MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

Volver al menú
Cuando uno ha evocado ya a sus parientes y amigos y a determinadas celebridades, para comparar sus ideas de ultra tumba con aquellas que tuvieron en la tierra, se suele tener cierto embarazo para alimentar las conversaciones con los Espíritus, a menos de descender a banalidades y bagatelas. Puede ser útil, por consiguiente, indicar la fuente de donde poder tomar temas de estudio en número ilimitado, puede decirse inagotable.

El mundo espiritista, como se ha visto, presenta tanta variedad desde el punto de vista intelectual y moral, como la humanidad; mejor dicho: mucho más que la humanidad, puesto que, cualquiera que sea la distancia que separa a los hombres sobre la tierra desde el primero al último peldaño de la escala, quedan Espíritus tanto del lado de acá como del lado de allá de ambos extremos. Para conocer a un pueblo es preciso verle de la base a la cumbre, estudiarle en todas las fases de la vida, sondar sus pensamientos, carmenar en sus hábitos íntimos, hacer de todo él, por decirlo así, una disección moral. Solamente multiplicando las observaciones, es como se pueden aprender las analogías y las anomalías y formular un juicio por comparación. ¿Quién podría contar los volúmenes escritos sobre la etnografía, la antropología y sobre el corazón humano? Y sin embargo, se está todavía muy lejos de haberlo dicho todo. Esto que se ha hecho con relación al hombre, se puede hacer con relación a los Espíritus, y es el solo medio de aprender a conocer ese mundo, que nos interesa tanto o más que la muerte, a la que todos estamos sometidos y a la que nos conduce la fuerza misma de las cosas. Ese mundo se nos revela por las manifestaciones inteligentes de los Espíritus: podemos, pues, interrogar a los habitantes de todas las clases, e interrogarles, no solamente sobre generalidades, sino sobre lo particular de su existencia en ultratumba, y juzgar por ello de lo que nos espera, según nuestra conducta en este mundo. Hasta el presente, la suerte que nos estaba reservada no podía ser objeto de otro estudio que el teórico; las manifestaciones espiritistas nos la ponen de manifiesto al desnudo, nos la hacen tocar con el dedo y ver con el ojo, por los ejemplos más salientes y cuya realidad no puede ser puesta en duda por quien la contemple con mirada escrutadora. Esta realidad es la que queremos poner en condiciones de constatación, dando una dirección para los estudios.

Si la evocación de los hombres ilustres, de los Espíritus superiores, es eminentemente útil por las enseñanzas que nos dan, la de los Espíritus vulgares no lo es menos, bien que sean incapaces de resolver los problemas de alguna complicación. Por su inferioridad se carmenan a si mismos, y cuanto menos es la distancia que les separa de nosotros, mayor es la relación en que estamos con ellos. Es, pues, del más alto interés, desde el doble punto de vista psicológico y moral, estudiar la posición de aquellos que han sido nuestros contemporáneos, que han seguido el curso de la vida al lado nuestro, que conocemos en su carácter, en sus aptitudes, en sus virtudes y en sus vicios, aunque fueran los hombres más oscuros. Les comprenderemos mejor, porque están a nuestro nivel. Nos ofrecerán frecuentemente rasgos característicos del más alto interés, y añadiremos que es en ese círculo, en cierto modo intimo, donde la identidad de los Espíritus se revela de modo incontestable. Como se ve, esta es una mina inagotable de observaciones, aun no tomando más que los hombres que presenten en su vida alguna particularidad relacionada con su modo de morir, con su edad, con sus buenas o malas cualidades, con su posición feliz o desventurada, con sus costumbres, con su estado mental...

Con los Espíritus e1evados, el cuadro de los estudios se dilata. Además de los temas psicológicos, que tienen un límite, se les puede proponer una multitud de problemas morales, que se extienden al infinito, sobre todas las posiciones de la vida, sobre la mejor conducta a seguir en tal o cual circunstancia dada, sobre nuestros deberes recíprocos, etc. El valor de la instrucción que se recibe sobre un asunto cualquiera, moral, histórico, filosófico o científico, depende por entero del estado del Espíritu a quien se ha interrogado; a nosotros nos toca juzgar.

Además de las preguntas propiamente dichas que pueden dirigirse a los Espíritus, se pueden solicitar de los superiores disertaciones sobre temas dados o elegidos por ellos mismos de entre la serie que se les presente. Se pueden, así, tomar por motivo de estudio las cualidades, los vicios y las equivocaciones de la sociedad, como la avaricia, el orgullo, la pereza, los celos, la cólera, el odio, la caridad, la modestia, etc. Los Espíritus un poco menos elevados, pero inteligentes, pueden tratar de una manera afortunada temas menos serios, pero no menos interesantes; otros, en fin, pueden, según su aptitud y la facilidad de ejecución que les depare el médium, dictar obras de gran empuje o trataditos de vulgarización y enseñanza moral, etc.

La manera de formular las preguntas y de coordinarlas, es , como se acaba de ver, cosa esencial. Se hallarán numerosas aplicaciones en los artículos publicados en la Revue Spirite con el titulo de Entretiens familiers d´outre -tombe. Y pueden tomase esos diálogos por tipos de la marcha a seguir en las relaciones que cada cual puede establecer con los Espíritus.