EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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17. Sed indulgentes para con las faltas de los otros, cualesquiera que sean; sólo debéis juzgar con severidad vuestras acciones, y el Señor usará de indulgencia con vosotros, así como vosotros la habréis usado para con los demás.

Sostened a los fuertes animándoles a la perseverancia; fortificad a los débiles enseñándoles la bondad de Dios, que toma en cuenta el menor arrepentimiento; mostrad a todos el ángel del arrepentimiento extendiendo sus blancas alas sobre las faltas de los humanos, velándolas de este modo a los ojos de aquél que no puede ver lo que es impuro. Comprended toda la misericordia infinita de vuestro Padre, y no os olvidéis jamás de decirle con vuestro pensamiento; y sobre todo con vuestros actos: "Perdonad nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido". Comprended bien el valor de esas sublimes palabras: no sólo su letra es admirable, sí que también la enseñanza que encierra. ¿Qué solicitáis del Señor cuando le pedís que os perdone? Es sólo el olvido de vuestras ofensas, olvido que os deja en la nada, porque Dios se contenta con olvidar vuestras faltas, no castiga, "pero tampoco recompensa". La recompensa no puede ser el precio del bien que no se ha hecho y aun menos del mal causado, aun cuando este mal fuese olvidado. Pidiéndole el perdón de vuestras infracciones, me pedís el favor de sus gracias para no volver a caer en la falta y la fuerza necesaria para entrar en el buen camino, camino de sumisión y de amor en el que podéis añadir la reparación al arrepentimiento.

Cuando perdonéis a vuestros hermanos, no os contentéis con correr el velo del olvido sobre sus faltas; este velo es a menudo muy transparente a vuestros ojos; cuando les perdonéis, ofrecedles al mismo tiempo vuestro amor; haced por ellos lo que quisiérais que vuestro Padre celeste hiciere por vosotros. Reemplazad la cólera que mancha por el amor que purifica. Predicad con vuestro ejemplo esa caridad activa, infatigable, que Jesús os ha enseñado: predicadla como El mismo lo hizo todo el tiempo que vivió en la tierra visible a los ojos del cuerpo, y como la ha predicado también sin cesar desde que sólo es visible a los ojos del espíritu. Seguid a ese divino modelo; no os apartéis de sus pasos; ellos os conducirán al lugar de refugio en donde encontraréis el reposo después de la lucha. Cargáos, como él, con vuestra cruz, y subid penosamente, pero con ánimo, vuestro calvario; en la cumbre está la glorificación. (Juan, obispo de Bordeaux, 1862).