EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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10. Sólo los espíritus puros reciben la misión de transmitir la palabra de Dios, pues hoy sabemos que los espíritus están lejos de ser todo perfectos y que algunos intentan aparentar lo que no son, razón por la cual San Juan ha dicho: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios” (Primera Epístola Universal de San Juan Apóstol 4:1). Hay revelaciones apócrifas y mentirosas, pero también las hay serias y verdaderas. El carácter esencial de la revelación divina es el de verdad eterna. Toda revelación factible de error o sujeta a modificaciones no emana de Dios. Es por eso que el Decálogo presenta los caracteres de su origen, mientras que las otras leyes mosaicas de índole transitoria, a menudo contradictorias con la ley del Sinaí, son la obra personal y política del legislador hebreo. Al dulcificarse las costumbres del pueblo, las leyes cayeron en desuso, mientras que el Decálogo, faro de la Humanidad, siguió en pie. Cristo construyó el edificio de sus enseñanzas basándolo en el Decálogo, mientras que abolió las otras leyes. Si éstas hubiesen sido obra de Dios, no las hubiera tocado. Cristo y Moisés son los dos grandes reveladores que cambiaron la faz del mundo, y en ello reside la prueba de la misión divina de ambos. Una obra puramente humana no hubiera poseído tanta fuerza.