Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Uno de nuestros corresponsales nos ha escrito lo siguiente:

«En el mes de septiembre último, una embarcación menor, que hacía la travesía de Dunkerque a Ostende, fue sorprendida por un temporal durante la noche; el pequeño barco naufragó, y de las ocho personas que lo ocupaban, cuatro perecieron; las otras cuatro, entre las cuales me encontraba yo, consiguieron mantenerse sobre la quilla. Permanecimos toda la noche en esa horrible posición, sin otra perspectiva que la muerte, que nos parecía inevitable y de la cual sentimos todas las angustias. Al amanecer, el viento nos había empujado hacia la costa, y pudimos alcanzar la tierra a nado.

«¿Por qué en ese peligro, igual para todos, sólo cuatro personas han sucumbido? Notad que, por mi parte, es la sexta o la séptima vez que escapo de un peligro tan inminente, y más o menos en las mismas circunstancias. Soy realmente llevado a creer que una mano invisible me protege. ¿Qué he hecho para esto? No sé gran cosa, no tengo importancia ni utilidad en este mundo y no me jacto de valer más que los otros; lejos de eso: había entre las víctimas del accidente un digno eclesiástico –modelo de virtudes evangélicas– y una venerable hermana de la congregación de San Vicente de Paúl, que iban a cumplir una santa misión de caridad cristiana. La fatalidad parece desempeñar un gran papel en mi destino. ¿No estarían allí los Espíritus para alguna cosa? ¿Sería posible obtener de ellos una explicación al respecto, preguntándoles, por ejemplo, si son ellos los que provocan o desvían los peligros que nos amenazan?...»

De conformidad con el deseo de nuestro corresponsal, dirigimos las siguientes preguntas al Espíritu san Luis, que consiente en comunicarse con nosotros todas las veces que hay instrucciones útiles para dar.

1. –Cuando un peligro inminente amenaza a alguien, ¿es un Espíritu el que dirige el peligro? Y cuando la persona escapa del mismo, ¿es otro Espíritu el que lo desvía? Resp. –Cuando un Espíritu se encarna, elige una prueba; al elegirla se traza una especie de destino que no puede impedir más, una vez que a la misma se ha sometido; hablo de las pruebas físicas. Al conservar su libre albedrío sobre el bien y el mal, el Espíritu es siempre dueño de soportar o de rechazar la prueba; un Espíritu bueno, al verlo flaquear, puede venir en su ayuda, pero no puede influir en él adueñándose de su voluntad. Un Espíritu malo, es decir, inferior, mostrándole y exagerándole un peligro físico, puede hacerlo vacilar y asustarlo, pero la voluntad del Espíritu encarnado no queda por ello menos libre de toda traba.

2. –Cuando un hombre está a punto de perecer por accidente, parece que el libre albedrío no interviene en nada. Por lo tanto, interrogo si es un Espíritu malo el que provoca este accidente, siendo de cierto modo su agente; y, en el caso en que escape del peligro, pregunto si un Espíritu bueno ha venido en su ayuda. Resp. –El Espíritu bueno o el Espíritu malo no pueden sino sugerir pensamientos buenos o malos, según su naturaleza. El accidente está marcado en el destino del hombre. Cuando tu existencia ha sido puesta en peligro, es una advertencia que tú mismo has deseado, a fin de desviarte del mal y de volverte mejor. Cuando escapas de ese peligro, todavía bajo la influencia del mismo, piensas de manera más o menos firme en volverte mejor, según la acción más o menos firme de los Espíritus buenos. Al sobrevenir el Espíritu malo (digo malo sobrentendiendo el mal que aún hay en él), piensas que escaparás del mismo modo a otros peligros y dejas nuevamente desencadenar tus pasiones.

3. –La fatalidad que parece presidir a los destinos materiales de nuestra existencia, ¿aún sería, pues, el efecto de nuestro libre albedrío? Resp. –Tú mismo has elegido tu prueba: cuanto más ruda sea y mejor la soportes, más te elevas. Aquellos que pasan su existencia en la abundancia y en la satisfacción humana son Espíritus débiles que permanecen estacionarios. De esta manera, el número de desafortunados aventaja en mucho al de los felices de este mundo, teniendo en cuenta que los Espíritus buscan en su mayoría la prueba que les será más fructífera. Ellos perciben muy bien la futilidad de vuestras grandezas y de vuestros goces. Además, la existencia más feliz es siempre agitada, siempre movida, aunque más no sea por la ausencia del dolor.

4. –Entendemos perfectamente esta doctrina, pero eso no nos explica si ciertos Espíritus tienen una acción directa sobre la causa material del accidente. Supongamos que en el momento en que un hombre pasa por un puente, éste se derrumbe. ¿Quién ha llevado al hombre a pasar por ese puente? Resp. –Cuando un hombre pasa por un puente que debe romperse, no es un Espíritu el que lo lleva a pasar por ese puente: es el instinto de su destino el que lo conduce.

5. –¿Quién ha hecho romper el puente? Resp. –Las circunstancias naturales. La materia tiene en sí misma las causas de su destrucción. En el caso tratado, el Espíritu, teniendo necesidad de recurrir a un elemento extraño a su naturaleza para mover fuerzas materiales, más bien ha de recurrir a la intuición espiritual. De este modo, si ese puente debía romperse, ya que el agua había desunido las piedras que lo componen y el óxido había corroído las cadenas que lo suspenden, el Espíritu –decía– insinuará más bien al hombre para pasar por ese puente, en lugar de hacer romper otro bajo sus pasos. Además, tenéis una prueba material que os adelantaré: cualquier accidente sucede siempre naturalmente, es decir, que las causas que se vinculan unas a otras, lo conducen insensiblemente.

6. –Tomemos otro caso en el que la destrucción de la materia no sea la causa del accidente. Un hombre mal intencionado me da un tiro; la bala me roza, pero no me alcanza. ¿La habría desviado un Espíritu benévolo? –Resp. No.

7. –¿Pueden los Espíritus advertirnos directamente de un peligro? He aquí un hecho que parecería confirmarlo: Una mujer salía de su casa y seguía por el bulevar. Una voz íntima le dijo: Detente, vuelve a tu casa. Ella titubea. La misma voz se hace escuchar varias veces; entonces, ella volvió sobre sus pasos; pero, cambiando de parecer, se dijo: ¿Qué he de hacer en mi casa? Seguiré; sin duda, es un efecto de mi imaginación. Entonces ella continuó su camino. A algunos pasos de allí, una viga que se desprendió de una casa la golpea en la cabeza y la deja caída sin conocimiento. ¿Qué era esa voz? ¿No era un presentimiento de lo que iba a suceder a esa mujer? –Resp. Era la voz del instinto; además, ningún presentimiento tiene tales caracteres: son siempre vagos.

8. –¿Qué entendéis por la voz del instinto? –Resp. Entiendo que el Espíritu, antes de encarnarse, tiene conocimiento de todas las fases de su existencia; cuando éstas tienen un carácter saliente, conserva una especie de impresión en su fuero interno, y esta impresión, al despertarse cuando el momento se aproxima, se vuelve presentimiento.

Nota – Las explicaciones precedentes se relacionan con la fatalidad de los acontecimientos materiales. La fatalidad moral está tratada de una manera completa en El Libro de los Espíritus.