EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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46. Así como las enfermedades son el resultado de las imperfecciones físicas que hacen al cuerpo accesible a las influencias perniciosas exteriores, la obsesión proviene invariablemente de una imperfección moral que da lugar a un Espíritu malo. A una causa física, se opone una fuerza física; a una causa moral, es preciso que se anteponga una fuerza moral. Para preservarse de las enfermedades, se fortifica el cuerpo; para defenderse de la obsesión, es preciso fortificar el alma. De ahí que el obseso necesite trabajar para su propio mejoramiento, lo que la mayoría de las veces es suficiente para librarlo del obsesor sin el socorro de otras personas. Este socorro se vuelve necesario cuando la obsesión degenera en subyugación y en posesión, porque en esos casos no es raro que el paciente pierda la voluntad y el libre albedrío.


La obsesión pone de manifiesto casi siempre una venganza tomada por un Espíritu, cuyo origen muchas veces se encuentra en las relaciones que el obseso mantuvo con el obsesor en una existencia precedente.


En los casos de obsesión grave, el obseso queda como envuelto e impregnado de un fluido pernicioso que neutraliza la acción de los fluidos saludables y los rechaza. De ese fluido se lo debe liberar. Ahora bien, un fluido malo no puede ser eliminado por otro fluido malo. Por medio de una acción idéntica a la que lleva a cabo el médium curador en los casos de enfermedad, hay que expulsar el fluido malo con el auxilio de un fluido mejor.


Sin embargo, no siempre alcanza con esta acción mecánica; también es preciso, de manera especial, actuar sobre el ser inteligente, al cual hay que hablarle con autoridad. Ahora bien, sólo posee esa autoridad quien tiene superioridad moral. Cuanto mayor sea la superioridad moral, tanto mayor será también la autoridad.


Pero eso no es todo: para asegurar la liberación es necesario que el Espíritu perverso sea conducido a que renuncie a sus malos propósitos; que en él asome el arrepentimiento tanto como el deseo del bien, por medio de instrucciones hábilmente trasmitidas, en evocaciones hechas particularmente con vistas a su educación moral. Se podrá entonces tener la grata satisfacción de liberar a un encarnado, y de convertir a un Espíritu imperfecto.


La tarea resulta más fácil cuando el obseso comprende su situación y colabora con la voluntad y la plegaria. No sucede lo mismo cuando, seducido por el Espíritu que lo domina, se engaña acerca de las cualidades de este último y se complace en el error al que es conducido, porque entonces, en lugar de colaborar, el obseso rechaza la asistencia. Este es el caso de la fascinación, siempre muchísimo más rebelde que la más violenta subyugación. (Véase El Libro de los Médiums, Segunda Parte, Capítulo XXIII.)


En todos los casos de obsesión, la plegaria es el auxiliar más poderoso de que se dispone para oponerse a los propósitos maléficos del Espíritu obsesor.