Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Uno de nuestros suscriptores de La Haya (Holanda), nos comunica el siguiente hecho que sucedió en un Círculo de amigos que se ocupaba de manifestaciones espíritas. Esto prueba una vez más – agrega él– y sin ninguna contestación posible, la existencia de un elemento inteligente e invisible que actúa individual y directamente con nosotros.

Los Espíritus se anuncian moviendo una mesa pesada y dando golpes. Se les preguntan sus nombres: son los fallecidos Sr. y Sra. G..., muy ricos durante esta existencia; el marido, de quien provenía la fortuna, al no tener hijos, hubo desheredado a sus parientes próximos en favor de la familia de su mujer, fallecida poco tiempo antes que él. Entre las nueve personas presentes a la sesión, se encontraban dos señoras desheredadas, así como también el marido de una de ellas.

El Sr. G... fue siempre un pobre diablo y el más humilde servidor de su mujer. Después de la muerte de ésta, su familia se instaló en su casa para cuidar de él. El testamento fue hecho con el certificado de un médico, declarando que el moribundo gozaba de la plenitud de sus facultades.

El marido de la señora desheredada, que designaremos con la inicial R..., tomó la palabra en estos términos: «¡Cómo os atrevéis a presentaros aquí después del escandaloso testamento que habéis hecho!» Después, exaltándose cada vez más, terminó por decirle injurias. Entonces, la mesa dio un salto y lanzó una lámpara con fuerza a la cabeza del interlocutor. Éste le pidió disculpas por haber tenido ese primer impulso de cólera, y les preguntó qué venían ellos a hacer allí. –Resp. Hemos venido a explicaros los motivos de nuestra conducta. (Las respuestas eran dadas a través de golpes que indicaban las letras del alfabeto.)

El Sr. R..., conociendo la ineptitud del marido, le dijo bruscamente que se retirara y que sólo escucharía a su mujer.

Entonces ésta, en Espíritu, dijo que la Sra. R... y su hermana eran bastante ricas como para tomar parte de la herencia; que otros eran malos, y que otros, en fin, debían sufrir esta prueba; que por esas razones esta fortuna convenía más a su propia familia. El Sr. R... no se contentó con esas explicaciones y descargó su cólera en reproches injuriosos. Entonces, la mesa se agitó violentamente, se irguió, dio fuertes golpes en el parqué y otra vez volcó la lámpara sobre el Sr. R... Luego de hacerse la calma, el Espíritu trató de persuadirlos señalando que después de su muerte se había enterado que el testamento había sido dictado por un Espíritu superior. El Sr. R... y las señoras, no queriendo proseguir con una discusión inútil, le ofrecieron un perdón sincero. Inmediatamente la mesa se levantó del lado del Sr. R... y se posó suavemente como dándole un abrazo junto a su pecho; las dos señoras recibieron el mismo gesto de gratitud; la mesa tenía una vibración muy pronunciada. El buen criterio había prevalecido; el Espíritu se compadeció de la actual heredera, diciendo que ella terminaría enloqueciendo.

El Sr. R... le reprochó también, pero afectuosamente, por no haber hecho el bien durante su vida con una fortuna tan grande, agregando que ella no era recordada por nadie. «Sí –respondió el Espíritu–, hay una pobre viuda que vive en la calle ..., que piensa frecuentemente en mí, porque algunas veces le di alimento, ropa y leña.»

Al no haber dado el Espíritu el nombre de esta pobre mujer, uno de los asistentes fue en busca de la misma y la encontró en la dirección indicada; y lo que no es menos digno de señalar es que, desde la muerte de la Sra. G..., la pobre viuda había cambiado de domicilio; este último es el que ha sido indicado por el Espíritu.