MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Han recorrido ya todos los grados de la escala, y están libres de todas las impurezas de la materia. Habiendo alcanzado la suma perfección de que es susceptible la criatura, no tienen que pasar por nuevas pruebas ni por nuevas expiaciones; y no estando sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, gozan de la vida eterna en el seno de Dios. Su dicha es inalterable, porque no están sujetos ni a las necesidades, ni a las vicisitudes de la vida material; pero tal dicha no es aquella de una ociosidad monótona, basada en una contemplación perpetua. Son los mensajeros y los ministros de Dios, de quien ejecutan las órdenes para el mantenimiento de la armonía del Universo; tienen ascendientes sobre todos los Espíritus que le son inferiores, a quienes asignan la misión que han de desempeñar y les ayudan a perfeccionarse; y asisten a los hombres en sus tribulaciones, y les excitan al bien o a la expiación de las faltas que les alejan de la felicidad suprema, lo que es para ellos una dulce ocupación. Se les designa algunas veces con los nombres de ángeles, arcángeles o serafines. Los hombres pueden entrar en comunicación con ellos; pero sería muy presuntuoso el que pretendiera tenerles constantemente a sus órdenes. Están equivocados los que califican a estos Espíritus de increados. Los Espíritus increados serían de toda eternidad, como Dios: y si en el Universo pudieran existir seres sin la voluntad de Dios, Dios no seria todopoderoso. Algunos Espíritus se han servido de esa expresión; mas, no en ese sentido: han querido decir que tales Espíritus no volverían a encarnar, y, desde este punto de vista, no volverían a ser creados como los hombres. El término es impropio, porque puede dar lugar a una falsa interpretación. Es el inconveniente que tiene el atenerse a la letra sin escrutar el fondo del pensamiento. (Véase Angel.)