¿Que és el Espiritismo?

Allan Kardec

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CAPÍTULO II
NOCIONES ELEMENTALES DEL ESPIRITISMO

Observaciones preliminares.

1. Es erróneo creer que basta, a ciertos incrédulos, ver fenómenos extraordinarios para convencerse. Los que no admiten la existencia del alma o del Espíritu en el hombre, no pueden admitirla fuera de él, y negando la causa, niegan por consiguiente el efecto. Teniendo, pues, casi siempre, ideas preconcebidas y adaptando la actitud de negar, lo cual las separa de una observación seria e imparcial, hacen preguntas y objeciones a las que es imposible contestar completamente en el primer momento, porque sería preciso seguir, con cada persona, un curso y tomar las cosas desde su principio. El estudio anticipado da, como consecuencia, respuesta a las objeciones, cuya mayor parte están fundadas en la ignorancia de la causa de los fenómenos y de las condiciones en que se producen.

2. Los que no conocen el Espiritismo piensan que los fenómenos espiritistas se producen como los experimentos de física y química. De aquí la pretensión de someterlos a su voluntad y la repugnancia a colocarse en las condiciones necesarias a la observación. No admitiendo, en principio, la intervención de los espíritus o no conociendo por lo menos ni su naturaleza ni su manera de obrar, producen como si operaran en la materia bruta, y porque no obtienen lo que desean, concluyen que no existen los espíritus. Colocándonos en otro punto de vista, comprenderemos que siendo los espíritus las almas de los hombres, después de nuestra muerte seremos también espíritus, y que estaremos poco dispuestos a servir de juguete para satisfacer los caprichos de los curiosos.

3. Aunque ciertos fenómenos pueden ser provocados, puesto que provienen de inteligencias libres, nunca están a la absoluta disposición de nadie, y cualquiera que se jactase de obtenerlos a su antojo probaría a su ignorancia o su mala fe. Es preciso esperarlos, recibirlos al paso, y a menudo sucede que, cuando menos los esperamos, se presentan los hechos más interesantes y concluyentes. El que quiere instruirse seriamente debe, pues, armarse, en esto como en todo, de paciencia, de perseverancia y hacer cuanto sea necesario, pues de otro modo más vale no ocuparse de ello.

4. Las reuniones que se ocupan en manifestaciones espiritistas no están siempre en buenas disposiciones para obtener resultados satisfactorios, producir la convicción: hay algunas, preciso es decirlo, de las que salen los incrédulos menos convencidos que no entraron, objetando entonces a los que les hablan del carácter grave del Espiritismo, con el relato de los acontecimientos, frecuentemente ridículos, de que han sido testigos. Éstos no son más lógicos que aquel que juzgase de un arte por los diseños de un principiante, de una persona por su caricatura o de una tragedia por su parodia. El Espiritismo tiene también sus aprendices, y el que quiera instruirse que no beba las enseñanzas de una sola fuente, ya que sólo por el examen y la comparación puede dictaminarse un juicio.

5. Las reuniones frívolas tienen un grave inconveniente para los nocivos que a ellas asisten, y éste es el de darles una falsa idea del carácter del Espiritismo. Los que han asistido a reuniones de esta clase no saben tomar en serio una cosa que ven tratar con ligereza por los mismos que se llaman adeptos. El estudio anticipado les enseña a juzgar la trascendencia de lo que ven, y a saber distinguir lo bueno de lo malo.

6. El mismo razonamiento es aplicable a los que juzgan al Espiritismo por ciertas obras excéntricas que sólo pueden dar una idea incompleta y ridícula. Tan responsable es el Espiritismo grave de las faltas de los que lo comprenden mal o lo practican erróneamente, como la poesía de los malos poetas. Es sensible, dicen, que dichas obras existan, porque son nocivas a la verdadera ciencia. Indudablemente sería preferible que sólo las hubiese buenas, pero la mayor parte de la culpa recae sobre los que no se ocupan de analizarlo todo. También todas las artes, todas las ciencias, se encuentran en el mismo caso. ¿No se ha escrito acerca de las cuestiones más serias tratados absurdos y plagados de errores? ¿Por qué habría de ser el Espiritismo el privilegio, sobre todo en su principio? Si los que lo critican no lo juzgaran por las apariencias, conocerían lo que él rechaza, y no le achararían lo que él repudia en nombre de la razón y de la experiencia.

De los espíritus.

7. Los espíritus no son, como se cree vulgarmente, de creación distinta; son las almas de los que han vivido en la Tierra o en otros mundos despojados de su envoltura corporal. El que admite la existencia del alma superviviente al cuerpo, admite por lo tanto la de los espíritus; negar a éstos equivale a negar aquélla.

8. Vulgarmente nos formamos una idea falsa de los espíritus; no son éstos, como creen algunos, seres vagos e indefinidos, ni llamas como las de los fuegos fatuos, ni fantasmas como las de los cuentos de aparecidos. Son seres semejantes a nosotros, que como nosotros, tienen un cuerpo, pero fluídico e invisible en estado normal.

9. Mientras el alma está unida al cuerpo durante la vida, tiene una doble envoltura: pesada, grosera y destructible la una, el cuerpo; la otra fluídica, ligera e indestructible, el periespíritu.

10. Tres cosas, pues, esenciales se cuentan en el hombre: 1º El alma o Espíritu, principio inteligente en quien residen el pensamiento, la voluntad y el sentido moral; 2º El cuerpo envoltura material, que pone al Espíritu en relación con el mundo exterior; 3º El periespíritu, envoltura ligera imponderable y que sirve de lazo intermediario entre el Espíritu y el cuerpo.

11. Cuando la envoltura exterior está gastada y no puede ya funcionar, fallece, y el Espíritu se despoja de ella, como el fruto se despoja de la cáscara, el árbol de la corteza, la serpiente de la piel, y para decirlo de una vez, como abandonamos un vestido inservible: esto es a lo que llamamos muerte.

12. La muerte no es más que la destrucción de la envoltura material, que el alma abandona como abandona la mariposa su crisálida, conservando, sin embargo, aquélla, su cuerpo fluídico o periespíritu.

13. La muerte del cuerpo libra al Espíritu de la envoltura material que le adhería a la Tierra, haciéndole sufrir; una vez desembarazado de esa carga, sólo le queda el cuerpo etéreo, que le permite recorrer el espacio y franquear las distancias con la rapidez del pensamiento.

14. La unión del alma, del periespíritu y del cuerpo material constituye el hombre; el alma y el periespíritu separados del cuerpo constituyen el ser llamado espíritu. Observaciones. El alma es de este modo un ser simple, el Espíritu un ser doble y el hombre un ser triple. Sería, pues, más exacto reservar la palabra alma para designar el principio inteligente, y la palabra Espíritu para el ser semimaterial formado por aquella y el cuerpo fluídico. Pero como no puede concebirse el principio inteligente desposeído, completamente, de materia, ni periespíritu sin estar animado por el principio inteligente, las palabras alma y Espíritu son, en el uso común, indistintamente empleadas, cometiéndose la figura que consiste en tomar la parte por el todo, de la misma que se dice de una ciudad que está poblada de tantas almas, de un pueblo que se compone de tantos hogares; pero filosóficamente, es esencial distinguirlas.

15. los Espíritus, revestidos de cuerpo material, constituyen la Humanidad o mundo corporal visible. Despojados de ese cuerpo, constituyen el mundo espiritual o invisible que puebla el espacio y en medio del cual vivimos sin sospecharlo, como vivimos en medio del mundo de los infinitamente pequeños que no sospechábamos antes de la invención del microscopio.

16. Los espíritus no son, pues, seres abstractos, vagos e indefinidos, sino concretos y circunscritos; a los cuales, para parecerse a los humanos, sólo les falta ser visible, de donde se sigue que, si en un momento dado pudiera levantarse el velo que los oculta a nuestra vista, formarían una verdadera población en torno de nosotros.

17. Los espíritus poseen todas las perfecciones que tenían en la Tierra, pero más expeditas; porque sus facultades no están contrariadas por la materia, experimentan sensaciones que nos son desconocidas; ven y oyen cosas que nuestros limitados sentidos no nos permiten oír ni ver. Para ellos no hay oscuridad, salvo para aquellos cuyo castigo consiste en vivir temporalmente en tinieblas. Todos nuestros pensamientos repercuten en ellos, y en ellos leen como en un libro abierto; de modo que lo que podemos ocultar a alguien mientras vive, no lo podemos en estado de Espíritu. (El Libro de los Espíritu, núm. 237.)

18. Los espíritus se encuentran en todas partes: están entre nosotros, a nuestro lado, se codean con nosotros y nos observan sin cesar. Por su continua presencia entre nosotros, los espíritus son agentes de diversos fenómenos; desempeñando un papel importante en el mundo moral, y hasta cierto punto en el físico, constituyendo así una de las potencias de la Naturaleza.

19. Desde el momento que se admite la supervivencia del alma o del Espíritu, es racional admitir la de los afectos, sin la cual las almas de nuestros parientes y amigos nos serían arrebatados para siempre. Puesto que los espíritus pueden ir a todas partes, es igualmente racional admitir que, los que nos han amado durante su vida terrestre, nos aman después de la muerte, que viven junto a nosotros, que con nosotros desean comunicarse, y que para conseguirlo se valen de los medios que están a su disposición; esto es lo que confirma la experiencia. La experiencia prueba, en efecto, que los espíritus conservan los afectos formales que tenían en la Tierra, que se complacen estando al lado de los que han amado, sobre todo cuando son atraídos por el pensamiento y por los sentimientos afectuosos que se les conservan, mientras que son indiferentes con los que también lo son con ellos.

20. El Espiritismo tienen por objeto la comprobación y estudio de la manifestación de los espíritus, de sus facultades, de su situación feliz o desgraciada y de su porvenir: en una palabra, el conocimiento del mundo espiritual. Comprobadas esas manifestaciones, dando por resultado la prueba irrecusable de la existencia del alma, de su supervivencia al cuerpo, de su individualidad después de la muerte, es decir, de la vida futura, siendo por lo mismo la negación de las doctrinas materialistas, no por razonamientos, sino por hechos.

21. Idea bastante generalizada entre las personas que no conocen el Espiritismo es la de creer que los espíritus, por el mero hecho de estar despojados de la materia, deben saberlo todo y poseer la suprema sabiduría. Este es un grave error. No siendo los espíritus más que las almas de los hombres, éstas no adquieren la perfección por desprenderse de su envoltura terrestre. Sólo con el tiempo se realiza el progreso de los espíritus, y sólo desprendiéndose sucesivamente de sus imperfecciones adquieren los conocimientos que les faltan. Tan ilógico sería admitir que el espíritu de un salvaje o criminal se convierta de repente en sabio y virtuoso, como contrario a la justicia de Dios el creer que permanecerá perpetuamente en su inferioridad. De la misma manera que existen hombres de distintos grados de saber y de ignorancia, de bondad y de perversidad, también hay espíritus. Los hay que se contentan con ser ligeros o traviesos, otros mentirosos, engañadores, hipócritas, perversos, vengativos; mientras otros, por el contrario, poseen las virtudes más sublimes y un grado de saber desconocido en la Tierra. Esta diversidad de calidad de los espíritus es uno de los puntos más dignos de consideración; porque explica la buena o mala naturaleza de las comunicaciones recibidas. En establecer esta distinción debemos especialmente empeñarnos. El Libro de los espíritus, núm. 100, “Escala espiritista”; El Libro de los Médiums, cap. 24.)

Comunicación con el mundo invisible.

22. Admitidas la existencia, la supervivencia y la individualidad del alma, el Espiritismo se reduce a esta cuestión principal: ¿Son posibles las comunicaciones entre las almas y los vivientes? Esta posibilidad resulta de la experiencia. Establecidas, como hechos, las relaciones entre el mundo visible e invisible, conocidas la naturaleza, la causa y la manera de dichas relaciones, tenemos un nuevo campo abierto a la observación y la clave de una multitud de problemas, al mismo tiempo que un poderoso elemento moralizador resultante de la desaparición de la duda respecto del porvenir.

23. Lo que engendra la duda en el pensamiento de muchas personas sobre la posibilidad de las comunicaciones de ultratumba es la idea falsa que se forman del estado del alma después de la muerte. Se la imaginan, generalmente, como un soplo, a manera de humo, como algo vago, apenas apreciable al pensamiento, que se evapora y se va no se sabe a dónde, pero tan lejos, que cuesta trabajo comprender que pueda volver a la Tierra. Si, por el contrario, se la considera como un cuerpo fluídico, semimaterial, con el que se forman un ser concreto, individual, nada tienen de incompatible con la razón sus relaciones con los vivos.

24. Viviendo el mundo visible en medio del invisible, con el cual está en perpetuo contacto, resulta que el uno reacciona incesantemente sobre el otro; que desde que hay hombres hay espíritus, y que sí éstos tienen poder de manifestarse, han debido hacerlo en todas las épocas y en todos los pueblos. En estos últimos tiempos, sin embargo, las manifestaciones de los espíritus han adquirido un gran desenvolvimiento y un carácter de evidente autenticidad, porque entraba en las miras de la Providencia el concluir con la plaga de la incredulidad y del materialismo por medios de pruebas evidentes, permitiendo a los que han dejado la Tierra que viniesen a dar testimonio de su existencia y a revelarnos su situación feliz o desgraciada.

25. Las relaciones entre el mundo visible y el invisible pueden ser ocultas o manifiestas o provocadas. Los espíritus obran sobre los hombres, de una manera oculta, por los pensamientos que les sugieren y por ciertas influencias, y de una manera manifiesta, por efectos apreciables a los sentidos. Las manifestaciones espontáneas tienen lugar impensadamente y de improviso; se producen frecuentemente en las personas más extrañas a las ideas espiritistas, y que, por la misma razón, no sabiendo explicárselas, las atribuyen a acusas sobrenaturales. Las que son provocadas tienen lugar por la mediación de ciertas personas, dotadas, a este efecto, de facultades especiales, y que se designan con el nombre de médiums.

26. Los espíritus pueden manifestarse de muy diferentes maneras: por la vista, por la audición, por el tacto, por ruidos, por el movimiento de los cuerpos, por la escritura, por el dibujo, por la música, etc.

27. Los espíritus se manifiestan a veces espontáneamente por ruidos y dando golpes; para ellos, éstos son, a menudo, medios de atestiguar su presencia y llamar la atención, absolutamente como una persona hace ruido para avisarnos de su llegada. Existen espíritus que no se limitan a ruidos moderados, sino que llegan a producir un estrépito semejante al de la vajilla cuando se rompe, al de las puertas que golpean, o al de los muebles que derribamos; algunos causan hasta una perturbación real y verdaderos descalabros.

28. Aunque invisible para nosotros en estado normal, el periespíritu no es una materia etérea. El Espíritu puede en ciertos casos hacerle experimentar una especie de modificación molecular, que le hace visible y hasta tangible, y así es como se producen las apariciones. Este fenómeno no es más extraordinario que el del vapor, que es invisible cuando está muy rarificado, y que se hace visible cuando está condensado. Los espíritus que se hacen visibles se presentan casi siempre con las apariencias que tenían cuando vivos y que pueden hacerlos reconocer.

29. La visión permanente y general de los espíritus es muy rara, pero las apariciones aisladas son bastante frecuentes, sobre todo en el momento de la muerte. El Espíritu libre parece que se da prisa en volver a ver a sus parientes y amigos, como para advertirles que acaba de dejar la Tierra y decirles que es inmortal. Seleccione cada uno de sus recuerdos, y se verá cuántos hechos auténticos de este género, que no sabíamos explicarnos, han tenido lugar, por la noche durante el sueño, así como también en pleno día y en completo estado de vela. En otro tiempo se miraban estos hechos como sobrenaturales y maravillosos y se los atribuía a la magia y a la brujería. Actualmente los incrédulos lo atribuyen a la imaginación; pero desde que la ciencia espiritista ha dado la clave de los mismos, sabemos cómo se producen y que no salen del orden de los fenómenos naturales.

30. Con ayuda de su periespíritu obra el Espíritu sobre su cuerpo físico, también con el auxilio del mismo fluido se manifiesta obrando sobre la materia inerte, produce los ruidos, los movimientos de las mesas, y de los otros objetos que levantan, derriba o transporta. Nada tiene de sorprendente este fenómeno, si se considera que entre las fuentes más poderosas se encuentran en los fluidos más rarificados y hasta imponderables, como el aire, el vapor y la electricidad. Igualmente con ayuda de su periespíritu, el Espíritu hace escribir, hablar o dibujar a los médiums. No teniendo cuerpo tangible para obrar ostensiblemente cuando quiere manifestarse, se sirve del cuerpo del médium, apoderándose de sus órganos, que hace obrar como si fueran los de su cuerpo, por medio del efluvio fluídico que sobre ellos derrama.

31. Por el mismo medio obra el Espíritu sobre la mesa, en el fenómeno designado con el nombre de mesas movibles o mesas parlantes, sea para hacerle mover sin significación determinada, sea para hacerla dar golpes inteligentes, indicadores de las letras del alfabeto, para formar palabras y frases, fenómeno designado con el nombre de tiptología. En este caso la mesa no es más que un instrumento del que se sirve, como el lápiz para escribir; le da una vitalidad momentánea por el fluido con que la penetra, pero no se identifica con ella. Las personas que, conmovidas al ver que se manifiestan un ser que les es querido, abrazan la mesa, se ponen en ridículo, porque es lo mismo, absolutamente, que si abrazan el bastón de que se sirve un amigo para dar golpes. Otro tanto decimos de los que dirigen la palabra a la mesa, como si el Espíritu estuviese encerrado en la madera o como si ésta se hubiese trocado en Espíritu. Cuando la mesa se separa del suelo y se columpia en el espacio sin punto de apoyo, no la levanta el Espíritu a fuerza de brazos, sino que la envuelve en una especie de atmósfera fluídica que neutraliza el efecto de la gravitación, como el aire lo hace en los globos y cometas. El fluido de que se halla penetrada le da momentáneamente mayor ligereza específica. Cuando permanece como clavada en el suelo, se encuentra en un caso análogo al de la campana neumática después de hecho el vacío. Estas no pasan de ser comparaciones para demostrar la analogía de los efectos, pero no la similitud absoluta de las causas. Cuando la mesa persigue a alguien, no es el Espíritu quien corre, pues puede permanecer sin moverse en el mismo lugar, sino que la impulsa por medio de una corriente fluídica, con cuyo auxilio la hace mover a su antojo. Cuando oímos golpes en la mesa o en otra parte, no golpea el Espíritu ni con la mano, ni con objeto alguno, sino que dirige hacia el punto de donde parte el ruido un chorro de fluido que produce el efecto de un choque eléctrico. El Espíritu modifica el ruido como pueden alterarse los sonidos producidos por medio del aire. Se comprende por esto que para el Espíritu no es más difícil levantar una persona que una mesa, transportar un objeto de uno a otro lugar que lanzarlo hacia alguna parte, fenómenos que se producen por la misma ley.

32. Se puede ver por las pocas palabras que producen, que las manifestaciones espiritistas, cualquiera que sea su naturaleza, no tienen nada de sobrenatural y de maravilloso. Son fenómenos que se producen en virtud de la ley que rige las relaciones del mundo visible y del mundo invisible, ley tan natural como la electricidad, de la gravitación, etc. El Espiritismo es la ciencia que nos da a conocer esta ley, como la mecánica la del movimiento y la óptica de la luz. Estando en la Naturaleza las manifestaciones espiritistas, se han producido en todos los tiempos. Conocida la ley que las rige, nos explica una multitud de problemas considerados irresolubles, y es la clave de una multitud de fenómenos explotados y amplificados por la superstición.

33. Completamente desvanecido lo maravilloso, estos fenómenos nada tienen que repugne a la razón, pues vienen a situarse junto a otros fenómenos naturales. En tiempos de ignorancia, todos los efectos cuya causa no se conocía se consideraban sobrenaturales. Los descubrimientos de la ciencia han restringido sucesivamente el círculo de lo maravilloso, y el conocimiento de esta nueva ley viene a anonadarlo. Los que causan, pues, al Espiritismo de resucitar lo maravilloso, prueban por esa misma acusación que hablan de una cosa que no conocen.

34. Las manifestaciones de los espíritus son de dos naturalezas: efectos físicos y comunicaciones inteligentes. Los primeros son fenómenos materiales y ostensibles, tales como movimientos, ruidos, traslaciones de objetos, etc.; las otras consisten en el cambio regular de pensamientos por medio de signos, de la palabra, y principalmente por medio de la escritura.

35. Las comunicaciones que se reciben de los espíritus pueden ser buenas o malas, exactas o falsas, profundas o ligeras, según la naturaleza de los espíritus que se manifiestan. Los que demuestran cordura y sabiduría son espíritus adelantados que han progresado; los que demuestran ignorancia y malas cualidades, son espíritus atrasados aún, pero que progresarán con el tiempo.Los espíritus no pueden responder más que sobre lo que saben, según su adelanto, y además sobre lo que les es permitido decir, porque hay cosas que no pueden revelar, pues no es dado aún a los hombres conocerlo todo.

36. De la diversidad de cualidades y aptitudes de los espíritus resulta que no basta dirigirse a un Espíritu cualquiera para obtener una respuesta exacta a cualquier pregunta; porque, sobre muchas cosas, sólo les es lícito dar su opinión personal, que puede ser exacta o falsa. Si es prudente, confesará su ignorancia acerca de lo que no se sabe; si es ligero o mentiroso, responderá sobre todo sin preocuparse de la verdad, y si es orgulloso dará su idea como una verdad absoluta. Por esto dice San Juan Evangelista: No creáis a todo Espíritu, sino probad si los espíritus son de Dios. La experiencia prueba la sabiduría de este consejo. Habría, pues, imprudencia y ligereza en aceptar sin comprobación todo lo que viene de los espíritus. Por esto es esencial el estar instruido sobre la naturaleza de aquellos con quienes comunicamos: (El Libro de los Médiums, núm. 267.)

37. Se conoce la calidad de los espíritus por su lenguaje. El de los verdaderamente buenos y superiores es siempre digno, noble, lógico y exento de contradicción; respira sabiduría, benevolencia, modestia y la más pura moral, es conciso y no tiene palabras inútiles. En los espíritus inferiores, ignorantes u orgullosos, la vaciedad de las ideas está casi siempre compensada por la abundancia de palabras. Todo pensamiento evidentemente falso, toda máxima contraria a la sana moral, todo consejo ridículo, toda expresión grosera, trivial o simplemente frívola, toda señal, en fin, de malevolencia, de presunción o de arrogancia, son signos incontestables de la inferioridad del Espíritu.

38. Los espíritus inferiores son más o menos ignorantes. Su horizonte moral es limitado, su perspicacia restringida. A menudo no tienen más que una idea falsa e incompleta de las cosas; por otra parte, están aún bajo el dominio de las preocupaciones terrestres, que toman a veces como verdades y por eso son incapaces de resolver ciertas cuestiones. Pueden inducirnos en error, voluntaria o involuntariamente, sobre lo que ellos mismos no comprenden.

39. No por esto son esencialmente malos todos los espíritus inferiores; los hay que sólo son ignorantes y ligeros; otros son chistosos, ingeniosos, festivos y que saben emplear las chanzas delicadas e incisivas. Al lado de éstos se encuentran, tanto en el mundo de los espíritus como en la Tierra, todos los géneros de perversidad y todos los grados de superioridad intelectual y moral.

40. Los espíritus superiores sólo se ocupan de comunicaciones con objeto de instruirnos; las manifestaciones físicas puramente materiales son en especial de las atribuciones de los espíritus inferiores vulgarmente designados con el nombre de espíritus golpeadores, como entre nosotros los ejercicios de fuerza corren a cargo de los saltimbanquis y no de los sabios.

41. Las comunicaciones con los espíritus deben hacerse siempre con calma y recogimiento. Jamás debe perderse de vista que los espíritus son las almas de los hombres y que es inconveniente convertirlas en juguete y objeto de pasatiempo. Si se guarda respeto a los restos mortales, más se debe guardar aún al Espíritu. Las reuniones frívolas y ligeras faltan, pues, a un deber, y los que forman parte de ellas deberían pensar que de un momento a otro pueden entrar en el mundo de los espíritus y que no les sería placentero verse tratados con tan poca diferencia.

42. Otro punto igualmente esencial que debe considerarse es que los espíritus son libres, se comunican cuando quieren, con quien les conviene y también cuando pueden, porque tienen sus ocupaciones. No están a la orden y al capricho de cualquiera, y no es dable a nadie el hacerlos venir a pesar suyo, ni decir lo que quieren callar, de modo que nadie puede afirmar que un Espíritu acudirá en un momento determinado a su llamamiento, o responderá a tal o cual pregunta. Decir lo contrario, es demostrar absoluta ignorancia de los principios más elementales del Espiritismo; sólo el charlatanismo tiene adivinaciones infalibles.

43. Los espíritus son atraídos por la simpatía, la semejanza de gustos y caracteres y por la intención que hace desear su presencia. Como un sabio de la Tierra no concurriría a una reunión de jóvenes atolondrados, tampoco concurren los espíritus superiores a las reuniones fútiles. El simple sentido común dice que no puede suceder de otro modo, o si van a veces es para dar un buen consejo, para combatir los vicios o para procurar atraer al buen camino; si no son oídos, se retiran. Sería tener una idea completamente falsa el creer que los espíritus serio pueden complacerse en responder a futilidades, a preguntas ociosas, que no prueban ni simpatía ni respeto hacia ellos, ni deseo real de instruirse, y menos aún que puedan venir a ponerse de manifiesto para recreo de los curiosos. No lo hubiesen hecho durante la vida, y tampoco quieren hacerlo después de su muerte.

44. La frivolidad de las reuniones da por el resultado el atraer a los espíritus ligeros, que buscan otra cosa que ocasiones de engañar y mistificar. Por la misma razón que los hombres graves y serios no van a las asambleas ligeras, los espíritus serios no van más que a las reuniones serias, cuyo objeto es la instrucción y no la curiosidad. En estas reuniones es donde se complacen los espíritus superiores en ofrecer su enseñanza.

45. De lo que precede resulta que toda reunión espiritista, para ser provechosa, debe, como primera condición, ser seria y formal, que todo en ella debe hacerse respetuosa, religiosamente y con dignidad, si quiere obtenerse el concurso habitual de los buenos espíritus. No debe olvidarse que si esos mismos espíritus se hubiesen presentado allí durante su vida, se hubieran tenido con ellos miramientos a que tienen más derecho después de su muerte.

46. En vano se alega la utilidad de ciertos experimentos curiosos, frívolos y recreativos para convencer a los incrédulos; por este medio se llega a un resultado opuesto completamente. El incrédulo, dado ya a burlarse de las creencias más sagradas, no puede considerar formal aquello de que se hace un recreo, no puede inclinarse a respetar lo que no se le presenta de una manera respetable, y así recibe siempre una mala impresión de las reuniones fútiles y ligeras; de aquellas en que no hay ni orden, ni gravedad, ni recogimiento. Lo que en especial puede convencerle es la prueba de la presencia de seres cuya memoria le es grata; al oír sus palabras graves y solemnes, y sus revelaciones íntimas, es cuando se le ve conmoverse y palidecer. Pero por lo mismo que tiene más respeto, veneración y simpatía hacia la persona cuya alma se le presenta, le choca y se escandaliza al verla concurrir a una asamblea irrespetuosa, en medio de mesas que danzan y de las burlas de los espíritus ligeros. Por incrédulo que sea, su conciencia rechaza esa alianza de lo serio y lo frívolo, de lo religioso y de lo profano, y por eso la califica de fraudulenta, y a menudo sale menos convencido de lo que había entrado. Las reuniones de esta naturaleza siempre hacen más mal que bien, porque alejan de la doctrina más personas que no atraen, sin contar que ofrecen campo a la crítica de los detractores que encuentran en ellas fundados motivos de burla.

47. Sin razón se convierten en juguete las manifestaciones físicas. Si no tiene la importancia filosófica, tiene su utilidad desde el punto de vista de los fenómenos, porque son el alfabeto de la ciencia, cuya clave han dado. Aunque menos necesarias, en la actualidad favorecen aún la convicción de ciertas personas. Pero en modo alguno excluyen el orden y la compostura en las reuniones en donde se las estudia; si siempre fuesen practicadas de una manera conveniente, convencerían más fácilmente y producirían bajo todos los aspectos resultados más favorables.

48. Ciertas personas se forman una idea muy falsa de las evocaciones, y las hay que creen que consisten en hacer venir a los muertos con el lúgubre aparato de la tumba. Lo poco que acabamos de decir sobre este particular debe disipar semejante error. Sólo en la novelas, en los cuentos fantásticos de aparecidos y en el teatro se ve a los muertos descarnados salir de sus sepulcros, cargados de sudarios y haciendo crujir sus huesos. El Espiritismo, que nunca ha hecho milagros, tampoco ha hecho éste, y jamás ha pretendido que reviviese un cuerpo muerto. Cuando éste está en la fosa está definitivamente; pero el ser espiritual fluídico, inteligente, no ha sido sepultado con su grosera envoltura. Se ha separado de la misma en el momento de la muerte, y operada la separación, nada tiene de común con aquélla.

49. La crítica malévola se ha complacido en representar las comunicaciones espiritistas rodeadas de las prácticas ridículas y supersticiones de la magia y de la nigromancia. Si los que hablan de Espiritismo sin conocerlo se hubiesen ocupado en profundizar sobre el tema en cuestión, se hubieran economizado gastos de imaginación o alegaciones que no sirven más que para probar su ignorancia y su mala voluntad. Para edificación de las personas extrañas a la ciencia, diremos que para comunicar con los espíritus no hay ni días, ni horas, ni lugares más propicios los unos que los otros; que para evocarlos no son necesarias fórmulas sacramentales o cabalísticas, que no son precisas preparación ni iniciación alguna, que el empleo de todo objeto material, ya para atraerlos, ya para rechazarlos, no produce resultado, que basta el pensamiento, y en fin, que los médiums reciben sus comunicaciones tan simples y naturalmente como si fuesen dictadas por una persona viva y sin salir del estado normal. Sólo el charlatanismo puede afectar maneras excéntricas y añadir accesorios ridículos. El llamamiento de los espíritus se hace en nombre de Dios, con respeto y recogimiento. Esto es lo único que recomienda a las personas formales, que quieren establecer relaciones con espíritus serios.

Fin providencial de las manifestaciones espiritistas.

50. El fin providencial de las manifestaciones es el de convencer a los incrédulos, de que todo no acaba para el hombre con la vida terrestre, y el de dar a los creyentes ideas más exactas sobre el porvenir. Los buenos espíritus vienen a instruirnos para nuestro mejoramiento y adelanto, y no para revelarnos lo que aún no debemos saber o lo que debemos aprender mediante nuestro trabajo. Si bastase interrogar a los espíritus para obtener solución a todas las dificultades científicas, o para hacer descubrimientos o inventos lucrativos, todo ignorante podría hacerse sabio fácilmente y todo perezoso enriquecerse sin trabajo, y esto es lo que Dios no quiere. Los espíritus ayudan al hombre de genio por medio de inspiración oculta, pero no le exime del trabajo y de las investigaciones a fin de no privarle del mérito.

51. Sería tener una idea muy falsa de los espíritus el ver en ellos auxiliares de los pronosticadores de la buena ventura; los espíritus serio se niegan a ocuparse en cosas fútiles; los espíritus ligeros y burlones se ocupan de todo, a todo responden y predicen todo lo que se quiere, sin inquietarse por la verdad, y dándose el censurable placer de mistificar a las personas demasiado crédulas. Por esto es esencial fijarse perfectamente en la naturaleza de las preguntas que pueden dirigirse a los espíritus. (El Libro de los Médiums, núm. 286, “Preguntas que pueden dirigirse a los espíritus”.)

52. Fuera de lo que pueda ayudar al progreso moral, sólo incertidumbre se encuentra en las revelaciones que de los espíritus pueden obtenerse. La primera consecuencia desagradable para el que aparta su facultad del objeto providencial, es la de ser mistificado por los espíritus mentirosos que pululan alrededor de los hombres; la segunda, la de caer bajo el imperio de esos mismos espíritus que pueden, con pérfidos consejos, conducir a desgracias reales y materiales en la Tierra; tercera, la de perder, después de la vida terrestre, el fruto del conocimiento del Espiritismo.

53. Las manifestaciones no están destinadas a secundar los intereses materiales. Su utilidad está en las consecuencias morales resultado que el de dar a conocer una nueva ley de la Naturaleza y el de demostrar materialmente la existencia del alma y su inmortalidad, sería ya mucho, porque constituiría un nuevo y ancho campo abierto a la filosofía.

De los médiums.

54. Los médiums presentan muy numerosas variedades en sus aptitudes, lo que los hace más o menos propios para la obtención de tal o cual fenómeno, de tal o cual género de comunicación. Según sus aptitudes, se los distingue en médiums para efectos físicos, para comunicaciones inteligentes, videntes, parlantes, auditivos, sensitivos, dibujantes, políglotas, poetas, músicos, escribientes, etc. No puede esperarse de un médium lo que está fuera de su facultad. Sin el conocimiento de las aptitudes medianímicas, no puede el observador darse cuenta de ciertas dificultades o de ciertas imposibilidades que se encuentran en la práctica. (El Libro de los Médiums, cap. XVI, núm. 185.)

55. Los médiums de efectos físicos son particularmente más aptos para provocar fenómenos materiales, tales como movimientos, golpes, etc., con auxilio de mesas u otros objetos. Cuando estos fenómenos revelan su pensamiento u obedecen a una voluntad, son efectos inteligentes que indicarán, por lo tanto, una causa inteligente; ésta es para los espíritus una manera de manifestarse. Por medio de un número convenido de golpes se obtienen respuestas por sí o por no, o la indicación de las letras del alfabeto que sirven para formar palabras o frases. Este medio primitivo es muy pesado y no se presta a extensas comunicaciones. Las mesas parlantes fueron el principio de la ciencia. Hoy, con medios de comunicación tan rápidos y completos como los que nos sirven para comunicarnos los vivos, sólo se emplean aquéllos accidentalmente y como método de experimentación.

56. De todos los medios de comunicación, la escritura es a la vez el más sencillo, el más rápido, el más cómodo, el que permite mayor extensión, y es también la facultad que más frecuentemente se encuentra en los médiums.

57. Para la obtención de la escritura se emplearon, al principio, intermediarios materiales, como cestas, planchitas, etc., a las que se adaptaba un lápiz. (El Libro de los Médiums, cap. XIII, núm. 152 y ss.) Más tarde se reconoció la inutilidad de esos accesorios y la posibilidad de que los médiums escribiesen directamente con la mano, como en las circunstancias ordinarias.

58. El médium escribe bajo la influencia de los espíritus, que se sirven de él como de un instrumento. Su mano es impelida por un movimiento involuntario que a menudo no puede dominar. Ciertos médiums no tienen conciencia alguna de lo que escriben; otros la tienen más o menos vaga, aunque el pensamiento les sea extraño; esto es lo que distingue a los médiums mecánicos de los médiums intuitivos o semimecánicos. La ciencia espiritista explica el modo como se transmite el pensamiento del Espíritu al médium y el papel de este último en las comunicaciones. (El Libro de los Mediums, cap. XV, núm. 179 y ss., cap XIX, núm. 223 y ss.)

59. El médium posee únicamente la facultad de comunicar, pero la comunicación efectiva depende de la voluntad de los espíritus; si los espíritus no quieren manifestarse, el médium nada obtiene; es como un instrumento sin músico. Comunicándose únicamente los espíritus cuando lo quieren o pueden, no están al capricho de nadie; ningún médium tiene poder para hacerlos venir a su voluntad y contra la de ellos. Esto explica la intermitencia en la facultad de los mejores médiums y las interrupciones que experimentan, a veces durante meses. Sin razón, pues, se asimilaría la mediumnidad a un conocimiento. Éste se adquiere con el trabajo: el que lo posee es siempre dueño de él, y el médium no lo es nunca de su facultad, porque ésta depende de una voluntad ajena.

60. Los médiums de efectos físicos que obtienen regularmente y a su voluntad la producción de ciertos fenómenos, si no es esto resultado de sofisterías, se las dan con espíritus de baja ralea que se complacen en esta especie de exhibición, y que acaso se dedicaron durante su vida a este oficio; pero sería absurdo creer que espíritus algún tanto elevados se divirtiesen en dar estas representaciones.

61. La oscuridad necesaria para la producción de ciertos efectos físicos da, sin duda, lugar a la sospecha, pero no prueba nada contra la realidad. Se sabe que en Química no puede operarse con luz en ciertas combinaciones y que bajo la acción del fluido lumínico se verifican composiciones y descomposiciones. Pues, bien, todos los fenómenos espiritistas son resultado de la combinación de los fluidos propios del espíritu y del médium, y siendo materiales estos fluidos, no es nada sorprendente que, en ciertos casos, sea contrario a esta combinación el fluido lumínico.

62. Las comunicaciones inteligentes, asimismo, tienen lugar por la acción fluídica del Espíritu sobre el médium, y es preciso que el fluido de éste se identifique con el de aquél. La facilidad de las comunicaciones depende del grado de afinidad que existe entre los dos fluidos. Así cada médium es más o menos apto para recibir la impresión o la impulsión del pensamiento de tal o cual Espíritu, puede ser buen instrumento para el uno y malo para el otro. De aquí resulta que, de los médiums igualmente bien dotados y puestos el uno al lado del otro, podrá manifestarse el Espíritu por medio del uno y no por el del otro.

63. Es, pues, un error creer que basta ser médium para recibir con igual facilidad comunicaciones de cualquier Espíritu. No existen médiums universales para las evocaciones, como no existen para producir todos los fenómenos. Los espíritus buscan, con preferencia, los instrumentos que vibran a su unísono; imponerles el primero que se tenga a mano, sería como el exigir de un pianista que tocase el violín, por la razón de que, sabiendo música, debe poder tocar todos los instrumentos.

64. Sin la armonía, única que puede producir la asimilación fluídica, las comunicaciones son imposibles, incompletas o falsas. Pueden ser falsas porque, en defecto del Espíritu deseado, no faltan otros dispuestos a aprovechar la ocasión de manifestarse, y que se cuidan poco de decir la verdad.

65. La asimilación fluídica es a veces totalmente imposible entre ciertos espíritus y ciertos médiums; otras, y este es el caso más ordinario, no se establece más que gradualmente y con el tiempo. Esto explica por qué los espíritus que tienen costumbres de manifestarse con un médium lo hacen con mayor facilidad, porque las primeras comunicaciones patentizan casi siempre molestia y son menos explícitas.

66. La asimilación fluídica es tan necesaria en las comunicaciones por tiptología como por la escritura, puesto que en uno y otro caso se trata de la transmisión del pensamiento del Espíritu, cualquiera que sea el medio material empleado.

67. No pudiendo imponer un médium al Espíritu que se quiere evocar, conviene dejarle la elección de sus instrumentos. En todo caso, es necesario que el médium se identifique anticipadamente con el Espíritu por el recogimiento y la oración, por lo menos durante algunos minutos, y hasta con alguna anticipación si es posible, a fin de provocar y activar la asimilación fluídica. Este es el medio de atenuar la dificultad.

68. Cuando las condiciones fluídicas no son propicias a la comunicación directa con el médium, puede establecerse por mediación del guía espiritual de éste último. En este caso el pensamiento llega de segunda mano, es decir, después de haber atravesado dos medios. Se comprende cuánto importa entonces que el médium esté bien asistido, porque si lo está por un Espíritu obsesor, ignorante u orgulloso, la comunicación estará necesariamente alterada. En esto las cualidades personales del médium desempeñan un papel importante por la naturaleza de los espíritus que atrae. Los médiums más indignos pueden tener poderosas facultades, pero lo más seguros son los que, a esta potencia, unen las mejores simpatías en el mundo espiritual; simpatías que no están de ningún modo garantizadas por los nombres más o menos respetables de los espíritus, o que toman los que firman las comunicaciones, sino por la naturaleza constantemente buena de los que las reciben.

69. Cualquiera que sea la clase de comunicación, la práctica del Espiritismo, bajo el punto de vista experimental, ofrece numerosas dificultades y no está exenta de inconvenientes para el que carece de la necesaria experiencia. Ya experimente uno mismo, ya sea simple observador, es esencial saber distinguir las diferentes naturalezas de espíritus que pueden manifestarse, conocer la causa de todos los fenómenos, las condiciones con que pueden producirse y los obstáculos que a ellos pueden oponerse a fin de no pedir un imposible. No es menos necesario conocer todas las condiciones y escollos de la mediumnidad, la influencia del médium, de las disposiciones morales, etc. (El Libro de los Médiums, segunda parte.)

Escollos de los médiums.

70. Uno de los mayores escollos de la mediumnidad es la obsesión, es decir, el dominio que pueden ejercer ciertos espíritus sobre los médiums, imponiéndoseles con nombres apócrifos e impidiéndoles comunicar con otros espíritus. Es al mismo tiempo un escollo para el observador novicio e inexperto que, no conociendo los caracteres de este fenómeno, puede ser engañado por las apariencias, como el que, no sabiendo medicina, puede hacerse ilusiones sobre la causa y la naturaleza del mal. Si en este caso es inútil el estudio anticipado al observador, al médium le es indispensable, porque le proporciona medios de prevenir un inconveniente que podría tener para él consecuencias desagradables. Por esta razón no recomendaremos nunca bastante el estudio, antes de entregarse a la práctica. (El Libro de los Médiums, cap. XXIII.)

71. La obsesión presenta tres grados bien caracterizados: la obsesión simple, la fascinación y la subyugación. En la primera, el médium tiene conciencia perfecta de que no obtiene nada bueno; no se hace ilusión alguna sobre la naturaleza del Espíritu que se obstina en manifestársele y de quién desea deshacerse. Este caso no ofrece ninguna gravedad: es un sencillo contratiempo y el médium queda libre cesando de escribir momentáneamente. El Espíritu, cansado de que no se le oiga, acaba por retirarse. La fascinación obsesional es mucho más grave, porque el médium está completamente fascinado. El Espíritu que le domina se apodera de su confianza hasta paralizar su propio juicio respecto de las comunicaciones, y hasta hacerle encontrar sublime lo más absurdo. El carácter distintivo de este género de obsesión es el de provocar en el médium una excesiva susceptibilidad, haciéndole que no encuentre bueno, justo y verdadero, más que lo que él escribe, y rechazar, hasta tomar con desagrado, todo consejo u observación crítica. Le induce también a malquistarse con sus amigos antes de convenir en que es engañado, a concebir celos de los otros médiums, cuyas comunicaciones son juzgadas mejores que las suyas, a querer imponerse en las reuniones espiritistas, de las que se aleja cuando no puede dominar. Llega en fin a sufrir una dominación tal, que el Espíritu puede arrastrarle a las más ridículas y comprometedoras determinaciones.

72. Uno de los caracteres distintivos de los malos espíritus es el de imponerse; dan órdenes y quieren ser obedecidos. Los buenos no se imponen nunca: dan consejos, y si no se les escucha, se retiran. De esto resulta que la impresión de los malos espíritus es casi siempre penosa, fatiga y produce una especie de malestar; a menudo provoca una agitación febril, movimientos bruscos y desenfrenados; la de los buenos espíritus es, por el contrario, apacible, suave y produce un verdadero bienestar.

73. La subyugación obsesional, designada en otro tiempo con el nombre de posesión, es una coacción física producida siempre por espíritus de la peor especie y que puede hasta neutralizar el libre albedrío. Se limita, a menudo, a simples impresiones desagradables; pero provoca a veces movimientos desordenados; actos de insensatez, gritos y palabras incoherentes o injuriosas cuya ridiculez conoce de vez en cuando, aunque sin poder evitarlas, aquel que es victima de semejante situación. Este estado difiere esencialmente de la locura patológica, con la cual se la confunde sin motivo, porque no presentan ninguna lesión orgánica, y siendo diferente la causa, los medios curativos deben ser otros. Aplicando gárgolas y tratamientos corporales, se logra hacer a menudo una verdadera locura de lo que era una causa moral.

74. En la locura propiamente dicha la causa del mal es interior. Es preciso, pues, procurar restablecer el organismo a su estado normal; en la subyugación la causa del mal es exterior, y es preciso librar al enfermo de un enemigo invisible, oponiéndole no remedios, sino una fuerza moral superior a la suya. La experiencia prueba que en semejante caso los exorcismos no han producido nunca ningún resultado satisfactorio, y que más bien han agravado que mejorado la situación. Indicando la verdadera causa del mal, sólo el Espiritismo puede dar los medios para combatirlos. Es preciso, en cierto modo, educar moralmente al espíritu obsesor, y por consejos sabiamente dirigidos se logra hacerle mejor y renunciar voluntariamente a atormentar al enfermo, quedando así libre el paciente. (El Libro de los Médiums, núm. 279.)

75. Ordinariamente la subyugación obsesional es individual; pero cuando una muchedumbre de malos espíritus se cierne sobre una población, puede tener un carácter epidémico. Un fenómeno de esta naturaleza tuvo lugar en tiempo de Cristo. Sólo una poderosa superioridad moral podía abatir aquellos seres malhechores, designados entonces con el nombre de demonios, y devolver la calma a sus víctimas.

76. Un hecho importante, que debemos considerar, es que la obsesión es independiente de la mediumnidad, y que se la encuentra en todos los grados, principalmente en el último, en una multitud de individuos que nunca han oído hablar de Espiritismo. En efecto, habiendo existido en todo tiempo los espíritus, han debido ejercer en todo tiempo la misma influencia. La mediumnidad no es una causa, sino una manera de manifestarse aquélla, por lo cual puede decirse con certeza, que todo el médium obsesado ha debido sufrir de algún modo, y a menudo en los actos más vulgares de la vida, los resultados de esta influencia, y que sin la mediumnidad se traduciría por otros efectos atribuidos a menudo a esas enfermedades misteriosas, que resisten a todas las investigaciones de la medicina. Por la mediumnidad el Espíritu malhechor descubre su presencia; sin la mediumnidad es un enemigo oculto del que no se sospecha.

77. Los que no admiten nada fuera de la materia no pueden admitir causas ocultas; pero cuando la ciencia haya salido de la vía materialista, reconocerá en la acción del mundo invisible que nos rodea y en medio del cual vivimos, una potencia que reacciona tanto sobre las cosas físicas como sobre las morales. Este será un nuevo sendero abierto al progreso y la clave de una multitud de fenómenos mal comprendidos.

78. Como la obsesión no puede ser nunca producto de un buen Espíritu, es punto esencial el de saber conocer la naturaleza de los que se presentan. El médium no instruido puede ser engañado por las apariencias, mientras que el que está prevenido espía las señales menos sospechosas, y el Espíritu concluye por alejarse cuando ve que nada consigue. El conocimiento anticipado de los medios de distinguir los buenos de los malos espíritus es, pues, indispensable al médium que no quiere exponerse a ser cogido en el lazo. No lo es menos para el simple observador, que puede por este medio apreciar el valor de lo que ve u oye. (El Libro de los Médiums, cap. XXIV.)

Cualidades de los médiums.

79. La facultad medianímica depende del organismo. Es independiente de las cualidades morales del médium, y se la encuentra desarrollada tanto en los más indignos como en los más dignos. No sucede lo mismo con la preferencia que dan los buenos espíritus al médium.

80. Los buenos espíritus que se comunican más o menos voluntariamente por tal o cual médium, según la simpatía que sienten por él. Lo que constituyen la cualidad de un médium, no es la facilidad con que obtiene comunicaciones, sino su aptitud para recibirlas buenas y no ser juguete de espíritus ligeros y mentirosos.

81. Los médiums que desde el punto de vista moral dejan más que desear reciben a veces muy buenas comunicaciones que sólo pueden venir de espíritus buenos, de lo cual algunos se maravillan sin razón, porque a menudo son de interés para el médium y para darle sabias advertencias. Si no las aprovecha, aumenta su culpabilidad, porque escribe su condenación. Dios, cuya bondad es infinita, no puede negar asistencia a los que más necesitan de ella. El virtuoso misionero que va a moralizar a los criminales hace lo mismo que los buenos espíritus con los médiums imperfectos. Por otra parte, los buenos espíritus, queriendo dar una enseñanza útil a todo el mundo, se sirven del instrumento que les viene a mano; pero le abandonan cuando encuentran otro que les es más simpático y que aprovecha sus lecciones. Retirándose los buenos espíritus, los inferiores, poco cuidadosos de las cualidades morales, que les molestan, tienen entonces libre el campo. De aquí resulta que los médiums imperfectos moralmente, y que no se enmiendan, son tarde o temprano, presa de malos espíritus, que a menudo los conducen a su ruina y a las mayores desgracias incluso en este mundo. En cuanto a su facultad, de bella que era y que hubiera continuado siendo, se pervierte al principio por el abandono de los buenos espíritus y concluye por extinguirse.

82. los médiums más meritorios no están al abrigo de las mistificaciones de los espíritus mentirosos. En primer lugar, porque no hay nadie lo bastante perfecto que no tenga un punto vulnerable para que pueda dar acceso a los malos espíritus, y en segundo lugar, porque los buenos espíritus le permiten a veces, para ejercitar el raciocinio, enseñar a discernir la verdad del error y mantener la desconfianza, a fin de que no se acepte nada ciegamente y sin comprobación; pero nunca procede la mentira de un buen Espíritu, y todo nombre respetado, continuado al pie de un error, es necesariamente apócrifo. Puede también ser este accidente una prueba de la paciencia y perseverancia del espiritista, médium o no. El que se desanimase por algunas decepciones probaría a los buenos espíritus que no pueden contar con él.

83. De la misma forma que en la Tierra vemos a personas malévolas encarnizarse con hombres de bien, no ha de sorprendernos que malos espíritus obsesen a personas honradas. Es de notar que, desde la publicación de El Libro de los Médiums, son menores los obsesados, porque estando prevenidos, se mantiene en guardia y analizan los detalles más insignificante, que pueden revelar la presencia de un Espíritu mentiroso. La mayoría de los obsesados, o no han estudiado anticipadamente, o no han aprovechado los consejos.

84. Lo que constituye un médium propiamente dicho es la facultad, y bajo este aspecto, puede estar más o menos formado, más o menos desarrollado. Lo que constituye el médium seguro, el que verdaderamente puede calificar de buen médium, es la aplicación de la facultad, la aptitud para poder servir de intérprete a los buenos espíritus. Dejando a un lado la facultad, la potencia del médium para atraer a los buenos espíritus y rechazar a los malos, está en razón de su superioridad moral; ésta es proporcional a la suma de cualidades que constituyen el hombre de bien. De este modo se concilia la simpatía de los buenos y ejerce ascendiente sobre los malos.

85. Por la misma razón, aproximándole a la naturaleza de los malos espíritus, la suma de imperfecciones morales del médium le quita la influencia necesaria para alejarlos; en vez de ser él quien se impone a ellos, son ellos lo que se imponen a él. Aplíquese esto no sólo a los médiums, sino a cualquier persona, porque ninguna deja de recibir la influencia de los espíritus. (Véanse los núm. 74 y 75.)

86. Para imponerse a los médiums, los malos espíritus saben explotar, hábilmente, todas las imperfecciones morales, y la que les es más propicia es el orgullo, y por esto es el sentimiento que domina en el mayor número de médiums obsesados y sobre todo en los que están fascinados. El orgullo les hace creer en su inhabilidad y rechazar las advertencias. Desgraciadamente, este sentimiento es excitado por los elogios de que son objeto los médiums. Cuando tienen una facultad algo notable, se les busca, se les adula y acaban por creer en su importancia, juzgándose indispensables, lo cual les pierde.

87. En tanto que el médium imperfecto se enorgullece de los nombres ilustres apócrifos, la mayoría de las veces, que figuran en las comunicaciones que recibe, y se cree intérprete privilegiado de los poderes celestes, el buen médium no se cree nunca digno de semejante favor; abriga siempre una saludable desconfianza de lo que obtiene, y no lo refiere nunca a su propio juicio. No siendo más que un instrumento pasivo, comprende que si es bueno no puede hacerse de ello un mérito personal, como tampoco puede ser responsable de lo malo que obtenga, y que sería ridículo tomar el hecho y la causa por la identidad absoluta de los espíritus que se le manifiestan; y deja que juzguen la cuestión terceras personas desinteresadas, sin que su amor propio se resienta de un juicio desfavorable, como el actor de la censura dirigida a la pieza de que es intérprete. Su carácter distintivo es la sencillez y la moralidad, considera una felicidad la facultad que posee, no para lo que hace voluntariamente cuando se le presenta ocasión sin molestarse porque no se le da el primer puesto. Los médiums son los intermediarios e intérpretes de los espíritus. Importa, pues, al evocador, y hasta al simple observador, poder apreciar el mérito del instrumento.

88. La facultad medianímica es un don de Dios, como todas las otras facultades, que pueden emplearse en bien y en mal, y de la cual puede abusarse. Tiene por objeto ponernos en comunicación directa con las almas de los que han vivido, a fin de recibir sus enseñanzas y de iniciarnos en la vida futura. Así como la vista nos pone en comunicación con el mundo visible, así la mediumnidad nos relaciona con el invisible. El que de ella se sirve, de un modo útil, para su adelanto y el de sus semejantes, cumple una verdadera misión, por la que recibirá recompensa. El que abusa de ella y la emplea en cosas fútiles o para su interés material, la aleja de su fin providencial, y sufre tarde o temprano la pena, como aquel que emplea mal cualquier otra facultad.

Charlatanismo.

89. Ciertas manifestaciones espiritistas se prestan, con bastante facilidad, a la imitación. Pero sería absurdo deducir que, por el hecho de que puede abusarse de ellas, estas manifestaciones no existen. Para el que ha estudiado y conoce las condiciones morales en que pueden producirse, es fácil distinguir la imitación de la realidad. Por lo demás, la imitación no llega a ser completa y no puede engañar más que al ignorante, incapaz de apreciar los matices característicos del verdadero fenómeno.

90. Las manifestaciones que más fácilmente pueden imitarse son ciertos efectos físicos y los inteligentes vulgares, tales como: Movimientos, golpes, aportes, escritura directa, respuestas vulgares, etc., pero no sucede lo mismo con las comunicaciones inteligentes trascendentales. Para imitar las primeras, basta la destreza; para simular las otras, serían precisas casi una instrucción poco común, una superioridad intelectual nada vulgar y una facultad de improvisación, por decirlo así, universal.

91. Los que no conocen el Espiritismo se inclinan generalmente a sospechar de los médiums; el estudio y la experiencia dan medios de asegurarse de la realidad de los hechos, y las mejores garantías que pueden encontrar son el desinterés absoluto y la honradez del médium; hay personas que por su posición y carácter se sustraen a toda sospecha. Si el cebo de la ganancia puede excitar al fraude, el sentido común dice que a nada conduce el charlatanismo cuando no se trata de ganar. (El Libro de los Médiums, pág. 28, “Charlatanismo y sofisticación, médiums interesados, fraudes espiritistas”, núm. 300).

92. Entre los adeptos del Espiritismo se encuentran entusiastas exaltados, como en todo, los cuales son en general los peores propagadores, porque se desconfía de su facilidad en aceptarlo todo sin maduro examen. El espiritista ilustrado huye del entusiasmo que ciega y lo observa todo fríamente y con calma: éste es el medio de no ser juguete de las ilusiones y mistificadores. Dejando a un lado toda cuestión de buena fe, el observador novicio debe ante todo, tener en cuenta la gravedad del carácter de las personas a quien se dirige.

Identidad de los espíritus.

93. Puesto que se encuentran entre los espíritus todas las fases de la humanidad, se hallan también la astucia y la mentira, y los hay que no tienen escrúpulo alguno en darse los nombres más respetables para inspirar mayor confianza. Es preciso, pues, desconfiar de una manera absoluta de la autenticidad de todas las firmas.

94. La identidad es una de las grandes dificultades del Espiritismo práctico, a menudo es imposible evidenciarla, sobre todo cuando se trata de los espíritus superiores, antiguos con relación a nosotros. Entre los que se manifiestan, muchos no tienen nombre para nosotros, y para fijar nuestras ideas, pueden tomar el de un Espíritu conocido perteneciente a la misma categoría; de modo que si un Espíritu se comunica con el nombre de San Pablo, por ejemplo, nada prueba que sea precisamente el apóstol de este nombre, puede ser él o un Espíritu del mismo orden, o uno enviado por él. La cuestión de identidad es en este caso completamente secundaria y sería pueril atribuirle importancia, lo que importa es la naturaleza de la enseñanza. ¿Es buena o mala, digna o indigna del personaje cuyo nombre lleva, la aceptaría éste o la rechazaría? He aquí toda la cuestión.

95. La identidad es más fácil de evidenciar cuando se trata de espíritus contemporáneos cuyo carácter y costumbres son conocidos; por las costumbres y las particularidades de la vida privada se revela la identidad del modo más seguro y a menudo de manera incontestable. Cuando se evoca a un pariente o amigo lo que interesa es la personalidad, y es muy natural que se procure evidenciar la identidad; pero los medios que para esto emplea generalmente los que sólo imperfectamente conocen el Espiritismo, son insuficientes y pueden inducir a error.

96. El Espíritu revela su identidad por una multitud de circunstancias que se encuentran en las comunicaciones, donde se reflejan sus hábitos, su carácter, su lenguaje, y hasta sus locuciones familiares. Se revela también por pormenores íntimos en los que entra espontáneamente con las personas a quienes aprecia: éstas son las mejores pruebas, pero es raro que conteste a las preguntas directas que le son dirigidas acerca de este particular, sobre todo si las hacen personas que le son indiferentes por curiosidad y para probarle. El Espíritu prueba su identidad como quiere, o como puede, según la facultad de su intérprete, y a menudo las pruebas son abundantes; la falta está en querer que las dé a gusto del evocador. Entonces el Espíritu se resiste a someterse a tales exigencias. (El Libro de los Médiums, cáp. XXIV, “Identidad de los espíritus”.)

Contradicciones.

97. Las contradicciones que se notan con bastante frecuencia en el lenguaje de los espíritus sólo puede sorprender a los que tienen de la ciencia espiritista un conocimiento incompleto, porque son consecuencia de la naturaleza misma de los espíritus, que, como hemos dicho, sólo saben las cosas en razón de su adelanto y algunos saben mucho menos que ciertos hombres. Sobre una multitud de aspectos no pueden emitir más que su opinión personal, que pueden ser más o menos acertada, y conservar el reflejo de las preocupaciones terrestres de que no están despojadas; otros forjan sistemas a su antojo sobre lo que aún no saben, particularmente en lo concerniente a las cuestiones científicas y al origen de las cosas. No es, pues, nada sorprendente que no están siempre acordes.

98. Algunos se sorprenden al ver comunicaciones contradictorias firmadas con el mismo nombre. Sólo los espíritus inferiores pueden, según las circunstancias, hablar contradictoriamente; los espíritus superiores no se contradicen nunca. Cualquiera, por poco iniciado que esté en los secretos del mundo espiritual, sabe la facilidad con que ciertos espíritus se adornan con nombres prestados para crédito a sus palabras; y puede inducirse con certeza que de dos comunicaciones, radicalmente contradictorias en el fondo del pensamiento, y al pie de las cuales se halla el mismo nombre respetable, la una es esencialmente apócrifa.

99. Dos medios pueden servir para fijar las ideas sobre cuestiones dudosas: el primero consiste en someter todas las comunicaciones a la comprobación severa de la razón, del sentido común y de la lógica. Ésta es una recomendación que hacen todos los buenos espíritus, y que se guardan bien de hacerla los mentirosos, porque saben perfectamente que ha de perjudicarles un examen serio. Por eso evitan la discusión y quieren ser creídos sin réplica. El segundo criterio de la verdad es la concordia de la enseñanza. Cuando el mismo principio es enseñado en muchos puntos por diferentes espíritus y médiums ajenos los unos a los otros, y que no están bajo las mismas influencias, puede deducirse que es más verdadero que el que emana de un solo origen y es contradictorio por la mayoría. (El Libro de los Médiums, cáp. XXVII, “De las contradicciones y mistificaciones”, El Evangelio según el Espiritismo, “Introducción. Autoridad de la doctrina espiritista”.)

Consecuencias del Espiritismo.

100. En vista de la incertidumbre de las revelaciones hechas por los espíritus, se pregunta: ¿Para qué sirve el estudio del Espiritismo? Evidencia la existencia del mundo espiritual, constituido por las almas de los que vivieron, de lo que resulta la prueba de la existencia del alma y su supervivencia al cuerpo. Las almas que se manifiestan revelan sus goces o sus sufrimientos según el modo como han empleado la vida terrestre, y de esto resulta la prueba de las penas y recompensas futuras. Las almas o espíritus, descubriendo su estado o situación, rectifican las ideas falsas que tenían sobre la vida futura principalmente sobre la duración y la naturaleza de las penas. Pasando la vida futura del estado de teoría, vaga e incierta, al de hecho observado y positivo, impone la necesidad de trabajar lo máximo que se pueda la vida presente, que es de corta duración, en provecho de la futura, que es indefinida. Supongamos que un hombre de veinte años tenga la certeza de morir a los veinticinco, ¿Qué hará durante estos cinco años? ¿Trabajará para el porvenir? Seguramente no, sino que procurará gozar cuanto pueda, mirando como una tontería imponerse trabajo y privaciones sin objeto. Pero si tiene la seguridad de que vivirá ochenta años, procederá de otro modo, porque comprenderá la necesidad de sacrificar algunos instantes del reposo presente para asegurarse durante largos años el reposo futuro. Esto mismo sucede con aquél para quien la vida futura es una realidad. La duda, respecto a la vida futura, conduce naturalmente a sacrificarlo todo a los goces del presente, y de aquí la excesiva importancia que se da a los bienes materiales que tanto incitan a la codicia, la envidia y los celos, del que tienen poco contra el que tiene mucho. De la codicia al deseo de adquirir lo que tiene su vecino a cualquier precio, no hay más que un paso, y aquí se originan los odios, las querellas, los procesos, las guerras y todos los males engendrados por el egoísmo. En la duda acerca del porvenir, el hombre, abrumado en esta vida por el pesar y el infortunio, sólo en la muerte ve el término de sus sufrimientos, y no esperando nada, encuentra racional abreviarlos por medio del suicidio. Sin esperanza en el porvenir, es muy natural que el hombre se afecte y se desespera con los desengaños que experimenta. Los sacudimientos violentos que sufre producen una perturbación en su cerebro, causa del mayor número de casos de locura. Sin la vida futura, la presente es para el hombre la más importante, el único objeto de sus preocupaciones, a ella lo refiere todo: quiere gozar a cualquier precio, no sólo de los bienes materiales, sino que también de los honores; aspira a brillar, a elevarse por encima de los otros, a eclipsar a sus vecinos con el fausto y el rango, de aquí la ambición desordenada y la importancia que da a los títulos y a las futilezas de la vanidad por las que sacrificaría hasta su propio honor, porque no ve nada más allá. La certeza de la vida futura y de sus consecuencias cambia totalmente el orden de las ideas y hace ver las cosas bajo otro aspecto. Es la rasgadura de un velo que cubría un horizonte inmenso y espléndido. Ante lo infinito y grandioso de la vida de ultratumba, desaparece la terrestre como el segundo ante los siglos, como el grano de arena ante la montaña. Todo se vuelve pequeño, mezquino, y uno mismo se sorprende de la importancia atribuida a cosas tan efímeras y pueriles. La calma, la tranquilidad ante los acontecimientos de la vida es una dicha en comparación con las desazones, con los tormentos que nos damos, con los quebraderos de cabeza que nos buscamos para hacernos superiores a los otros. Da también una indiferencia respecto a las vicisitudes y desengaños, que, cerrando la puerta a la desesperación, aleja numerosos casos de locura, y borra forzosamente la idea del suicidio. Cierto del porvenir, el hombre espera y se resigna. Dudoso de él, pierde la paciencia, porque todo lo espera del presente. La prueba, por el ejemplo de los que han vivido, de que la suma de la dicha futura está en razón del progreso moral realizado y del bien hecho en la Tierra, y que la suma del sufrimiento está en razón de los vicios y malas acciones, infunde a todos los que están convencidos de esta verdad una tendencia natural a hacer el bien y huir del mal. Cuando la mayor parte de los hombres esté imbuida de esta idea, cuando profese tales principios y practique el bien, no procurará ya dañarse mutuamente, arreglará instituciones sociales en bien de todos y no en provecho de algunos; en una palabra, el bien triunfará sobre el mal en la Tierra y los hombres comprenderán que la ley de caridad enseñada por Cristo es el origen de la dicha en este mundo, y basarán las leyes civiles en la caridad. La evidencia del mundo espiritual que nos rodea y la de su acción sobre el mundo corporal es la revelación de una de las fuerzas de la Naturaleza, y por consiguiente la clave de una multitud de fenómenos no comprendidos, tanto del orden físico como del moral. Cuando la ciencia tenga en cuenta esta nueva fuerza, desconocida hasta el momento, rectificará una multitud de errores que provienen de atribuirlo todo a una causa única, la materia. El reconocimiento de esta nueva causa de los fenómenos de la Naturaleza será una palanca para el progreso, y producirá el efecto del descubrimiento de cualquier agente nuevo. Con la ayuda de la luz espiritista, se dilatará el horizonte de la ciencia, como se ha dilatado con la ayuda de la ley de la gravitación. Cuando los sabios proclamen desde la cátedra la existencia del mundo espiritual y su acción en los fenómenos de la vida, infiltrarán en la juventud el antídoto de las ideas materialistas, en vez de predisponerla a la negación del porvenir. En las lecciones de filosofía clásica, los profesores enseñan la existencia del alma y sus atributos según las diferentes escuelas, pero sin dar pruebas materiales. ¿No es de extrañar que, cuando se tienen tales pruebas, sean rechazadas y calificadas de supersticiones por los mismos profesores? ¿No equivale a decir a sus discípulos: Nosotros os enseñamos la existencia del alma, pero nada la prueba? Cuando el sabio admite una hipótesis sobre un punto de la ciencia, investiga con solicitud y acoge con alegría los hechos que puede trocar en verdad la hipótesis. ¿Cómo, pues, el profesor de filosofía, cuyo deber es probar a sus discípulos que tiene un alma, trata con desdén los medios de darle una demostración?

101. Aun suponiendo que los espíritus sean incapaces de enseñarnos nada que no sepamos o que no podamos saber por nosotros mismos, se observa que la sola evidencia de la existencia del mundo espiritual conduce forzosamente a una revolución en las ideas, y esta revolución produce necesariamente otra en el orden de las cosas: será fruto del Espiritismo.

102. Pero los espíritus hacen algo más; si es cierto que sus revelaciones están rodeadas de algunas dificultades, si es verdad que exigen minuciosas precauciones para afirmar su exactitud, no lo es menos que los espíritus adelantados, cuando se les interroga y cuando se les permite, pueden revelarnos hechos ignorados, darnos la explicación de cosas no comprendidas, y ponernos en camino de progresar más rápidamente. En este punto, sobre todo, es indispensable el estudio completo y detenido de la ciencia espiritista, a fin de pedirle lo que puede darnos, y el modo como puede dárnoslo. Traspasando estos límites, es como nos exponemos a ser engañados.

103. Las mínimas causas pueden producir los mayores efectos; así es como de un grano puede salir un árbol inmenso, como la caída de una manzana hizo descubrir la ley que rige los mundos, como una rana saltando en un plato reveló la fuerza galvánica, así es como también del fenómeno vulgar de las mesas giratorias ha salido la prueba del mundo invisible, y de esta prueba, la doctrina que en algunos años ha dado la vuelta al mundo, y puede regenerarlo por la sola demostración de la realidad de la vida futura.

104. El Espiritismo acerca de las verdades absolutamente nuevas, en virtud de que nada hay de nuevo en el mundo. Sólo son absolutas las verdades eternas; estando fundadas en leyes de la Naturaleza, las que enseñan el Espiritismo han debido existir siempre, por eso en todo tiempo se encuentran los gérmenes de las mismas, gérmenes que han sido desarrollados por un estudio más completo y por más detenidas observaciones. Las verdades enseñadas por el Espiritismo tienen, pues, más carácter de consecuencias que de descubrimientos. El Espiritismo no ha descubierto ni inventado a los espíritus: tampoco ha descubierto el mundo espiritual, en el que se ha creído desde la noche de los tiempos; se limita a probarlos con hechos materiales y lo presenta bajo su verdadero aspecto, despojándolo de preocupaciones y de ideas supersticiosas, que engendran la duda y la incredulidad.