EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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13. Siendo el hombre el depositario, el gerente de los bienes que Dios pone en sus manos, se le pedirá una cuenta severa del empleo que haya hecho de ellos, en virtud de su libre albedrío. El mal uso consiste en hacerlos sólo servir para su satisfacción personal; al contrario, el uso es bueno siempre que resulta un bien cualquiera para otro; el mérito es proporcionado al sacrificio que uno se impone. La beneficencia sólo es un modo de emplear la fortuna; consuela la miseria actual, apacigua el hambre, guarda del frío y da un asilo a aquél que no lo tiene; pero un deber también imperioso y meritorio consiste en precaver la miseria; ésta es, sobre todo, la misión de las grandes fortunas, por los trabajos de todas clases que pueden hacer ejecutar, y aun cuando redundase en su provecho legítimo, no existiría menos el bien porque el trabajo desarrolla la inteligencia y eleva la dignidad del hombre, siempre ávido de poder decir que gana el pan que come, mientras que la limosna humilla y degrada. La fortuna concentrada en una mano debe ser como un manantial de agua viva que esparce la fecundidad y el bienestar a su alrededor. ¡Oh, vosotros, ricos, si la empleáis según las miras del Señor, vuestro corazón será el primero que apagará su sed en este benéfico manantial de beneficencia; vosotros tendréis en la vida los inefables goces del alma, en vez de los goces materiales del egoísta que dejan el vacío en el corazón! Vuestro nombre será bendecido en la tierra, y cuando la dejéis el soberano Señor os dirigirá la palabra de la parábola de los talentos: "Oh, buen fiel servidor, participad de los goces de vuestro Señor". En esta parábola, el servidor que esconde en la tierra el oro que le ha sido confiado, ¿no es, acaso, la imagen de los avaros entre cuyas manos la fortuna es improductiva? Aun cuando Jesús habla de las limosnas, es porque en aquel tiempo y en aquel país en que vivía, no se conocían los trabajos que las artes y la industria han creado después, y en las cuales puede ser la fortuna empleada útilmente para el bien general. A todos aquellos que pueden dar poco o mucho, les diré pues: Haced limosna cuando sea necesario, pero tanto como sea posible, convertidla en salario, a fin de que el que la reciba no se avergüence. (Fenelón, Argel, 1860.)