EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Estado primitivo del globo

15. El achatamiento de los polos y otros hechos concluyentes señalan con certeza que la Tierra en su origen se hallaba en un estado de fluidez o pastosidad. La razón de este estado pudo haber sido la materia licuada por el fuego o empapada por el agua. El proverbio dice: “No hay humo sin fuego.” Esta proposición, rigurosamente cierta, es una aplicación del principio: No hay efecto sin causa. Por la misma razón, se puede decir: No hay fuego sin hogar. Ahora bien, por los hechos que ocurren en nuestra presencia, sabemos que un hogar debe producir fuego, no solamente humo. Como ese fuego viene del interior de la Tierra y no de lo alto, el hogar debe ser interior. Al ser el fuego permanente, también debe serlo el hogar. El calor aumenta a medida que se penetra en el interior de la Tierra. A una cierta distancia de la superficie alcanza una temperatura muy elevada. La temperatura de las fuentes termales será mayor según se origine a menor o mayor profundidad. Los destellos y masas de materiales fundidos e inflamados que se escapan de los volcanes, como de inmensos tragaluces, o por hendiduras producidas por ciertos temblores de tierra, no dejan duda alguna sobre la existencia de un fuego interior.

16. La experiencia demuestra que la temperatura se eleva un grado por cada treinta metros de profundidad: de donde se deduce que a una profundidad de 300 m., el aumento será de 10º; a 3.000 m., de 100º, temperatura del agua en ebullición; a 30.000 m., de 1.000º; a 99km., de más de 3.300º, temperatura que ninguna materia conocida puede resistir sin fusionarse. De allí hasta el centro hay todavía una distancia de más de 6.378 km., dado que el diámetro es de 12.756km., y todo ese espacio estaría ocupado por materias fundidas. Aunque sólo sea una conjetura, juzgando la causa por el efecto, presenta todos los caracteres de la probabilidad, llegándose a esta conclusión: la Tierra es aún una masa incandescente recubierta por una corteza sólida de 25 leguas como máximo de espesor, lo que representaría apenas la 120.ª parte de su diámetro. En proporción, no llegaría a corresponder siquiera al grosor de la más fina cáscara de naranja. Además, el espesor de la corteza terrestre es muy variable, ya que hay regiones, sobre todo en terrenos volcánicos, donde el calor y la flexibilidad del suelo indican un grosor de muy poca consideración. La elevada temperatura de las aguas termales también señala la vecindad del fuego central.

17. De acuerdo con esto, parece evidente que el estado primitivo de fluidez o pastosidad de la Tierra debe haber tenido por causa la acción del calor y no la del agua. Entonces, la Tierra era en su origen una masa incandescente, y como consecuencia de la radiación calórica, ocurrió lo que acontece a toda materia en fusión: poco a poco se fue enfriando y ese enfriamiento comenzó obviamente en la superficie, que se endureció, mientras que el interior permaneció en estado de fluidez. Se puede comparar a la Tierra con un pedazo de carbón, que al salir del horno es todo rojo, mas su superficie se apaga y enfría en contacto con el aire, mientras que, si se lo parte, su interior permanece aún incandescente.

18. Cuando el globo terrestre era una masa incandescente, contenía la misma cantidad de átomos que encierra hoy, sólo que, bajo la influencia de la elevada temperatura, la mayor parte de las sustancias que lo componen y que vemos bajo la forma de líquidos o sólidos, de tierra, piedras, metales y cristales, se hallaban en un estado muy diferente. Se limitaron a sufrir una transformación, y como consecuencia del enfriamiento y las aleaciones, los elementos formaron nuevas combinaciones. El aire, considerablemente dilatado, debió extenderse a través de una inmensa distancia. La totalidad del agua, forzosamente reducida a vapor, estaba mezclada con el aire. Todas las materias susceptibles de volatilizarse, como los metales, el azufre y el carbono, se hallaban en estado gaseoso. El estado de la atmósfera no se parecía en nada al actual. La densidad de todos esos vapores le prestaban una opacidad que no podía atravesar ningún rayo del Sol. Si hubiese podido existir en esa época un ser vivo sobre la superficie terrestre, sólo lo hubiera iluminado el destello siniestro del hornillo ubicado bajo sus pies, y la atmósfera abrasadora no hubiera siquiera sospechado la existencia del Sol.