Viaje Espírita en 1862

Allan Kardec

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Existe algo que es más pernicioso para el Espiritismo que los ataques apasionados de sus adversarios. Son las publicaciones que los seudo adeptos hacen en su nombre. Algunas de ellas son realmente lamentables, puesto que ofrecen de la Doctrina Espírita una idea falsa y la exponen al ridículo. Es de preguntarse por qué Dios permite esas cosas y no esclarece a todos los hombres de la misma manera. ¿Podrá haber algún medio para remediar ese inconveniente que nos parece uno de los mayores escollos de la Doctrina?

Esta cuestión es muy grave y demanda algunas explicaciones. Yo diría, inicialmente, que no hay una sola idea nueva, en especial cuando ella se reviste de cierta importancia, que no halle obstáculos. El propio Cristianismo fue herido en la persona de su jefe-fundador, acusándoselo de impostor. Y sus primeros apóstoles, sus propagadores iniciales, ¿no se enfrentaron con detractores terribles? ¿Por qué, entonces, el Espiritismo sería un privilegiado en tal sentido?

En segundo término, observaría que esto que veis como un mal, en realidad es un bien. Para comprender este hecho es preciso mirar, no el presente, sino hacia el futuro. La humanidad padece muchos males que la corroen y que tienen su origen en el orgullo y el egoísmo. ¿Pensaréis curarla rápidamente? ¿Consideráis que esas pasiones que reinan soberanas sobre ella se dejarán destronar con facilidad? ¡No! Ellas ocultan la cabeza para morder a aquellos que vienen a perturbar su tranquilidad. Esta es, no lo dudéis, la causa de ciertas oposiciones. La moral del Espiritismo no conviene a todas las gentes. Es por ello que, no atreviéndose a atacar a ésta, atacan a su fuente.

El Espiritismo realizó, indudablemente, verdaderos milagros de reforma moral; pero suponer que esa transformación pueda ser repentina y universal, sería desconocer a la humanidad. Entre los mismos espiritas existen aquellos que, como ya dije, sólo ven del Espiritismo lo superficial y no alcanzan a comprender su verdadera finalidad esencial. Sea por incapacidad de juzgamiento, sea por orgullo, de él aceptan lo que los lisonjea y rechazan lo que los humilla. No es de extrañarnos, pues, que algunos espiritas lo acepten de una manera parcializada. Eso puede ser desalentador en el presente, pero no tendrá mayores consecuencias en el futuro.

Preguntáis por qué Dios no impide las equivocaciones. ¡Preguntadle por qué no creó a los hombres perfectos en lugar de concederles el trabajo y el mérito de perfeccionarse; por qué no hizo a la criatura nacer adulta, esclarecida y dotada de raciocinio en vez de hacerla adquirir experiencia por medio de la vivencia; por qué el árbol sólo alcanza su desarrollo después de largos años de crecimiento y el fruto su madurez cuando es llegada la estación propicia! ¡Preguntadle por qué el Cristianismo, que es su ley y su obra, sufrió tantas fluctuaciones desde su nacimiento; por qué ha permitido que los hombres se sirvan de su nombre sagrado para cometer tantos abusos, tantas injusticias y tantos crímenes! Nada se hace en forma súbita en la Naturaleza, todo marcha gradualmente, conforme a las leyes inmutables del Creador, y esas leyes conducen indefectiblemente hacia el objetivo que Él fijó.

Ahora bien, la humanidad en la Tierra es aún joven, a pesar de la pretensión de sus doctos. El Espiritismo, también él, apenas acaba de nacer. Él, como veis, crece rápidamente y disfruta de una excelente salud. No obstante, es preciso darle el tiempo necesario para alcanzar la edad viril. Ya os dije que los embates que sufre, y que vosotros lamentáis, tienen su lado bueno. Son los mismos Espíritus quienes nos vienen a explicar esa cuestión. Seguidamente trascribimos un pasaje de cierta comunicación que se refirió a este respecto:

"Los espíritas esclarecidos deben felicitarse por el hecho de que las ideas falsas y contradictorias se hayan manifestado en este período inicial, puesto que al ser combatidas se desgastan y se destruyen durante el curso de la infancia del Espiritismo. Una vez purgado de cuanto haya de indeseable, él fulgurará con un brillo más vivo y marchará con un paso más firme hasta que haya alcanzado su pleno desarrollo".

A esa juiciosa apreciación agrego: es así como un niño está sujeto a los aconteceres propios de la infancia hasta que todo se equilibra. Pero, para evaluar el efecto de esas disidencias y contradicciones, basta con observar cómo ellas se producen. ¿En qué se apoyan? En opiniones individuales que pueden reunir a algunas personas, puesto que no hay idea, por más absurda que sea, que no encuentre adherentes. Como se sabe, se juzga su valor por la preponderancia que ella adquiere. Pues bien, ¿dónde veis esas ideas, de las que hablarnos, que tengan la capacidad de atraer e interesar conquistando simpatías? ¿Dónde se constituyen en escuela, amenazando, por el número de adherentes, la bandera que adoptasteis? ¡En ninguna parte! Por el contrario, las ideas divergentes asisten a la evasión constante de sus propulsores, quienes parten para adherir a la unidad que se constituye en ley para la inmensa mayoría, si no lo es para la totalidad. De todas las teorías que aparecieron relacionadas con el origen de las manifestaciones, ¿cuántas permanecen en pie? Entre esas teorías hay una que en cierta ciudad adquirió, años atrás, grandes proporciones. Decidme, ¿cuántos son sus adherentes en la actualidad? ¿No creéis que si fuese verdadera se habría divulgado y crecido con fuerza? En semejante caso, la constatación del número es un índice que no nos puede engañar. En cuanto a mí, yo os declaro que, si la Doctrina de la cual me hice propagador fuese rechazada por unanimidad; si en lugar de crecer yo la hubiese visto declinar; si una teoría más racional hubiese conquistado un mayor número de simpatizantes, demostrando con ello, en forma concluyente, el error del Espiritismo, yo vería como una orgullosa puerilidad mantenerme a la cabeza de una idea falsa, puesto que, por sobre todo, la verdad no puede ser una cuestión de orden personal ni de amor propio. Ante esa realidad yo sería el primero en decir: "¡Hermano, esta es la luz, seguidla; os ofrezco mi propio ejemplo!"

Por otro lado, el error lleva consigo, y casi siempre, su propio remedio. Su reinado, además, tampoco es eterno. Tarde o temprano, enceguecido por unos pocos y efímeros acontecimientos es víctima de una especie de vértigo y cae ante el peso de sus aberraciones, que precipitan su caída. Deploráis las excentricidades de ciertos escritos publicados en nombre del Espiritismo. Por el contrario, debéis bendecirlos, pues por esos excesos es que el error se pierde. ¿Qué es lo que os choca en esos escritos? ¿Qué es lo que ocasiona vuestro rechazo de ellos y os impide, muchas veces, el seguir leyéndolos hasta el fin? Verdaderamente, ¡lo que hiere violentamente es vuestro buen sentido! Si la falsedad de las ideas no fuese lo suficientemente evidente, lo bastante chocante, tal vez os dejaríais conquistar por ellas, mientras que los errores tan manifiestos os hirieron constituyéndose en contravenenos.

Esos errores provienen casi siempre de Espíritus livianos, cismáticos o seudo sabios que se complacen de ver editadas sus fantasías y utopías, valiéndose para ello de la colaboración de hombres a quienes consiguieron confundir, hasta el punto de hacerlos aceptar a ojos cerrados todo cuanto les sugirieron, brindándoles algunos pocos granos de buena calidad en medio de mucha hierba mala. Mas, como esos Espíritus no tienen ni la verdadera cultura ni la verdadera sabiduría, no consiguen conservarse por mucho tiempo en su papel, traicionándolos su ignorancia. Dios permite que dejen traslucir en sus comunicaciones errores tan groseros, cosas tan absurdas y hasta ridículas, ideas en las cuales las nociones científicas más comunes son demostradas con tal falsedad que, simultáneamente, destruyen todo el compendio general del libro que las encierra.

¡Sin duda alguna, es de desear que sólo fuesen publicados buenos libros! Pero, aunque suceden cosas contrarias a esto, es preciso que no temáis respecto al futuro por la influencia de dichas obras. Ellas pueden, momentáneamente, encender un fuego de paja, pero cuando no se apoyan en una lógica rigurosa, observadlas después del transcurso de algunos años -muchas veces de algunos meses- a qué han sido reducidas. Para tales casos las librerías son un termómetro infalible.

Esto me lleva a decir algunas palabras sobre las comunicaciones mediúmnicas.

La publicación de ellas tanto puede ser útil, si es hecha con discernimiento, como perniciosa, si no se ajusta a ese requisito. Entre esas comunicaciones habrá algunas que, por buenas que sean, no interesarán más que a aquellos que las reciben, pues los extraños podrán considerarlas simples trivialidades. Otras tendrán solamente el interés de las circunstancias en que fuesen trasmitidas. Sin el conocimiento de los hechos con los que están relacionadas, a los ojos del observador parecerán insignificantes. Pero ese inconveniente estaría limitado al exclusivo interés de los editores. Con todo, junto a ellas existen algunas que son evidentemente nocivas, tanto por su forma como por su contenido, las cuales, firmadas por nombres respetables, naturalmente apócrifos, revelan un sentido absurdo o trivial que, lógicamente, se prestan al ridículo y ofrecen armas a la crítica. Todo eso se convierte en cosa peor aún cuando con esos mismos nombres se formulan teorías excéntricas o groseras formulaciones seudo científicas. No habría ningún inconveniente en publicar ese tipo de comunicaciones si ellas fuesen acompañadas de comentarios, ya sea para refutar los errores Q bien para recordar que constituyen la expresión de una opinión personal de la cual no se asume ninguna responsabilidad. Así, tal vez revelasen un algo de instructivas, poniendo al descubierto las aberrantes ideas que divulgan ciertos Espíritus. Pero publicarlas porque sí, presentándolas como expresión de la verdad y certificando la autenticidad de los firmantes, ¡es algo que el buen sentido no puede admitir, y en ello radica el principal inconveniente!

Dado que los Espíritus poseen el libre albedrío y una opinión sobre los hombres y las cosas, es preciso comprender que la prudencia y la conveniencia aconsejan alejar esos peligros. En beneficio de la misma Doctrina conviene, pues, hacer una selección muy severa en semejantes casos y poner de lado, con mucho cuidado, todo cuanto pueda ser motivo de una desfavorable impresión. Es así como el médium, conformándose a esta regla, podrá ofrecer una compilación instructiva capaz de atraer la atención y ser leída con interés; pero es también así que, publicando todo cuanto recibe, sin método ni discernimiento, será capaz de presentar muchos volúmenes detestables cuyo inconveniente menor será el de que no sean leídos.

Es preciso que se sepa que el Espiritismo serio se constituye en defensor, con alegría y firmeza, de toda obra elaborada con criterio, cualquiera sea el país de origen; pero que, igualmente, repudia todas las publicaciones excéntricas. Todos los espíritas que con sinceridad vigilan que la Doctrina no sea comprometida deben, pues, denunciarlas sin ninguna duda, tanto más porque, si algunas de ellas son producto de la buena fe, otras, en cambio, constituyen el trabajo de los mismos enemigos del Espiritismo que procuran desacreditarlo y motivar acusaciones contra él. Por eso, repito, es necesario que sepamos distinguir aquello que la Doctrina Espírita acepta de aquello que ella rechaza.