El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA DOCTRINA ESPIRITISTA

I

Para las cosas nuevas se necesitan nuevas palabras. Así lo requiere la claridad en el lenguaje, con el fin de evitar la confusión inseparable del sentido múltiple dado a los mismos términos. Las palabras espiritual, espiritualista y espiritualismo, tienen una aceptación bien caracterizada, y darles otra nueva para aplicarlas á la doctrina de los espíritus equivaldría a multiplicar las causas de anfibología, ya numerosas. En efecto, el espiritualismo es el término opuesto al materialismo, y todo el que cree que tiene en si mismo algo más que materia, es espiritualista; pero no se sigue de aquí que crea en la existencia de los espíritus o en sus comunícaciones con el mundo visible. En vez de las palabras ESPIRITUALISTA y ESPIRITUALISMO, empleamos, para designar esta última creencia, las de espiritista y espiritismo, cuya forma recuerda el origen y su significación radical, teniendo por lo mismo la ventaja de ser perfectamente inteligibles, y reservamos a la palabra espiritualismo la acepción que le es propia. Diremos, pues, que la doctrina espiritista o el espiritismo tiene como principios las relaciones del mundo material con los espíritus o seres del mundo invisible. Los adeptos del espiritismo serán los espíritas o los espiritistas, si se quiere.

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS contiene, como especialidad, la doctrina espiritista, y como generalidad, se asocia a la doctrina espiritualista, ofreciendo una de sus fases. Por esta razón se ve en la cabecera de su título la frase Filosofía espiritualista.

II

Existe otra palabra sobre la cual es igualmente importante que nos entendamos, porque es una de las llaves maestras de toda doctrina moral y porque es causa de muchas controversias por carecer de una acepción bien deslindada; tal es la palabra alma. La divergencia de opiniones acerca de la naturaleza del alma procede de la aplicación particular que de esta palabra hace cada uno. Un idioma perfecto, en el que cada idea estuviese representada por su palabra peculiar, evitaría muchas discusiones, y con un término para cada cosa, todos nos entenderíamos.

Según unos, el alma es el principio de la vida material orgánica no tiene existencia propia y cesa cuando la vida cesa. Así piensa el materialismo puro. En este séntido, y por comparación, dicen los materialistas que no tiene alma el instrumento que, por estar rajado, no suena. En esta hipótesis, el alma es efecto y no causa.

Otros creen que el almaes el principio de la inteligencia, agente universal del que cada ser absorbe tina parte. Según éstos, todo el universo no tiene más que una sola alma que distribuye partículas a los diversos seres inteligentes, durante la vida, volviendo, después a la muerte, cada partícula al origen común donde se confunde con el todo, como los arroyos y ríos vuelven al mar de donde salieron. Difiere esta opinión de la precedente en que, en la hipótesis que nos ocupa, existe en nosotros algo más que materia y algo subsiste después de la muerte; pero es casi como si nada sobreviviese; porque, desapareciendo la individualidad, no tendríamos conciencia de nosotros mismos. Siguiendo esta opinión. el alma universal sería Dios, y todo ser, parte de la Divinidad. Semejante sistema es una de las variaciones del panteísmo.

Según otros, en fin, el alma es un ser moral distinto, independiente de la materia, que conserva su individualidad después de la muerte. Esta acepción es, sin contradicción, la más general, porque, con uno u otro nombre, la idea de este ser que sobrevive al cuerpo se encuentra en estado de creencia instintiva e independiente de toda enseñanza, en todos los pueblos, cualquiera que sea su grado de civilización. Esta doctrina, según la cual el alma es causa y no efecto, es la de los espiritualistas.

Sin discutir el mérito de estas opiniones, y concretándonos únicamente a la cuestión lingüística, diremos que esas tres aplicaciones de la palabra alma constituyen tres distintas ideas, para cada una de las cuales sería necesario un término especial. La palabra que nos ocupa tiene, pues, una triple acepción, y los partidarios de los citados sistemas tienen razón en las definiciones que dan de ella, teniendo en cuenta el punto de vista en que se colocan. La culpa de la confusión es del lenguaje, que sólo tiene una palabra para tres ideas distintas. Para evitar las anfibologías, preciso sería emplear la palabra alma para una sola de las tres indicadas ideas, y siendo la cuestión principal la de que nos entendamos perfectamente, es indiferente la elección, dado que este es un punto convencional. Creemos que lo más lógico es tomarla en su acepción más vulgar, y por este motivo llamamos alma al ser inmaterial e individual que reside en nosotros y sobrevive al cuerpo. Aunque este ser no existiera, aunque fuese producto de la imaginación, no sería menos necesario un término que lo representara.

En defecto de esta palabra especial para cada una de las otras dos acepciones, llamamos:

Principio vital, al principio de la vida material y orgánica, cualquiera que sea su origen; principio común a todos los seres vivientes, desde las plantas hasta el hombre. El principio vital es distinto e independiente porque puede existir la vida, aun haciendo abstracción de la facultad de pensar. La palabra vitalidad no respondería a la misma idea. Para unos, el principio vital es una propiedad de la materia, un efecto que se produce desde que la materia se encuentra en ciertas circunstancias determinadas; para otros, y esta es la idea más vulgar, reside en uti fluido especial, universalmente esparcido y del cual absorbe y se asimila cada ser una parte, durante la vida, como, según vemos, absorben la luz los cuerpos inertes. Sería este el fluido vital que, admitiendo ciertas opiniones, es el mismo fluido eléctrico animalizado, designado también con los nombres de fluido magnético, fluido nervioso, etcétera.

Como quiera que sea, existe un hecho indiscutible, porque resulta de la observación, que los seres orgánicos tienen en si mismos una fuerza íntima que produce el fenómeno de la vida, mientras existe aquélla; que la vida material es común a todos los seres orgánicos, y que es independiente de la inteligencia y del pensamiento; que éste y aquélla son facultades propias de ciertas especies orgánicas, y, en fin, que entre las especies orgánicas dotadas de inteligencia y pensamiento, existe una que lo está de un sentimiento moral especial que le da una superioridad incuestionable sobre las otras. Esta es la especie humana.

Concibese que con una acepción múltiple, el alma no excluye el materialismo, ni el panteísmo. El mismo espiritualista puede perfectamente aceptar el alma en una u otra de las dos primeras acepciones, sin perjuicio del ser inmaterial, al que dará entonces otro nombre cualquiera. Así, pues, la palabra que nos viene ocupando no es representativa de una opinión determinada: es un Proteo que cada cual transforma a su antojo, y de aquí el origen de tantas interminables cuestiones.

Evitaríase igualmente la confusión empleando la palabra alma en aquellos tres casos, pero añadiéndole un calificativo que especificase el aspecto en que se la toma, o la acepción que quiere dársele. Sería entonces un vocablo genérico, que representaría simultáneamente el principio de la vida material, el de la inteligencia y el del sentido moral, y que se distinguiría por medio de un atributo, como distinguimos los gases, añadiendo a la palabra gas los calificativos hídrógeno, oxígeno o ázoe. Pudiera, pues, decirse, y esto sería lo más acertado, el alma vital por el principio de la vida material, el alma intelectual por el principio inteligente y el alma espiritista por el principio de nuestra individualidad después de la muerte. Según se ve, todo esto se reduce a una cuestión de suma importancia para entendernos. Conformándonos con aquella clasificación, el alma vital seria común a todos los seres orgánicos: las plantas, los animales y los hombres; el alma intelectual propia de los animales y de los hombres, perteneciendo el alma espiritista al hombre únicamente.

Hemos creído deber nuestro insistir tanto más en estas explicaciones, por cuanto la doctrina espiritista está naturalmente basada en la existencia en nosotros mismos de un ser independiente de la materia. que sobrevive al cuerpo. Debiendo repetir frecuentemente la palabra alma en el curso de esta obra, importaba fijar el sentido que le damos para evitar así las equivocaciones.

Vamos ahora al principal objeto de esta instrucción preliminar.

III

Como todo lo nuevo, la doctrina espiritista tiene adeptos y contradictores. Vamos a procurar contestar a algunas de las objeciones de estos últimos, sin abrigar, empero, la pretensión de convencerlos a todos, ya que hay gentes que creen que para ellas exclusivamente fue hecha la luz. Nos dirigimos a las personas de buena fe que no tienen ideas preconcebidas o sistemáticas, por lo menos, y que están sinceramente deseosas de instruirse, a las cuales demostraremos que la mayor parte de las objeciones que se hacen a la doctrina nacen de la observación incompleta de los hechos y de un fallo dictado con harta ligereza y precipitación.

Recordemos ante todo y en pocas palabras la serie progresiva de los fenómenos que originaron esta doctrina.

El primer hecho observado fue el de diversos objetos que se movían, fenómeno vulgarmente conocido con el nombre de mesas giratorias o danza de las mesas. Este hecho que, según parece, se observó primeramente en América, o que, mejor dicho, se renovó en aquella comarca, puesto que la historia prueba que se remonta a la antigúedad más remota, se produjo acompañado de extrañas circunstancias, tales como ruidos inusitados y golpes sin causa ostensiblemente conocida. Desde alli se propagó con rapidez por Europa y por las demás partes del mundo, siendo al principio objeto de mucha incredulidad, hasta que la multiplicidad de los experimentos no permitió que se dudase de su realidad.

Si este fenómeno se hubiese limitado al movimiento de objetos materiales, podríase explicar por una causa puramente física. Lejos estamos de conocer todos los agentes ocultos de la naturaleza. ni las propiedades todas de los que nos son conocidos. La electricidad, por otra parte, multiplica hasta lo infinito cada día los recursos que brinda al hombre y parece llamada a derramar una nueva luz sobre la ciencia. No era, pues, imposible que la electricidad. modificada por ciertas circunstancias, o por otro agente cualquiera, fuese la causa de aquel movimiento. El aumento de la potencia de la acción, que resultaba siempre de la reunión de muchas personas, parecía venir en apoyo de esta teoría; porque podia considerarse el conjunto de individuos como una pila múltiple. cuya potencia está en razón del número de elementos.

Nada de particular tenía el movimiento circular; porque, siendo natural y moviéndose circularmente todos los astros, podía ser, pues, aquel un ligero reflejo del movimiento general del universo; o por decirlo mejor, una causa, hasta entonces desconocida, podía imprimir accidentalmente a los objetos pequeños, en circunstancias dadas, una corriente análoga a la que arrastra a los mundos.

Pero no siempre era circular el movimiento, sino que a veces se verificaba a sacudidas y desordenadamente. El mueble era zárandeado con violencia, derribado, arrastrado en una dirección cualquiera y, en una oposición a todas las leyes de la estática, levantado del suelo y sostenido en el espacío. Hasta aquí. nada existe en tales hechos que no pueda explicarse por la potencia de un agente físico invisible. ¿Acaso no vemos que la electricidad derriba edificios, desarraiga árboles, lanza a distancia los cuerpos más pesados, los atrae y los repele?

Los ruidos inusitados y los golpes, en el supuesto de que no fuesen efectos ordinarios de la dilatación de la madera, o de otra causa accidental, podían muy bien ser producidos por la acumulación del fluido oculto. ¿Por ventura no produce la electricidad los ruidos más violentos?

Hasta aquí, todo, como se ve, puede caber en el dominio de hechos puramente físicos y fisiológicos. Sin salir de este orden de ideas, era este fenómeno materia de estudios graves y dignos de llamar la atención de los sabios. ¿Por qué no sucedió así? Sensible es tener que decirlo; pero procede este hecho de causas que prueban. entre mil acontecimientos semejantes, la ligereza del humano espíritu. Ante todo, no es acaso extraño a esto la vulgaridad del objeto principal que ha servido de base a los primeros experimentos. Cuán grande no ha sido frecuentemente la influencia de una palabra en los más graves asuntos! Sin considerar que el movimiento pudiera haber sido impreso a cualquier objeto, prevaleció la idea de las mesas, sin duda porque era el más cómodo y porque, más naturalmente que a otro mueble, nos sentamos alrededor de una mesa. Pues bien, los hombres eminentes son tan pueriles, a veces, que nada imposible sería que ciertos genios de nota hayan creído indigno de ellos ocuparse de lo que se convino en llamar danza de las mesas. Es probable que si el fenómeno observado por Galvani lo hubiese sido por hombres vulgares y designado con un nombre burlesco, estaría aún relegado al olvido juntamente con la varita mágica. ¿Cuál es, en efecto, el sabio que no hubiera creído rebajarse ocupándose de la danza de las ranas?

Algunos, sin embargo, bastante modestos para convenir en que la naturaleza puede no haber dicho su última palabra, han querido ver, para tranquilidad de su conciencia. Pero ha sucedido que no siempre ha correspondido el fenómeno a sus esperanzas, y porque no se ha producido constantemente a gusto de su voluntad y conforme a su manera de experimentar, se han pronunciado por la negativa. A pesar de su fallo, las mesas, ya que de mesas se trata, continúan agitándose; de modo, que podemos decir con Galileo: ¡y con todo, se mueven! Diremos más aún, y es que los hechos se han repetido de una manera tal, que han adquirido ya derecho de ciudadanía, no tratándose actualmente más que de hallarles una explicación racional. ¿Puede deducirse algo en contra de la realidad del fenómeno, porque no se produce siempre de un modo idéntico y conforme a la voluntad y exigencias del observador? ¿Acaso los fenómenos eléctricos y químicos no están subordinados a ciertas condiciones? ¿Y hemos de negarlos porque no se producen fuera de ellas? ¿Hay, pues, algo de sorprendente en que el fenómeno del movimiento de los objetos por medio del fluido humano tenga también sus condiciones de existencia, y en que cese de producirse cuando el observador, situándose en su punto de vista particular, pretende que se manifieste a merced de su capricho, o reducirlo a las leyes de los fenómenos conocidos, sin considerar que para nuevos hechos puede y debe haber leyes nuevas? Para conocerlas, es preciso estudiar las circunstancias en que se producen los hechos, y este estudio ha de ser fruto de una observación continuada, atenta y muy lárga, a veces.

Pero, objetan ciertas personas, la superchería es evidente con frecuencia. Ante todo les preguntaremos si están bien ciertas de que exista supercheria y si no han tomado por tal efectos de que no podían darse cuenta, poco más o menos como aquel aldeano que creía que un profesor de física, a quien veía experimentar, era un hábil escamoteador. Pero suponiendo que así hubiese sucedido alguna vez, ¿sería ésta razón para negar el hecho? ¿Hemos de negar la física, porque hay prestidigitadores que se apropian el título de físicos? Preciso es, por otra parte, tener presente el carácter de las personas y el interés que pueden tener en engañar. ¿Será todo ello una broma? Podemos chancearnos un momento; pero una chanza indefinidamente prolongada sería tan fastidiosa para el embaucador como para el embaucado. Además de que, en una superchería que se propaga de un extremo al otro del mundo y entre las personas más graves, honradas e ilustradas, habría de haber algo, por lo menos, tan extraordinario como el mismo fenómeno.

IV

Si los fenómenos que nos ocupan se hubiesen limitado al movimiento de objetos, hubieran cabido, según tenemos dicho, en los límites de las ciencias físicas; pero no ha sido así, y les estaba reservado conducirnos a hechos de un extraño orden. No sabemos por qué iniciativa, creyóse descubrir que el impulso dado a los objetos no era producido únicamente por una fuerza mecánica ciega, sino que intervenía en el movimiento una causa inteligente. Una vez abierto este sendero, ofrecióse un campo nuevo a las observaciones, y quedó descorrido el velo de muchos misterios. ¿Interviene, en efecto, una potencia inteligente? Esta es la cuestión. Si la potencia existe, ¿cuál es, cuál su naturaleza y cuál su origen? ¿Es superior a la humanidad? Tales son las preguntas involucradas en la primera.

Las primeras manifestaciones inteligentes se obtuvieron por medio de mesas que se levantaban y daban con uno de sus pies un número determinado de golpes, representativos de las palabras si o no, según lo convenido, respondiendo de esta manera a las preguntas que se hacian. Hasta aquí, nada hay convincente para los escépticos; porque pudiera atribuirse el resultado a la casualidad. Obtuviéronse después contestaciones más extensas con las letras del alfabeto. Haciendo que el objeto diese el número de golpes correspondiente al número de orden de cada letra, consiguióse formar palabras y frases, que contestaban a las preguntas hechas. La exactitud de las respuestas y su correlación con las preguntas excitaron la admiración. Preguntado acerca de su naturaleza, el ser misterioso que de tal manera respondía, contestó que era un espíritu o genio, dijo su nombre y dio diversos pormenores acerca de si mismo. Esta es una circunstancia muy digna de notarse. Nadie ideó los espíritus como medio de explicar el fenómeno, sino que éste mismo reveló la palabra. En las ciencias exactas se sientan hipótesis con frecuencia para tener una base de razonamiento; pero no es este el caso presente.

El indicado medio de correspondencia era incómodo y tardío. El espíritu, y es también digna de notarse semejante circunstancia, indicó otro. Uno de esos seres invisibles fue quien aconsejó que se adaptase un lápiz a una cestita o a otro objeto. La cestita, colocada sobre una hoja de papel, es movida por el mismo poder ocultó que mueve las mesas; pero, en vez de seguir un simple movimiento irregular. el lápiz traza por si mismo caracteres que forman palabras, frases y discursos enteros de muchas páginas, tratando las más elevadas cuestiones de filosofía, de moral, de metafísica, de psicología, etc., todo lo cual se verifica con la misma rapidez que si escribiésemos con la mano.

El consejo fue dado simultáneamente en América, en Francia y en diversas comarcas. He aquí los términos en que fue dado en París, el 10 de junio de 1853 , a uno de los más fervientes adeptos de la doctrina, que desde muchos años, desde 1849, se ocupaba en evocar a los espíritus: «Ve a la habitación contigua; toma la cestita; átale un lápiz; colócalo sobre el papel, y pon después los dedos en los bordes.> Transcurridos algunos instantes, se puso la cestita en movimiento y escribió el lápiz de un modo muy legible esta frase:

No siendo más que un instrumento el objeto a que se adapta el lápiz, su naturaleza, y su forma son de todo punto indiferentes. Se ha procurado buscar únicamente la comodidad, y así es que muchas personas emplean una tablita.

La cestita o tablita sólo es puesta en movimiento por la influencia de ciertas personas dotadas, bajo este aspecto, de un poder especial; personas que han sido designadas con el nombre de médiums, es decir, medio o intermediario entre los espíritus y los hombres. Las condiciones que producen este poder, proceden de causas a la vez físicas y morales imperfectamente conocidas todavía, porque hay médiums de todas edades, en ambos sexos y en todos los grados de desenvolvimiento intelectual. Por lo demás, la facultad se desarrolla con la práctica.

V

Reconocióse más tarde que la cestita y la tablita no eran en realidad más que un apéndice de la mano, y tomando directamente el lápiz, el médium escribió, por un impulso involuntario y casi febril. Por este medio las comunicaciones fueron más rápidas, más fáciles y más completas, viniendo a ser el más empleado actualmente, tanto más, cuanto que el número de personas dotadas de semejante aptitud es muy considerable y aumenta cada día. Por fin, la experiencia dio a conocer muchas otras variedades de la facultad mediadora, y se supo que las comunicaciones podían obtenerse igualmente por medio de la palabra, del oído, de la vista, del tacto, etc., y hasta por medio de la escritura directa de los espíritus, es decir, sin el concurso de la mano del médium, ni el del lápiz.

Obtenido el hecho, quedaba por dilucidar un punto esencial: el del papel que desempeña el médium en las comunicaciones, y la parte que mecánica y moralmente puede tomar en ellas. Dos circunstancias capitales, que no pasan inadvertidas al observador atento, pueden resolver la cuestión. La primera es el modo como la cestita se mueve bajo su influencia, por la sola imposición de los dedos en el borde, pues el examen demuestra la imposibilidad de imprimirle una dirección determinada. Semejante imposibilidad se hace patente, cuando dos o tres personas operan al mismo tiempo con la misma cestita, porque sería preciso entre ellas una avenencia de movimiento verdaderamente fenomenal y además concordancia de pensamientos para convenir acerca de la respuesta que han de dar a la pregunta hecha. Otra circunstancia, no menos singular, viene a aumentar la dificultad: la diferencia radical de letra según el espíritu que se manifiesta, reproduciéndose la misma siempre que se presenta un mismo espíritu. Preciso sería que el médium se hubiese dedicado a cambiar de veinte maneras diferentes su propia letra, y sobre todo que pudiese recordar la que pertenece a este o a aquel espíritu.

La segunda circunstancia resulta de la misma naturaleza de las contestaciones, que, la mayor parte de las veces, sobre todo en cuestiones abstractas y científicas, son notoriamente superiores a los conocimientos y en otras ocasiones al alcance intelectual del médium, quien, además, no tiene conciencia ordinariamente de lo escrito bajo su influencia, y quien, con mucha frecuencia, ni siquiera oye o entiende la pregunta, puesto que puede ser hecha en un idioma desconocido para él y aun mentalmente, pudiendo ser dada la respuesta en aquel idioma. Sucede también, a menudo, que la cestita escribe espontáneaniente sobre un asunto cualquiera y del todo inesperado.

Estas contestaciones tienen, en ciertos casos, un sello tal de sabiduría, de profundidad y de oportunidad; revelan pensamientos tan elevados y sublimes, que sólo pueden provenir de una inteligencia superior, penetrada de la más pura moralidad; y son otras veces, tan ligeras, tan frívolas y hasta tan triviales, que la razón se resiste a creer que procedan del mismo origen. Esta diversidad de lenguaje no puede encontrar otra explicación que la diversidad de inteligencias que se manifiestan. ¿Semejantes inteligencias pertenecen a la humanidad? He aqui el punto que ha de dilucidarse, y cuya perfecta explicación, tal como ha sido dada por los mismos espíritus, se encontrará en esta obra.

Estos son los hechos patentes que se producen fuera del circulo de nuestras habituales observaciones, no con misterio, sino a la luz del día, pudiendo todo el mundo verlos y evidenciarlos, puesto que no son privilegio de un solo individuo, ya que miles de personas los repiten diaria y voluntariamente. Estos efectos han de tener por fuerza una causa, y desde el momento que revelan la acción de una inteligencia y de tina voluntad, se sustraen del dominio puramente físico.

Muchas teorías se han emitido sobre el particular. Las examinaremos, y veremos si pueden dar razón de todos los hechos que se producen. Interinamente admitamos la existencia de seres distintos de la humanidad, puesto que esta es la explicación dadapor las inteligencias que se manifiestan, y veamos ahora lo que nos dicen.

VI

Los seres que se comunican se designan a si mismos, según hemos dicho, con el nombre de espíritus o genios, y dicen haber pertenecido, algunos, por lo menos a los hombres que vivieron en la tierra. Constituyen el mundo espiritual, como nosotros constituimos, durante la vida, el mundo corporal.

Pasemos a resumir en pocas palabras los puntos más culminantes de la doctrina que nos han transmitido, para responder más fácilmente a ciertas objeciones:

»Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno.

»Creó el universo que comprende todos los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.

»Los seres materiales constituyen el mundo visible o corporal y los inmateriales el invisible o espiritista, es decir, el de los espíritus.

»El mundo espiritista es el normal, primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo. El mundo corporal no pasa de ser secundario; podria dejar de existir, o no haber existido nunca, sin que se alterase la esencia del mundo espiritista.

»Los espíritus revisten temporalmente una envoltura material perecedera, cuya destrucción, a consecuencia de la muerte, los constituye nuevamente en estado de libertad.

»Entre las diferentes especies de seres corporales, Dios ha escogido a la especie humana para la encarnación de los espíritus que han llegado a cierto grado de desarrollo, lo cual les da la superioridad moral e intelectual sobre todos los otros.

»El alma es un espíritu encarnado, cuyo cuerpo no es más que la envoltura.

»Tres cosas existen en el hombre: 1a el cuerpo o ser material análogo a los animales, y animado por el mismo principio vital; 2a el alma o ser inmaterial, espíritu encarnado en el cuerpo, y 3a el lazo que une el alma al cuerpo, principio intermedio entre la materia y el espíritu.

»Así, pues, el hombre tiene dos naturalezas: por el cuerpo, particípa de la naturaleza de los animales, cuyos instintos tienen, y por el alma, participa de la naturaleza de los espíritus.

»El lazo o periespíritu que une el cuerpo y el espíritu es una especie de envoltura semimaterial. La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera; pero el espíritu conserva la segunda, que le constituye un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en estado normal y que puede hacer visible accidentalmente, y hasta tangible. como sucede en el fenómeno de las apariciones.

»Así, pues, el espíritu no es un ser abstracto e indefinido, que sólo puede concebir el pensamiento, sino un ser real y circunscrito que es apreciable en ciertos casos, por los sentidos de la vista, del oído y del tacto.

»Los espíritus pertenecen a diferentes clases y no son iguales en poder, inteligencia, ciencia y moralidad. Los del primer orden son los espíritus superiores, que se distinguen de los demás por su perfección, conocimientos, proximidad a Dios, pureza de sentimientos y amor al bien. Son los ángeles o espíritus puros. Las otras clases se alejan más y más de semejante perfección, estando los de los grados inferiores inclinados a la mayor parte de nuestras pasiones, al odio, la envidia, los celos, el orgullo, etcétera, y se complacen en el mal.

»Entre ellos, los hay que no son ni muy buenos, ni muy malos. Más embrollones y chismosos que malvados, parece ser patrimonio suyo la malicia y la inconsecuencia. Estos tales son los duendes o espíritus ligeros.

»Los espíritus no pertenecen perpetuamente al mismo orden, sino que todos se perfeccionan pasando por los diferentes grados de la jerar4uía espiritista. Este perfeccionamiento se realiza por medio de la encarnación, impuesta como expiación a unos, y como misión a otros. La vida material es una prueba que deben sufrir repetidas veces, hasta que alcanzan la perfección absoluta; una especie de tamiz o depuratorio del que salen más o menos purificados.

»Al ábandonar el cuerpo, el alma vuelve al mundo de los espíritus, de donde había salido, para tomar una nueva existencia material, después de un espacio de tiempo más o menos prolongado, durante el cual se encuentra en estado de espíritu errante. *


* Entre esta doctrina de la reencarnación y de la metempsicosis, como la admiten ciertas sectas, existe la diferencia característica que en el curso de esta obra se explica.


»Debiendo pasar el espíritu por varias encarnaciones, resulta que todos nosotros hemos tenido diversas existencias y que tendremos otras, perfeccionadas más o menos, ora en la tierra, ora en otros mundos.

»Los espíritus se encarnan siempre en la especie humana, y sería erróneo creer que el alma o espíritu pueda encarnarse en el cuerpo de un animal.

»Las diferentes existencias corporales del espíritu siempre son progresivas, nunca retrógradas; pero la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hagamos para llegar a la perfección.

»Las cualidades del alma son las mismas que las del espíritu encarnado en nosotros, de modo que el hombre de bien es encarnación de un espíritu bueno y el hombre perverso lo es de un espíritu impuro.

»El alma era individual antes de la encarnación, y continúa siéndolo después de separarse del cuerpo.

» A su vuelta al mundo de los espíritus, el alma encuentra en él a todos los que conoció en la tierra y todas sus existencias anteriores se presentan a su memoria con el recuerdo de todo el bien y de todo el mal que ha hecho.

»El espíritu encarnado está bajo la influencia de la materia, y el hombre que vence semejante influencia por medio de la elevación y purificación de su alma se aproxima a los espíritus buenos a los cuales se únirá algún día. El que se deja dominar por las malas pasiones, y cifra toda su ventura en la satisfacción de los apetitos groseros, se aproxima a los espíritus impuros, dándo el predominio a la naturaleza animal.

»Los espíritus encarnados pueblan los diferentes globos del universo.

»Los espíritus no encarnados o errantes no ocupan una región determinada y circunscrita, sino que están en todas partes, en el espacio y a nuestro lado, viéndonos y codeándose incesantemente con nosotros. Forman una población invisible que se agita a nuestro alrededor.

»Los espíritus ejercen en el mundo moral y hasta en el físico una acción incesante; obran sobre la materia y el pensamiento, y constituyen uno de los poderes de la naturaleza, causa eficiente de una multitud de fenómenos inexplicados o mal explicados hasta ahora, y que sólo en el espiritismo encuentran solución racional.

»Las relaciones de los espíritus con los hombres son constantes. Los espíritus buenos nos excitan al bien, nos fortalecen en las pruebas de la vida y nos ayudan a sobrellevarías con valor y resignación. Los espíritus malos nos excitan al mal, y les es placentero vernos sucumbir y equipararnos a ellos.

»Las comunicaciones de los espíritus con los hombres son ocultas u ostensibles. Tienen lugar las comunicaciones ocultas por medio de la buena o mala influencia que ejercen en nosotros sin que lo conozcamos. A nuestro juicio toca el distinguir las buenas de las malas inspiraciones. Las comunicaciones ostensibles se verifican por medio de la escritura, de la palabra o de otras manifestaciones materiales, y la mayor parte de las veces por mediación de los médiums que sirven de instrumento a los espíritus.

»Los espíritus se manifiestan espontáneamente o cuando se les evoca. Puede evocárseles a todos, lo mismo a los que animaron a los hombres oscuros, que a los de los más ilustres personajes, cualquiera que sea la época en que hayan vivido: así a los de nuestros parientes y amigos, como a los de nuestros enemigos, y obtener en comunicaciones verbales o escritas, consejos y reseñas de su situación de ultratumba, de sus pensamientos respecto de nosotros, como también aquellas revelaciones que les es licito hacernos.

»Los espíritus son atraídos en razón de su simpatía hacia la naturaleza moral del centro que los convoca. Los espíritus superiores se complacen en las reuniones graves en que prevalecen el amor del bien y el deseo sincero de instruirse y perfeccionarse. Su presencia ahuyenta a los espíritus inferiores que encuentran, por el contrario, franco acceso, y pueden obrar con entera libertad, en personas frívolas o guiadas únicamente por la curiosidad, y en donde quiera que reinen malos instintos. Lejos de esperar de ellos buenas advertencias y reseñas útiles, no deben esperarse más que sutilezas, mentiras, bromas pesadas o supercherías; porque a veces usurpan nombres venerables para mejor inducir en erro.

»Es sumamente fácil distinguir los espíritus buenos de los malos; porque el lenguaje de los espíritus superiores es siempre digno, noble, inspirado por la más pura moralidad, desprovisto de toda pasión baja, y porque sus consejos respiran la más profunda sabiduría, teniendo siempre por objeto nuestro perfeccionamiento y el bien de la humanidad. El de los espíritus inferiores es, por el contrarío, inconsecuente, trivial con frecuencia y hasta grosero. Si dicen a veces cosas buenas y verdaderas, con más frecuencia aún las dicen falsas y absurdas por malicia o por ignorancia, y abusan de la credulidad y se divierten a expensas de los que les consultan, dando pábulo a su vanidad y alimentando sus deseos con mentidas esperanzas. En resumen, solamente en las reuniones graves, en aquellas cuyos miembros están unidos por una comunidad íntima de pensamientos encaminados al bien, se obtienen comunicaciones graves en la verdadera acepción de la palabra.

»La moral de los espíritus superiores se resume, como la de Cristo, en esta máxima evangélica: Hacer con los otros lo que quisiéramos que a nosotros se nos hiciese, es decir, hacer bien y no mal. En este principio encuentra el hombre la regla universal de conducta para sus más insignificantes acciones.

»Nos enseñan que el egoísmo, el orgullo, y el sensualismo son pasiones que nos aproximan a la naturaleza animal, ligándonos a la materia; que el hombre que, desde este mundo, se desprende de la materia despreciando las humanas futilidades y practicando el amor al prójimo, se aproxima a la naturaleza espiritual; que cada uno de nosotros debe ser útil con arreglo a las facultades y a los medios que Dios, para probarle, ha puesto a su disposición; que el fuerte y el poderoso deben apoyo y protección al débil; porque el que abusa de su fuerza y poderío para oprimir a su semejante viola la ley de Dios. Nos enseñan, en fin, que en el mundo de los espíritus, donde nada puede ocultarse, el hipócrita será descubierto y patentizadas todas sus torpezas; que la presencia inevitable y perenne de aquelíos con quienes nos hemos portado mal es uno de los castigos que nos están reservados, y que al estado de inferioridad y de superioridad de los espíritus son inherentes penas y recompensas desconocidas en la tierra.

»Pero nos enseñan también que no hay faltas irremísíbies y que no pueden ser borradas por la expiación. El medio de conseguirlo lo encuentra el hombre en las diferentes existencias que le permiten avanzar, según sus deseos y esfuerzos, en el camino del progreso y hacia la perfección que es su objeto final. »

Tal es el resumen de la doctrina espiritista, según resulta de la enseñanza dada por los espíritus superiores. Pasemos ahora a las objeciones que a ella oponen algunos.

VII

Para muchas personas la oposición de las corporaciones sabias es, si no una prueba, por lo menos, una poderosa presunción en contra. No somos nosotros de los que gritamos contra los sabios ¡a ese!, ¡a ese!; porque no queremos que se nos diga que damos coces al asno, sino que, por el contrario, los tenemos en mucha estima, y nos creeriamos muy honrados siendo uno de ellos; pero no siempre puede ser su opinión un juicio irrevocable.

Desde que la ciencia se emancipa de la observación material de los hechos; desde que se trata de explicarlos y apreciarlos, queda el campo abierto a las conjeturas y cada cual idea un sistema que quiere hacer prevalecer y sostiene con empeño. ¿No vemos todos los días preconizadas y rechazadas alternativamente las divergentes opiniones combatidas hoy como absurdos errores y mañana proclamadas como incontestables verdades? El verdadero criterio de nuestros juicios, el argumento sin réplica son los hechos, en cuyo defecto, debe ser la duda la opinión de los prudentes.

En las cosas notorias, la opinión de los sabios es con justo título fehaciente, porque saben más y mejor que el vulgo; pero en punto a principios nuevos y a cosas desconocidas, su modo de ver no pasa nunca de ser hipotético, porque no están más exentos que los otros de preocupaciones, y hasta me aventuro a decir que en mayor número las tiene quizá el sabio, puesto que una natural propensión le arrastra a subordinarlo todo al aspecto que ha profundizado. El matemático no admite otra prueba que la demostración algebraica, el químico lo refiere todo a la acción de los elementos, etc. El hombre que se ha dedicado a una especialidad encadena a ella todas sus ideas; y si le sacáis de su especialidad, raciocína mal con frecuencia; porque todo quiere someterlo al mismo crisol. Esto es consecuencia de la humana flaqueza. Consultaré, pues, de buen grado y confiadamente a un químico sobre una cuestión de análisis, a un físico sobre la potencia eléctrica y a un mecánico sobre la fuerza motriz; pero séame permitido, y esto sin rebajar el aprecio que merecen sus conocimientos especiales, de no valorar del mismo modo su opinión negativa en materia de espiritismo, como no estimo el parecer de un arquitecto en punto a música.

Las ciencias vulgares están basadas en las propiedades de la materia que a nuestro antojo podemos manipular y someter a nuestros experimentos. Los fenómenos espiritistas están basados en la acción de inteligencias que, teniendo voluntad propia, nos prueban a cada instante que no se hallan a merced de nuestros caprichos. No pueden, pues, observarse de la misma manera, sino que hemos de colocarnos en condiciones especiales y en distinto punto de vista, y querer someterlos a los procedimientos ordinarios de investigación es lo mismo que establecer analogías que no existen. La ciencia, propiamente tal, es, pues. incompetente, como ciencia, para fallar la cuestión del espiritismo. No ha de ocuparse de él, y su juicio, cualquiera que sea, favorable o contrario, no puede tener importancia alguna. El espiritismo es resultado de una convicción personal que, como individuos, pueden abrigar los sabios, haciendo abstracción de su calidad de tales; perosometer esta cuestión a la ciencia valdría tanto como someter la existencia del alma a una asamblea de físicos o de astrónomos. En efecto, todo el espiritismo está contenido en la existencia del alma y en su estado después de la muerte, y es soberanamente ilógico creer que un hombre ha de ser un gran psicólogo, porque es un gran matemático o un gran cirujano. Al disecar el cuerpo humano, el cirujano busca el alma, y porque no tropieza con ellá su escalpelo, como con un nervio, o porque no la ve desprenderse como un gas, deduce que no existe, mirando la cosa bajo el punto de vista exclusivamente material. ¿Quiere esto decir que tenga razón contra la opinión universal? No. Véase, pues, como el espiritismo no incumbe a la ciencia,

Cuando las creencias espiritistas se hayan vulgarizado; cuando sean aceptadas por las masas -y a juzgar por la rapidez con que se propagan. esa época no puede estar muy lejos-, sucederá con esta como con todas las otras ideas nuevas que han encontrado oposición, y los sabios se rendirán a la evidencia. Hasta que ese tiempo no llegue, es intempestivo distraerlos de sus trabajos especiales, para obligarles a que se ocupen de una materia ajena a sus atribuciones y a su programa. En el ínterin, los que, sin haber estudiado profunda y anticipadamente el asunto, optan por la negativa y escarnecen a los que no siguen su parecer, olvidan que otro tanto ha acontecido con la mayor parte de los grandes descubrimientos que honran a la humanidad, y se exponen a que sus nombres aumenten la lista de los ilustres proscriptores de ideas nuevas, y a verlos inscritos a continuación de los de aquellos miembros de la docta asamblea que, en 1752 , acogió con explosiones de risa la memoria de Franklin sobre los pararrayos, juzgándola indigna de figurar en el número de las comunicaciones que le eran dirigidas, y de los de aquella otra que fue causa de que Francia perdiese la gloría de iniciar la navegación por medio del vapor, declarando que el sistema de Fulton era un sueño irrealizable, a pesar de que semejantes cuestiones eran de su competencia. Si, pues, esas corporaciones que contaban en su seno lo más granado de los sabios del mundo, sólo burlas y sarcasmos prodigaron a las ideas que no comprendían, ideas que, algunos años después, habían de revolucionar la ciencia, las costumbres y la industria, ¿cómo podrá esperarse que les merezca mejor acogida una cuestión extraña a sus tareas?

Esos errores de algunos, lamentables para su memoria, no pueden privarles de los títulos que tienen adquiridos, por otro concepto, a nuestro aprecio; pero, ¿se ha de menester acaso de un diploma oficial para tener sentido común, y sólo imbéciles se encuentran por ventura fuera de las poltronas académicas? Fijense bien los ojos en los adeptos de la doctrina espiritista, y entonces se verá si sólo ignorantes cuenta, y si el número inmenso de hombres de mérito que la han abrazado permite que se la coloque en la estirpe de las creencias de las mujerzuelas. Su carácter y su ciencia valen la pena de que se diga: puesto que tales hombres afirman eso, algo, por lo menos, debe tener de cierto.

Volvemos a repetir que si los hechos que nos ocupan se hubiesen concretado al movimiento mecánico de los cuerpos, la investigación de la causa física del fenómeno entraba en el dominio de la ciencia; pero tratándose de una manifestación que se substrae a las leyes de la humanidad, no es competente la c¡encia material, porque no puede ser explicada ni por medio de los números, ni por medio de la potencia mecánica. Cuando surge un nuevo hecho que no se desprende de ninguna de las ciencias conocidas, el sabio debe, para estudiarlo, hacer abstracción de su ciencia, y convencerse de que constituye para él un nuevo estudio que no puede hacerse con ideas ya preconcebidas.

El hombre que cree infalible a su razón cstá muy cercano del error, pues hasta los que patrocinan las ideas más falsas se apoyan en su razón, y en virtud de ella rechazan todo lo que les parece imposible. Los que en otras épocas han rechazado los admirables descubrimientos con que se honra la humanidad, apelan para hacerlo, a la razón. Lo que se llama tal, con frecuencia, no es más que orgullo, y aquel que se cree infalible pretende igualarse a Dios. Nos dirigimos, pues, a los que son bastante prudentes para dudar de lo que no han visto, y que, juzgando del porvenir por el pasado, no creen que el hombre ha llegado a su apogeo, ni que la naturaleza le haya presentado ya la última página de su libro.

VIII

Añadamos que el estudio de una doctrina, como la espiritista, que repentinamente nos conduce a un orden de cosas tan nuevo y tan dilatado, sólo puede ser hecho fructíferamente por hombres graves, perseverantes, ajenos de prevenciones y animados de la firme y sincera voluntad de obtener un resultado. No podemos dar estos calificativos a los que juzgan a priori, ligeramente y sin haberlo visto todo, no observando en sus estudios la ilación, la regularidad y el recogimiento necesarios, y menos aún podemos darlos a ciertas personas que, para no desmentir su reputación de chistosos, se esfuerzan en encontrar un lado burlesco a las cosas más verdaderas, o reputadas tales por individuos cuya ciencia. carácter y convicciones tienen derecho a la consideración de todo el que se precie de saber vivir en sociedad. Repórtense, pues, aquellos que juzgan los hechos indignos de ellos y de su atención, y puesto que nadie piensa en violar sus creencias, respete asimismo las de los otros.

Lo que caracteriza de serio a un estudio es la perseverancia en él. ¿Debe nadie admirarse de no obtener con frecuencia respuesta alguna formal a preguntas graves en si mismas, cuando son hechas al acaso y lanzadas a quemarropa en medio de una multitud de preguntas impertinentes? Una pregunta, por otra parte, es a menudo compleja y requiere, para su aclaración, otras preliminares o complementarias. Todo el que quiera adquirir una ciencia debe estudiarla metódicamente, empezar por el principio y proseguir el encadenamiento y desarrollo de las ideas. El que dirigiese al acaso a un sabio una pregunta sobre una ciencia de la que ignora los primeros rudimentos, ¿habrá adelantado algo en ella? ¿Y podrá el sabio, a pesar de su buena voluntad, darle una respuesta satisfactoria? Esta respuesta aislada será, por fuerza, incompleta e ininteligible, cón frecuencia, o podrá parecer absurda y contradictoria. Lo mismo sucede exactamente en las relaciones que establecemos con los espíritus. Si alguien quiere instruirse en su escuela, es preciso seguir un curso con ellos; pero, como acontece entre nosotros, es necesario escoger sus profesores y trabajar con asiduidad.

Hemos dicho que los espíritus superiores no concurren a más reuniones que a las graves y. sobre todo, a aquellas en que reina una perfecta comunidad de pensamientos y sentimientos encaminados al bien. La ligereza y las preguntas inútiles los alejan, como alejan a las personas razonables, quedando enton¿es el campo libre a la turba de espíritus mentirosos y frívolos, que siempre atisban las ocasiones de burlarse de nosotros y de divertírse a expensas nuestras. ¿Qué resultado puede dar una pregunta seria en semejante reunión? Será contestada; ¿pero por quién? Valdría tanto hacerla, como en medio de una reunión de buen humor dejar caer estas preguntas: ¿Qué es el alma? ¿Qué la muerte?, u otras lindezas por el estilo. Si queréis respuestas graves, sed graves en toda la acepción de la palabra y colocaos en las condiciones indispensables, que sólo entonces obtendréis comunicaciones notables. Sed de los más laboriosos y perseverantes en vuestros estudios, sin lo cual os abandonarán los espíritus superiores, como hace el profesor con los discípulos desaplicados.

IX

Siendo un hecho demostrado el movimiento de los objetos. la cuestión se reduce a saber si es o no una manífestación inteligente, y en caso afirmativo, cuál es el origen de esa manifestación.

No hablamos del movimiento inteligente de ciertos objetos, ni de las comunicaciones verbales, ni siquiera de las que son directamente escritas por los médiums, puesto que esta clase de manifestaciones, evidentes para los que han visto y profundizado el asunto, no es a primera vista bastante independiente de la voluntad para servir de base a la convicción del observador novel. No hablaremos, pues, mas que de los escritos obtenidos con la ayuda de un objeto cualquiera provisto de un lápiz, tales como una cestita, una tablita, etcétera, puesto que la colocación de los dedos del médium hace inútil, como tenemos dicho, la más consumada habilidad de participar de un modo cualquiera en el trazado de los caracteres. Pero admitamos aún que por una destreza maravillosa, pueda burlarse la vista más escudriñadora, ¿cómo podrá explicarse la naturaleza de las contestaciones, cuando son superiores a todas las ideas y conocimientos del médium? Y nótase bien que no se trata de contestaciones monosilábicas, sino, muy a menudo, de muchas páginas escritas con la rapidez más sorprendente, ora espontáneamente, ora sobre un asunto determinado. De la mano del médium más ignorante en literatura, brotan, a veces, poesías de sublimidad y pureza irreprochables, que no desaprobarían los mejores poetas humanos, y lo que más aumenta la extrañeza de semejantes hechos es que se producen en todas partes, y que los, médiums se multiplican hasta lo infinito. ¿Son o no reales estos hechos? Sólo una cosa respondemos: ved y observad, pues no os faltarán ocasiones; pero sobre todo observad a menudo, mucho y en las condiciones indispensables.

¿Qué responden a la evidencia los impugnadores? Sois, dicen, víctimas del charlatanismo o juguete de una ilusión. Diremos ante todo que, cuando no se trata de sacar provecho, es preciso prescindir de la palabra charlatanismo, ya que los charlatanes no trabajan gratis. Esto sería una mistificación a lo más. Pero ¿por qué extraña coincidencia habrán llegado esos mistificadores a ponerse de acuerdo del uno al otro extremo del mundo, a fin de obrar de la misma manera, de producir los mismos efectos y de dar sobre los mismos asuntos y en diversos idiomas respuestas idénticas, si no por las palabras, a lo menos, por el sentido? ¿Cómo y con qué objeto se prestarían a semejantes artimañas personas graves, formales, honradas e instruidas? ¿Cómo explicar la paciencia y la habilidad necesarias en los niños? Porque si los médiums no son instrumentos pasivos, les son precisos habilidad y conocimientos incompatibles con ciertas edades y posiciones sociales.

Dícese que si no existe superchería, todos podemos ser juguetes de úna ilusión. En buena lógica siempre tiene cierta trascendencia la calidad de los testigos, y en este caso, preguntamos si la doctrina espiritista, que cuenta hoy millones de adeptos, los tiene solamente entre los ignorantes. Son tan extraordinarios los fenómenos en que se apoya, que concebimos la duda; pero lo que no puede admitirse es la pretensión de ciertos incrédulos monopolizadores del sentido común, quienes, sin respeto a la posición social o valor moral de sus adversarios, tachan sin miramiento, de imbéciles a todos los que no siguen su dictamen. Para toda persona sensata la opinión de individuos ilustrados que, por largo tiempo, han visto, estudiado y meditado una cosa, será siempre, si no una prueba, por lo menos, una presunción favorable, ya que ha llamado la atención de hombres graves que no tienen interés en propagar un error, ni tiempo que perder en futilidades.

X

Entre las objeciones, las hay más especiosas que las examinadas, por lo menos, en apariencia, porque son deducidas de la observación y hechas por personas graves.

Una de ellas se apoya en el lenguaje de ciertos espíritus, que no parece digno de la elevación que se supone a seres sobrenaturales. Si se recuerda el resumen que antes hemos dado de la doctrina, se verá que los mismos espíritus nos dicen que no son iguales todos ellos en conocimientos y cualidades morales, y que no debe tomarse al pie de la letra todo lo que dicen. A las personas sensatas toca distinguir lo bueno de lo malo. Seguramente los que de este hecho deduzcan la consecuencia de que siempre nos las habemos con seres malhechores, cuya ocupación única es la de embaucarnos, no tendrán conocimiento de las comunicaciones obtenidas en las reuniones donde sólo se presentan espíritus superiores, pues de otra manera, no pensarían de aquel modo.

Es lamentable que la casualidad les haya hecho el flaco servicio de no dejarles ver más que el lado malo del mundo espiritista; porque suponemos de buen grado que una tendencia simpática no les hábrá rodeado de malos espíritus con preferencia a los buenos, de espíritus mentirosos o de aquellos cuyo lenguaje grosero irrita. Pudiera deducirse a lo más que la solidez de sus principios no es bastante poderosa para alejar el mal, y que, encontrando placentero satisfacer sobre este punto su curiosidad, aprovechan esta ocasión los malos espíritus para introducirse entre ellos, en tanto que se alejan los buenos.

Juzgar por estos hechos de la cuestión de los espíritus seria tan poco lógico como juzgar del carácter de un pueblo por lo que se dice y hace en las reuniones de algunos aturdidos, personas de mala reputación, a las que no concurren los sabios, ni los hombres sensatos. Los que de aquel modo proceden se encuentran en la misma situación que aquel extranjero que. entrando en una gran capital por el más feo de sus arrabales, juzgase de todos los habitantes por el lenguaje y costumbres del arrabal en cuestión. En el mundo de los espíritus hay también una buena y una mala sociedad. Estúdiese bien lo que ocurre entre los espíritus superiores, y se llegará a la convicción de que la ciudad celeste contiene algo más que la hez del pueblo. Pero, dicen, ¿acaso vienen a nosotros los espíritus superiores? A esto contestamos: No os quedéis en el arrabal; mirad, observad y juzgaréis. Los hechos están a disposición de todos, a menos que no se trate de aquellas personas a quienes se aplican estas palabras de Jesús: Tienen ojos, y no ven; oídos, y no oyen.

Una variante de está opinión consiste en no ver en las comunicaciones espiritistas, y en todos los hechos materiales a que dan lugar, más que la intervención de un poder diabólico, nuevo Proteo que adopta todas las formas para engañarnos mejor. No la creemos susceptible del examen serio, y por esto no nos detenemos en ella. Queda refutada con lo que acabamos de decir, y sólo añadiremos que, si fuese cierta, sería preciso convenir en que a veces el diablo es muy sabio, muy razonable y sobre todo muy moral, o bien en que también hay diablos buenos.

¿Cómo hemos de creer, en efecto, que Dios permite al espíritu del mal que se manifieste exclusivamente para perdernos sin darnos como antídoto los consejos de los espíritus buenos? Si no lo puede hacer, es impotente, y si lo puede y no lo hace, es esto incompatible con su bondad; las dos suposiciones son blásfematorias. Observad que, admitida la comunicación de los espíritus malos, se reconoce el principio de las manifestaciones, y puesto que existen, sólo puede ser con permiso de Dios, ¿Cómo, pues, creer, sin incurrir en impiedad, que permita el mal con exclusión del bien? Semejante doctrina es contraria a las más sencillas nocioncs del sentido común y de la religión.

XI

Lo raro es, se añade, que se hablá únicamente de los espíritus de personajes conocidos, y se pregunta por qué sólo ellos se manifiestan. Este es un error que, como otros muchos, proviene de una observación superficial. Entre los espíritus que espontáneamente se manifiestan, mayor es el número de los desconocidos para nosotros que el de los ilustres que se dan a conocer con un nombre cualquiera y a menudo con uno alegórico o característico, Respecto de los que se evocan, a menos que no se trate de un pariente o amigo, es muy natural que nos dirijamos antes a los que conocemos que a los que nos son desconocidos, y llamando mucho más la atención el nombre de los personajes ilustres, son más notados que los otros.

Encuéntrase también raro, que los espíritus de hombres eminentes acudan familiarmente a la evocación y que se ocupen a veces de cosas sin importancia en comparación con las que realizaron durante su vida. Pero nada admirable es esto para los que saben que el poder o consideración de que disfrutaron en la tierra semejantes hombres, no les da supremacía alguna en el mundo espiritista. Los espíritus confirman en este punto las siguientes palabras del Evangelio: Los grandes serán humillados y los pequen os ensal zados, lo cual debe entenderse del lugar que entre ellos ocupará cada uno de nosotros, y así es como el que fue primero en la tierra puede encontrarse que es el último entre ellos, como aquel ante quien bajábamos la cabeza durante su vida, puede venir a nosotros como el más humilde artesano, porque, al morir; dejó toda su grandeza; y como el más poderoso monarca puede hallarse en puesto inferior al del último de sus vasallos.

XII

Es un hecho demostrado por la observación y confirma-do por los mismos espíritus, que los inferiores usurpan a menudo nombres conocidos y venerados. ¿Quién puede, pues, asegurarnos que los que dicen haber sido Sócrates, Julio César, Carlomagno, Fenelón, Napoleón, Washington, etcétera, han animado realmente a estos personajes? Semejante duda asalta a ciertos adeptos muy fervientes de la doctrina espiritista, que admiten la intervención y manifestación que de su identidad puede tenerse. Esta comprobación es efectivamente difícil; pero si no puede conseguirse tan auténtica como la que resulta de un acta del estado civil, puédese obtenerla presuntiva por lo menos, con arreglo a ciertos indicios.

Cuando el espíritu de alguien que nos es personalmente conocido, se manifiesta, de un amigo o de un pariente, por ejemplo, sobre todo si hace poco que ha muerto, sucede por punto general que su lenguaje está en perfecta reíación con el carácter que sabemos que tenía. Este es ya un indicio de identidad. Pero no es lícito dudar cuando el mismo espíritu habla de cosas privadas y recuerda circunstancias de familia que sólo del interlocutor son conocidas. El hijo no se equivocará seguramente respecto del lenguaje de su padre y de su madre, ni éstos respecto del de aquél. A veces tienen lugar en esta clase de evocaciones intimas cosas notabilísimas, capaces de convencer al más incrédulo. El escéptico más endurecido se ve a menudo aterrado, por las revelaciones inesperadas que se le hacen.

Otra circunstancia muy característica viene a apoyar la identidad. Hemos dicho que el carácter de letra del médium cambia generalmente con el espíritu evocado, y que se reproduce el mismo carácter siempre que se presenta el mismo espíritu. Se ha notado muchas veces que, sobre todo en las personas muertas de poco tiempo con respecto a la evocación, el carácter de letra tiene una semejan?a visible con el de la misma persona durante la yida, y se han obtenido firmas de exactitud perfecta. Estamos sin embargo, muy lejos de dar este hecho como regla, y mucho menos como costumbre; sino que lo mencionamos como digno de notarse.

Sólo los espíritus que han llegado a cierto grado de purificación están libres de las influencias corporales; pero hasta que no están completamente desmaterializados (esta es la expresión que ellos mismos emplean) conservan la mayor parte de las ideas, de las inclinaciones y hasta de las manías que tenían en la tierra, lo cual es también un medio de reconocimiento. Pero éstos se hallan sobre todo en una multitud de pormenores que sólo la observación atenta y prolongada puede revelar. Se ven escritores discutiendo sus propias obras o doctrinas y aprobar o condenar parte de ellas, y a otros espíritus recordar circunstancias ignoradas o poco conocidas de su vida o muerte, cosas todas que, por lo menos, son pruebas morales de identidad, únicas que pueden invocarse en punto a hechos abstractos.

Si, pues, la identidad del espíritu evocado puede obtenerse hasta cierto punto en algunos casos, no existe razón para que no suceda lo mismo en otros, y si no se tienen para con las personas, cuya muerte es más remota, los mismos medios de comprobación, se cuenta siempre con los del lenguaje y carácter; porque seguramente el espíritu de un hombre de bien no hablará como el de un perverso o depravado. En cuanto a los espíritus que se adornan con nombres respetables, muy pronto se hacen traición por su lenguaje y por sus máximas, y así el que, por ejemplo, se llama Fenelón, si desmintiese, aunque accidentalmente, el sentido común y la moral, patentizaría por este solo hecho la super chería. Si los pensamientos que expone son, por el contrarío, puros, no contradictorios y constantemente dignos del carácter de Fenelón, no habrá motivos para dudar de su identidad, pues de otro modo sería preciso suponer que un espíritu que sólo el bien predica puede mentir conscientemente y sin provecho. La experiencia nos enseña que los espíritus del mismo grado, del mismo carácter y que están animados de los mismos sentimientos se reúnen en grupos y familias. El número de los espíritus es inconcebible, y lejos estamos de conocerlos a todos, careciendo hasta de nombre para nosotros la mayor parte. Un espíritu de la categoría de Fenelón puede venir, pues, en vez y lugar de aquél, enviado a menudo por él mismo en calidad de mandatario. Se presenta con su nombre; porque le es idéntico y puede suplirlo, y porque es preciso un nombre a la fijación de nuestras ideas; pero ¿qué importa, en último resultado, que un espíritu sea o no realmente Fenelón? Desde el momento que sólo cosas buenas dice y que habla como lo hubiese hecho el mismo Fenelón, es un espíritu bueno, y el nombre con que se da a conocer es indiferente, no siendo por lo regular más que un medio de fijar nuestras ideas. No puede ser lo mismo en las evocaciones intimas; pues en éstas, según dejamos dicho, puede obtenerse la identidad por pruebas en cierto modo patentes.

Por lo demás, es cierto que la substitución de los espíritus puede dar lugar a una multitud de equivocaciones, resultando de ellas errores y a menudo supercherías. Esta es una de las dificultades del espiritismo práctico; pero nunca hemos dicho que la ciencia espiritista fuese fácil, ni que se la pueda alcanzar bromeando, siendo en este punto igual a otra ciencia cualquiera. No lo repetiremos bastante: el espiritismo requiere un estudio asiduo y a menudo vasto. No pudiendo provocar los hechos, es preciso esperar que por si mismos se presenten, y con frecuencia son provocados por las circunstancias que menos se esperan. Para el observador atento y paciente abundan los hechos; p6rque descubre millares de matices característicos que son para él rayos luminosos. Otro tanto sucede en las ciencias vulgares. pues mientras que el hombre superficial no ve de la flor más que la forma elegante, el sabio descubre tesoros para el pensamiento.

XIII

Las observaciones anteriores nos inducen a decir algunas palabras sobre otra dificultad, cual es la de la divergencia que se nota en el lenguaje de los espíritus.

Siendo muy diferentes entre si los espíritus bajo el aspecto de sus conocimientos y moralidad, es evidente que la misma cuestión puede ser resuelta de distinto modo, según la jerarquía que ocupen aquéllos, absolutamente lo mismo que si se propusiese alternativamente a un sabio, a un ignorante o a un bromista de mal género. Según hemos dicho, lo esencial es saber a quien nos dirigimos.

Pero, se añade, ¿cómo puede. ser que los espíritus tenidos por superiores no estén siempre acordes? Diremos, ante todo, que independientemente de la causa que acabamos de señalar existen otras que pueden ejercer cierta influencia en la naturaleza de las contestaciones, haciendo abstracción de la calidad de los espíritus. Este es un punto capital cuya explicación dará el estudio, y por esta razón decimos que las materias requieren una atención sostenida, una profunda observación y, sobre todo, como en las demás ciencias humanas. continuación y perseverancia. Se necesitan años para ser un médico adocenado, las tres cuartas partes de la vida para ser sabio, ¡y se querrá obtener en unas cuantas horas la ciencia del infinito! Es preciso no hacerse ilusiones: el espiritismo es inmenso; toca todas las cuestiones metafísicas y de orden social, constituye todo un mundo abierto ante nuestra vista, ¿y habremos de maravillarnos de que se necesite tiempo, y mucho, para adquirirlo?

La contradicción, por otra parte, no es siempre tan real como puede parecerlo. ¿Acaso no vemos todos los días hombres que profesan la misma ciencia variar las definiciones que dan de una cosa, sea porque emplean términos diferentes, sea porque la consideran bajo otro aspecto, aunque siempre permanezca una misma la idea fundamental? Cuéntense. si es posible, las definiciones que se han dado de la gramática. Añadamos, además, que la forma de la respuesta depende a menudo de la de la pregunta. Seria, pues, pueril ver contradicción en lo que frecuentemente no pasa de ser diferencia de palabras. Los espíritus superiores no atienden en modo alguno a la forma, siendo para ellos el todo el fondo del pensamiento. Tomemos por ejemplo la definición del alma. No teniendo acepción fija esta palabra, pueden los espíritus, lo mismo que nosotros, diferir en la definición que den de ella, pudiendo decir uno que es el principio de la vida, llamándola otro el destello animico, diciendo éste que es interna, aquél que es externa, etc., y todos tendrán razón según el punto de vista. Hasta podría creerse que algunos de ellos profesan teorías materialistas, y. sin embargo, no hay tal cosa. Lo mismo sucede con la palabra Dios, que será: el principio de todas las cosas, el creador del universo, la soberana inteligencia, el infinito, el gran espíritu, etc., etc., y en definitiva siempre será Dios. Citemos, en fin, la clasificación de los espíritus. Éstos forman una serie no interrumpida, desde el grado inferior hasta el superior. La clasificación es arbitraria, y así podrá uno dividirlos en tres clases, otro en cinco, diez o veinte, según su voluntad, sin incurrir por ello en error. Todas las ciencias humanas nos ofrecen ejemplos de esto, cada sabio tiene su sistema, todos los cuales cambian, sin que cambie la ciencia. Aunque se haya aprendido botánica por el sistema de Linneo, de Jussieu o de Tournefort, no deja de saberse botánica. Concluyamos, pues, de dar a las cosas puramente convencionales más importancia de la que merecen, para fijarnos en lo que sólo es verdaderamente grave, y la reflexión hará descubrir con frecuencia, en lo que más disparatado parece, una semejanza que había pasado inadvertida a la primera inspección.

XIV

Pasaríamos ligeramente por encima de la objeción de ciertos escépticos sobre las faltas de ortografía que cometen algunos espíritus, si no hubiese de dar lugar a una observación esencial. Su ortografía, preciso es decirlo, no siempre es irreprochable; pero es necesario estar muy pobre de razones para hacerla objeto de una crítica grave, diciendo que, puesto que todo lo saben los espíritus, deben saber ortografía. A esto podríamos oponerles las numerosas faltas de este género cometidas por más de un sabio de la tierra, lo cual no amengua en un ápice su mérito; pero este hecho envuelve una cuestión más grave. Para los espíritus, y, sobre todo, para los superiores, la idea lo es todo, y nada. la forma. Desprendidos de la materia, el lenguaje es entre ellos rápido como el pensamiento, puesto que el mismo pensamiento sin intermediario es el que se comunica. Deben, pues, encontrarse violentos, cuando se ven obligados, para comunicarse con nosotros, a emplear las formas extensas y embarazosas del lenguaje humano, y sobre todo de la insuficiencia e imperfección de ese lenguaje para exponer todas las ideas. Esto lo dicen ellos mismos, y es curioso ob-servar los medios de que echan mano para atenuar semejante inconveniente. Otro tanto nos sucedería a nosotros si hubiéramos de expresarnos en un idioma de palabras más largas y de giros más extensos que los del idioma que empleamos. Este es el mismo inconveniente que encuentra el hombre de genio, el cual se impacienta de la lentitud de la pluma que va siempre más despacio que el pensamiento. Concíbese, después de lo dicho, que los espíritus den poca importancia a la puerilidad de la ortografía, sobre todo cuando se trata de una enseñanza grave y sería. ¿Acaso no es bastante sorprendente que se expresen indistintamente en todas las lenguas y que las comprendan todas? No debe, sin embargo, deducirse de esto que les sea desconocida la corrección convencional del lenguaje, antes, por el contrario, la observan cuando es necesaria; y así, por ejemplo, las poesías dictadas por ellos desafían a menudo la crítica del más meticuloso purista, a pesar de la ignorancia del médium.

XV

Hay gentes que ven peligros en todas partes y en todo lo que no conocen, gentes que no dejan de deducir consecuencias desfavorables del hecho de que ciertas personas, dadas a estos estudios, han perdido la razón. Pero ¿qué hombre sensato podrá ver en ésta una objeción grave? ¿No sucede lo mismo con todas las preocupaciones intelectuales, respecto de cerebros débiles? ¿Se sabe acaso el número, de locos y maniáticos producidos por los estudios matemáticos, médicos, musicales, filosóficos y otros? ¿Debemos por esto anatematizar esos estudios? ¿Qué prueban semejantes hechos? En los trabajos corporales nos estropeamos los brazos y las piernas, instrumentos de la acción material, y en los trabajos intelectuales nos estropeamos el cerebro, instrumento del pensamiento. Pero si se rompe el instrumento, no sucede lo mismo al espíritu, y desprendido de la materia no deja de disfrutar por ello de la plenitud de sus facultades. En su género, y, como hombre, es un mártir del trabajo.

Todas las grandes preocupaciones del espíritu pueden ocasionar la locura; las ciencias, las artes y hasta la religión aprontan su contingente. La locura reconoce como causa primordial una predisposición orgánica del cerebro que le hace más o menos accesible a ciertas impresiones. Dada una predisposición a la locura, ésta tomará carácter de la preocupación principal que entonces se convierte en idea fija. Esta idea fija podrá ser la de los espíritus, en quien de ellos se haya ocupado, como la de Dios, la de los ángeles, del diablo, de la fortuna, del poder, de un arte, de una ciencia, de la maternidad o de un sistema político o social. Es probable que el loco religioso lo hubiese sido también espiritista, y el espiritismo hubiera sido su preocupación dominante, como el loco espiritista hubiéralo sido por otro concepto, según las circunstancias.

Digo, pues, que en este particular no disfruta de ningún privilegio el espiritismo; pero digo. más aún, y es que, bien comprendido, es un preservativo de la locura.

Entre las más numerosas causas de la sobreexcitación cerebral, es preciso contar los desengaños, las desgracias y los afectos contrarios, que son también las más frecuentes causas de suicidio. Pues bien, el verdadero espiritista ve las cosas de este mundo desde un punto tan elevado; le parecen tan pequeñas y mezquinas, comparadas con el porvenir que espera; la vida es para él tan corta, tan fugitiva, que a sus ojos las tribulaciones no son más que incidentes des-agradables de un viaje. Lo que produciría a otro una violenta emoción, le afecta medianamente; y sabe, además, que los pesares de la vida son pruebas que favorecen su progreso, si las sufre sin murmurar; porque será recompensado con arreglo al valor con que las haya soportado. Sus conviciones le dan, pues, una resignación que le preserva de la desesperación, y por lo tanto, de una causa incesante de locura y de suicidio. Sabe, además, por el espectáculo que le ofrecen las comunicaciones con los espíritus, la suerte de los que voluntariamente abrevian sus días, y este cuadro es bastante perfecto para hacerle reflexionar; de modo, que es considerable el número de los que han sido detenidos por el espiritismo en esta funesta pendiente. Este es uno de sus resultados. Ríanse de él tanto como quieran los incrédulos, que yo me limito a desearles los consuelos que ha proporcionado a todos los que se han tomado el trabajo de sondear sus misteriosas profundidades.

En el número de las causas de locura ha de incluirse también el terror, y el del diablo ha trastornado más de un cerebro. ¿Se sabe acaso el número de víctimas hechas, hiriendo imaginaciones débiles con el cuadro ese que se esmeran en hacer más horroroso, añadiendole horribles pormenores? El diablo, se dice, no es panta más que a los niños; es una cortapisa para conseguir que sean dóciles. Ciertamente, lo mismo que el coco y el bú, y cuando no le tienen ya miedo, son peores que antes. Y para obtener tan hermoso resultado no se tiene en cuenta el número de epilepsias causadas a consecuencia del trastorno de un cerebro delicado. Sería muy débil la religión, si por no poder intimidar pudiese ver comprometido su poderío. Tiene, afortunadamente, otros medios de obrar sobre las almas, y el espiritismo se los proporciona más eficaces y graves, si sabe aprovecharlos. Demostrando la realidad de las cosas, neutraliza los funestos efectos del temor exagerado.

XVI

Dos objeciones nos quedan por examinar, las únicas que verdaderamente merecen tal nombre, porque están basadas en teorías razonables. La una y la otra admiten la realidad de todos los fenómenos materiales y morales; pero excluyen la intervención de los espíritus.

Según la primera de estas teorías, todas las manifestaciones atribuidas a los espíritus no son más que efectos magnéticos. Los médiums están en un estado que puede llamarse sonambulismo despierto, de cuyo fenómeno ha podido ser testigo todo el que haya estudiado el magnetismo. En este estado, las facultades intelectuales adquieren un desarrollo anormal, y el círculo de las percepciones intuitivas traspasa los limites de nuestra concepción ordinaria. El médium, por consiguiente, toma en si mismo y a causa de su lucidez, todo lo que dice y todas las nociones que trasmite, hasta sobre las cosas que más desconocidas le son en su estado normal.

No seremos nosotros quienes pongamos en tela de juicio el poder del sonambulismo, cuyos prodigios hemos visto y cuyas fases hemos estudiado por espacio de más de treinta y cinco años. y convenimos en que, en efecto, muchas manifestaciones espiritistas pueden explicarse por este medio; pero una observación sostenida y atenta pone de manifiesto una multitud de hechos en que la intervención del médium, fuera de la de instrumento pasivo, es materialmente imposible. A los que participan de esta opinión les diremos como a otros: «Mirad y observad: porque seguramente no lo habéis visto todo», y en seguida les oponemos dos consideraciones sacadas de su propia doctrina. ¿De dónde ha venido la teoría espiritista? ¿Es acaso algún sistema imaginado por ciertos hombres para explicar los hechos? De ninguna manera. ¿Quién la ha revelado, pues? Precisamente esos mismos médiums, cuya lucidez encomiáis. Si, pues, la lucidez es tal como vosotros la suponéis, ¿por qué habían de atribuir a los espíritus lo que en si mismos habían tomado? ¿Cómo habrían dado esas reseñas tan precisas, tan lógicas y sublimes acerca de la naturaleza de aquellas inteligencias extrahumanas? Una de dos, o son lúcidas o no lo son: si lo son y se tiene confianza en su veracidad. no se puede admitir, sin contradecirse, que no digan la verdad. En segundo lugar, si todos los fenómenos se originasen en el médium. serian idénticos en el mismo individuo, y no se vería a la misma persona hablar disparatadamente, ni decir alternativamente las cosas más contradictorias. Esta falta de unidad en las manifestaciones obtenidas por el médium, prueba la diversidad de origen, y si todas no pueden encontrarse en el médium, preciso es buscarlas fuera de él.

Según otra opinión, continúa siendo el médium origen de las manifestaciones; pero en vez de tomarlas en si mismo como pretenden los partidarios de la teoría sonambúlica, las toma en el medio ambiente. El médium será en este caso una especie de espejo que refleja todas las ideas, todos los pensamientos y conocimientos de las personas que le rodean, y nada dice que no sea conocido de algunos, por lo menos, de los concurrentes. No se puede negar. y este es uno de los principios de la doctrina, la influencia que ejercen los asistentes en la naturaleza de las comunicaciones; pero es muy distinta de la que se supone, y de lo que dejamos dicho a la opinión de que el médium sea eco de aquéllos, va mucha diferencia; porque millares de hechos demuestran perentoriamente lo contrario. Este es, pues, un grave error que prueba una vez más el peligro de las conclusiones prematuras. Las personas a quienes contestamos, no pueden, pues, negar la existencia de un fenómeno de que no puede darse cuenta la ciencia vulgar; pero, no queriendo admitir la presencia de los espíritus, lo explican a su manera. Su teoría seria especiosa, si pudiera abrazar todos los extremos; pero no sucede así. Cuando se les demuestra hasta la evidencia que ciertas comunicaciones del médium son completamente extrañas a los pensamientos, a los conocimientos y hasta a las opiniones de los asistentes, y que con frecuencia son espontáneas y contradicen todas las ideas preconcebidas, no se detienen por tan poca cosa. La irradiación, dicen entonces, se extiende más allá del círculo inmediato que nos rodea; el méditim es reflejo de toda la humanidad, de modo, que no toma sus inspiraciones de las personas circunvecinas, sino que va a buscarlas más lejos, a la ciudad en que se encuentra, a la comarca, por todo el globo y hasta a las otras esferas.

Creo que no se encontrará en esta teoría una explicación más sencilla y más probable que la del espiritismo; porque dicha teoría supone una causa mucho más maravillosa. La idea de que algunos seres que pueblan el espacio y que, estando en contacto permanente con nosotros, nos comunican sus pensamientos, nada tiene que choque más con la razón que la suposición de esa irradiación universal que, procediendo de todos los puntos del universo, se concentra en el cerebro de un solo individuo.

Digámoslo una vez más, y este es un punto capital sobre el cual nunca insistiremos bastante la teoría sonambúlica, y la que pudiera llamarse reflectiva, han sido imaginadas por algunos hombres, y son opiniones individuales forjadas para explicar un hecho, al paso que la doctrina espiritista no es de creación humana, sino que ha sido dictada por las mismas inteligencias que se manifiestan, cuando nadie pensaba en ella, y hasta la opinión general la rechazaba. Pues bien, nosotros pedimos que se diga el lugar donde han ido a tomar los médiums una doctrina que no existía en el pensamiento de nadie en la tierra, y preguntamos también por qué extrana coincidencia millares de médiums distmínados por todo el globo, y que nunca se han visto, están conformes en decir lo mismo. Si el primer médium que apareció en Francia sufrió la influencia de opiniones conocidas ya en América, ¿por qué rareza ha ido a buscar sus ideas a dos mil leguas más allá de los mares, a un pueblo de distintas costumbres y lenguaje. en vez de tomarlas de su alrededor?

Pero hay otra circunstancia en la cual no se ha pensado lo suficiente. Las primeras manifestaciones, así en Francia como en América, no tuvieron lugar por medio de la escritura ni de la palabra, sino por medio de golpes, que coincidiendo con las letras del alfabeto, formaban palabras y frases. De este modo declararon que eran espíritus las inteligencias que se revelaban. Si se podía, pues. suponer una intervención del pensamiento del médium en las comunicaciones verbales o escritas, no sucede así en las obtenidas por golpes, cuya significación no podía ser conocida de antemano.

Podríamos citar numerosos hechos que demuestran en la inteligencia que se manifiesta una individualidad evidente y una independencia absoluta de la voluntad. Recomendamos, pues, a los disidentes una observación más atenta, y si quieren estudiar sin prevención y no deducir antes de haberlo visto todo, reconocerán la insuficiencia de su teoría para explicarlo todo. Nos limitaremos a dejar sentadas las siguientes cuestiones: ¿Por qué la inteligencia que se manífiesta, cualquiera que sea. se niega a responder a ciertas preguntas sobre asuntos perfectamente conocidos, como, por ejemplo, sobre el nombre y la edad del que pregunta, sobre lo que tiene en la mano, sobre lo que ha hecho el día anterior y lo que hará el día siguiente. etc.? Si el médium es espejo del pensamiento de lós concurrentes. nada le sería más fácil que contestar.

Los adversarios rearguyen preguntando a su vez por qué los espíritus, que deben saberlo todo, no pueden decir cosas tan sencillas; apoyan el argumento en el axioma: Quien puede lo más, puede lo menos, y de ahí deducen que no hay tales espíritus. Si un ignorante o bromista de mal género se presentase ante una corporación sabia, y preguntase, por ejemplo, ¿por qué es de día a la hora del medio día, creerá nadie que aquélla se tomará el trabajo de contestar, y sería lógico deducir de su silencio, o de la burla con que recibiría al preguntador, que sus miembros son unos borricos? Pues precisamente, porque son superiores, no responden los espíritus a preguntas ociosas o ridículas, ni quieren ser puestos en berlina. Por esta razón se callan o mandan que se ocupen de cosas más graves.

Preguntamos, por último, ¿por qué los espíritus vienen y se van en momentos dados, y por qué, pasados éstos, no valen ruegos ni súplicas para atraerlos nuevamente? Si sólo por el impulso mental de los asistentes obrase el médium, es evidente que, en circunstancias semejantes, el concurso de todas las voluntades reunidas deberla estimular su perspicacia. Si no cede, pues, al deseo de la reunión, corroborado por su propia voluntad, es porque obedece a una influencia extraña a el y a los que le rodean, y porque aquella influencia demuestra de tal modo su independencia e individualidad.

XVII

El escepticismo en punto a espiritismo, cuando no es fruto de una oposición sistemáticamente interesada, recolloce casi siempre como origen un conocimiento incompleto de los hechos, lo que no obsta a que ciertas gentes resuelvan la cuestión como si la conociesen a fondo. Puede tenerse mucho ingenio y hasta instrucción y carecerse de raciocinio, siendo el primer indicio de este defecto el creer infalible su juicio. Muchas personas también no ven en las manifestaciones espiritistas más que un objeto de curiosidad; pero confiamos que, mediante la lectura de este libro, verán en esos extraños fenómenos algo más que un simple pensamiento.

Dos partes comprende la ciencia espiritista: una, experimental, que versa sobre las manifestaciones en general: otra, filosófica, que comprende las manifestaciones inteligentes. El que no haya observado más que la primera se encuentra en la posición de aquel que no conoce la física más que por experimentos recreativos, sin haber penetrado en el fondo de la ciencia. La verdadera doctrina espiritista consiste en la enseñanza dada por lo espíritus, y los conocimientos de que es susceptible esta enseñanza son demasiado graves para poderse obtener de otro modo que por el estudio serio y continuado, hecho en el silencio y recogimiento, porque solamente en tales condiciones puede observarse un número infinito de hechos y matices que pasan inadvertidos al observador superficial, y que permiten la adquisición de una opinión fundada. Aunque este libro no produjese otro resultado que el de indicar el lado grave de la cuestión y provocar estudios en este sentido, sería ya bastante, y nos regocijaríamos de haber sido elegidos para realizar una obra, de la cual no pretendemos, por otra parte, hacernos ningún mérito personal. puesto que los principios que contiene no son creación nuestra. Todo el mérito se debe, pues, a los espíritus que lo han dictado. Esperamos que producirá otro resultado, y es el de guiar a los hombres serios que deseen instruirse, haciéndoles ver en estos estudios un fin grande y sublime: el del progreso individual y social, y el de indicarles el camino que deben seguir para alcanzarlo.

Concluyamos con una consideración final. Los astrónomos, al sondear los espacios, han encontrado en el reparto de los cuerpos celestes, claros injustificados y en desacuerdo con las leyes del conjunto, y han supuesto que estos claros estaban ocupados por mundos invisibles a sus miradas. Han observado, por otra parte, ciertos efectos cuya causa les era desconocida, y se han dicho: Ahí debe haber un mundo, porque ese vacio no puede existir y esos efectos deben tener una causa. Juzgando entonces la causa por el efecto, han podido calcular los elementos, vinfendo después los hechos a justificar sus previsiones. Apliquemos este raciocinio a otro orden de ideas. Si se observa la serie de los seres, se encuentra que la forma una cadena sin solución de continuidad, desde la materia bruta hasta el hombre más inteligente. Pero entre el hombre y Dios, que es el alfa y omega de todas las cosas, ¡cuán grande no es el vacío! ¿Es razonable creer que en aquél cesan los eslabones de la cadena? ¿Que salve sin transición la distancia que les separa del infinito? La razón nos dice que entre el hombre y Dios debe haber otros grados, como dijo a los astrónomos que entre los mundos conocidos debía haber muchos desconocidos ¿Qué filosofía ha llenado este vacio? El espiritismo nos lo presenta ocupado por los seres de todos los grados del mundo invisible, seres que no son más que los espíritus de los hombres que han llegado a los distintos grados, que conducen a la perfección, y de este modo, todo se encadena desde el alfa, hasta la omega. Vosotros los que negáis la existencia de los espíritus, llenad, pues, el vacío ocupado por ellos; y vosotros los que de los espíritus os reis, atreveos a reíros de las obras de Dios y de su omnipotencia.

ALLAN KARDEC.