EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Sufrir bien y sufrir mal

18. Cuando Cristo dijo: "Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados", no entendía decirlo por los que sufren en general, porque todos los que están en la tierra sufren, ya habiten el palacio, ya la cabaña; pero ¡ah! pocos sufren bien, pocos comprenden que sólo las pruebas que se sobrellevan bien son las que conducen al reino de Dios. No tener valor es una falta; Dios os niega los consuelos porque no tenéis ánimo. La oración es un sostén para el alma, pero no basta; es menester que esté apoyada en una fe viva en la bondad de Dios. Se os ha dicho a menudo que no impone una pesada carga sobre espaldas débiles, sino que la carga es proporcionada a las fuerzas, así como la recompensa será proporcionada a la résignación y al valor; la recompensa será más preciosa cuan to mayor haya sido la aflicción, pero esta recompensa es necesario merecerla, y por esto la vida está llena de tribulaciones. El militar que no entra en fuego, no está contento, porque el descanso del campamento no le procura el ascenso; sed, pues, como el militar, y no deseéis un descanso que debilitaría vuestro cuerpo y embotaría vuestra alma. Cuando Dios os envíe la lucha, quedad satisfechos. Esta lucha no es el fuego de la batalla, sino las amarguras de la vida en la que muchas veces se necesita más valor que en un combate sangriento, porque habrá quien se mantenga firme en frente del enemigo y se dejará vencer por una pena moral. El hombre no tiene recompensa para esta clase de valor, pero Dios le reserva coronas y un lugar glorioso. Cuando tengáis un motivo de pena o de contrariedad, procurad haceros superiores a él, y cuando lleguéis a dominar los impulsos de la impaciencia, de la cólera o de la desesperación, podréis decir con justa satisfacción: "He sido el más fuerte".

"Bienaventurados los afligidos", puede, pues, traducirse de este modo: Bienaventurados aquellos que tienen ocasión de probar su fe, su firmeza, su perseverancia y su sumisión, a la voluntad de Dios, porque tendrán centuplicados los goces que les faltan en la tierra, y después del trabajo vendrá el descanso. (Lacordaire, Havre, 1863).