MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Espíritus que se pueden evocar

Se puede evocar a todos los Espíritus, sea cualquiera el grado de la escala a que pertenezcan: los buenos como los malos; aquellos que dejaron la vida recientemente, como aquellos que vivieron en los tiempos más remotos; los hombres ilustres, como los más obscuros; nuestros parientes, nuestros amigos, o nuestros desconocidos e indiferentes. Esto no quiere decir que quieran o puedan responder a nuestro llamamiento: independientemente de su voluntad personal o de la permisión que pueda negarles una potencia superior, puede haber otros motivos para ello, que no nos es siempre posible penetrar.


Entre las causas que pueden oponerse a la manifestación de los Espíritus, las hay personales y las hay ajenas. Entre las primeras hay que comprender las ocupaciones o misiones que cumplen, y a las que no se pueden eludir por ceder a nuestros deseos. En este caso la visita sólo se aplaza. Está, también, su propia situación. Aunque el estado de encarnado no sea un obstáculo absoluto, puede, en momentos dados, ser un impedimento: sobre todo, cuando tiene lugar en mundos inferiores y cuando el Espíritu es poco materializado. En los mundos superiores, en aquellos en que los lazos del Espíritu y la materia son muy débiles; la manifestación es casi tan fácil como en el estado errante, y siempre más fácil que en aquellos otros en que la materia corporal es más compacta.


Las causas ajenas atañen casi siempre a la naturaleza del médium, a la de la persona que evoca, al lugar en que se hace la evocación, o, en fin, al móvil que la inspira. Ciertos médiums reciben más particularmente comunicaciones de sus Espíritus familiares, que pueden ser más o menos elevados; otros, son aptos para servir de intermediarios a todos los Espíritus; esto depende de la simpatía o antipatía, de la atracción o de la repulsión que el Espíritu personal ejerza sobre el Espíritu extraño, que le puede tomar por intérprete con satisfacción o con repugnancia, y también, hecha abstracción de las cualidades íntimas del médium, del desarrollo de su facultad medianímica. Los Espíritus acuden más voluntariamente, y, sobre todo, son más explícitos, con un médium que no les ofrece ningún obstáculo material. En igualdad de circunstancias por lo que se refiere al orden moral, el médium que más facilidades de palabra o de escritura ofrece, es el que más generaliza sus relaciones con el mundo espirita.


Todavía hay que tener en cuenta la facilidad derivada del hábito de comunicar con tal o cual Espíritu. Con el tiempo, el Espíritu extraño se identifica con el médium y también con el de aquel que le evoca. Dejando aparte la cuestión de la simpatía, se establecen entre ellos relaciones semimateriales que hacen las comunicaciones más rápidas. Esta es la razón por la que una primera comunicación no es siempre tan satisfactoria como se puede desear, y asimismo, por la que los Espíritus suelen indicar que se les evoque en otra ocasión. El Espíritu que tiene ya el hábito de comunicarse con un médium, lo hace con la facilidad del que se mueve en su casa: está familiarizado con sus intérpretes y con sus oyentes: habla y obra con más libertad.


En resumen: de lo que acabamos de decir, resulta: que la facultad que todos tenemos de evocar a un Espíritu cualquiera no implica, por parte de éste, la obligación puede venir en un momento y no en otro, con tal médium y tal evocador que le son gratos, y no con otros; que puede decir lo que le plazca, sin que se le pueda obligar a platicar de lo que no quiera; que es libre de irse cuando le convenga y no somos quiénes para retenerle; y, en fin, que, por causas dependientes o no de su voluntad, después de haber sido asiduo comunicante durante algún tiempo, puede, de pronto, dejar de serlo.


De la posibilidad de evocar a los Espíritus encarnados resulta la de evocar al Espíritu de una persona viva. Entonces responde como Espíritu, y no como hombre, y con frecuencia sus ideas no son las mismas. Estas evocaciones requieren prudencia, porque abundan las circunstancias en que pudieran ser inconvenientes y hasta temerarias. La emancipación del alma, como se sabe, tiene lugar casi siempre durante el sueño. La evocación produce la emancipación, o, por lo menos, un estado de soñolencia con suspensión momentánea de las facultades sensitivas. Luego se comprende lo inconveniente que pudiera ser la evocación, si coincidiera con un momento en que el evocado necesitara de todo su conocimiento. También pudiera resultar inconveniente si el evocado estuviera enfermo, porque pudiera agravarle. Cierto que el peligro se atenúa en razón a que el Espíritu conoce las necesidades de su cuerpo, y no permanece más tiempo separado de él que el estrictamente necesario, y cuando ve que su cuerpo va a despertar, lo anuncia y dice que se retira. Pudiendo los Espíritus estar reencarnados en la tierra, sucede con frecuencia que evocamos a quienes lo están sin saberlo: nosotros mismos podemos ser evocados; pero entonces las circunstancias no son has mismas, y los resultados pueden ser fastidiosos.


Puede causar extrañeza ser que el Espíritu de los hombres mas ilustres, de aquéllos a quienes no se hubiera osado dirigir la palabra en vida, acudan a las evocaciones de los hombres más vulgares. Esto no puede sorprender sino a aquellos que desconocen la naturaleza del mundo espirita. Quienquiera que haya estudiado este mundo, sabe que el rango que se ha ocupado en la tierra no da ninguna supremacía, y que en el más allá puede estar por debajo del que ha sido su servidor. Tal es el sentido de la parábola de Jesús: “Los grandes serán abatidos y los pequeños ensalzados”, y esta otra: “Cualquiera que se humillare se elevara, y el que se eleve, será humillado”. Un Espíritu puede, no ocupar entre sus semejantes e1 rango que nosotros suponemos; pero si es verdaderamente superior, estará despojado de todo orgullo y de toda vanidad, y mirará al monje y no al habito.