Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Los fenómenos operados por el Sr. Home han producido aún más sensación porque han venido a confirmar los relatos maravillosos llegados de ultramar, a cuya veracidad se le atribuía una cierta desconfianza. Él nos ha mostrado que, dejando a un lado las posibles exageraciones, aún quedaba bastante como para atestar la realidad de los hechos que se verifican fuera de todas las leyes conocidas.

Se ha hablado del Sr. Home en los más diversos sentidos, y reconocemos que falta mucho para que le sea simpático a todo el mundo, a unos por tener ideas preconcebidas, a otros por ignorancia. Podremos hasta admitir 59 entre estos últimos una opinión concienzuda, por no haber logrado constatar los hechos por sí mismos; pero si, en este caso, la duda es permitida, una hostilidad sistemática y apasionada está siempre fuera de lugar. En todo caso, juzgar lo que no se conoce es una falta de lógica, y desacreditar sin pruebas es un olvido de las conveniencias. Por un instante, hagamos abstracción de la intervención de los Espíritus, y no veamos en los hechos relatados sino simples fenómenos físicos. Cuanto más extraños son estos hechos, más atención merecen. Explicadlos como quisiereis, pero no los neguéis a priori, si no queréis poner en duda vuestro juicio. Lo que debe sorprender, y lo que nos parece aún más anormal que los fenómenos en cuestión, es ver a aquellos mismos que sin cesar despotrican contra la oposición de ciertas corporaciones eruditas –en lo que respecta a las ideas nuevas– que constantemente les echan en cara, y esto en los términos menos comedidos, los sinsabores sufridos por los autores de los descubrimientos más importantes: Fulton, Jenner y Galileo –que a cada instante citan–, caer aquellos mismos en un defecto semejante, ellos que dicen, con razón, que hace todavía pocos años, cualquiera que hubiera hablado de comunicarse en algunos segundos de un extremo al otro del mundo, habría pasado por insensato. Si creen en el progreso, del que se dicen los apóstoles, que por lo tanto sean consecuentes consigo mismos y no se granjeen el reproche que les hacen a los otros de negar lo que no comprenden.

Volvamos al Sr. Home. Llegado a París en el mes de octubre de 1855, se encontró desde un principio lanzado al mundo más elevado, circunstancia que hubiera debido imponer más circunspección en el juicio formado sobre él, ya que cuanto más elevado y esclarecido es ese mundo, menos sospechoso es el hecho de dejarse engañar benévolamente por un aventurero. Inclusive esta posición ha suscitado comentarios. Se preguntan quién es el Sr. Home. Para vivir en ese mundo, para hacer costosos viajes, es necesario –dicen– que tenga fortuna. Si no la tiene, es necesario que sea amparado por personas poderosas. Sobre este tema se han levantado mil suposiciones, unas más ridículas que las otras. ¡Qué no se ha dicho también de su hermana, a la que ha ido a buscar hace alrededor de un año; decían que era una médium más potente que él; que ambos deberían realizar prodigios capaces de hacer palidecer los de Moisés. Más de una vez nos han dirigido preguntas sobre este asunto; he aquí nuestra respuesta.

Al llegar a Francia, el Sr. Home no se ha dirigido al público; no le gusta ni busca la publicidad. Si hubiera venido con un objetivo de especulación, hubiese recorrido el país llamando a la propaganda en su ayuda; habría buscado todas las ocasiones de mostrarse, mientras que él las evita; hubiera puesto un precio a sus manifestaciones, mientras que no pide nada a nadie.

A pesar de su reputación, el Sr. Home no es por lo tanto lo que puede llamarse un hombre público; su vida privada no pertenece más que a él. Puesto que nada pide, nadie tiene el derecho de inquirir cómo vive, sin cometer una indiscreción. ¿Es amparado por personas poderosas? Esto no es de nuestra incumbencia; todo lo que podemos decir es que en esta sociedad de élite él ha conquistado simpatías reales y ha hecho amigos dedicados, mientras que con un embaucador la gente se divierte, le paga y se terminó. Por lo tanto, nosotros no vemos en el Sr. Home sino una cosa: un hombre dotado de una facultad notable. El estudio de esta facultad es todo lo que nos interesa, y todo lo que debe interesar a cualquiera que no esté movido únicamente por un sentimiento de curiosidad. Acerca de él, la Historia todavía no ha abierto el libro de sus secretos; hasta que esto suceda, él pertenece sólo a la ciencia. En cuanto a su hermana, he aquí la verdad: es una niña de once años, que ha traído a París para ser educada y de la que ha sido encargada una ilustre persona. Ella apenas sabe en qué consiste la facultad de su hermano. Como se ve, es muy simple y muy prosaico para los aficionados a lo maravilloso.

Ahora, ¿por qué el Sr. Home ha venido a Francia? No ha sido en absoluto para buscar fortuna, como acabamos de probarlo. ¿Es para conocer el país? No lo recorre, sale poco, y de ninguna manera tiene los hábitos de un turista. El motivo evidente ha sido el consejo de los médicos que creen que el aire de Europa es necesario para su salud, pero los hechos más naturales son frecuentemente providenciales. Por lo tanto, pensamos que si ha venido es porque debía venir. Francia –todavía en duda en lo que concierne a las manifestaciones espíritas– tenía necesidad de recibir una gran sacudida al respecto; fue el Sr. Home quien recibió esta misión, y cuanto mayor ha sido la sacudida, mayor ha sido su repercusión. La posición, el crédito, las luces de aquellos que lo han recibido, y que se han convencido por la evidencia de los hechos, han conmovido las convicciones de una multitud de gente, incluso entre los que no han podido ser testigos oculares. Por lo tanto, la presencia del Sr. Home ha sido un poderoso auxiliar para la propagación de las ideas espíritas; si no ha convencido a todos, ha lanzado semillas que han de fructificar a medida que los médiums se multipliquen. Esta facultad, como lo hemos dicho en otra parte, de ninguna manera es un privilegio exclusivo; existe en estado latente y en diversos grados entre una multitud de individuos, sólo esperando una ocasión para desarrollarse; el principio está en nosotros por el propio efecto de nuestro organismo; está en la Naturaleza; todos nosotros tenemos su germen, y no está lejos el día en que veremos a los médiums surgir en todos los puntos, en medio de nosotros, en nuestras familias, entre los pobres y los ricos, para que la verdad sea conocida por todos, porque según lo que nos ha sido anunciado, es una nueva era, una nueva fase que comienza para la Humanidad.

La evidencia y la divulgación de los fenómenos espíritas darán un nuevo curso a las ideas morales, como el vapor ha dado un nuevo curso a la industria.

Si la vida privada del Sr. Home debe ser cerrada a las investigaciones de una indiscreta curiosidad, existen ciertos detalles que a justo título pueden interesar al público y que incluso son útiles dar a conocer para una mejor apreciación de los hechos.

El Sr. Daniel Dunglas Home nació el 15 de marzo de 1833, cerca de Edimburgo. Por lo tanto, actualmente tiene 24 años. Desciende de la antigua y noble familia de los Dunglas de Escocia, antaño soberana. Es un joven de talla mediana, rubio, cuya fisonomía melancólica no tiene nada de excéntrica; es de una complexión muy delicada, de hábitos sencillos y suaves, de un carácter afable y benévolo en el que el contacto con las grandezas no ha infundido ni altivez ni ostentación. Dotado de una excesiva modestia, nunca hace alarde de su maravillosa facultad, jamás habla de sí mismo y si en la expansión de la intimidad cuenta sus cosas personales, es con simplicidad y nunca con el énfasis propio de las personas con las que la malevolencia trata de compararlo. Varios hechos íntimos, que son de nuestro conocimiento personal, prueban sus sentimientos nobles y una gran elevación de alma; lo hemos constatado con tanto más placer cuanto más se conoce la influencia de las disposiciones morales sobre la naturaleza de las manifestaciones.

Los fenómenos de los que el Sr. Home es instrumento involuntario han sido a veces contados por amigos demasiado afanosos con un entusiasmo exagerado, del cual se ha apoderado la malevolencia. Tal como son, ellos no tienen necesidad de una amplificación, más dañosa que útil a la causa. Al ser nuestro objetivo el estudio serio de todo lo que se relacione con la ciencia espírita, nos concentraremos en la estricta realidad de los hechos constatados por nosotros mismos o por los testigos oculares más dignos de fe. Por lo tanto, podremos comentarlos con la certeza de no razonar sobre cosas fantásticas.

El Sr. Home es un médium del género de los que producen manifestaciones ostensibles, sin excluir por ello las comunicaciones inteligentes; pero sus predisposiciones naturales le dan para los primeros una aptitud más especial. Bajo su influencia, los ruidos más extraños se hacen oír, el aire se agita, los cuerpos sólidos se mueven, se levantan, se transportan de un lugar para otro a través del espacio, los instrumentos de música hacen escuchar sus sonidos melodiosos, seres del mundo extracorpóreo aparecen, hablan, escriben y a menudo abrazan a las personas hasta el punto de provocarles dolor. Él mismo varias veces se ha visto, en presencia de testigos oculares, levantado sin sostén a varios metros de altura.

De lo que nos ha sido enseñado sobre el rango de los Espíritus que en general producen estas especies de manifestaciones, no hay que llegar a la conclusión de que el Sr. Home está en relación solamente con la clase ínfima del mundo espírita. Su carácter y las cualidades morales que lo distinguen deben, al contrario, granjearle la simpatía de los Espíritus superiores; para estos últimos, él no es más que un instrumento destinado a abrir los ojos a los ciegos por medios enérgicos, sin ser por ello privado de las comunicaciones de un orden más elevado. Es una misión que él ha aceptado, misión que no está exenta de tribulaciones ni de peligros, pero que cumple con resignación y perseverancia bajo la égida de su madre, en Espíritu, su verdadero ángel guardián.

La causa de las manifestaciones del Sr. Home es innata en él; su alma, que parece estar unida al cuerpo solamente por débiles lazos, tiene más afinidad con el mundo espírita que con el mundo corporal; es por eso que se desprende sin esfuerzos, y más fácilmente que los otros entra en comunicación con los seres invisibles. Esta facultad se ha revelado en él desde su más tierna infancia. A la edad de seis meses su cuna se balanceaba completamente sola en la ausencia de su nodriza y cambiaba de lugar. En sus primeros años era tan débil que apenas podía sostenerse; sentado en una alfombra, los juguetes que no podía alcanzar venían por sí mismos a ponerse a su alcance. A los tres años tuvo sus primeras visiones, pero no ha conservado esos recuerdos. Tenía nueve años cuando su familia se instaló en los Estados Unidos; allí, los mismos fenómenos continuaron con una intensidad creciente a medida que él avanzaba en edad, pero su reputación como médium sólo se estableció en 1850, época en que las manifestaciones espíritas comenzaron a hacerse populares en ese país. Debido a su salud, ya lo hemos dicho, en 1854 fue a Italia; asombró a Florencia y a Roma con sus verdaderos prodigios. Convertido a la fe católica en esta última ciudad, debió tomar el compromiso de romper sus relaciones con el mundo de los Espíritus. En efecto, durante un año su poder oculto parecía haberlo abandonado; pero como este poder está por encima de su voluntad, al cabo de ese tiempo –tal como se lo había anunciado su madre, en Espíritu– las manifestaciones volvieron a producirse con una nueva energía. Su misión estaba trazada: debía distinguirse entre los que la Providencia ha elegido para revelarnos a través de señales patentes el poder que domina todas las grandezas humanas.

Si el Sr. Home sólo fuese un hábil prestidigitador –como lo pretenden ciertas personas que juzgan sin haber visto–, indudablemente habría tenido siempre escamoteos a su disposición, mientras que él no es dueño de producirlos a voluntad. Por lo tanto, le sería imposible tener 63 sesiones regulares, porque su facultad le faltaría frecuentemente en el momento en que tuviese necesidad de la misma. Algunas veces los fenómenos se manifiestan espontáneamente en el momento en que menos se espera, mientras que otras veces resulta impotente provocarlos, circunstancia ésta poco favorable para quien quisiese hacer exhibiciones con hora marcada. El siguiente hecho, tomado de entre mil, es la prueba de ello. Desde hacía más de quince días que el Sr. Home no había podido obtener ninguna manifestación, cuando al estar almorzando en la casa de uno de sus amigos, con otras dos o tres personas de su conocimiento, de repente se hicieron oír golpes en las paredes, en los muebles y en el techo. Parece que vuelven – dijo. En ese momento, el Sr. Home estaba sentado en un canapé con un amigo. Un empleado trae la bandeja del té y se apresta a colocarla en la mesa ubicada en el medio del salón; aunque muy pesada, ésta se elevó súbitamente del suelo cerca de 20 a 30 centímetros de altura, como si hubiera sido atraída por la bandeja; espantado, el empleado la dejó caer, y de un salto la mesa se lanza hacia el canapé y va a caer delante del Sr. Home y de su amigo, sin que nada de lo que estaba encima fuera desordenado. Indiscutiblemente, este hecho no es el más curioso de los que habremos de relatar, pero presenta una particularidad digna de destacarse: que se ha producido espontáneamente, sin provocación, en un círculo íntimo, en el cual ninguno de los asistentes –cien veces testigos de hechos semejantes– tenía necesidad de nuevos testimonios; y seguramente no era ése el momento propicio para que el Sr. Home mostrase sus habilidades, si es que las tiene.

En un próximo artículo citaremos otras manifestaciones.