CAPÍTULO XII
PERFECCIÓN MORAL
La virtudes y los vicios. —De las pasiones. —Del egoísmo. —Caracteres del hombre de
bien.
—Conocimento de sí mesmo
Las virtudes y los vicios.
893. ¿Cuál es la más meritoria de todas las virtudes?
«Todas las virtudes tienen su mérito, porque todas son sefiales de progreso en el camino
del bien. Hay virtud siempre que hay resistencia voluntaria a las solicitaciones de las malas inclinaciones; pero la sublimidad de la virtud consiste en el sacrificio voluntario del
interés personal por el bien del prójimo. La virtud más meritoria está fundada en la caridad
más desinteresada».
894. Hay personas que hacen el bien espontáneamente, sin que hayan de vencer ningún
sentimiento contrario, ¿tienen éstos tanto mérito como los que han de luchar con su propia
naturaleza, y la vencen?
«Los que no tienen que luchar es porque en ellos se ha realizado ya el progreso. Han
luchado en otro tiempo y han vencido, y de aquí que los buenos sentimientos no les cuesten
ningún esfuerzo y les parezcan muy naturales sus acciones; el bien se ha convertido para ellos
en hábito. Débeseles honrar, pues, como a viejos guerreros que han ganado sus grados.
»Como estáis lejos aún de la perfección, esos ejemplos os sorprenden por el contraste, y
los admiráis tanto más cuanto más raros son; pero sabed que en los mundos más adelantados
que el yuestro, es regla general lo que es excepción en el vuestro. En ellos es espontáneo por
todas partes el sentimiento del bien; porque no están habitados más que por los espíritus
buenos, y una sola mala intención sería allí una excepción monstruosa. He aquí por qué en
ellos los hombres son felices, y así sucederá en la Tierra cuando la humanidad se haya
transformado, y cuando comprenda y practíque la caridad en su verdadera acepción».
895. Aparte de los defectos y vicios, respecto de los cuales nadie puede equivocarse,
¿cuál es la señal más característica de la imperfección?
«El interés personal. Las cualidades morales son a menudo como el dorado de un objeto
de cobre, que no resiste la piedra de toque. Un hombre puede poseer cualidades reales que le
hacen un hombre de bien a los ojos de los otros; pero, aunque semejantes cualidades sean un
progreso, no resisten siempre a ciertas pruebas, y basta a veces tocar la fibra del interés
personal para descubrir la realidad. El verdadero desinterés es una cosa rara en el mundo, que
cuando se presenta se le admira como un fenómeno.
»El apego a las cosas mater¡ales es una señal notoria de inferioridad; porque cuanto más
se apega el hombre a los bienes del mundo, menos comprende su destino. Con el desinterés prueba, por el contrario, que contempla el porvenir desde más elevado punto».
896. Hay gentes desinteresadas sin discernimiento, que prodigan su hacienda sin provecho
real y sin emplearla racionalmente; ¿tienen algún mérito?
«Tienen el del desinterés, pero no el del bien que podrían hacer. Si el desinterés es una
virtud, la prodigalidad irreflexiva es siempre una falta de juicio por lo menos. No se da a los
unos la fortuna para que la despilfarren, como no se da a los otros para que la encierren en sus
arcas. Es un depósito del que habrán de dar cuenta; porque habrán de responder de todo el
bien que estaba en sus manos hacer, y que no hicieron; de todas las lágrimas que hubieran
podido enjugar con el dinero que han dado a los que no lo necesitaban».
897. El que hace el bien, no con la mira de una recompensa terrena, sino con la esperanza
de que se le tomará en cuenta en la otra vida, y de que su posición será mejor en
consecuencia, ¿es reprensible y perjudica a su adelanto semejante pensamiento?
«Es preciso hacer el bien por caridad, es decir, con desinterés».
—Cada uno, empero, tiene el natural deseo de adelantar para salir del penoso estado de
esta vida; los mismos espíritus nos enseñan a practicar el bien con este objeto. ¿Es. pues, un
mal el pensar que, haciendo el bien, puede esperarse mejor vida que en la tierra?
«Ciertamente que no, pero el que hace el bien desinteresadamente y por el solo place? de
ser agradable a Dios y a su prójimo que sufre, se encuentra ya en un grado de adelanto que le
permitirá llegar a la dicha mucho antes que su hermano que, más positivista, hace el bien por
reflexión, y no por el natural impulso de su corazón». (894.)
—¿No ha de establecerse aquí una distinción entre el bien que pueda hacerse al prójimo y
el cuidado que uno pone en corregirse de sus defectos? Concebimos que hacer el bien con la
idea de que se nos tomará en cuenta en la otra vida, es poco meritorio; pero enmendarse,
vencer sus pasiones, corregir su carácter con la mira de aproximarse a los espíritus buenos y
elevarse ¿es igualmente señal de inferioridad?
«No, no. Por hacer el bien entendemos el ser caritativo. El que calcula lo que cada buena
acción puede reportarle así en la vida futura como en la terrestre, procede como un egoísta;
pero no existe egoísmo en mejorarse con la mira de acercarse a Dios, pues este es el objeto a
que debe propender cada uno».
898. Puesto que la vida corporal no es más que una permanencia temporal en la tierra, y
que nuestro principal cuidado ha de ser el porvenir, ¿es útil esforzarse en adquirir
conocimientos científicos que sólo se relacionan con las cosas y necesidades materiales?
«Sin duda. Ante todo porque os pone en disposición de aliviar a vuestros hermanos, y
después porque vuestro espíritu progresará más de prisa, si ha progresado ya
intelectualmente. En el intervalo de las encarnaciones, aprendéis en una hora lo que os
costaría años en la tierra. No hay conocimiento alguno inútil; todos contribuyen más o menos
al progreso, porque el Espíritu perfecto debe saberlo todo, y porque, debiendo realizarse el
progreso en todos los sentidos, todas las ideas adquiridas favorecen el desarrollo del espíritu».
899. De dos hombres ricos que el uno ha nacido en la opulencia y nunca ha conocido la
necesidad, y que el otro debe su fortuna al trabajo, y ambos la emplean exclusivamente en su
satisfacción personal, ¿cuál es más culpable?
«El que ha conocido el sufrimiento. Sabe lo que es sufrir, conoce el dolor que no alivia,
aunque con mucha frecuencia no se acuerde de ello».
900. El que acumula sin cesar y sin hacer bien a nadie, ¿tiene excusa valedera en la idea
de que amontona para legar más a sus herederos?
«Eso es un compromiso con la mala conciencia».
901. De dos avaros, el uno se priva de lo necesario y muere de hambre junto a su tesoro,
y el segundo sólo es avaro respecto de los otros. Es pródigo para si mismo, y mientras
retrocede ante el más pequeño sacrificio para hacer un servicio o algo útil, nada le cuesta
satisfacer sus gustos y pasiones. Si se le pide un favor, siempre está en mala situación; pero
siempre tiene lo suficiente para complacerse en sus caprichos. ¿Cuál de los dos es más
culpable, y cuál tendrá peor lugar en el mundo de los espíritus?
«El que goza. Es más egoísta que avaro. El otro ha encontrado ya parte de su castigo».
902. ¿Es reprensible envidiar la riqueza, cuando sucede por deseo de hacer bien?
«El sentimiento, cuando es puro, es laudable, no cabe duda; pero semejante deseo, ¿es
siempre completamente desinteresado y no encuentrá alguna pretensión personal? La primera
persona a quien se desea hacer bien, ¿no es con frecuencia a si mismo?»
903. ¿Hay culpabilidad en estudiar los defectos de los otros?
«Si es para criticarlos y divulgarlos, hay mucha culpabilidad, porque es faltar a la
caridad; si es para sacar provecho del estudio y evitarlos en si mismo, puede ser útil a veces,
pero es preciso no olvidar que la indulgencia para con todos los defectos ajenos es una de las
virtudes comprendidas en la caridad. Antes de reprochar a los otros sus imperfecciones, ved si
puede decirse otro tanto de vosotros. Procurad, pues, tener las cualidades opuestas a los
defectos que criticáis en otro, que este es el medio de haceros superiores. Le censuráis la
avaricia, sed generosos; el orgullo, sed humildes y modestos; la dureza, sed amables; la
pequeñez en las acciones, sed grandes en todas las vuestras, en una palabra: haced de modo
que no se os pueda aplicar esta frase de Jesús: Ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el
suyo».
904. ¿Hay culpabilidad en sondear los defectos de la sociedad y en descubrirlos?
«Depende del sentimiento que conduce a hacerlo. Si el escritor no tiene otra mira que
producir escándalo, se procura un goce personal, presentando esos cuadros que antes sirven
de malo que de buen ejemplo. El espíritu aprecia, pero no puede ser castigado por esa clase
de placer que experimenta revelando el mal».
—¿Cómo podrá juzgarse, en caso semejante, de la pureza de las intenciones y de la
sinceridad del escritor?
«Eso no siempre es útil. Si escribe cosas buenas, aprovechaos de ellas, pues si él obra
mal, esa es cuestión de conciencia que sólo a él atafle. Por lo demás, sI desea probar su
sinceridad, tócale apoyar el precepto con el ejemplo propio».
905. Ciertos autores han publicado obras muy bellas y morales que favorecen el progreso
de la humanidad; pero de las cuales se han aprovechado muy poco sus autores; ¿se les toma en cuenta, como a
espíritus, el bien que han hecho sus obras?
«La moral sin las acciones, es la semilla sin trabajo. ¿De qué os sirve la semilla si no la
hacéis fructificar para alimentaros? Esos hombres son los más culpables, porque tenían
inteligencia para comprender. No practicando las máximas que daban a los otros, han
renunciado a recoger el fruto».
906. ¿El que hace bien es censurable de conocerlo y confesárselo a si mismo?
«Puesto que puede tener conciencia del mal que hace, debe tener asimismo la del bien, a
fin de saber si obra mal o bien. Pesando todas sus acciones en la balanza de la ley de Dios, y
sobre todo en la de la ley de justicia, de amor y de caridad, es como podrá decirse si son
buenas o malas, aprobarlas o desaprobarías. No puede, pues, ser reprensible porque conozca
que ha triunfado de las malas tendencias, y de estar satisfecho por ello, siempre que no se
envanezca, pues entonces caeria en otro escollo». (919.)
De las pasiones.
907. Puesto que el principio de las pasiones está en la naturaleza, ¿es malo en si mismo?
«No, la pasión consiste en el exceso unido a la voluntad; porque el principio ha sido dado
al homb?e para el bien, y ellas pueden conducirle a grandes cosas. El abuso que se hace de las
pasiones es lo que causa el mal».
908. ¿Cómo puede fijarse el límite donde cesan las pasiones de ser buenas o malas?
«Las pasiones son como un caballo que es útil, cuando está gobernado; pero peligroso
cuando es él el que gobierna. Reconoced, pues, que una pasión se hace perniciosa desde el
momento en que cesáis de poderla gobernar y origina un perjuicio cualquiera, ya a vosotros,
ya a otro».
Las pasiones son palancas que duplican las fuezas del hombre, y le ayudan a cumplir las miras de la
Providencia, pero si en vez de dirigirlas, el hombre se deja dirigir por ellas, cae en el exceso, y la fuerza
que en su mano podía hacer el bien, se vuelve contra él y lo aplasta.
Todas las pasiones tienen su principio en un sentimiento o necesidad natural. El principio de las
pasiones no es, pues, un mal, puesto que se apoya en una de las condiciones providenciales de nuestra
existencia. La propiamente dicha, es la exageración de una necesidad o de un sentimiento; reside en el
exceso, no en la causa, y semelante exceso se convierte en mal cuando da como consecúencia un mal
cualquiera.
Toda pasión que aproxima al hombre a la naturaleza animal le aleja de la espiritual.
Todo sentimiento que eleva al hombre por encima de la naturaleza animal, revela el predominio del espíritu sobre la materia y la proximidad de la perfección.
909. ¿El hombre podría con sus esfuerzos yencer siempre sus malas pasiones?
«Sí, y a vecés con pequeños esfuerzos. Lo que le falta es voluntad. ¡Ah, cuán pocos sois
los que hacéis esfuerzos!»
910. ¿Puede hallar el hombre en los espíritus una asistencia eficaz para vencer las
pasiones?
«Si lo pide sinceramente a Dios y a su buen genio, los espíritus buenos vendrán sin duda
a ayudarle, porque esta es su misión». (459.)
911. ¿No hay pasiones tan vivas e irresistibles, que la voluntad es impotente para
vencerlas?
«Muchas personas hay que dicen: Lo quiero; pero la voluntad no les pasa de los labios,
lo quieren, y están muy contentos de que no suceda. Cuando se cree no poder vencer sus
pasiones, es porque el espíritu, a causa de su inferioridad, se complace en ellas. El que
procura reprimirlas comprende su naturaleza espiritual y el vencerlas es para él un triunfo del
espíritu sobre la materia».
912. ¿Cuál es el medio más éficaz para combatir el predominio de la naturaleza corporal?
«Hacer abnegación de si mismo».
Del egoísmo.
913. Entre los vicios, ¿cuál puede considerarse como radical?
«Muchas veces lo hemos dicho, el
egoísmo; de él arrancan todos los males. Estudiad
todos los vicios, y encontraréis que en el fondo de todos ellos reside el egoísmo. En vano los
combatiréis, y no conseguiréis extirparlos hasta que no hayáis atacado el mal en su raíz, hasta
que no hayáis destruido la causa. Dirigid, pues, todos vuestros esfuerzos hacia este objeto, porque él es el
verdadero cáncer de la sociedad. Cualquiera que desee aproximarse desde esta vida a la
perfección moral, debe arrancar de su corazón todo sentimiento de egoísmo; porque éste es
incompatible con la justicia, con el amor y con la caridad; neutraliza todas las otras
cualidades».
914. Fundándose el egoísmo en el sentimiento de interés personal, parece muy difícil
extirparlo completamente en el corazón humano, ¿llegará a conseguirse?
«A medida que los hombres se ilustran sobre las cosas espirituales, dan menos
importancia a las materiales. Además es preciso reformar las instituciones que excitan y
mantienen el egoísmo. Esto depende de la educación».
915. Siendo el egoísmo inherente a la especie humana, ¿no será siempre un obstáculo
para el reino del bien absoluto en la tierra?
«Cierto que el egoísmo es vuestro mal mayor, pero depende de la inferioridad de los
espíritus encarnados en la tierra, y no de la misma humanidad. Luego; purificándose los
espíritus en encarnaciones sucesivas, se desprenden del egoísmo como de sus otras
impurezas. ¿No tenéis en la tierra ningún hombre que, libre de egoismo, practique la caridad?
Hay más de los que vosotros creéis, pero vosotros no los conocéis; porque la virtud no busca
el ruido de la publicidad. Y si hay uno, ¿por qué no ha de haber diez? Si díez, ¿por qué no
mil? Y así sucesivamente».
916. Lejos de disminuir el egoísmo, crece con la civilización que parece excitarlo y
mantenerlo. ¿Cómo pues, la causa destruirá el efecto?
«Mientras más grande es el mal, más horrible se presenta, y preciso era que el egoísmo
originase mucho mal, para que se conociese la necesidad de extirparlo. Cuando los hombres
hayan sacudido el egoísmo que los domina, vivirán como hermanos sin hacerse mal,
ayudándose mutuamente por el mutuo sentimiento de la
solidaridad. Entonces el fuerte será
apoyo del débil y no su opresor, y no se verán hombres faltos de lo necesario; porque todos
practicarán la ley de justicia. Este es el reino del bien de cuya preparación están encargados
los espíritus». (784.)
917. ¿Qué medio hay para destruir el egoísmo?
«De todas las humanas imperfecciones, la más difícil de desarraigar es el egoísmo,
porque deriva de la influencia de la materia de la cual el hombre,
que está muy prórimo aun a
su origen
, no ha podido emanciparse, y todo contribuye a sostener esa influencia; las leyes, la
organización social y la educación. El egoísmo amenguará con el predominio de la vida moral
sobre la material, y sobre todo con la inteligencia que os da el espiritismo de vuestro estada
futuro
real, y no desnaturalizado por ficciones alegóricas. Bien comprendido el espiritismo, y
una vez identificado con las costumbres y creencias trastornará los hábitos, los usos y las
relaciones sociales. El egoísmo se funda en la importancia de la personalidad, y el espiritismo
bien comprendido, lo repito, hace ver las cosas desde tan alto que el sentimiento de la
personalidad desaparece hasta cierto punto ante la inmensidad. Destruyendo semejante
importancia, o por lo menos haciendo que se la considere tal cual es, el espiritismo combate
necesariamente el egoísmo.
»Lo que a menudo hace egoísta al hombre es el roce del egoísmo de los otros, porque
siente la necesidad de estar a la defensiva. Viendo que los otros piensan en sí mismos y no en
él, se ve arrastrado a pensar en él y no en los otros. Pero sea el principio de caridad y de
fraternidad base de las instituciones sociales, de las relaciones legales de pueblo a pueblo y de
hombre a hombre, y éste cuidará menos de su persona, viendo que otros piensan en ellá.
Sentirá la influencia moralizadora del ejemplo y del contacto. En presencia de ese
desbordamiento de egoísmo, necesítase una verdadera virtud para hacer abnegación de su
personalidad en provecho de los otros, que a menudo nada lo agradecen. A los que poseen
semejante virtud es a quienes está abierto el reino de los cielos, y a ellos sobre todo está
reservada la dicha de los elegidos; porque en verdad os digo que el día de la justicia, todo el
que sólo en sí mismo haya pensado será separado y sufrirá por su abandono. (785.)
FENELÓN».
Indudablemente se hacen laudables esfuerzos para hacer que la humanidad progrese; se alientan, se
estimulan, le honran los buenos sentimientos más que en época alguna, y sin embargo el gusano roedor
del egoísmo es siempre el cíncer social. Es un mal real que brota por todo el mundo, y del que todos somos
más o menos víctimas. Preciso es, pues, combatirlo como se combate una enfermedad epidémica, y para
ello es
necesario proceder como los médicos, remontarnos al origen. Búsquense en todas las partes de la
organización social desde la familia a los pueblos, desde la caballa al palacio, todas las causas, todas las
influencias patentes u ocultas, que excitan, mantienen y desarrollan el egoísmo, y una vez conocidas las
causas, el remedio se presentará por si mismo. No se tratará más que de combatirlas, si no todas a la vez,
parcialmente, a lo menos, y poco a poco se extirpará el veneno. La curación podrá ser larga, porque las
causas son numerosas, pero no es imposible. Por lo demás no se conseguirá, si no se corta la raíz del mal
por medio de la educación, no de esa que propende a hacer hombres instruidos, pero si de la que tiende a
hacer hombres honrados. La educación, cuando se la entiende bien, es la clave del progreso moral, y
cuando se conozca el arte de manejar los caracteres como se conoce el de manejar las inteligencias, se
podrán enderezar como se enderezan los arbustos. Pero ese arte requiere mucho tacto, mucha experiencia
y una observación profunda; es erróneo creer que basta tener ciencia para ejercerlo con provecho.
Cualquiera que, desde el nacimiento, sigue así al hijo del rico, como al del pobre, y observa todas las
perniciosas influencias que operan en él a causa de la debilidad, de la incuria y de la ignorancia de los que
le dirigen, y cuán a menudo son improductivos los medios que para moralizarle se emplean, no puede
admirarse de hallar tantos defectos en el mundo. Hágase para lo moral otro tanto que para la
inteligencia, y se verá que, si hay naturalezas refractarias hay más de las que se creen, que no esperan
más que una buena cultura para dar frutos buenos. (872.)
El hombre quiere ser feliz, y este sentimiento es natural. Por esta razón trabaja sin cesar por mejorar
su posición en la tierra; busca las causas de sus males para remediarlas. Cuando comprenda que el
egoismo es una de ellas - la que engendra el orgullo, la ambición, la codicia, la envidia, el odio y los celos,
que le perjudican a cada instante-, que perturba todas las relaciones sociales, provoca las disensiones y
destruye la confianza, obliga a estar siempre a la defensiva contra su vecino, que hace, en fin, del amigo
un enemigo, comprenderá también entonces que ese vicio es incompatible con su propia felicidad, y hasta
añadimos con su propia seguridad. Mientras más sufra a consecuencia de él, más sentirá la necesidad de
combatirlo, como combate la peste, los animales nocivos y demás calamidades. Será solicitado a ello por
su propio interés. (784.)
El egoísmo es el origen de todos los vicios, como la caridad es el de todas las virtudes. Destruir el uno y
fomentar la otra, tal debe ser el objeto de todos los esfuerzos del hombre, si quiere asegurar su dicha así
en la tierra, como en el porvenir.
Caracteres del hombre de bien.
918. ¿Qué señales dan a conocer en un hombre el progreso real que ha de elevar su
espíritu en la jerarquía espiritista?
«El espíritu prueba su elevación cuando todos los actos de su vida corporal son la
práctica de la ley de Dios, y cuando anticipadamente comprende la vida espiritual».
El verdadero hombre de bien es el que practica la ley de justicia, de amor y de caridad en su mayor
pureza. Si interroga su conciencia sobre los hechos realizados, se preguntará si no ha violado aquella ley,
si no ha hecho mal, si ha hecho todo el bien
que ha podido, si nadie ha tenido que quejarse de él, y en fin,
si ha hecho a otro todo lo que hubiese querido que por él se hiciera.
El hombre penetrado del sentimiento de caridad y de amor al prójimo hace el bien por el bien, sin
esperar recompensas, y sacrifica su interés a la justicia.
Es bueno, humano y benévolo para con todo el mundo, porque en todos los hombres ve hermanos,
sin excepción de razas y creencias.
Si Dios le ha dado poder y riqueza, ve en esas cosas UN DEPÓSITO que debe emplear para el bien
y no se envanece de ello, porque sabe que Dios, que se lo ha dado, puede quitárselo.
Si el orden social ha puesto hombres bajo su dependencia, los trata con bondad y benevolencia,
porque ante Dios son iguales suyos, y emplea su poder para moralizar a aquellos y no para abrumarlos
con su orgullo.
Es indulgente con las ajenas debilidades, porque sabe que él mismo necesita indulgencias y
recuerda estas palabras de Cristo:
El que no tenga pecado arrójele la primera piedra.
No es vengativo: a ejemplo de Jesús, perdona las ofensas para no recordar más que los favores;
porque sabe que se le
perdonará como él haya perdonado.
Respeta, en fin, en sus semejantes todos los derechos que dan las leyes de la naturaleza, como
quiere que se le respeten a él.
Conocimiento de sí mismo.
919. ¿Cuál es el medio práctico más eficaz para mejorar se en esta vida y resistir a la
solicitación del mal?
«Un sabio de la antigüedad os lo dijo:
Conócete a ti mismo».
—Comprendemos toda la sabiduría de esta máxima; pero la dificultad consiste en
conocerse a sí mismo. ¿Qué medio hay para conseguirlo?
«Haced lo que durante mi vida terrena: al terminar el día interrogaba a mi conciencia,
pasaba revista a lo que había hecho y me preguntaba si no había infringido algún deber, si
nadie había tenido que quejarse de mi. Así fue como llegué a conocerme y a ver lo que en mí
debía reformarse. Aquel que cada noche, recordase todas sus acciones de durante el día y se preguntase el mal o
el bien que ha hecho, suplicando a Dios y a su ángel guardián que le iluminasen, adquiriría
una gran fuerza para perfeccionarse, porque, creedlo, Dios le asistiría. Proponeos, pues,
cuestiones, y pregun taos lo que habéis hecho, y el objeto con qué, en circunstancia tal, habéis
obrado; si habéis hecho algo que en otro hubieseis censurado; si habéis ejecutado alguna
acción que no os atreveríais a confesar. Preguntaos también lo siguiente: Si a Dios le
pluguiese llamarme en este momento, ¿tendría, al entrar en el mundo de los espíritus donde
nada hay oculto, que temer la presencia de alguien? Examinad lo que hayáis podido hacer
contra Dios, contra vuestro prójimo y contra vosotros mismos, en fin. Las contestaciones
serán reposo para vuestra conciencia, o indicación de un mal que es preciso curar.
»El conocimiento de sí mismo es, pues, la clave del mejoramiento individual, pero diréis
¿cómo juzgarse uno a si mismo? ¿No tenemos la ilusión del amor propio que amengua las
faltas y las excusa? El avaro se cree económico y previsor, el orgulloso no cree tener más que
dignidad. Esto es muy cierto, pero tenéis un medio de comprobación que no puede engañaros.
Cuando estéis indecisos acerca del valor de una de vuestras acciones, preguntaos cómo la
calificaríais, si fuese de otra persona. Si la censuráis en otro, no podrá ser más legítima en
vosotros, pues no tiene Dios dos medidas para la justicia. Procurad también saber lo que
piensan los otros, y no olvidéis la opinión de vuestros enemigos; porque éstos no tienen
interés en falsear la verdad, y a menudo Dios los pone a vuestro lado como un espejo, para
advertiros con mayor franqueza que un amigo. Aquel, pues, que tenga la voluntad decidida de
mejorarse, explore su conciencia a fin de arrancar de ella las malas inclinaciones, como de un
jardín las plantas nocivas; pase balance moral del día transcurrido, como lo pasa el
comerciante de sus ganancias y pérdidas, y yo le aseguro que el uno le será más provechoso
que el otro. Si puede decirse que ha sido buena su jornada, puede dormir tranquilo y esperar
sin temor el despertar a otra vida.
»Haceos, pues, preguntas claras y terminantes y no temáis el multiplicarías, que bien
puede emplearse algunos minutos para lograr una dicha eterna. ¿Acaso no trabajáis
diariamente con la mira de recoger medios que os permitan
descansar en la ancianidad? ¿No es semejante descanso objeto de todos vuestros deseos,
objeto que os hace sufrir trabajos y privaciones momentáneas? Pues bien, ¿qué es ese
descanso de algunos días, interrumpido por las flaquezas del cuerpo, en comparación del que
espera al hombre de bien? ¿No vale esto la pena de hacer algunos esfuerzos? Ya sé que
muchos dicen que el presente es positivo, e incierto el porvenir, mas precisamente esta es la
idea que estamos encargados de desvanecer en vosotros, porque queremos haceros
comprender aquel porvenir de tal modo, que no deje duda alguna en vuestra alma. Por esto, al
principio, llamamos vuestra atención con fenómenos aptos para excitar vuestros sentidos, y
luego os damos instrucciones que cada uno de vosotros está obligado a propagar. Con este
objeto hemos dictado
El libro de los espíritus.
SAN AGUSTÍN«.
Muchas faltas que cometemos nos pasan desapercibidas. En efecto, si siguiendo el consejo
de San Agustín, interrogásemos con más frecuencia nuestra conciencia, veríamos cuántas
veces hemos faltado sin pensarlo por no examinar la naturaleza y móvil de nuestras acciones.
La forma interrogativa es algo más precisa que una máxima que a menudo no nos aplicamos.
Exige réspuestas categóricas, afirmativas o negativas que no consienten alternativa; son otros
tantos argumentos persónales, y por la suma de las respuestas puede computarse la suma del
bien y del mal que en nosotros existe.