EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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3. Cuando más cerca están los hombres del estado primitivo, tanto más materiales son. El sentido se desarrolla en ellos con más lentitud. Por esta misma razón sólo pueden tener de Dios y de sus atributos una idea muy imperfecta, lo mismo que de la vida futura. Asimilan a Dios a su propia naturaleza. Para ellos es un soberano absoluto, tanto más temible cuanto más invisible, como un monarca déspota que, escondido en su palacio, no se muestra nunca a sus súbditos. Sólo es poderoso por la fuerza material, porque no comprenden la fuerza moral. Se lo representan armado con el rayo, o en medio de los relámpagos y de la tempestad, sembrado en sus excursiones la ruina y el desconsuelo, a imitación de los guerreros invencibles. Un Dios de mansedumbre y de misericordia no sería un Dios, y sí un ser débil que no sabría hacerse obedecer. La venganza implacable, los castigos terribles, eternos, nada tenían que contradijeran la idea que tenían formada de Dios, ni que repugnase a su razón. Implacables como eran en sus resentimientos, crueles para con sus enemigos, sin piedad para los vencidos, Dios, muy superior a ellos, debía ser todavía más terrible.


Para hombres tales, se necesitan creencias religiosas asimiladas a su naturaleza todavía adusta. Una religión completamente espiritual, toda amor y caridad, no podía hermanarse con la brutalidad de las costumbres y de las pasiones. No vituperamos, pues, a Moisés por su legislación draconiana, que apenas bastaba para contener a su pueblo indócil, ni el haber representado a Dios como a un Dios vengador.


Era necesario en aquella época. La apreciable doctrina de Jesús no habría encontrado eco y hubiera sido ineficaz.