. Se ve que ha sido juzgado de otra manera, y que la pena de los culpables será larga y terrible por haberse procurado voluntariamente la muerte, a fin de huir de la lucha. La intención de no faltar a su deber era honrosa sin duda, y les será tomada en cuenta más tarde, pero el verdadero mérito hubiera consistido en vencer los grandes impulsos del corazón, mientras que hicieron como el desertor que se esconde en el momento del peligro.


La pena de los dos culpables consistirá, como se ve, en buscarse mucho tiempo sin encontrarse, sea en el mundo de los espíritus, sea en otras encarnaciones terrestres. La pena se agrava momentáneamente con la idea de que su estado presente debe durar siempre. Este pensamiento, formando parte del castigo, ha sido causa de que no se les permitiese oír las palabras de esperanza que se les dirigieron. A aquellos que encuentran esta pena muy terrible y muy larga, sobre todo si no debe cesar sino después de muchas encarnaciones, les diremos que su duración no es absoluta, y que dependerá de la manera como soporten sus pruebas, pudiéndoles ayudar con la oración. Serán, como todos los espíritus culpables, árbitros de su propio destino. Sin embargo. ¿no vale más esto que la condenación eterna, sin esperanza, a la cual son irrevocablemente condenados, según la doctrina de la iglesia, que los considera de tal modo destinados para siempre al infierno, que les rehúsa las últimas oraciones, sin duda como inútiles?