El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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FATALIDAD

851. Existe fatalidad en los acontecimientos de la vida, según el sentido dado a aquella palabra, es decir, todos los sucesos están determinados anticipadamente, y si es así, ¿qué se hace el libre albedrío?

«La fatalidad existe sólo en virtud de la elección que ha hecho el espíritu, al encarnarse, de sufrir tal o cual prueba. Eligiéndola, se constituye una especie de destino, consecuencia de la misma posición en que se encuentra cplocado. Hablo de las pruebas físicas; porque en cuanto a las morales y a la tentación, conservando el espíritu su libre albedrío en el bien y en el mal, es siempre dueño de ceder o de resistir. Un espíritu bueno, viéndole flaquear, puede venir en su ayuda; pero no influir en él hasta el punto de dominar su voluntad. Un espíritu malo, esto es, inferior, enseñándole y exagerándole un peligro físico, puede conmoverle y espantarle; pero no dejará por ello de quedar libre de toda traba a la voluntad del espíritu encarnado».

852. Hay personas a quienes parece perseguir la fatalidad, independientemente de su manera de obrar, ¿no forma parte de su destino la desgracia?

«Acaso son pruebas que deben sufrir y que han elegido; pero, os lo repito, vosotros achacáis al destino lo que a menudo no es más que una consecuencia de vuestra propia falta. Cuando te aflijan males, procura que tu conciencia esté pura, y estarás medio consolado».

Las ideas falsas o exactas que nos formamos de las cosas, nos hacen triunfar o sucumbir según nuestro carácter y posición social. Encontra mos más sencillo y menos humillante nuestro amor propio atribuir nuestros descalabros a la suerte o al destino que a nuestra propia falta. Si a veces contribuye a ello la influencia de los espíritus, podemos siempre substraemos a esa influencia, rechazando las ideas que nos sugieren, cuando son, malas.

853. Ciertas personas se libran de un peligro mortal para caer en otro, y parece que no podían escapar de la muerte. ¿No es esto la fatalidad?

«Sólo es fatal, en el verdadero sentido de la palabra, el instante de la muerte, llegado el cual, ya por uno, ya por otro medio, no podéis substraeros a él».

-Así, pues, cualquiera que sea el peligro que nos amenace, ¿no moriremos si no ha llegado aún nuestra hora?

«No, no perecerás, y de ello tienes miles de ejemplos; pero llegada tu hora de marchar, nada puede librarte. Dios sabe anticipadamente de qué clase de muerte sucumbirás, y a menudo también lo sabe tu espíritu; porque le es revelado, cuando elige tal o cual existencia».

854. ¿Síguese de la infalibilidad de la hora de la muerte que son inútiles las precauciones que se toman para evitarla?

«No; porque las precauciones que tomáis, os son sugeridas con la mira de evitar la muerte que os amenaza. Son uno de los medios para que no se verifique».

855. ¿Cuál es el objeto de la Providencia, haciéndonos correr peligros, que no han de producirnos consecuencias?

«El peligro que tu vida ha corrido es una advertencia que tú mismo has deseado, con el fin de alejarte del mal, y volverte mejor. Cuando te libras de él, estando aún bajo la influencia del peligro que has corrido, piensas más o menos decididamente, según la acción más o menos caracterizada de tus espíritus buenos, hacerte mejor de lo que eres. Al sobrevenir los espíritus malos (digo malos sobreentendiendo el mal que aún en ellos existe), te figuras que saldrás igualmente ileso de otros peliqros, y dejas que tus pasiones se desenfrenen nuevamente. Por medio de los peligros que corréis, Dios os recuerda vuestra debilidad y la fragilidad de vúestra existencia. Si se examina la causa y naturaleza del peligro, se verá que, la máyor parte de las veces, sus consecuencias hubieran sido castigo de una falta cometida o de un deber descuidado. De este modo Dios os amonesta a que os reconcentréis en vosotros mismos y os corrijáis». (526-532)

856. ¿Sabe el esniritu de antemano la clase de muerte de que ha de sucumbir?

«Sabe que la clase de vida que ha elegido le expone a morir de este modo antes que de aquel otro; pero sabe igualmente las luchas que habrá de sostener para evitarlo, y que, si Dios lo permite. no sucumbirá».

857. Hay hombres que desafían los peligros de los combates, en la persuasión de que aún no ha llegado su hora, ¿tiene algún fundamento esa creencia?

«El hombre tiene con mucha frecuencia presentimiento de su fin, como puede tener el de que no moritá aún. Este presentimiento procede de sus espíritus protectores, que quieren avisarle de que esté presto a partir, o que fortalecen su ánimo en los momentos en que más lo necesita. Puede procedee también de la intuición que tiene de la existencia que ha elegido, o de la misión que ha aceptado y que sabe que ha de cumplir». (411-522)

858. ¿De dónde procede que los que presienten su muerte la temen generalmente menos que los otros?

«El hombre, y no el espíritu es quien teme la muerte, y el que la presiente piensa más como espíritu que como hombre. Comprende su emancipación, y la espera».

859. Si la muerte no puede ser evitada, cuando ha de tener lugar, ¿sucede lo mismo con todos los accidentes que nos sobrevienen durante el curso de la vida?

«A menudo son cosas bastante pequeñas para que podamos preveniros, y evitároslas a veces, dirigiendo vuestro pensamiento, porque nos disgusta el sufrimiento material; pero esas cosas importan poco a la vida que habéis elegido. La fatalidad no consiste más que en la hora en que debéis aparecer y desaparecer de la tierrá».

-¿Existen hechos que forzosamente han de acontecer, y que no pueden conjurar la voluntad de los espíritus?

«Sí; pero tú, en estado de espíritu, los viste y presentiste cuando hiciste tu elección. No creas, sin embargo, que todo lo que suceda está escrito, como se dice. Un acontecimiento es a menudo consecuencia de una cosa que has hecho por un acto de tu libre voluntad, de modo, que si no la hubieses hecho, el acontecimiento no hubiera tenido lugar. Si te quemas un dedo, eso no es nada; es consecuencia de tu imprudencia y de la materia. Sólo los grandes dolores y los acontecimientos importantes y que pueden influir en la moral, están previstos por Dios; porque son útiles a tu purificación e instrucción».

860. ¿Puede el hombre, mediante su voluntad y sus actos, lograr que ciertos acontecimientos que debían tener lugar, no lo tengan y viceversa?

«Lo puede, si esa desviación aparente puede entrar en la vida que ha elegido. Y además, para hacer bien, como así debe ser, y como este es el único objeto de la vida, puede impedir el mal, sobre todo aquel que podría contribuir a un mal mayor».

861. El hombre que comete un asesinato, ¿sabe, al escoger su existencia, que llegará a ser asesino?

«No, sabe que, eligiendo una vida de lucha, corre riesgo de matar a uno de sus semejantes, pero ignora si lo hará; porque casi; siempre delibera antes de cometer el crimen, y aquel que delibera sobre algo es siempre libre de hacerlo o no hacerlo. Si el espíritu supiese de antemano que, como hombre debe cometer un asesinato, sería porque estaba predestinado para ello. Sabed, pues, que nadie está predestinado para un crimen y que todo crimen o cualquiera otro acto es siempre resultado de la voluntad y del libre albedrío.

»Por lo demás, vosotros confundís siempre dos cosas muy diferentes: los acontecimientos materiales de la vida y los actos de la vida moral. Si fatalidad existe a veces es respecto de aquellos acontecimientos materiales cuya causa está fuera de vosotros y que son independientes de vuestra voluntad. En cuanto a los actos de la vida moral, dimanan siempre del hombre, quien tiene siempre, por lo tanto, la libertad de elegir. Respecto de estos actos, no existe nunca, fatalidad».

862. Hay personas a quienes nada sale bien y a quienes parece que persigue un genio malo en todas sus empresas. ¿No es cierto que se puede llamar fatalidad?

«Es fatalidad, si así quieres llamarlo, pero depende de la elección de la clase de existencia; porque semejantes personas han querido ser probadas por una vida de desengaño. con el fin de ejercitar su paciencia y su resignación. No creas, empero, que semejante fatalidad sea absoluta, pues a menudo es resultado del camino equivocado que han tomado, y que no está en relación con su inteligencia y sus aptitudes. El que quiere atravesar un rio a nado, sin saber nadar, corre mucho peligro de ahogarse, y lo mismo sucede en la mayor parte de los acontecimientos de la vida. Si el hombre no emprendiese otras cosas que las que están en relación con sus facultades, llegaría a buen término casi siempre. Lo que le pierde es su amor propio y su ambición que le hacen salir del camino, y tomar por vocación el deseo de satisfacer ciertas pasiones. Fracasa y es culpa suya; pero en vez de censurarse a si mismo, prefiere acusar a su estrella. Tal hay que hubiese sido un buen obrero y se hubiera ganado honradamente la vida, que es un mal poeta y se muere de hambre. Para todos habría puesto, si cada uno supiera ocupar su lugar».

863. ¿Las costumbres sociales no obligan con frecuencia al hombre a tomar una dirección, con preferencia a otra, y no está sometido a la censura de la opinión en la elección de sus ocupaciones? Lo que se llama respeto humdno, ¿no es un obstáculo al ejercicio del libre albedrío?

«Las hombres son los que crean las costumbres sociales y no Dios. Si a ellas se someten, es porque les conviene, lo cual es también un acto de su libre albedrío, puesto que, si lo quisieran, podrían emanciparse. ¿De qué se quejan entonces? No es a las costumbres sociales a las que deben acusar, sino a su vano amor propio que los obliga a que prefieren morirse de hambre a faltar a ellas. Nadie les toma en cuenta ese sacrificio hecho al orgullo, al paso que Dios les tomará el de su vanidad. No quiere esto decir que haya de desafiar-se innecesariamente la opinión pública, como lo hacen ciertas personas que son más originales que filósofos. Tan ilógico es exponerse a que le señalen con el dedo, o a que le miren como un animal raro, como sabio descender voluntariamente y sin murmurar, cuando no se puede permanecer en los escalones superiores de la escala».

864. Si hay personas a quienes se muestra contraria la suerte, hay otras a quienes parece favorable, pues todo les sale bien. ¿De qué depende esto?

«A menudo sucede así, porque saben arreglarse mejor; pero también puede ser eso una clase de prueba. El triunfo les embriaga; se fían de su destino, y con frecuencia pagan más tarde esos mismos triunfos por los cruelts reveses que con prudencia hubieran podido evitar».

865. ¿Cómo puede explícarse la suerte que favorece a ciertas personas en circunstancias en que ninguna parte toman la voluntad y la inteligencia. en el juego, por ejemplo?

«Ciertos espíritus han elegido de antemano cierta clase de placeres. La suerte que les favorece es una tentación. El que gana como hombre pierde como espíritu. Es una prueba para su orgullo y su codicia».

866. La fatalidad que parece presidir a los destinos materiales de nuestra vida, ¿es también, pues, efecto de nuestro libre albedrío?

«Tú mismo has elegido tu prueba. Mientras más ruda sea la soportes mejor, te elevas más. Los que pasan la vida en la abundancia y la felicidad humana son espíritus cobardes, que permanecen estacionarios. Así el número de los infortunados sobrepuja en mucho al de los felices de este mundo, dado que el mayor número de los espíritus procuran la prueba que les sea más fructífera. Aprecian con harta exactitud la futilidad de vuestras grandezas y goces. Por otra parte, la vida más feliz es siempre agitada, siempre turbada, aunque no fuese más que por la ausencia del dolor». (525 y siguiente)

867. ¿De dónde proviene el dicho: Nacer con buena estrella?

«Antigua superstición que relacionaba las estrellas con el destino de cada hombre; alegoría que ciertas personas cometen la majadería de tomar literalmente».