Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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I

Un hombre salió de madrugada y se dirigió hacia la plaza pública para contratar obreros. Ahora bien, vio allí a dos hombres del pueblo que estaban sentados de brazos cruzados. Se acercó a uno ellos y, abordándolo, le dijo: «¿Qué haces aquí?» Y éste le respondió: «No tengo trabajo»; aquel que buscaba obreros le dijo: «Toma tu azada y ve a mi campo, en la ladera de la colina donde sopla el viento del sur; cortarás el brezo y removerás la tierra hasta que llegue el atardecer; la tarea es ruda, pero tendrás un buen salario». Y el hombre del pueblo cargó su azada sobre los hombros, agradeciéndole de corazón.

Al oír esto, el otro obrero se levantó de su lugar y se aproximó, diciendo: «Señor, dejadme también ir a trabajar en vuestro campo»; y habiéndoles dicho a ambos para seguirlo, el señor marchó adelante para mostrarles el camino. Después, cuando hubieron llegado al declive de la colina, dividió el trabajo en dos partes y se retiró.

Luego que partió, el último de los obreros que había contratado prendió fuego primeramente a los brezos de la parte que le había tocado y trabajó la tierra con el hierro de su azada. El sudor chorreaba de su frente bajo el ardor del sol. El otro al principio lo imitó murmurando, pero luego dejó su tarea y, clavando su azada en la tierra, se sentó al lado, mirando a su compañero trabajar.

Ahora bien, al caer la tarde el señor del campo vino y examinó el trabajo realizado, y habiendo llamado al obrero diligente, lo felicitó diciéndole: «Has trabajado bien; he aquí tu salario», y le dio una moneda de plata, permitiéndole retirarse. El otro obrero también se acercó y reclamó el pago de su jornada; pero el señor le dijo: «Mal obrero, mi pan no aplacará tu hambre, porque has dejado sin trabajar la parte de mi campo que te había confiado; no es justo que aquel que no ha hecho nada sea recompensado como el que ha trabajado bien». Y lo despidió sin darle nada.

II


Yo os digo, la fuerza no ha sido dada al hombre y la inteligencia a su espíritu para que consuma sus días en la ociosidad, sino para que sea útil a sus semejantes. Ahora bien, aquel cuyas manos estuvieren desocupadas y el espíritu ocioso será punido, y deberá recomenzar su tarea.

En verdad os digo, cuando su tiempo se haya cumplido, su vida será dejada a un lado como una cosa inútil; comprended esto mediante una comparación. ¿Quién de vosotros, si hay en su huerto un árbol que no produce frutos, no dice a su servidor: «Cortad este árbol y arrojadlo al fuego, porque sus ramas son estériles?» Ahora bien, del mismo modo que este árbol será cortado por su esterilidad, la vida del perezoso será desechada porque habrá sido estéril en buenas obras.