Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Tal como lo hemos dicho, el Sr. Home es un médium del género de aquellos bajo cuya influencia se producen más especialmente fenómenos físicos, sin excluir por eso las manifestaciones inteligentes. Todo efecto que revele la acción de una voluntad libre es por esto mismo inteligente; es decir, que no es puramente mecánico y que no podría ser atribuido a un agente exclusivamente material; pero de ahí a las comunicaciones instructivas de un alto alcance moral y filosófico, hay una gran distancia, y no es de nuestro conocimiento que el Sr. Home las obtenga de esta naturaleza. Al no ser un médium psicógrafo, la mayoría de las respuestas son dadas por golpes que indican las letras del alfabeto, procedimiento siempre imperfecto y demasiado lento, que difícilmente se presta a desarrollos de una cierta extensión. No obstante, él obtiene también la escritura, pero por otro medio del cual hablaremos luego.

Para comenzar digamos que, como principio general, las manifestaciones ostensibles –las que impresionan nuestros sentidos– pueden ser espontáneas o provocadas. Las primeras son independientes de la voluntad; a menudo ocurren contra la voluntad de quien es objeto de las mismas, y al cual no siempre son agradables. Los hechos de este género son frecuentes y, sin remontarnos a los relatos más o menos auténticos de los tiempos remotos, la Historia contemporánea nos ofrece de ellos numerosos ejemplos, cuya causa, desconocida al principio, hoy es perfectamente conocida: tales son, por ejemplo, los ruidos insólitos, el movimiento desordenado de objetos, las cortinas corridas, las cobijas arrancadas, ciertas apariciones, etc. Algunas personas están dotadas de una facultad especial que les da el poder de provocar, al menos en parte, esos fenómenos a voluntad, para decirlo así. En absoluto esta facultad es muy rara y, en cien personas, por lo menos cincuenta la poseen en un grado más o menos grande. Lo que distingue al Sr. Home, es que dicha facultad está desarrollada en él – como en los médiums de su fuerza– de una manera, por así decirlo, excepcional. Algunos no obtienen más que golpes leves o el desplazamiento insignificante de una mesa, mientras que bajo la influencia del Sr. Home los ruidos más resonantes se hacen escuchar, y todo el moblaje de un cuarto puede ser derribado, colocándose los muebles unos sobre los otros. Por más extraños que sean esos fenómenos, el entusiasmo de algunos admiradores demasiado afanosos aún ha encontrado el medio de ampliarlos con hechos puramente inventados. Por otro lado, los detractores no han permanecido inactivos; han contado sobre él todo tipo de anécdotas que sólo han existido en su imaginación. He aquí un ejemplo. El Sr. marqués de ..., uno de los personajes que mayor interés ha demostrado en el Sr. Home y en cuya casa era recibido en la intimidad, se encontraba un día en el Teatro Ópera con este último. En una de las butacas se encontraba el Sr. P..., uno de nuestros suscriptores, que conocía personalmente a ambos. Su vecino entabla una conversación con él, la cual recae sobre el Sr. Home: «¿Creeríais si os dijese que ese pretenso hechicero, ese charlatán, ha encontrado un medio de entrar en la casa del marqués de ...? Pero sus artificios han sido descubiertos, y ha sido echado a puntapiés como a un vil intrigante. –¿Estáis bien seguro de eso? –dice el Sr. P... ¿Conocéis al Sr. marqués de...? –Ciertamente, replicó el interlocutor. –En este caso – dice el Sr. P...–, observad aquel palco, donde podréis verlo en compañía del Sr. Home en persona, el cual no parece haber recibido puntapiés.» Ante eso, nuestro desafortunado narrador, no juzgando oportuno proseguir la conversación, tomó su sombrero y no volvió a aparecer. Se puede juzgar por esto el valor de ciertas aserciones. Seguramente, si ciertos hechos divulgados por la maledicencia fuesen reales, le habrían cerrado más de una puerta; pero como las casas más honorables siempre le han abierto las puertas, debe deducirse que siempre y por todas partes se ha conducido como un caballero. Además, basta haber conversado alguna vez con el Sr. Home para ver que con su timidez y simplicidad de carácter, sería el más torpe de todos los intrigantes; insistimos en este punto por la moralidad de la causa. Volvamos a sus manifestaciones. Como nuestro objetivo es hacer conocer la verdad en interés de la ciencia, todo lo que relatamos es extraído de fuentes tan auténticas que podemos garantizar la más escrupulosa exactitud; hemos obtenido esto de testigos oculares demasiado serios, esclarecidos y distinguidos como para que su sinceridad pueda ser puesta en duda. Si se dijese que esas personas han podido –de buena fe– ser víctimas de una ilusión, responderíamos que hay circunstancias que escapan a toda suposición de ese género; además, esas personas estaban demasiado interesadas en conocer la verdad como para no precaverse contra cualquier falsa apariencia.

El Sr. Home comienza generalmente sus sesiones con hechos conocidos: golpes dados en una mesa o en cualquier otro lugar de la residencia, procediendo como lo hemos dicho en otra parte. Luego viene el movimiento de la mesa, que al principio solamente se opera mediante la imposición de sus manos o las de varias personas reunidas, y después a distancia y sin contacto; es una especie de puesta en marcha. Muy a menudo no obtiene nada más; esto depende de la disposición en la que se encuentre y a veces también de la de los asistentes; existen personas que delante de las cuales nunca ha producido nada, incluso tratándose de amigos suyos. No nos extenderemos en estos fenómenos hoy tan conocidos y que no se distinguen sino 90 por su rapidez y por su energía. Frecuentemente después de varias oscilaciones y balanceos, la mesa se levanta del suelo, se eleva gradual y lentamente, despacio, por medio de pequeñas sacudidas, no apenas algunos centímetros, sino hasta el techo, y fuera del alcance de las manos; después de haber permanecido suspendida algunos segundos en el espacio, desciende como había subido, lenta y gradualmente.

Al ser un hecho adquirido la suspensión de un cuerpo inerte, y de un peso específico incomparablemente mayor que el del aire, se concibe que pueda suceder lo mismo con un cuerpo animado. No nos hemos enterado que el Sr. Home haya operado sobre alguna otra persona que no fuera en sí mismo, y aún así este hecho no se produjo en París, aunque se ha comprobado que tuvo lugar varias veces, tanto en Florencia como en Francia, y particularmente en Burdeos, en presencia de los más respetables testigos que podríamos citar si fuera necesario. Al igual que la mesa, él se ha elevado hasta el techo, y después ha descendido de la misma manera. Lo que hay de singular en este fenómeno, es que, cuando se produce, no obedece a un acto de su voluntad, y él mismo nos ha dicho que no se da cuenta de ello y que cree siempre estar en el suelo, a menos que mire hacia abajo; solamente los testigos lo ven elevarse; en cuanto a él, en ese momento siente la sensación producida por el balanceo de un barco sobre las olas. Además, el hecho al que nos hemos referido no es privativo del Sr. Home. La Historia cita más de un ejemplo auténtico que relataremos ulteriormente.

De todas las manifestaciones producidas por el Sr. Home, la más extraordinaria es indiscutiblemente la de las apariciones, por lo que insistiremos más en las mismas, en razón de las graves consecuencias que de ellas derivan y de la luz que derraman sobre una multitud de hechos. Lo mismo sucede con los sonidos producidos en el aire, con los instrumentos de música que tocan solos, etc. Examinaremos esos fenómenos en detalle en nuestro próximo número.

Al regresar de un viaje a Holanda, donde ha producido una profunda sensación en la corte y en la alta sociedad, el Sr. Home acaba de partir a Italia. Su salud, gravemente alterada, le exigía un clima más benigno.

Confirmamos con placer lo que ciertos periódicos han informado sobre un legado de 6.000 francos de renta que le ha sido hecho por una dama inglesa convertida por él a la Doctrina Espírita, y en reconocimiento de la satisfacción que ella ha sentido. El Sr. Home merecía en todos los aspectos este honorable testimonio. Este acto, por parte de la donadora, es un precedente al cual han de aplaudir todos los que comparten nuestras convicciones; esperamos que un día la Doctrina tenga su Mecenas: la posteridad ha de escribir su nombre entre los bienhechores de la Humanidad. La religión nos enseña la existencia del alma y su inmortalidad; el Espiritismo nos da su prueba palpable y viviente, no más por el razonamiento, sino por los hechos. El materialismo es uno de los vicios de la sociedad actual, porque engendra el egoísmo. En efecto, ¿qué existe fuera del yo para quien relaciona todo a la materia y a la vida presente? La Doctrina Espírita, íntimamente ligada a las ideas religiosas, al esclarecernos sobre nuestra naturaleza, nos muestra la felicidad en la práctica de las virtudes evangélicas; llama al hombre a sus deberes para con Dios, para con la sociedad y para consigo mismo; ayudar a su propagación es asestar el golpe mortal a la plaga del escepticismo que nos invade como un mal contagioso; por lo tanto, ¡honor a los que emplean en esta obra los bienes con que Dios los ha favorecido en la Tierra!