EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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III. Mientras que tengamos nuestro cuerpo y el alma se encuentre sumergida en esta corrupción, nunca poseeremos el objeto de nuestros deseos: la verdad. En efecto, el cuerpo nos suscita mil obstáculos por la necesidad que tenemos de cuidarle; además, nos llena de deseos, de apetito, de temores, de mil quimeras y de mil tonterías, de manera que con él es imposible ser prudente ni un instante. Pero si es imposible conocer nada con pureza mientras el alma está unida al cuerpo, es necesario que suceda una de estas dos cosas: o que nunca jamás se conozca la verdad o que se conozca después de la muerte. Desembarazados de la locura del cuerpo, entonces conversaremos, es de esperar, como hombres igualmente libres, y conoceremos por nosotros mismos la esencia de las cosas. Por esto los verdaderos filósofos se preparan a morir, y la muerte no les parece espantosa. ("Cielo e Infierno", 1ª parte, cap. II; 2ª parte, cap. I). Este es el principio de las facultades del alma, obscurecidas por el intermediario de los órganos corporales y de la expansión de sus facultades después de la muerte; pero aquí se trata de las almas escogidas, ya purificadas, pues no sucede lo mismo con las almas impuras.