EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

Volver al menú
Los tormentos voluntarios

23. El hombre va incesantemente en busca de la felicidad que se le escapa, porque la felicidad perfecta no existe en la tierra. Sin embargo, en las vicisitudes que forman el cortejo inevitable de su vida, podría gozar, por lo menos, de una felicidad relativa; pero él la busca en las cosas perecederas y sujetas a las mismas vicisitudes, es decir, en los goces materiales, en vez de buscarla en los goces del alma, que son un goce anticipado de los placeres celestes imperecederos; en lugar de buscar la "paz del corazón", única felicidad real en la tierra, está ávido de todo lo que puede agitarle y turbarle, y, ¡cosa singular!, parece que se crea de intento tormentos que estaría en su mano evitar. ¿Los hay, acaso, más grandes que los que causan la envidia y los celos? Para el envidioso y celoso, no hay reposo; ambos tienen una fiebre continua; lo que ellos no tienen y lo que poseen los demás, les causa insomnios; la prosperidad de sus rivales les da vértigos; su emulación sólo se ejerce para eclipsar a sus vecinos; todo su placer consiste en excitar en los insensatos como ellos, la rabia de los celos de que están poseídos. Pobres obcecados, que no piensan que mañana les será preciso dejar todos estos juguetes, cuya codicia envenena su vida. A éstos no se aplican estas palabras: "Bienaventurados los afligidos porque ellos serán consolados", porque sus cuidados no son de aquellos que tienen compensación en el Cielo. Por el contrario, !cuántos tormentos se ahorra el que sabe contentarse con lo que tiene, que ve sin envidia lo que no tiene, que no pretende parecer más de lo que es! Siempre es rico, porque si mira hacia abajo en vez de mirar hacia arriba, siempre verá gentes que aun tienen menos; vive tranquilo, porque no se crea necesidades quiméricas, y la calma en medio de los huracanes de la vida ¿no es acaso una felicidad? (Fenelón. Lyon, 1860).