Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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El Sr. M... había comprado en una quincallería una medalla que le pareció notable por su singularidad. Era del tamaño de un escudo de seis libras. Su aspecto era plateado, aunque un poco plomizo. En las dos caras estaba grabada en bajo relieve una multitud de signos, entre los cuales se destacan planetas, círculos entrelazados, un triángulo, palabras ininteligibles, e iniciales en caracteres vulgares; después otros caracteres raros, teniendo algo de árabe, todo dispuesto de una manera cabalística en el género de los libros de magia.

Al haber interrogado a la señorita J... –médium sonámbula– sobre esta medalla, le fue respondido al Sr. M... que estaba compuesta de siete metales, que había pertenecido a Cazotte y que tenía un poder particular para atraer a los Espíritus y facilitar las evocaciones. El Sr. de Codemberg, autor de una serie de comunicaciones que obtuvo como médium, dice él, de la virgen María, le dijo que era una cosa mala, propia para atraer a los demonios. La señorita de Guldenstubbe, médium, hermana del barón de Guldenstubbe –autor de una obra sobre pneumatografía o escritura directa– le dijo que la medalla tenía una virtud magnética y que podía provocar el sonambulismo.

Poco satisfecho con estas respuestas contradictorias, el Sr. M... nos presentó esta medalla, pidiendo al respecto nuestra opinión personal e igualmente solicitándonos para que interrogásemos a un Espíritu superior sobre su real valor desde el punto de vista de la influencia que la misma pueda tener. He aquí nuestra respuesta:

Los Espíritus son atraídos o rechazados por el pensamiento y no por objetos materiales, que ningún poder tienen sobre ellos. En todos los tiempos los Espíritus superiores han condenado el empleo de signos y de formas cabalísticas, y todo Espíritu que les atribuya una virtud cualquiera o que pretenda dar talismanes que tengan relación con libros de magia, revela por esto mismo su inferioridad, ya sea obrando de buena fe o por ignorancia, como consecuencia de antiguos prejuicios terrestres de los cuales está imbuido, o ya sea porque concientemente quiera divertirse con la credulidad, como Espíritu burlón. Los signos cabalísticos, que no son más que pura fantasía, son símbolos que recuerdan las creencias supersticiosas en virtud de ciertas cosas, como números, planetas y su concordancia con los metales, creencias nacidas en los tiempos de ignorancia, y que reposan sobre errores manifiestos a los que la Ciencia ha hecho justicia mostrando lo que eran esos pretendidos siete planetas, los siete metales, etc. La forma mística e ininteligible de estos emblemas tenía por objetivo imponerlos al vulgo, dispuesto a ver lo maravilloso en aquello que no comprendía. Cualquiera que ha estudiado la naturaleza de los Espíritus no puede racionalmente admitir sobre ellos la influencia de formas convencionales, ni de substancias mezcladas en ciertas proporciones: eso sería renovar las prácticas de la caldera de los hechiceros, de los gatos negros, de las gallinas negras y de otros sortilegios. No sucede lo mismo con un objeto magnetizado que –como se sabe– tiene el poder de provocar el sonambulismo o ciertos fenómenos nerviosos sobre el organismo; pero entonces la virtud de este objeto reside únicamente en el fluido del cual está momentáneamente impregnado y que se transmite así por vía mediata, y no en su forma, en su color, ni sobre todo en los signos con los cuales pueda estar abarrotado.

Un Espíritu puede decir: «Trazad tal signo, y por este signo yo reconoceré que me llamáis, y vendré»; pero en este caso el signo trazado no es más que la expresión del pensamiento; es una evocación traducida de una manera material; ahora bien, los Espíritus, cualquiera que sea su naturaleza, no tienen necesidad de semejantes medios para comunicarse; los Espíritus superiores jamás los emplean; los Espíritus inferiores pueden hacerlo con la finalidad de fascinar la imaginación de las personas crédulas que quieren tener bajo su dependencia. Regla general: Para los Espíritus superiores, la forma no es nada, el pensamiento lo es todo; todo Espíritu que atribuya más importancia a la forma que al fondo es inferior, y no merece ninguna confianza, aunque incluso diga de vez en cuando algunas cosas buenas; porque esas cosas buenas son frecuentemente un medio de seducción.

En general, tal era nuestro pensamiento con respecto a los talismanes, como medios de relación con los Espíritus. Innecesario decir que él igualmente se aplica a los que la superstición emplea como protección contra enfermedades o accidentes.

No obstante, para la edificación del poseedor de la medalla y a fin de profundizar mejor la cuestión, en la sesión de la Sociedad del 17 de julio de 1858 solicitamos al Espíritu san Luis –que consiente en comunicarse con nosotros todas las veces que se trate de nuestra instrucción– para darnos su opinión al respecto. Al ser interrogado sobre el valor de esta medalla, he aquí cuál ha sido su respuesta:

«Hacéis bien en no admitir que los objetos materiales puedan tener cualquier virtud sobre las manifestaciones, ya sea para provocarlas o para impedirlas. Bastante a menudo hemos dicho que las manifestaciones eran espontáneas y que, por lo demás, nunca nos rehusamos a responder a vuestro llamado. ¿Por qué pensáis que podríamos estar obligados a obedecer a una cosa fabricada por los humanos?

Preg. –¿Con qué objetivo ha sido hecha esta medalla? Resp. –Con el objetivo de llamar la atención de las personas que consientan en creer en la misma; pero no ha podido ser hecha sino por los magnetizadores, con la intención de magnetizarla para adormecer a un sensitivo. Las signos no son más que cosas de fantasía.

Preg. –Se dice que ella había pertenecido a Cazotte; ¿podríamos evocarlo para tener algunas informaciones de él en este aspecto? Resp. –No es necesario; ocupaos preferiblemente de cosas más serias.»