EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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12. La felicidad de los espíritus bienaventurados no consiste en la ociosidad contemplativa, que sería, como a menudo se ha dicho, una terna y fastidiosa inutilidad. La vida espiritual, en todos los grados, es, por el contrario, una actividad constante; pero una actividad exenta de fatigas.


La suprema dicha consiste en el goce de todos los esplendores de la Creación, que ninguna lengua humana podría expresar y que ni la imaginación más desarrollada podría concebir. Consiste en el conocimiento y la penetración de todas las cosas, en la carencia de todas las penas físicas y morales, en una satisfacción íntima, en una serenidad de alma que nada turba, en el amor puro que une todos los seres, resultado de ningún roce ni contacto con los malos, y, sobre todo, en la visión de Dios y en la contemplación de sus misterios revelados a los más dignos. Consiste también en las funciones, cuyo encargo es una dicha. Los espíritus puros son los mesías mensajeros de Dios para la transmisión y la ejecución de sus voluntades. Llevan a cabo las grandes misiones, presidiendo a la formación de los mundos y a la armonía general del Universo, cometido glorioso al cual se llega con la perfección. Los espíritus de rango más elevado son los únicos iniciados en los secretos de Dios, inspirándose en su pensamiento, puesto que son sus representantes directos.