EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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CAPÍTULO II - Espíritus felices

El Sr. Sanson
El Sr. Sanson, antiguo miembro de la Sociedad Espiritista de París, murió el 21 de abril de 1862, después de un año de crueles sufrimientos. Previendo su fin, dirigió al presidente de la sociedad una carta que contenía el párrafo siguiente:

“En el caso de sorpresa por la desagregación de mi alma del cuerpo, tengo el honor de recordaros una súplica que ya os hice hará aproximadamente un año atrás. Ésta es la de evocar mi espíritu lo más pronto posible y lo más a menudo que juzguéis a propósito, a fin de que, miembro bastante inútil de nuestra sociedad durante mi presencia sobre la Tierra, pudiese servirla de alguna utilidad en ultratumba, dándole los medios de estudiar fase por fase en estas evocaciones las diversas circunstancias que siguen a lo que el vulgo llama la muerte, pero que para nosotros, espiritistas, no es más que una transformación, según las miras impenetrables de Dios, pero siempre útil al fin que se propone.

“Además de esta autorización y súplica de hacerme el honor de esta especie de autopsia espiritual, que mi escaso adelanto como espíritu quizás hará estéril, en cuyo caso vuestra prudencia os inclinará naturalmente a no ir más lejos de cierto número de ensayos, me tomo la libertad de rogaros personalmente, así como a todos mis colegas, tengan la bondad de suplicar al Todopoderoso permita a los buenos espíritus me asistan con sus consejos benévolos, en particular San Luis, nuestro presidente espiritual, al objeto de guiarme en la elección y época de otra encarnación. Porque ahora esto ya me ocupa mucho, temo equivocarme sobre mis fuerzas espirituales y pedir a Dios demasiado pronto y presuntuosamente un estado corporal en el cual no pudiese justificar la bondad divina, lo que en lugar de servir para mi adelanto, prolongaría mi situación sobre la Tierra o en otra parte, si desfalleciera en mi prueba.”

Para cumplir mejor con su deseo de ser evocado lo más pronto posible después de su fallecimiento, pasamos con algunos miembros de la sociedad a la casa mortuoria, y en presencia del cuerpo tuvo lugar la conversación siguiente, una hora antes de la inhumación. Teníamos en esto un doble objeto: el de cumplir su voluntad postrera y el de observar una vez más la situación del alma en un momento tan inmediato a la muerte, y esto en un hombre eminentemente inteligente e ilustrado, y profundamente penetrado de las verdades espiritistas. Íbamos a probar la influencia de estas creencias sobre el estado del espíritu, recogiendo sus primeras impresiones. Nuestra esperanza no fue vana. El Sr. Sanson describió con perfecta lucidez el instante de la transición. Él se ha visto morir y se ha visto renacer, circunstancia poco común y que dependía de la elevación de su espíritu.

I

Habitación mortuoria. 23 de abril de 1862

1. Evocación. Vengo a vuestro llamamiento para cumplir mi promesa.

2. Mi querido Sr. Sanson, tenemos un deber y un placer en evocaros lo más pronto posible después de vuestra muerte, tal como lo deseabais. R. Es un favor especial de Dios que permite a mi espíritu el poder comunicarse. Os doy las gracias por vuestra buena voluntad, pero estoy débil y tiemblo.

3. Sufríais tanto, que pienso podemos preguntaros cómo os encontráis ahora. ¿Os resentís todavía de vuestros dolores? ¿Qué sensación tenéis, comparando vuestra situación presente con la de hace dos días? R. Mi situación es muy feliz, porque no siento ninguno de mis antiguos dolores. Estoy regenerado y reparado de nuevo, como decís entre vosotros. La transición de la vida terrestre a la vida de los espíritus, al principio me lo había hecho todo incomprensible, porque permanecemos algunas veces muchos días sin recobrar nuestra lucidez. Pero antes de morir, hice una súplica a Dios para pedirle poder hablar a los que amo, y Dios me ha escuchado.

4. ¿Al cabo de cuánto tiempo habéis recobrado la lucidez de vuestras ideas? R. Al cabo de ocho horas. Dios, os lo repito. me había dado una señal de su bondad. Me juzgó bastante digno, y nunca podré darle suficientemente las gracias.

5. ¿Estáis bien seguro de que no pertenecéis a nuestro mundo? ¿En qué fundáis vuestra seguridad? R. ¡Oh, ciertamente! No, no soy de vuestro mundo, pero estaré siempre cerca de vosotros, para protegeros y sosteneros, a fin de predicar la caridad y la abnegación, que fueron los guías de mi vida, y después enseñaré la fe verdadera, la fe espiritista, que debe levantar la creencia del justo y del bueno. Soy fuerte, muy fuerte, transformado, en una palabra. No reconoceríais al viejo enfermizo que debía olvidarlo todo, echando muy lejos de sí el placer y la alegría. Soy espíritu, mi patria es el espacio, y mi porvenir Dios, que irradia en la inmensidad. Bien quisiera hablar a mis hijos, porque les enseñaría lo que todavía no han tenido la voluntad de creer.

6. ¿Qué efecto os hace experimentar la vista de vuestro cuerpo, que está a nuestro lado? R. ¡Mi cuerpo, pobre e ínfimo despojo, tú debes ir al polvo, y yo conservo el recuerdo de todos los que me estimaban! ¡Miro esta pobre carne, disforme envoltura de mi espíritu, prueba de tantos años! ¡Gracias, pobre cuerpo mío! Tú has purificado mi espíritu, y el sufrimiento, diez veces santo, me ha proporcionado un lugar bien merecido, puesto que encuentro enseguida la facultad de hablaros.

7. ¿Habéis conservado vuestras ideas hasta el último momento? R. Sí. mi espíritu ha conservado sus facultades. No veía, pero presentía. Toda mi vida se ha descorrido ante mi memoria, y mi último pensamiento, mi última plegaria ha sido el poder hablaros, lo que hago, y luego he pedido a Dios que os proteja, a fin de que el sueño de mi vida se cumpliera.

8. Tuvisteis conciencia del momento en que vuestro cuerpo dio el último suspiro? ¿Qué es lo que os ha pasado en aquel momento? ¿Qué sensación habéis tenido? R. La vida se rompe, y la vista, o mejor dicho, la vida del espíritu se apaga, se encuentra el vacío, lo desconocido, y llevado no sé por qué efecto, se encuentra uno en un mundo donde todo es alegría y grandeza. No sentía, no me daba cuenta, y sin embargo una dicha inefable me llenaba. No sentía la opresión del dolor.

9. ¿Tenéis conocimiento... (de lo que me propongo leer sobre vuestra tumba)?

Apenas pronunciadas las primeras palabras de la pregunta, el espíritu respondió, antes de dejar concluir. Respondió, además, sin preguntárselo, a una discusión que se había promovido entre los asistentes, sobre la oportunidad de leer esta comunicación en el cementerio, en razón de las personas que podrían no participar de estas opiniones.

R. ¡Oh! Amigo mío, lo sé, porque os vi ayer y os veo hoy. ¡Grande es mi satisfacción!... ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Hablad a fin de que se me comprenda y de que se os estime. Nada temáis, porque se respeta la muerte. Hablad, pues, a fin de que los incrédulos tengan fe. Adiós. ¡Hablad, ánimo, confianza y ojalá que mis hijos pudiesen convertirse a una creencia venerada!... J. Sanson

Durante la ceremonia del cementerio, dictó las palabras siguientes:

“No os asuste la muerte, amigos míos! Es una etapa para vosotros, si habéis sabido vivir bien. Es una dicha, si habéis merecido dignamente y cumplido bien vuestras pruebas. Os repito: ¡Ánimo y buena voluntad!

“No deis más que una mediana importancia a los bienes de la Tierra, y seréis recompensados. No se puede gozar demasiado, sin quitar algo del bienestar de los otros y sin hacerse moralmente un mal inmenso.

“¡Que la Tierra me sea ligera!”

II

Sociedad Espiritista de París, 25 de abril de 1862

1. Evocación. R. Amigos míos. Estoy cerca de vosotros.

2. Hemos tenido un gran placer en la conversación que tuvimos con vos el día de vuestro entierro, y puesto que lo permitís, tendremos, para nuestra instrucción, el mayor gusto en completarla. R. Estoy preparado a todo, contento de que penséis en mí.

3. Todo lo que puede ilustrarnos sobre el estado del mundo invisible y hacérnoslo comprender, es de alta enseñanza. Porque la idea falsa que se ha formado de aquél es la que conduce muchas veces a la incredulidad. No os sorprendáis, pues, de las preguntas que podamos dirigiros. R. No me sorprenderé.

4. Habéis descrito con luminosa claridad el pasaje de la vida a la muerte. Habéis dicho que en el momento en que el cuerpo da el último suspiro, la vida se rompe y que la vista del espíritu se apaga. ¿Este momento va acompañado de alguna sensación penosa o dolorosa? R. Sin duda, porque la vida es una sucesión continua de dolores, y la muerte es el complemento de todos ellos. De ahí un desprendimiento violento, como si el espíritu tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para escapar de su envoltura, y este esfuerzo es el que absorbe todo nuestro ser y le hace perder el conocimiento de lo que es.

Este caso no es general. La experiencia prueba que muchos espíritus pierden el conocimiento antes de expirar, y que entre aquellos que han llegado a cierto grado de desmaterialización, la separación se efectúa sin esfuerzos.

5. ¿Sabéis si hay espíritus para quienes este momento es más doloroso? ¿Es penoso, por ejemplo, para el materialista, para el que cree que todo acaba en este momento para él? R. Esto es cierto, porque el espíritu que está preparado olvida el sufrimiento, o más bien se acostumbra a él, y la tranquilidad con la que ve venir la muerte le impide sufrir doblemente, porque sabe lo que le espera. La pena moral es la más fuerte, y su ausencia en el instante de la muerte es un alivio muy grande. Aquel que no cree, se parece al condenado a la pena capital, que en su imaginación se le presenta el cadalso y lo desconocido. Hay semejanza entre esta muerte y la del ateo.

6. ¿Hay materialistas lo bastante endurecidos para creer seriamente que en este momento supremo van a ser sumergidos en la nada? R. Sin duda los hay que hasta la última hora creen en la nada. Pero en el momento de la separación el espíritu vuelve profundamente sobre sí. La duda se apodera de él y le atormenta, porque se pregunta lo que vendrá a ser. Quiere coger algo y no lo alcanza. Sin esta impresión no puede verificarse el desprendimiento del espíritu.

Un espíritu nos dio en otra ocasión el cuadro siguiente del fin del incrédulo:

“Un incrédulo endurecido siente en los últimos momentos las angustias de esas pesadillas terribles en que uno se ve al borde de un precipicio próximo a caer en el abismo. Se hacen inútiles esfuerzos para huir y no puede dar un paso. Quiere apoyarse en alguna parte, buscar un punto de apoyo y se siente deslizarse. Quiere llamar y no puede articular ningún sonido. Entonces es cuando se ve al moribundo retorcerse, crispar las manos y dar gritos ahogados, señales ciertas de que es presa de una pesadilla. En la pesadilla ordinaria, al despertarse sale de la inquietud y se considera uno feliz al reconocer que no ha tenido más que un sueño. Pero 1a pesadilla de la muerte se prolonga a menudo mucho tiempo, y aun años después de la muerte, y lo que hace más penosa todavía la sensación para el espíritu son las tinieblas en que algunas veces está sumergido.”

7. Habéis dicho que en el momento de morir no veíais nada, pero que presentíais. Se comprende que no vierais corporalmente, pero antes de que la vida fuese extinguida, ¿entreveíais ya la claridad del mundo de los espíritus? R. Esto es lo que he dicho anteriormente: el instante de la muerte da la penetración al espíritu. Los ojos no ven, pero el espíritu, que posee una vista mucho más profunda, descubre instantáneamente un mundo desconocido, y apareciendo la verdad repentinamente, le da, aunque momentáneamente, una alegría profunda o una pena inexplicable, según el estado de su conciencia y el recuerdo de su vida pasada.

“Se trata del instante que precede al que el espíritu pierde el conocimiento, lo que explica la significación de las palabras «aunque momentáneamente», porque las mismas impresiones agradables o penosas se siguen al despertar.”

8. ¿Queréis decirnos lo primero que os ha impresionado en el instante en que vuestros ojos se han abierto a la luz? ¿Lo que habéis visto? ¿Queréis pintarnos, si es posible, el aspecto de los hechos que se os han presentado? R. Cuando he podido volver en mí y ver lo que tenía ante mi vista, estaba como deslumbrado, y no me daba buena cuenta de ello, porque la lucidez no viene instantáneamente. Pero Dios me ha dado una señal profunda de su bondad, ha permitido que recobrase mis facultades. Me he visto rodeado de numerosos y fieles amigos. Todos los espíritus protectores que vienen a asistiros me rodeaban y me sonreían. Una dicha sin igual los animaba, y yo mismo, fuerte, muy ligero, podía sin esfuerzos transportarme a través del espacio. Lo que he visto no tiene nombre en el lenguaje humano.

En lo sucesivo vendré a hablaros más ampliamente de todas mis felicidades, sin excederme, sin embargo, del límite que Dios exige. Sabed que la dicha, tal como la entendéis entre vosotros, es una ficción. Vivid prudentemente, con la santidad, en el espíritu de caridad y amor, y os habréis preparado impresiones que vuestros más grandes poetas no podrían describir.

Los cuentos de hadas están llenos, sin duda, de temas absurdos. ¿Pero no serían en algunos puntos la pintura de lo que pasa en el mundo de los espíritus? ¿La descripción del Sr. Sanson, no parece la de un hombre que dormido en una pobre y oscura cabaña, se despertarse en un palacio espléndido, en medio de una corte brillante? III

9. ¿Bajo qué aspecto se os han presentado los espíritus? ¿En el de la forma humana? R. Sí, mi querido amigo, los espíritus nos habían enseñado en la Tierra que conservaban en el otro mundo la forma transitoria que tenían entre vosotros, y esta es la verdad. ¡Pero qué diferencia entre la máquina informe que se arrastra penosamente con su cortejo de pruebas, y la fluidez maravillosa del cuerpo de los espíritus! La fealdad no existe, porque las facciones pierden la dureza de expresión que forma el carácter distintivo de la raza humana. Dios ha beatificado todos estos cuerpos agraciados, que se mueven con todas las elegancias de la forma. El lenguaje tiene entonaciones inimitables para vosotros, y la mirada tiene la intensidad de una estrella. Procurad, con el pensamiento, ver lo que Dios puede hacer en su omnipotencia, el arquitecto de los arquitectos, y os habréis hecho una débil idea de la forma de los espíritus.

10. ¿Pero cómo os veis? ¿Os reconocéis una forma limitada, circunscrita aunque fluídica? ¿Sentís una cabeza, un tronco, brazos, piernas? R. El espíritu, habiendo conservado su forma humana, pero divinizada, idealizada, tiene, sin contradicción, todos los miembros de que habláis. Me siento perfectamente las piernas y los dedos, porque podemos, por nuestra voluntad, apareceros o apretaros las manos. Estoy cerca de vosotros y he dado la mano a todos mis amigos, sin que hayan tenido conciencia de esto. Nuestra fluidez puede estar por todas partes sin ocupar el espacio, sin dar ninguna sensación, si este es nuestro deseo. En este momento tenéis las manos cruzadas y yo tengo las mías en las vuestras. Yo os digo: os amo, pero mi cuerpo no ocupa espacio, la luz lo atraviesa y lo que llamaríais un milagro si fuera visible, es para los espíritus la acción continua de todos los instantes.

La vista de los espíritus no tiene relación con la vista humana, lo mismo que su cuerpo no tiene semejanza real, porque todo se cambia en el conjunto y en el fondo. El espíritu, os lo repito, tiene una perspicacia divina que se extiende a todo, puesto que incluso vuestro pensamiento puede adivinar. También puede oportunamente tomar la forma que mejor puede recordarle a vuestra memoria. Pero de hecho el espíritu superior que ha acabado sus pruebas, ama la forma que le ha podido conducir a Dios.

11. Los espíritus no tienen sexo. No obstante. como hace pocos días que todavía erais hombre, ¿tenéis en vuestro nuevo estado más de la naturaleza masculina que de la femenina? ¿Sucede lo mismo con un espíritu que dejó su cuerpo hace tiempo? R. No nos importa que nuestra naturaleza sea masculina o femenina, los espíritus no se reproducen. Dios los ha creado a su voluntad, y si por sus miras maravillosas ha querido que los espíritus se reencarnen en la Tierra, debió añadir la reproducción de las especies por el varón y la hembra. Pero vosotros lo conocéis sin que haya necesidad de más explicación. Los espíritus no pueden tener sexo.

“Siempre se ha dicho que los espíritus no tienen sexo. Los sexos no son necesarios sino para la reproducción de los cuerpos, de modo que los espíritus, no reproduciéndose, los sexos serían para ellos inútiles. Nuestra pregunta no tenía por objeto acreditar el hecho, sino que en razón de la muerte reciente del Sr. Sanson, queríamos saber si le quedaba impresión de su estado terrestre.

“Los espíritus depurados se dan cuenta perfectamente de su naturaleza, pero entre los espíritus inferiores no desmaterializados, hay muchos de ellos que se creen aún lo que eran en la Tierra, y conservan las mismas pasiones y los mismos deseos. Y ésos se creen todavía hombres o mujeres, he ahí por qué han dicho algunos que los espíritus tienen sexo. Así es que ciertas contradicciones provienen del estado más o menos adelantado de los espíritus que se comunican. El mal no está en los espíritus, sino en los que les interrogan y no se toman el trabajo de profundizar las cuestiones.”

12. ¿Qué aspecto os presenta la sesión? ¿Es para vuestra nueva vista lo mismo que os parecía en vuestra vida? ¿Las personas tienen para vos la misma apariencia? ¿Lo veis todo tan claro y detallado? R. Mucho más claro. porque puedo leer en el pensamiento de todos, y soy muy feliz con la agradable impresión que me deja la buena voluntad de todos los espíritus reunidos. Deseo que el mismo sentido pudiese darse a los hechos, no sólo en París, por la unidad de todos los grupos, sino también en toda Francia, donde los grupos se dividen y rivalizan seducidos por espíritus enredadores que se complacen en el desorden, mientras que el Espiritismo debe ser el olvido completo, absoluto del yo.

13. Decís que leéis en nuestro pensamiento. ¿ Podríais hacernos comprender cómo se opera esta transformación del pensamiento? R. Esto no es fácil. Para deciros, explicaros este prodigio singular de la vista de los espíritus, sería necesario abriros todo un arsenal de agentes nuevos y sabríais tanto como nosotros, lo que no puede ser, pues vuestras facultades están limitadas por la materia.

¡Paciencia! Sed buenos y llegaréis a ello. En la actualidad sólo tenéis lo que Dios os concede, pero con la esperanza de progresar continuamente. Más tarde seréis como nosotros. Procurad, pues, morir bien para saber mucho. La curiosidad, que es el estímulo del hombre pensador, os conduce tranquilamente hasta la muerte, reservándoos la satisfacción de todas vuestras curiosidades pasadas, presentes y futuras. Mientras tanto os diré, para responder del modo que puedo a vuestra pregunta, que el aire que os rodea, impalpable como nosotros, lleva el carácter de vuestro pensamiento. El soplo que exhaláis es, por así decirlo, la página escrita de vuestros pensamientos, los que se leen y comentan por los espíritus que os rodean sin cesar. Ellos son los mensajeros de una telegrafía divina que nada deja desapercibido.

La muerte del justo

Enseguida de la primera evocación del Sr. Sanson, hecha en la sociedad de París, un espíritu dio, bajo este título, la comunicación siguiente:

“La muerte del hombre de quien os ocupáis en este momento, ha sido la del justo. Como el día sucede naturalmente al alba, la vida espiritual ha sucedido para él a la vida terrestre, sin sacudidas, sin amargura, y su último suspiro se ha exhalado en un himno de reconocimiento y de amor... ¡Cuán pocos atraviesan así este rudo pasaje! ¡Cuán pocos después de la embriaguez y las esperanzas perdidas de la vida, consiguen la paz del ritmo armonioso de las esferas! Así como el hombre en buena salud, mutilado por una bala, sufre aún el miembro perdido, del mismo modo el hombre que muere sin fe y sin esperanza se destroza y palpita escapándose del cuerpo y lanzándose al espacio, inconsciente de sí mismo.

“Rogad por estas almas perturbadas, rogad por todo aquel que sufre. La caridad no está restringida a la Humanidad visible. Ella socorre y consuela también a los seres que pueblan el espacio. Habéis tenido de ello la prueba palpable por la conversión tan rápida de este espíritu enternecido por las oraciones espiritistas, hechas sobre la tumba del hombre de bien a quien acabáis de preguntar y que desea haceros progresar en la santa senda. (1) El amor no tiene límites, llena el espacio, dando y recibiendo a sus divinos consuelos.


“El mar se extiende en perspectiva infinita. Su último límite parece confundirse con el cielo, y el espíritu se deslumbra con el magnífico espectáculo de estas dos grandezas. Así es que el amor, más profundo que las olas, más infinito que el espacio, debe reuniros a todos, hombres y espíritus, en la misma comunión de caridad, y obrar la admirable fusión de lo que es finito y de lo que es eterno.” Georges

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1. Alusión al espíritu de Bernard, quien se manifestó espontáneamente el día de los funerales del Sr. Sanson (véase la Revista de mayo de 1862, p. 133).


El Sr. Jobard

Director del museo industrial de Bruselas, nacido en Bissey (Haute-Marne), muerto en Bruselas de un ataque de apoplejía fulminante el 27 de octubre de 1861, a1a edad de 60 años

El Sr. Jobard era presidente honorario de la sociedad espiritista de París, la cual se proponía evocarle en la sesión del 8 de noviembre, cuando él se adelantó a este deseo, dando espontáneamente la comunicación siguiente:

“Heme aquí, ya que me ibais a evocar, y puesto que desde luego quiero manifestarme a este médium, por cuyo conducto hasta ahora lo he buscado en vano.

“Voy a contaros mis impresiones en el momento de la separación de mi alma. He sentido un sacudimiento inaudito, me he acordado de repente de mi nacimiento, mi juventud, mi edad madura. Toda mi vida se ha reflejado claramente en mi memoria. No experimentaba más que un deseo piadoso de encontrarme en las regiones reveladas por nuestra querida creencia. Luego, todo este cúmulo de cuestiones se ha aplacado.

“Era libre y mi cuerpo yacía inerte. ¡Ah, mis queridos amigos! ¡Qué placer embriagador el despojarse de la pesadez del cuerpo! ¡Qué arrobamiento causa el abarcar el espacio! No creáis, sin embargo, que de repente sea ya un elegido del Señor, no. Estoy entre los espíritus que, habiendo aprendido un poco, deben todavía aprender mucho. No he tardado en acordarme de vosotros, mis hermanos de destierro, y os aseguro que os he cobijado con toda mi simpatía y dirigido todos mis fervientes votos hacia vosotros.

“¿Queréis saber cuáles son los espíritus que me han recibido? ¿Cuáles han sido mis impresiones? Amigos míos, han sido todos aquellos que evocamos, todos los hermanos que han participado de nuestros trabajos. He visto el esplendor, pero no puedo describirlo. Me he dedicado a discernir la verdad en las comunicaciones. Me he preparado a enmendar todas las aserciones erróneas, y a ser, en fin, el defensor de la verdad en el otro mundo, como lo he sido en el vuestro.” Jobard

1. En vuestra vida, nos suplicasteis que os llamáramos cuando dejaseis la Tierra. Nosotros lo hacemos, no solamente para acceder a vuestro deseo, sino, sobre todo, para renovar el testimonio de nuestra muy viva y sincera simpatía, y también en interés de nuestra instrucción, porque, mejor que nadie, estáis en disposición de darnos noticias precisas sobre el mundo en que os encontráis. Nos daréis el mayor gusto si nos complacéis respondiendo a nuestras preguntas. R. Por ahora, lo que más importa es vuestra instrucción. En cuanto a vuestra simpatía, ya la veo, y no la percibo tan sólo por el sentido auditivo, lo que constituye un gran progreso.

2. Para fijar nuestras ideas y no hablar vagamente, os preguntamos desde luego en qué sitio estáis aquí, y cómo os veríamos si pudiésemos veros. R. Estoy cerca del médium. Me veríais bajo la apariencia del Jobard que se sentaba a vuestra mesa, porque vuestros ojos mortales, no abiertos, no pueden ver los espíritus sino bajo su apariencia mortal.

3. ¿Tendríais la posibilidad de haceros visible para nosotros, y si no lo podéis, qué es lo que se opone a ello? R. La disposición que es del todo personal. Un médium vidente me vería, los otros no me ven.

4. Este sitio es el que ocupabais en vuestra vida, cuando asistíais a nuestra sesiones, sitio que os hemos reservado. Los que os han visto en él, deben figurarse veros en el mismo tal como erais entonces. Si no estáis ahí con vuestro cuerpo material, estáis con vuestro cuerpo fluídico, que tiene la misma forma. Si no os vemos con los ojos del cuerpo, os vemos con los del pensamiento. Si no podéis comunicaros por la palabra, podéis hacerlo por la escritura por medio de un intérprete. Nuestras relaciones, pues. no están de ningún modo interrumpidas por vuestra muerte, y podemos conversar con tanta facilidad y precisión como en otro tiempo. ¿No es verdad que es así? R. Sí, y lo sabéis desde mucho tiempo. Este sitio lo ocuparé a menudo, y aun sin saberlo vosotros, porque mi espíritu habitará entre vosotros.

Llamamos la atención sobre esta última frase: “Mi espíritu habitará entre vosotros.” En la circunstancia presente no es una figura, sino una realidad.

Por el conocimiento que el Espiritismo nos da de la naturaleza de los espíritus, se sabe que un espíritu puede estar entre nosotros, no sólo con el pensamiento, sino con su persona, con ayuda de su cuerpo etéreo que hace de aquél una individualidad distinta. Un espíritu puede, pues, habitar entre nosotros después de la muerte, tan bien como cuando vivía su cuerpo, y mejor aún, pues puede ir y volver cuando quiere. Así es que tenemos una porción de comensales invisibles, los unos indiferentes, los otros que nos son adictos por el afecto. A estos últimos es a quienes, sobre todo, se aplica estas palabras: “Habitan entre nosotros” y que puede traducirse así: Nos asisten, nos inspiran y nos protegen.

5. No hace mucho tiempo que estabais sentado en este mismo sitio. ¿Os parecen extrañas las condiciones con las cuales estáis en él ahora? ¿Qué efecto os produce este cambio? R. Estas condiciones no me parecen extrañas, porque mi espíritu desencarnado goza de una claridad que no deja en la sombra ninguna de las cuestiones que vislumbra.

6.Os acordáis de haberos hallado en este mismo estado antes de vuestra última existencia, y encontráis en él alguna cosa cambiada? R. Me acuerdo de mis existencias anteriores y encuentro que he mejorado. Veo y me asimilo lo que veo. En tiempo de mis precedentes encarnaciones, mi espíritu perturbado no percibía más que claros terrestres.

7. ¿Os acordáis de vuestra penúltima existencia, de la que precedió al Sr. Jobard? R. En mi penúltima existencia, era un obrero mecánico, carcomido por la miseria y el deseo de perfeccionar mi trabajo. He realizado, siendo Jobard, los sueños del pobre obrero, y alabo a Dios, cuya bondad infinita ha hecho germinar la planta, cuyo germen había colocado en mi cerebro.

8. ¿Os habéis comunicado ya en otra parte? R. Muy poco me he comunicado todavía. En muchos parajes, otro espíritu ha tomado mi nombre. Algunas veces estaba cerca de él, sin poder hacerlo directamente. Mi muerte es tan reciente, que estoy sujeto aún a ciertas influencias terrestres. Es preciso que haya más perfecta simpatía para que pueda apreciar mi pensamiento. Dentro de poco obraré indistintamente. Ahora no lo puedo todavía, os lo repito. Cuando un hombre algo conocido muere, se le llama en todas partes. Mil espíritus se apresuran a revestir su individualidad, y esto es lo que ha acontecido en cuanto a mí en muchas circunstancias. Os aseguro que después de que se adquiere la libertad, pocos son los espíritus que pueden comunicarse, aunque sea con un médium privilegiado.

9. ¿Veis a los espíritus que están aquí con nosotros? R. Veo, sobre todo, a Lázaro y a Erasto. Después, más alejado, al Espíritu de Verdad, cerniéndose en el espacio. Luego una porción de espíritus amigos que os rodean, solícitos y benévolos. Sed dichosos, amigos, porque buenas influencias impiden las calamidades del error.

10. En vuestra vida participabais de la opinión que ha sido emitida sobre la formación de la Tierra por incrustación de cuatro planetas, que se unieron en un solo conjunto ¿Estáis todavía en esta misma creencia? R. Es un error. Los nuevos descubrimientos geológicos prueban las convulsiones de la Tierra y su formación sucesiva. La Tierra, como los otros planetas, ha tenido su vida propia, y Dios no ha tenido necesidad de este gran desorden, o de esta agregación de planetas. El agua y el fuego son los únicos elementos orgánicos de la Tierra.

11. Pensabais también que los hombres podían entrar en catalepsia durante un tiempo ilimitado, y que el género humano ha sido traído de este modo a la Tierra. R. Ilusión de mi imaginación, que se iba siempre más allá del objeto. La catalepsia puede ser larga, pero no indeterminada. Tradiciones, leyendas aumentadas por la imaginación oriental. Amigos míos, he sufrido ya mucho repasando las ilusiones con que he alimentado a mi espíritu. No os engañéis con ellas. Había aprendido mucho, y lo puedo afirmar, mi inteligencia, dispuesta a apropiarse estos vastos y diversos estudios. Había conservado de mi última encarnación el amor a lo maravilloso y al conjunto sacado de las imaginaciones populares.

Poco me he ocupado todavía de las cuestiones puramente intelectuales en el sentido en que lo tomáis.

¿Cómo lo podría hacer, deslumbrado, absorto como estoy por el maravilloso espectáculo que me rodea? El lazo del Espiritismo, más poderoso que lo que vosotros, como hombres, podéis concebir, puede sólo atraer mi ser hacia esta Tierra que abandono, no con alegría, lo que sería una impiedad, sino con el profundo reconocimiento de la libertad.

En la suscripción abierta por la sociedad para socorros de los obreros de Lyon, en febrero de 1862, un miembro dio 50 francos, 25 por su propia cuenta y25 en nombre del Sr. Jobard. Este último dictó a este objeto la comunicación siguiente:

“Tengo el mayor placer y reconocimiento porque mis hermanos espiritistas no me han olvidado.

“Gracias al corazón generoso que os ha traído la ofrenda, la misma que yo hubiese dado si hubiera habitado aún vuestro mundo. En éste en que habito ahora no hay necesidad de moneda. Me ha sido, pues, necesario sacar de la bolsa de la amistad, para dar pruebas materiales de que estaba conmovido por el infortunio de mis hermanos de Lyon. Bravos trabajadores que ardientemente cultiváis la viña del Señor, es preciso que creáis que la caridad no es una palabra vana, puesto que pequeños y grandes os han mostrado simpatía y fraternidad. ¡Estáis en la gran vía humanitaria del progreso! ¡Quiera Dios manteneros en ella, para que podáis ser más y más dichosos, los espíritus amigos os sostendrán triunfantes!

“Empiezo a vivir tranquilamente, más pacífico y menos turbado por las evocaciones que como lluvia caían sobre mí. La moda reina también entre los espíritus. Cuando la moda Jobard pase y dé lugar a otra, entraré en la nada del olvido humano. Suplicaré entonces a mis amigos formales, entendiendo por formales aquellos cuya inteligencia no olvida, que me evoquen. Entonces profundizaremos cuestiones tratadas demasiado superficialmente, y vuestro Jobard, transfigurado del todo, podrá seros útil, lo que desea de todo corazón.” Jobard

Después de los primeros tiempos consagrados a tranquilizar a sus amigos, el Sr. Jobard se ha colocado entre los espíritus que trabajan activamente en la renovación social, esperando su próxima vuelta entre los vivos, para tomar con ellos en la misma una parte más directa.
Desde esta época ha dado a menudo a la sociedad de París, de la que continúa siendo miembro, comunicaciones de una incontestable superioridad, sin desistir de la originalidad y de los graciosos arranques que formaban el fondo de su carácter, y le dan a conocer antes de que haya puesto su firma.

Samuel Philipe

Samuel Philipe era un hombre de bien en toda la acepción de la palabra. Nadie recordaba haberle visto cometer una mala acción, ni haber hecho voluntariamente perjuicio a quien quiera que fuese. De una adhesión sin límites para con sus amigos, se tenía siempre la seguridad de encontrarle dispuesto cuando se trataba de prestar algún servicio, aunque fuese a costa de sus intereses. Penas, fatigas, sacrificios, no le importaban nada con tal de ser útil, y lo hacía naturalmente, sin ostentación, admirándose de que de esto pudiese hacérsele un mérito. Jamás dejó de hacer lo mismo a los que le habían hecho un mal, y para obligarles, ponía tanto celo como si le hubiesen hecho bien. Cuando tenía negocios con ingratos, expresaba: “No es a mí a quien debe compadecerse, sino más bien a ellos.” Aunque muy inteligente y dotado de mucho talento natural, su vida, siempre laboriosa, había sido oscura y sembrada de rudas pruebas. Era una de esas naturalezas elegidas que florecen en la sombra, de quienes el mundo no habla y cuyo resplandor no brilla en la Tierra. Había adquirido en el conocimiento del Espiritismo una fe ardiente en la vida futura y una gran resignación en los males de la vida terrestre. Murió en diciembre de 1862, a la edad de cincuenta años, a consecuencia de una dolorosa enfermedad, sinceramente sentido de su familia y de algunos amigos. Fue evocado muchos meses después de su muerte.

P. ¿Tenéis un recuerdo claro de vuestros últimos instantes en la Tierra?

R. Perfectamente. Este recuerdo me ha venido poco a poco, porque en aquel momento mis ideas estaban todavía confundidas.

P.. ¿Querríais, para nuestra instrucción y el interés que nos inspira vuestra vida ejemplar, describirnos cómo se ha efectuado en vos el pasaje de la vida corporal a la vida espiritual, así como vuestra situación en el mundo de los espíritus?

R. Con mucho gusto. Esta relación no será solamente útil para vosotros, sino que lo será también para mí. Dirigiendo mis pensamientos a la Tierra, la comparación me hace apreciar mejor todavía la bondad del Creador. Vosotros sabéis cuántas tribulaciones envolvieron mi vida terrestre. No tuve jamás falta de valor en la adversidad, ¡gracias a Dios!, y hoy día me felicito de esto. ¡Cuánto hubiera perdido si me hubiese desanimado! Tiemblo sólo al pensar que por mi cobardía, lo que he sufrido hubiera sido sin provecho y tendría que volver a empezar. ¡Oh, amigos míos! Si pudieseis penetraros bien de esta verdad, veríais que en ello va vuestra vida futura. Ciertamente no es comprar esta dicha demasiado cara, pagándola sólo con algunos años de sufrimientos. ¡Si supieseis cuán poca cosa son algunos años en presencia de lo infinito!

Si mi última existencia ha tenido algún mérito a vuestros ojos, no habríais dicho otro tanto de las que la han precedido. Sólo a fuerza de mi trabajo he alcanzado a ser lo que soy ahora. Para borrar los últimos restos de mis faltas anteriores, me ha sido preciso sufrir todavía estas últimas pruebas, que he aceptado voluntariamente. He sacado de la firmeza de mis resoluciones la fuerza de soportarlo sin murmurar. Yo bendigo hoy estas pruebas. Por ellas he roto con el pasado, que no es para mí sino un recuerdo, y puedo en adelante contemplar con legítima satisfacción el camino que he recorrido.

¡Oh, vosotros que me habéis hecho sufrir en la Tierra, que habéis sido duros y malévolos para mí, que me habéis humillado y llenado de amargura, cuya mala fe me ha reducido muchas veces a las más duras privaciones, no solamente os perdono, sino que os doy las gracias!

Queriendo hacer mal, no pensabais que me hacíais tanto bien. Sin embargo, es verdad que a vosotros debo en gran parte la dicha que gozo, porque me habéis dado la ocasión de perdonar y de devolver bien por mal. Dios ha permitido que me salierais al paso para probar mi paciencia, y ejercitarme en la práctica de la caridad más difícil, la del amor a los enemigos.

No os impacientéis por esta digresión. Voy a lo que me pedís.

Aunque sufrí cruelmente en mi última enfermedad, no tuve agonía. La muerte llegó como un sueño, sin luchas ni sacudidas. No teniendo miedo al porvenir, no me aferré a la vida, y por consiguiente, no tuve necesidad de luchar para romper los últimos lazos. La separación se verificó sin esfuerzos, sin dolor y sin que me diese cuenta de ello.

Ignoro cuánto duró este último sueño. pero ha sido corto. El despertar ha sido de una calma que contrastaba con mi estado precedente. No sentía dolor y . me regocijaba de ello. Quería levantarme y marchar, pero un entorpecimiento que no era nada desagradable y que hasta tenía cierto encanto, me retenía, y yo me abandonaba a él con una especie de deleite sin darme ninguna cuenta de mi situación, y sin pensar que había dejado la Tierra.

Lo que me rodeaba me parecía como un sueño. Vi a mi mujer y algunos de mis amigos, de rodillas en la alcoba llorando, y me dije que sin duda me creían muerto. Quise desengañarles, pero no pude articular ninguna palabra, de lo que deduje que soñaba. Lo que me confirmó en esta idea fue que me vi rodeado de muchas personas que apreciaba, muertas desde mucho tiempo, y otras que no reconocí al pronto, y que parecía que me velaban y esperaban que despertase.

Este estado tuvo instantes de lucidez y de somnolencia, durante los cuales recobraba y perdía alternativamente la conciencia de mi yo. Poco a poco mis ideas adquirieron más claridad. La luz, que no entreveía sino a través de una niebla, se hizo más brillante. Entonces comencé a reconocerme y comprendí que no pertenecía al mundo terrestre. Si no hubiera conocido el Espiritismo, la ilusión se hubiera, sin duda, prolongado mucho tiempo más.

Mi despojo mortal no estaba todavía enterrado. Lo consideraba con piedad, felicitándome por haberme desembarazado de él. ¡Era tan feliz de ser libre! Respiraba con placer como aquel que sale de una atmósfera nauseabunda. Una indecible sensación de dicha penetraba todo mi ser. La presencia de los que había amado me colmaba de alegría. No estaba nada sorprendido de verles, y esto me parecía muy natural, pero me creía volverles a ver después de un largo viaje. Un hecho me sorprendió, desde luego, y fue que nos comprendíamos sin articular ninguna palabra. Nuestros pensamientos se transmitían por la sola mirada y como por una penetración fluídica.

Sin embargo, no estaba todavía completamente libre de las ideas terrestres. El recuerdo de lo que había sufrido me venía de vez en cuando a la memoria, como para hacerme apreciar mejor mi nueva situación. Había sufrido corporal, pero sobre todo moralmente, había sido presa de la malevolencia, de esas mil perplejidades más penosas quizá que los males reales, porque causan una ansiedad perpetua. Su impresión no se me había borrado enteramente, y a veces me preguntaba si realmente me había desembarazado de ellas. Me parecía oír aún ciertas voces desagradables, sabía las contrariedades que me habían atormentado tan a menudo, y temblaba a pesar mío. Me sondeaba, por expresarlo así, para asegurarme de que no era juguete de un sueño, y cuando hube adquirido la certeza de que todo esto se había acabado, me pareció que me había quitado de encima un peso enorme. Lo que es muy cierto, me decía yo, es que por fin estoy libre de todos los cuidados que hacen un tormento de la vida, y por ello daba gracias a Dios.

Era como un pobre que hereda de repente una gran fortuna: durante algún tiempo duda de la realidad y siente los temores de la necesidad. ¡Oh, si los hombres comprendieran la vida futura ¡Qué fuerza, qué valor daría esta convicción en la adversidad!
¡Qué harían, durante su estancia en la Tierra, para asegurarse de la dicha que Dios reserva a aquellos que han sido dóciles a sus leyes! ¡Verían cuán poco importantes son los goces que envidian al lado de los que desprecian!

P. Ese mundo tan nuevo para vos, y al lado del cual el nuestro tiene tan poca importancia, y quizá los numerosos amigos que habéis vuelto a encontrar en él. ¿os han hecho perder de vista a vuestra familia y a vuestros amigos de la Tierra?

R. Si les hubiera olvidado, sería indigno de la dicha que gozo. Dios no recompensa el egoísmo, sino que, por el contrario, lo castiga. El mundo en que estoy puede hacerme desdeñar la Tierra, pero no los espíritus que están encarnados en ella. Sólo los hombres que se hallan en la prosperidad olvidan a los compañeros de infortunio. Voy a ver muchas veces a los míos, y la buena memoria que de mí conservan me hace feliz. Su pensamiento me atrae, asisto a sus conversaciones, gozo con sus alegrías, sus penas me entristecen, pero no con esa tristeza ansiosa de la vida humana, porque comprendo que no son más que pasajeras y para su bien.

Me causa satisfacción el pensar que un día vendrán a esta morada afortunada donde se desconoce el dolor. Yo me dedico a que se hagan dignas de ella, me esfuerzo en sugerirles buenos pensamientos, y, sobre todo, la resignación que yo he tenido, conformándome con la voluntad de Dios. Tengo el mayor sentimiento cuando veo que retardan ese momento con su falta de valor, sus murmuraciones, la duda del porvenir, o con alguna acción reprensible. Procuro entonces apartarles del mal camino. Si lo consigo, es una gran dicha para mí, y todos nos regocijamos; si no lo consigo, me digo con sentimiento: “¡Siguen aún en el atraso!”, pero me consuelo pensando que no se ha perdido todo irremisiblemente.

El Sr. Van Durst
Antiguo empleado, muerto en Amberes en 1863, a la edad de ochenta años

Poco tiempo después de su muerte, un médium preguntó a su guía espiritual si se le podía evocar, y se le contestó:

“Este espíritu sale lentamente de su turbación. Podría ya responderos, pero la comunicación le costaría mucho trabajo. Os ruego, pues, que esperéis todavía cuatro días, y os responderá. Entonces sabrá ya las buenas intenciones que habéis manifestado respecto a él, y vendrá reconocido y amistosamente.”

Cuatro días más tarde el espíritu dictó lo que sigue:

“Amigo mío, mi vida fue de muy poco peso en la balanza de la eternidad. Sin embargo, estoy lejos de ser desgraciado, estoy en la condición humilde, pero relativamente feliz, de aquel que hizo poco mal, sin que por esto me crea perfecto. Si hay gentes felices en una pequeña esfera, yo soy una de ellas. Sólo siento un hecho, y es no haber conocido lo que sabéis ahora; mi turbación hubiera sido menos larga y penosa.

“Gran acontecimiento es, en efecto, vivir y no vivir, ver su cuerpo, estar fuertemente adherido a él, y sin embargo no poder servirse del mismo. Ver a los que se ha amado y sentir extinguirse el pensamiento que nos une a ellos, ¡qué terrible es esto! ¡Oh, qué momento cruel!

¡ Qué momento cuando el aturdimiento os coge y os ahoga! ¡Y un instante después, en tinieblas! ¡Sentir, y después aniquilarse! ¡Se quiere tener la conciencia de su yo, y no se puede recobrar! ¡No ser, y sin embargo se siente uno ser, pero se está en una turbación profunda! ¡Y después de un tiempo inapreciable, tiempo de angustias entrecortadas, porque no se tiene la fuerza de sentirlas, después de este tiempo que parece interminable, renacer lentamente a la existencia, despertarse en un nuevo mundo! ¡Basta de cuerpo material, de vida terrestre, de hombres carnales: la vida inmortal ¡Formas ligeras, espíritus que se deslizan por todos lados, que voltean a vuestro alrededor y que no podéis abrazar con vuestra mirada, porque flotan en el infinito! ¡Tener ante sí el espacio y poderlo cruzar con la sola voluntad, comunicar por el pensamiento con todo lo que os rodea!

“Amigo, ¡qué vida nueva! ¡Qué vida brillante! ¡Qué vida de goces...! Salud, ¡oh! Salud, eternidad que me contienes en tu seno... ! ¡Adiós, Tierra que me retuviste tan largo tiempo lejos del elemento natural de mi alma! ¡No, no quiero nada tuyo, porque tú eres la Tierra del destierro y tu mayor dicha no tiene ninguna importancia!

“Pero si hubiera sabido lo que sabéis, ¡cuán fácil y agradable me hubiese sido esta iniciación en la otra vida! Habría sabido antes de morir lo que he debido aprender más tarde, en el momento de la separación, y mi alma se habría desprendido más fácilmente. ¡Estáis en el camino, pero jamás, jamás iréis bastante lejos! Decídselo a mi hijo, pero repetídselo mucho para que crea y se instruya. En este caso, cuando llegue aquí, no estaremos separados.

“Adiós a todos, amigos, adiós, os espero, y mientras estéis en la Tierra, vendré muchas veces a instruirme cerca de vosotros, porque no sé todavía tanto como muchos de los vuestros. Pero yo aprenderé pronto aquí, donde no tengo las trabas que me retenían, y donde no tengo la edad que debilite mis fuerzas. Aquí se vive a grandes rasgos y se adelanta, porque se ven ante sí horizontes tan bellos, que estamos impacientes por abarcarlos.

“Adiós, os dejo, adiós.” Van Durst

Sixdeniers
Hombre de bien, muerto accidentalmente y conocido del médium en su vida. Burdeos, 11 de febrero de 1861.

P. ¿Podéis darme algunos detalles sobre vuestra muerte? R. A partir del momento en que me ahogué. sí. P. ¿Por qué no a partir de antes?

R. Tú los conoces (el médium los conocía, efectivamente).

P. ¿Queréis, pues, describirme vuestras sensaciones después de vuestra muerte?

R. He tardado mucho en reconocerme, pero con la gracia de Dios y la ayuda de los que me rodeaban, cuando la luz se ha hecho, me ha inundado. Por mucho que esperes encontrarás siempre más de lo que creías.

Nada material. Todo hiere los sentidos ocultos, aquello que no alcanza la vista ni la mano, ¿me comprendes? Es una maravilla espiritual que sobrepuja vuestro entendimiento, porque no hay palabras para explicarlo. Esto no puede sentirse más que con el alma.

Mi despertar ha sido muy feliz. La vida es uno de esos sueños que, a pesar de la idea grotesca que se da a esta palabra, no puedo calificar sino de pesadilla.

Figúrate que sueñas, que estás encerrado en un calabozo infecto, que tu cuerpo lo roen gusanos que se introducen hasta la médula de los huesos; que estás suspendido sobre un horno ardiente; que tu boca seca no encuentra ni el aire que la refresque; que tu espíritu, lleno de horror, no ve alrededor suyo más que monstruos preparados a devorarte; figúrate, en fin, todo lo más fantástico, asqueroso y horrible que el sueño pueda crear, y transpórtate repentinamente a un Edén delicioso. Despiértate rodeado de todos los que has amado y llorado; ve a tu alrededor sus caras adoradas sonreírte con alegría; respira los perfumes más suaves, refresca tu seca garganta en la fuente de agua viva; siente cómo tu cuerpo se suspende en el espacio infinito que le lleva y le mece, como lo hace la brisa con la flor que descuella en la cima de un árbol. Siéntete envuelto en el amor de Dios como el niño que nace está envuelto en el amor de su madre, y no tendrás más que una idea imperfecta de esta transición. He procurado explicarte la dicha de la vida que espera al hombre después de la muerte de su cuerpo, pero no he podido. ¿Se explica lo infinito a aquel que tiene los ojos cerrados a la luz, y cuyos miembros no han podido salir jamás del círculo estrecho en que están cerrados? Para explicarte la felicidad eterna, te diría: ¡Ama! Porque sólo el amor puede hacerla presentir, y quien dice amor, dice ausencia de egoísmo.

P. ¿Vuestra situación ha sido dichosa desde vuestra entrada en el mundo de los espíritus?

R. No, he tenido que pagar la deuda del hombre. Mi corazón me había hecho presentir el porvenir del espíritu, pero no tenía fe. He debido expiar mi indiferencia por el Creador, pero su misericordia ha tomado en cuenta el poco bien que había podido hacer, los dolores que había experimentado con resignación a pesar de mi sufrimiento, y su justicia, que tiene una balanza que los hombres no comprenderán jamás. Ha pesado el bien con tanta bondad y amor, que el mal se ha borrado pronto.

P. ¿Queréis darme noticias de vuestra hija? (muerta cuatro o cinco años después de su padre).

R. Está en misión en vuestra Tierra.

P. ¿Es dichosa como criatura? No quiero haceros preguntas indiscretas.

R. Bien lo sé, ¿crees que no veo tu pensamiento como un cuadro ante mis ojos? No, como criatura no es dichosa. Al contrario, todas las miserias de vuestra vida deben alcanzarla; pero debe preconizar con su ejemplo esas grandes virtudes que vosotros tanto encomiáis. Yo la ayudaré porque debo velar por ella, mas no tendrá gran trabajo en superar los obstáculos. No estará en expiación, sino en misión. Tranquilízate, pues, respecto de ella, y gracias por tu recuerdo. En este momento. el médium experimenta dificultad en escribir, y manifiesta:

P. Si es un espíritu que sufre el que me detiene, le suplico se nombre.

R. Una desgraciada.

P. ¿Queréis decirme vuestro nombre?

R. Valeria.

P. ¿Queréis referirme qué es lo que os ha conducido al castigo?

R. No.

P. ¿Os arrepentís de vuestras faltas?

R. Bien lo ves.

P. ¿Quién os ha conducido aquí?

R. Sixdeniers.

P. ¿Con qué fin lo ha hecho?

R. Para que tú me ayudes.

P. ¿Erais vos quien me impedía escribir ahora mismo?

R. Él me ha puesto en su lugar.

P. ¿Qué relación hay entre vosotros?

R. Él me guía.

P. Pedidle que una su plegaria a la nuestra. (Después de la oración, Sixdeniers vuelve a tomar la palabra.)

R. Gracias por ella, tú lo has comprendido, no te olvidaré. Piensa en ella.

P. (A Sixdeniers). Como espíritu, ¿tenéis encargo de guiar a otros espíritus que sufren?

R. No, pero tan pronto como conducimos uno al bien, tomamos otro, sin abandonar por esto a los primeros.

P. ¿Cómo podéis bastar a una vigilancia que debe multiplicarse con los siglos hasta lo infinito?

R. Comprended que los que nosotros hemos guiado, se depuran y progresan. Nos dan menos trabajo, y al mismo tiempo, nos elevamos nosotros mismos, y ascendiendo, nuestras facultades progresan, y nuestro poder irradia en proporción de nuestra pureza.

Observación. Los espíritus inferiores están, pues, asistidos por los buenos espíritus, que tienen la misión de guiarles. Esta tarea no es exclusivamente propia de los encarnados, pero éstos deben concurrir a ella porque para ellos es un medio de adelanto.
Cuando un espíritu inferior se interpone en una buena comunicación, como en el caso presente, sin duda que no lo hace siempre con una buena intención. Pero los buenos espíritus lo permiten, sea como prueba, sea a fin de que aquel a quien se dirige trabaje en su mejoramiento. Su persistencia, es verdad, degenera a veces en obsesión, pero cuanto más tenaz es, tanto más demuestra cuán grande es la necesidad de asistencia. Se hace, pues, un mal en rechazarle. Es preciso mirarle como un pobre que viene a pedir limosna, y referir: “Éste es un espíritu desgraciado que los buenos me envían para que lo eduque. Si lo consigo, tendré la alegría de haber conducido un alma al bien, y de haber abreviado sus sufrimientos.”
Esta tarea es a menudo penosa. Sin duda sería más agradable tener siempre buenas comunicaciones y no conversar sino con espíritus de nuestro gusto. Pero buscando nuestra propia satisfacción y rehusando las ocasiones que se nos presentan para hacer bien, no es como se merece la protección de los buenos espíritus.

El Dr. Demeure
Muerto en Albi (Tarn) el 25 de enero de 1865

El Sr. Demeure era un médico homeópata muy distinguido de Albi. Su carácter, tanto como su saber, le había conquistado la estimación y la veneración de sus conciudadanos. Su bondad y su caridad eran inagotables y a pesar de su avanzada edad, ningún trabajo le costaba ir a prestar sus cuidados a los pobres enfermos. El precio de sus visitas era el menor de sus cuidados. Estaba más dispuesto a prestárselos al desgraciado, que a aquel que sabía que podía pagarle, porque decía que éste, a falta suya, podía siempre procurarse otro médico.

Al primero no solamente daba los remedios gratuitamente, sino que a menudo le dejaba con que sufragar las necesidades materiales, lo que es a veces el más útil de los medicamentos. Se puede afirmar de él que era el cura de Ars de la medicina.

El Sr. Demeure había abrazado con ardor la doctrina espiritista, en la que encontró la clave de los más graves problemas, de los cuales había vanamente pedido la solución a la ciencia y a todas las filosofías. Su espíritu profundo e investigador le hizo inmediatamente comprender toda su importancia. También fue uno de sus más celosos propagadores. Por correspondencia se habían establecido entre nosotros relaciones de viva y mutua simpatía.

Supimos su muerte el 30 de enero, y nuestro primer pensamiento fue el de conversar con él. He aquí la comunicación que nos dio el mismo día:

“Heme aquí. Había prometido, cuando vivía, que después de mi muerte vendría, si me era posible, a dar la mano a mi querido maestro y amigo Allan Kardec.

“La muerte dio a mi alma ese pesado sueño que se llama letargo, pero mi pensamiento velaba. He sacudido esa torpeza funesta, que prolonga la turbación que sigue a la muerte. Me he despertado, y de un salto he hecho el viaje.

“¡Qué feliz soy! No soy viejo ni achacoso. Mi cuerpo no era más que un disfraz sobrepuesto. Soy joven y hermoso, con esa eterna juventud de los espíritus, sin pliegues que arruguen las facciones, sin cabellos que encanezcan con el tiempo. Soy ligero como el ave que atraviesa de un vuelo rápido el horizonte de vuestro cielo nebuloso, y admiro, contemplo, bendigo, amo y me inclino, átomo, ante la grandeza, la sabiduría, la ciencia de nuestro Creador, ante las maravillas que me rodean.

“Soy dichoso, ¡estoy en la gloria! ¡Oh! ¿Quién podrá jamás revelar las espléndidas hermosuras de la Tierra de los elegidos, los cielos, los mundos, los soles, su misión en el gran concurso de la armonía universal? ¡Pues bien! yo probaré, maestro mío, voy a hacer de ello el estudio, vendré a depositaros el homenaje de mis trabajos de espíritu, que os dedico por adelantado. Hasta luego.” Demeure

Las dos comunicaciones siguientes, dadas el 1 y el 2 de febrero, son relativas a la enfermedad de que estoy atacado en este momento. Aunque sean personales, las reproducimos porque prueban que el Sr. Demeure es tan bueno en espíritu como lo era siendo hombre.

“Mi buen amigo, tened confianza en nosotros y buen ánimo. Esta crisis, aunque fatigosa y dolorosa, no será duradera, y con los tratamientos prescritos podréis, según vuestros deseos, completar la obra que ha sido el objeto principal de vuestra existencia. No obstante, estoy siempre a vuestro lado con el Espíritu de Verdad, quien me permite tomar en su nombre la palabra como el último de vuestros amigos que ha venido entre los espíritus. Me hacen los honores de la bienvenida. Querido maestro, ¡qué feliz soy de haber muerto a tiempo para estar con ellos en este momento! Si hubiese muerto más pronto, quizás os hubiera podido evitar esta crisis que no preveía. Hacía muy poco tiempo que estaba desencarnado para ocuparme de otro asunto más que de lo espiritual. Pero ahora os velará, querido maestro, vuestro hermano y amigo que está contento de ser espíritu para poder estar a vuestro lado, y cuidaros en vuestra enfermedad. Conocéis el proverbio: «Ayúdate, y el cielo te ayudará.» Ayudad, pues. a los buenos espíritus en los cuidados que os tienen, conformándoos estrictamente con sus prescripciones.

“Hace aquí demasiado calor. Ese carbón os es nocivo. Mientras estéis enfermo, no lo encendáis. Contribuye a aumentar vuestra opresión. Los gases que de él se desprenden son deletéreos.
“Vuestro amigo.”
Demeure

“Soy yo, Demeure, el amigo de Kardec. Vengo a manifestarle que estaba cerca de él en el acto del accidente que ha tenido, y que pudo ser funesto sin una intervención eficaz, a la que he tenido la suerte de concurrir. Según mis observaciones y las noticias que he tomado de buena fuente, es evidente para mí que cuanto más pronto se verifique su desencarnación más pronto podrá reencarnarse para poder acabar su obra. Sin embargo, le es preciso dar, antes de partir, la última mano a las obras que deben completar la teoría doctrinal, de la cual es el iniciador, y se hace culpable de homicidio voluntario contribuyendo, por exceso de trabajo, a lo defectuoso de su organización que le amenaza de una repentina partida para nuestros mundos. No debe temerse señalarle toda la verdad, para que esté sobre aviso y siga literalmente nuestras prescripciones.”
Demeure

La comunicación siguiente fue obtenida en Montauban el 26 de enero, al día siguiente de su muerte, en el círculo de los amigos espiritistas que había en aquella ciudad.

“Antonio Demeure. No he muerto para vosotros, mis buenos amigos, sino para aquellos que no conocen esta santa doctrina que reúne a los que se han amado en esta Tierra, y han tenido los mismos pensamientos de amor y de caridad.

“Soy feliz, más feliz de lo que podía esperar, porque gozo de una lucidez rara entre los espíritus separados de la materia hace tan poco tiempo. Tened valor, amigos míos, estaré a menudo cerca de vosotros, y no dejaré de instruiros sobre muchas materias que ignoramos cuando estamos sujetos a nuestra pobre materia, que nos oculta tantas magnificencias y tantos goces. Rogad por los que están privados de esta dicha, porque no saben el mal que se hacen a sí mismos.

“No continuaré hoy mucho tiempo, pero os diré que no me encuentro del todo extraño en este mundo de los invisibles. Me parece que lo he habitado siempre. Soy feliz, porque veo a mis amigos y puedo comunicarme con ellos todas las veces que lo deseo.

“No lloréis, amigos míos. Me haríais sentir el haberos conocido. Dejad obrar al tiempo , y Dios os conducirá a esta morada en que debemos todos encontramos reunidos. Buenas noches, amigos míos, que Dios os consuele. Estoy aquí, cerca de vosotros." Demeure

Otra carta de Montauban contiene el relato siguiente:

“Ocultamos a la Sra. G..., médium vidente y sonámbula muy lúcida, la muerte del Sr. Demeure, para no afectar su extrema sensibilidad, y el buen doctor, comprendiendo sin duda nuestras miras, había evitado manifestarse a ella. El l0 de febrero último, estábamos reunidos a invitación de nuestros guías, que decían querían aliviar a la Sra. G... de una torcedura de pie, de la cual sufría cruelmente desde la víspera. Nada más sabíamos y estábamos lejos de pensar en la sorpresa que nos preparaban. Apenas estuvo esta señora en estado de sonambulismo, dio gritos desgarradores, señalando el pie. He aquí lo que pasó:

“La Sra. G... veía un espíritu encorvado sobre su pierna, ocultando sus facciones. Hacía fricciones, y como si hiciera maceraciones, ejerciendo de tiempo en tiempo en la parte enferma una tracción longitudinal, absolutamente como habría podido hacerlo un médico. La operación era tan dolorosa, que la paciente se abandonaba a veces a los gritos más espantosos y a grandes convulsiones. Pero la crisis no fue de mucha duración. Al cabo de diez minutos, toda señal de torcedura había desaparecido; ninguna hinchazón, el pie había tomado su apariencia normal. La Sra. G... estaba curada. “Sin embargo, el espíritu permanecía siempre oculto del médium, y persistía en no mostrar sus facciones. Casi se le conocía el ademán de escaparse, cuando nuestra enferma, que pocos minutos antes no podía dar un paso, de un salto se puso en medio de la habitación para coger y apretar la mano de su doctor espiritual.

Sin embargo, el espíritu había también desviado su cabeza, abandonando sólo la mano en la suya. En este momento, la Sra. G... dio un grito y cayó desmayada sobre el pavimento: acababa de reconocer al Sr.Demeure en el espíritu que la había curado. Durante el síncope recibía cuidados solícitos de muchos espíritus simpáticos. En fin, habiendo reaparecido la lucidez sonambúlica, habló con los espíritus, cambiando con ellos apretones de manos, particularmente con el espíritu del doctor, que correspondía a sus muestras de afecto, comunicándole un fluido reparador.”

Esta escena, ¿no es acaso tierna y conmovedora? ¿Y no se creería ver a todos estos personajes representando su papel como si estuvieran en la vida humana? ¿No es ésta una prueba entre mil de que los espíritus son seres muy reales, teniendo un cuerpo y obrando como lo hacían en la Tierra? Éramos felices de volver a encontrar a nuestro amigo espiritualizado con su buen corazón y su delicada solicitud. Había sido durante su vida el médico del médium. Conocía su extremada sensibilidad, y la había tratado como a su propia hija. Esta prueba de identidad dada a los que el espíritu amaba, ¿no es interesante y muy oportuna para que la vida futura se mire bajo un aspecto más consolador?

Observación. La situación del Sr. Demeure como espíritu es la que podía hacer presentir su vida tan digna y tan útilmente empleada. Pero otro hecho no menos instructivo resalta de estas comunicaciones: ésta es la actividad que despliega casi inmediatamente después de su muerte para ser útil.

Por su alta inteligencia y sus cualidades morales, pertenece al orden de los espíritus muy avanzados. Es dichoso. pero su dicha no está en la inacción. Hacía algunos días que curaba a los enfermos como médico, y apenas desprendido, se apresura a cuidarlos como espíritu. ¿Qué se gana, pues, con estar en el otro mundo, dirán ciertas personas, si no se goza en el descanso? A esto les preguntaremos a su vez: ¿Creéis que no es nada el no tener los cuidados, ni las necesidades, ni los achaques de la vida, el ser libre y poder recorrer sin fatigarse el espacio, con la rapidez del pensamiento, ir a ver a sus amigos a todas horas a cualquier distancia que se encuentren? Y añadamos que cuando estéis en el otro mundo, nadie os forzará a trabajar. Podréis estar en una ociosa beatitud tanto tiempo como os plazca, pero os cansaréis pronto de este reposo egoísta, y seréis los primeros en pedir una ocupación.

Entonces se os responderá: Si os fastidia la ociosidad, procurad buscar vosotros mismos el modo de ocuparos en algo: las ocasiones de hacerse útil no faltan, tanto en el mundo de los espíritus como entre los hombres.

Así es que la actividad espiritual no se impone. Es una necesidad, una satisfacción para los espíritus que buscan las ocupaciones en relación con sus gustos y sus aptitudes, y eligen con preferencia las que pueden ayudar a su adelanto.


La Sra. Wollis
Viuda de Foulon

La Sra. de Foulon, muerta en Antibes el 3 de febrero de 1865, había vivido mucho tiempo en El Havre, donde adquirió reputación como pintora muy hábil en miniatura. Su notable capacidad no le sirvió por de pronto sino para distraerse como aficionada, pero, más tarde, cuando vinieron días malos, supo hacer de su facultad un precioso recurso. La amenidad de su carácter, sus cualidades privadas, que sólo pueden apreciar los que sabían su vida íntima en toda su extensión, le habían conquistado el aprecio y el amor de todos los que la conocían.

Como todos aquellos en quienes el sentimiento del bien es innato, no hacía de ello ostentación, ni tan sólo lo sabía. Si hay alguno en quien el egoísmo no haya hecho ninguna mella, sin duda es una de tantos. Puede ser que jamás el sentimiento de la abnegación personal fuese llevado más lejos. Siempre dispuesta a sacrificar su reposo, su salud, sus intereses por aquellos a quienes podía ser útil, su vida no fue más que una larga serie de sacrificios, así como fue desde su juventud una larga serie de rudas y crueles pruebas. ante las cuales el valor y perseverancia no le han faltado jamás. Pero su vista. fatigada por un trabajo minucioso. Disminuía de día en día. Algún tiempo más. Y la ceguera, muy adelantada va, hubiera sido completa.

Cuando la Sra. Foulon tuvo conocimiento de la doctrina espiritista, fue para ella como una chispa luminosa. Le parecía que un velo se levantaba mostrando alguna cuestión que no le era del todo desconocida, pero de la que no tenía más que una vaga intuición. Así es que la estudió con ardor, pero al mismo tiempo con aquella lucidez de espíritu, con aquella exactitud de apreciación que era propia de su alta inteligencia. Es necesario conocer todas las tribulaciones de su vida, tribulaciones que tenían siempre por móvil no ella misma, sino los seres que le eran queridos, para comprender todos los consuelos que adquirió de esta sublime revelación que le daba una fe inquebrantable en el porvenir y le mostraba la pequeñez de la existencia terrestre.

Su muerte fue digna de su vida. La vio venir sin ningún temor, pues era para ella la libertad de los lazos terrestres, que debía abrirla esa bienaventurada vida espiritual con la cual se había identificado por el estudio del Espiritismo. Ha muerto en calma, porque tenía la conciencia de haber cumplido la misión que había aceptado viniendo a la Tierra, de haber llenado escrupulosamente sus deberes de esposa y madre de familia, porque durante su vida había también abjurado todo resentimiento contra aquellos que se portaron mal con ella y que la habían pagado con ingratitud, porque les había vuelto siempre bien por mal. Y ha dejado esta vida perdonándoles, dejándolo todo a la bondad y a la justicia de Dios. Ha muerto, en fin, con la serenidad que da una conciencia pura, y la certeza de estar menos separada de sus hijos que durante la vida corporal, puesto que podrá en adelante estar con ellos en espíritu en cualquier punto del globo que se encuentren, ayudarles con sus consejos y envolverles con su protección.

Desde que supimos la muerte de la Sra. Foulon, nuestro primer deseo fue conversar con ella. Las relaciones de amistad y de simpatía que la doctrina espiritista había hecho nacer entre nosotros explican algunas de sus palabras v la familiaridad de su lenguaje.

I
París, 6 de febrero, tres días después de su muerte

“Estaba segura de que tendríais el pensamiento de evocarme luego de mi libertad, y estaba preparada a responderos, porque no he conocido turbación. Sólo los que tienen miedo se hallan envueltos en sus espesas tinieblas.

“¡Pues bien! Amigo mío, ahora soy dichosa. Estos pobres ojos que se habían debilitado y que no me dejaban sino el recuerdo de los prismas que habían matizado mi juventud con sus diferentes resplandores, se han abierto aquí y han vuelto a encontrar los espléndidos horizontes que idealizan, en sus vagas reproducciones, algunos de vuestros grandes artistas, pero cuya realidad majestuosa, severa, llena de encantos, tiene impresa la más completa realidad.

“No hace más que tres días que he muerto y siento que soy artista. Mis inspiraciones hacia lo ideal de la hermosura en el arte no eran sino la intuición de una facultad que había estudiado y adquirido en otras existencias y que se ha desenvuelto en mi última. ¡Pero qué tengo que hacer para reproducir una obra maestra digna de la gran escena que impresiona al espíritu al llegar a la región de la luz! ¡Pinceles! ¡Pinceles! Y probaré al mundo que el arte espiritista es el coronamiento del arte pagano, del arte cristiano que peligra, y que sólo al Espiritismo está reservada la gloria de hacerle revivir con todo su brillo sobre vuestro mundo.

“Basta para el artista. Vamos a la amiga. ¿Por qué, mi buena amiga (la Sra. de Allan Kardec), os afectáis así por mi muerte? Sobre todo sabiendo las decepciones y las amarguras de mi vida. Al contrario, debíais regocijaros al ver que ahora no he de beber en la copa amarga de los dolores terrestres que he vaciado hasta las heces. Creedme. Los muertos son más felices que los vivos, y llorarlos es dudar de la verdad del Espiritismo. Me volveréis a ver, estad segura de ello. He partido la primera, porque mi tarea ahí estaba concluida. Cada uno tiene que llenar la suya en la Tierra, y cuando la vuestra haya terminado, vendréis a descansar un poco a mi lado, para volver a empezar, si es preciso, puesto que no está en la naturaleza el permanecer inactivo. Cada uno tiene sus tendencias y obedece a ellas. Ésta es una ley suprema que prueba la potencia del libre albedrío. Además, buena amiga, indulgencia y caridad: todos tenemos necesidad de éstas recíprocamente, sea en el mundo visible. sea en el mundo invisible. Con esta divisa todo va bien.

“No me diríais que me detuviese. ¡Sabéis que hablo demasiado por la primera vez! Os dejo, pues, para volver a mi excelente amigo Kardec. Quiero darle las gracias por las afectuosas palabras que ha tenido a bien dirigir a la amiga que le ha precedido en la tumba. Porque ha faltado poco para partir juntos al mundo en que me encuentro, mi buen amigo. (Alusión a la enfermedad que habla el Dr. Demeure) ¿Qué habría dicho la compañera y muy amada de vuestros días, si los buenos espíritus no hubieran mediado en ello? Entonces sí que hubiera llorado y gemido, y lo comprendo. Pero también es necesario que vele para que no os expongáis de nuevo al peligro antes de haber acabado vuestro trabajo de iniciación espiritista. Sin esto corréis riesgo de llegar demasiado pronto entre nosotros, y de no ver, como Moisés, la tierra prometida sino de lejos. Estad sobre aviso. Os lo previene una amiga.

“Ahora, me marcho. Voy al lado de mis hijos. Después a ver, más allá de los mares, si mi oveja viajera ha llegado por fin a puerto, o si es juguete de la tempestad. (Una de sus hijas que habitaba en América). Que los buenos espíritus la protejan. Con este propósito voy a reunirme con ellos. Volveré a hablaros, porque soy una habladora infatigable, ya lo recordaréis. Hasta la vuelta, pues, mis buenos y queridos amigos. Hasta luego.”
Viuda Foulon

II
8 de febrero de 1865

P. Querida Mme. Foulon, estoy muy contento por la comunicación que habéis dado para mí el otro día y con vuestra promesa de continuar nuestras conversaciones. Os he reconocido perfectamente en la comunicación. Habláis en ella de cosas ignoradas del médium, y que sólo pueden ser vuestras. Después, vuestro afectuoso lenguaje en cuanto a mí es el de vuestra alma cariñosa. Pero hay en él una seguridad, un aplomo, una firmeza que no os conocía en vuestra vida. Sabéis que sobre esto me he permitido más de una amonestación en ciertas circunstancias.

R. Es verdad, pero desde que me vi gravemente enferma, he recobrado mi firmeza de espíritu, perdida por las penas y las vicisitudes que me habían a veces hecho tímida durante la vida Me he dicho: tú eres espiritista. Olvida la tierra. Prepárate a la transformación de tu ser, y ve, por el pensamiento, el sendero luminoso que debe seguir tu alma al dejar tu cuerpo, y que la conducirá dichosa y libre a las esferas celestes en que tú debes vivir en adelante.

Me diréis que era un poco presuntuoso por mi parte contar con la dicha perfecta al dejar la Tierra. Pero había sufrido tanto, que tuve que expiar mis faltas de esta existencia y de las precedentes. Esta intuición no me engañó, y ella es la que me dio el valor, la calma y la firmeza de los últimos instantes. Esta firmeza se ha aumentado naturalmente cuando después de mi libertad he visto mis esperanzas realizadas.

P. ¿Queréis describirnos ahora vuestro tránsito, vuestro despertar y vuestras primeras impresiones?

R. He sufrido, pero mi espíritu ha sido más fuerte que el sufrimiento material que le hacía sentir el desprendimiento. Me he encontrado, después del último suspiro, como en síncope, sin tener ninguna conciencia de mi estado ni pensar en nada y en una vaga somnolencia que no era ni el sueño del cuerpo, ni el despertar del alma. He permanecido bastante tiempo así. Después, como si saliese de un largo desmayo, me he despertado poco a poco en medio de hermanos que no conocía. Me prodigaban sus cuidados y sus caricias, me mostraban un punto en el espacio que parecía una estrella brillante, y me han dicho: “Allí es a donde vas a ir con nosotros. Tú no perteneces a la Tierra.” Entonces he recobrado la memoria. Me he apoyado en ellos, y como un grupo gracioso que se lanza a las esferas desconocidas, pero con la certidumbre de encontrar allí la dicha, hemos subido, subido, y la estrella se engrandecía. Era un mundo feliz, un mundo superior, donde vuestra buena amiga va a encontrar por fin el descanso. Quiero decir, el descanso debido a las fatigas corporales que he sufrido y a las vicisitudes de la vida terrestre. Pero no la indolencia del espíritu, porque la actividad del espíritu es un goce.

P. ¿Es decir, que habéis dejado definitivamente la Tierra?

R. Tengo aún en ella muchos seres que me son queridos para dejarla definitivamente. Volveré a ella, pues, en espíritu, porque tengo que cumplir una misión al lado de mis hijos. Bien sabéis, por otra parte, que ningún obstáculo se opone a que los espíritus que habitan en los mundos superiores a la Tierra vengan a visitarla.

P. La situación en que estáis parece debe debilitar vuestras relaciones con aquellos que habéis dejado aquí.

R. No, amigo mío: El amor une las almas. Creedme, se puede estar en la Tierra más cerca de los que han alcanzado la perfección que de aquellos que la inferioridad y el egoísmo hace dar vueltas alrededor de la esfera terrestre. La caridad y el amor son dos motores de una atracción poderosa. Es el lazo que cimenta la unión de las almas, enlazadas la una a la otra, y la continúa a pesar de la distancia y de los lugares. No hay distancia sino para los cuerpos materiales. No la hay para los espíritus.

P. ¿Qué idea os formáis ahora de mis trabajos concernientes al Espiritismo?

R. Encuentro que tenéis cargo de almas y que es penoso de llevar. Pero veo el fin y sé que lo alcanzaréis. Os ayudaré, si puede ser, con mis consejos de espíritu para que podáis superar las dificultades que os serán suscitadas, comprometiéndoos a propósito a tomar ciertas medidas propias para activar en vuestra vida el movimiento renovador a que se dirige el Espiritismo. Vuestro amigo Demeure, unido al Espíritu de Verdad, os será un auxilio más útil todavía. Es más sabio y lúcido que yo. Pero como sé que la asistencia de los buenos espíritus os fortifica y sostiene en vuestra obra, creed que la mía os la ofrezco siempre y por todas partes.

P. Se podría deducir de algunas de vuestras palabras que no prestaréis una cooperación personal muy activa a la obra del Espiritismo.

R. Os engañáis. Pero veo tantos otros espíritus más capaces que yo para tratar esta importante cuestión, que un sentimiento invencible de timidez me impide, por el momento, responderos según vuestros deseos. Puede ser que esto suceda, y entonces tendré más ánimo y atrevimiento, pero es preciso que antes lo conozca mejor. No hace más que cuatro días que he muerto. Estoy aún bajo la impresión del encanto, del deslumbramiento que me rodea. Amigo mío, ¿no lo comprendéis? No soy capaz de expresar las nuevas sensaciones que experimento. He debido obligarme para volver en mí de la fascinación que ejercen sobre mi ser las maravillas que admiro. No puedo hacer otra cosa sino bendecir y adorar a Dios en sus obras. Pero esta situación pasará. Los espíritus me aseguran que pronto estaré acostumbrada a todas estas magnificencias, y que podré entonces con mi lucidez de espíritu tratar todas las cuestiones relativas a la renovación terrestre. Además de esto debéis considerar que en este momento, sobre todo, tengo una familia que consolar.

Adiós y hasta luego. Vuestra buena amiga que os ama y os amará siempre, maestro mío, porque sois vos a quien he debido el único consuelo perdurable y verdadero que he conocido en la Tierra.
Viuda de Foulon

III

La comunicación siguiente la dio para sus hijos el 9 de febrero:

“Hijos míos muy amados. Dios me ha separado de vosotros. Pero la recompensa que se ha dignado concederme es muy grande en comparación con lo poco que he hecho en la Tierra. Sed resignados, mis buenos hijos a la voluntad del Altísimo. Sacad de todo aquello que ha permitido que recibierais la fuerza para soportar las pruebas de la vida. Tened siempre en vuestro corazón la firmeza de esta creencia, que ha facilitado tanto mi pasaje de la vida terrestre a la vida que dos espera, al salir de este atrasado mundo. Dios ha extendido sobre mí, después de mi muerte, su inagotable bondad, como quiso hacerlo cuando estaba en la Tierra. Dadle las gracias por todos los beneficios que os conceda. Bendecidle, hijos míos, bendecidle siempre y en todos los instantes. No perdáis jamás de vista el fin que se os ha indicado ni el camino que debéis seguir: pensad en el empleo que debéis hacer del tiempo que Dios os concede en la Tierra. Seréis en ella dichosos, mis muy amados, dichosos los unos por los otros, si la unión reina entre vosotros. Dichosos por vuestros hijos, si los educáis en el buen camino que Dios ha permitido revelaros.

“¡Oh!, si no podéis verme, sabed bien que el lazo que nos unía ahí en la Tierra no está roto por la muerte del cuerpo, porque no era la envoltura la que nos unía, sino el espíritu. Por esta razón, amados míos, podré mediante la bondad del Todopoderoso guiaros todavía y daros ánimo en vuestro camino para volvernos a unir más tarde.

“Id, hijos míos. Cultivad con el mismo amor esta sublime creencia. Hermosos días os están reservados a los que creéis. Ya se os ha dicho, pero yo no debía verlos en la Tierra. Más, desde lo alto, contemplaré los templos venturosos, prometidos por Dios bueno, justo y misericordioso.

“No lloréis, hijos míos. Que estas conversaciones fortifiquen vuestra fe, vuestro amor a Dios, que tantos dones ha derramado sobre vosotros, quien ha enviado tantas veces socorros a vuestra madre. Rogadle siempre. La oración fortifica. Conformaos con las instrucciones que yo seguía tan ardientemente durante la vida que Dios os conceda.

“Volveré a vosotros, hijos míos. Pero es preciso que sostenga a mi pobre hija, que tanta necesidad tiene de mí. Adiós, hasta luego. Creed en la bondad del Todopoderoso. Le ruego por vosotros. Hasta la vista.”

Observación. Cualquier espiritista formal e ilustrado deducirá fácilmente de estas comunicaciones las enseñanzas que resultan de ellas. No llamaremos, pues, la atención sino sobre dos puntos. El primero es que este ejemplo nos demuestra la posibilidad de no encarnarse en la Tierra, y de pasar de aquí a un mundo superior, sin estar por esto separado de los seres amados que se dejan en ella. Aquellos, pues, que temen la reencarnación a causa de las miserias de la vida, pueden librarse de la misma haciendo lo que es necesario, esto es, trabajando en su mejoramiento, así como aquel que no quiere vegetar en las clases inferiores, debe instruirse y trabajar para ascender un grado.

El segundo punto es la confirmación de la verdad de que, después de la muerte, estamos menos separados de los seres que nos son queridos que durante la vida. La Sra. Foulon, retenida por la edad y los achaques en una pequeña ciudad del Mediodía, no tenía a su lado más que una parte de su familia.

La mayor parte de sus hijos y de sus amigos estaban lejos de ella. Obstáculos materiales se oponían a que pudiese verles tan a menudo como unos y otros hubiesen deseado. La gran distancia hacía también que la correspondencia fuese rara y difícil para algunos. Apenas se desembarazó de su envoltura, corre ligera al lado de cada uno, salva las distancias sin fatiga, con la rapidez de la electricidad, les ve, asiste a sus reuniones íntimas, les rodea con su protección, y puede por la mediumnidad conversar con ellos en todos los instantes, como cuando vivía, ¡Y decir que a este consolador pensamiento hay gentes que prefieren la idea de una separación indefinida!

Un médico ruso

El Sr. P... era un médico de Moscú, tan distinguido por sus eminentes cualidades morales como por su saber. La persona que le evocó le conocía tan sólo por su reputación, y no había tenido con él más que relaciones indirectas. La comunicación original estaba en idioma ruso.

P. (Después de la evocación). ¿Estáis aquí?

R. Sí. El día de mi muerte os perseguía con mi presencia, pero habéis resistido a todas mis tentativas para haceros escribir. Había oído vuestras palabras sobre mí: esto me hizo conoceros, y entonces, para seros útil, tuve el deseo de entablar conversación con vos.

P. ¿Por qué, siendo tan bueno, habéis sufrido tanto?

R. Esto era una de las bondades del Señor, que quería que sintiera doblemente el precio de mi libertad, y hacerme adelantar todo lo más posible en la Tierra.

P. ¿La idea de la muerte os ha causado terror?

R. No. Tenía mucha fe en Dios y me sirvió en este caso.

P. ¿La separación ha sido dolorosa?

R. No. Lo que llamáis el último momento, no es nada. No he sentido más que un ligero crujido, y después me he considerado muy feliz, viéndome desembarazado de mi miserable envoltura.

P. ¿Qué ha sucedido entonces?

R. He tenido la dicha de ver una porción de amigos que me salían al encuentro, dándome la bienvenida, especialmente aquellos a quienes tuve la fortuna de ayudar.

P. ¿Qué región habitáis? ¿Estáis en un planeta?

R. Todo lo que no es mundo, es lo que vosotros llamáis el espacio, en el cual estoy. Pero, ¡qué grados en esta inmensidad de la cual el hombre no puede formarse una idea! ¡Qué gradación en esta escala de Jacob que va de la tierra al cielo, esto es, del envilecimiento de la encarnación en un mundo inferior como el vuestro, hasta la purificación completa del alma! A donde estoy no se llega sino en virtud de muchas pruebas, lo que significa muchas encarnaciones.

P. ¿Según esto, debéis haber tenido muchas existencias?

R. ¿Cómo podría ser de otra manera? Nada es excepcional en el orden inmutable establecido por Dios. La recompensa no puede venir sino después de la victoria conseguida en la lucha. Y cuando la recompensa es grande, es de toda necesidad que la lucha lo sea también. Pero la vida humana es tan corta, que la lucha no es real sino por intervalos, y estos intervalos son las diferentes existencias sucesivas. Así pues, si yo estoy en uno de los escalones más elevados, he alcanzado esta dicha por una serie de luchas en las que Dios ha permitido que obtuviese algunas veces la victoria.

P. ¿En qué consiste vuestra dicha?

R. Esto es más difícil de hacéroslo comprender. La dicha que gozo es un contento extremo de mí mismo, no de mis méritos, esto sería orgullo, y el orgullo es cualidad de los espíritus atrasados, sino un contento saturado, por decíroslo así, del amor de Dios, en el reconocimiento de su bondad infinita. Es la alegría profunda de ver lo bueno. el bien. De decirme: tal vez he contribuido al mejoramiento de algunos de los que se han elevado hacia el Señor. Está uno como identificado con el bienestar. Es una especie de fusión del espíritu y de la bondad divina. Se tiene el don de ver los espíritus más purificados, comprenderles en sus misiones, y saber que llegaremos a eso mismo también. Se entrevé en el infinito inconmensurable las regiones tan resplandecientes del fuego divino, que uno se deslumbra contemplándolas aunque a través del velo que las cubre todavía. ¿Pero qué os digo? ¿Comprendéis mis palabras? ¿Este fuego de que os hablo, creéis que sea semejante al sol, por ejemplo? No, no. Es una cosa indecible para el hombre, porque las palabras no expresan más que los objetos, las cosas físicas o metafísicas de que se tiene conocimiento, por la memoria o la intuición del alma, mientras que, no pudiendo tener la memoria de lo desconocido absoluto, no hay términos que puedan darle la percepción de ello. Pero sabedlo: es ya una inmensa dicha el pensar que uno se pueda elevar indefinidamente.

P. Habéis tenido la bondad de decirme que queréis serme útil, os ruego que me digáis en qué.

R. Puedo ayudaros en vuestros desfallecimientos, sosteneros en vuestras debilidades, consolaros en vuestras penas. Si vuestra fe, quebrantada por alguna sacudida que os turbe, vacila, llamadme. Dios me dará palabras para que le recordéis y volváis a él. Si os sentís dispuesto a sucumbir bajo el peso de inclinaciones que reconozcáis vos mismo que son culpables, llamadme: os ayudaré a llevar vuestra cruz, como en otro tiempo ayudaron a Jesús a llevar la suya, la que debía proclamaros tan altamente la verdad, la caridad. Si flaqueáis bajo el peso de vuestras penas, si la desesperación se apodera de vos, llamadme. Vendré a sacaros de ese abismo, hablándoos de espíritu a espíritu, recordándoos los deberes que se os han impuesto, no por consideraciones sociales y materiales, sino por el amor que sentiréis en mí, amor que Dios ha puesto en mi ser para transmitirse a los que pueda salvar.

Sin duda tenéis amigos en la Tierra. Éstos quizá participan de vuestros dolores, y puede ser también que os hayan salvado. En las penas vais a encontrarlos, a manifestarles vuestros desconsuelos y vuestras lágrimas, y a cambio de esta señal de afecto, os dan sus consejos, su apoyo, sus caricias. Pues bien, ¿ no pensáis acaso que un amigo de aquí puede también ser bueno? ¿No es un consuelo poder decirse: Cuando muera, mis amigos de la Tierra estarán a mi cabecera rogando y llorando por mí, pero mis amigos del espacio estarán en el umbral de la vida, y vendrán sonriendo a conducirme al sitio que haya merecido por mis virtudes?

P. ¿Por qué he merecido la protección que queréis dispensarme?

R. He aquí por qué os tengo afecto desde el día de mi muerte. Os he visto espiritista, buen médium, y sincero adepto. Entre los que he dejado en la Tierra, vos sois a quien he visto más pronto a oírme. Desde entonces resolví contribuir a haceros adelantar, en vuestro interés, sin duda, pero más aún en interés de todos los que estáis llamados a educar en la verdad. Y a lo veis, Dios os quiere lo bastante para haceros misionero. A vuestro alrededor, todos, poco a poco, participan de vuestras creencias. Los más rebeldes, cuando menos, os escuchan, y un día les veréis creyentes. No os canséis. Marchad siempre, a pesar de las piedras que encontréis en el camino. Tomadme por báculo.

P. No me atrevo a creer que merezca tan gran favor.

R. Sin duda estáis lejos de la perfección. Pero vuestro ardor en propagar las sanas doctrinas, en sostener la fe de los que os escuchan, en predicar la caridad, la bondad y la benevolencia, aun cuando se porten mal con vos, la resistencia que hacéis a vuestros instintos de cólera que podríais satisfacer tan fácilmente contra los que os afligen o desconocen vuestras intenciones, vienen felizmente a neutralizar lo que tenéis de malo. Y sabedlo, el perdón es un poderoso contrapeso.

Dios os colma de sus gracias por la facultad que os da, y sólo a vos corresponde el aumentarla con vuestros esfuerzos, a fin de trabajar eficazmente en la salvación del prójimo. Voy a dejaros, pero contad conmigo. Procurad moderar vuestras ideas terrestres y vivir más a menudo con vuestros amigos de aquí.
P...

Bernardin
Burdeos, abril de 1 862

“Soy un espíritu olvidado desde hace muchos siglos. He vivido en la Tierra en la miseria y el oprobio. He trabajado sin descanso para llevar cada día a mi familia un pedazo de pan insuficiente. Pero amaba a mi verdadero dueño, y cuando el que me cargaba en la Tierra aumentaba el peso de mi dolor, decía: Dios mío, dadme la fuerza de soportar este peso sin quejarme. Expiaba, amigos míos, pero al salir de esta ruda prueba, el Señor me ha recibido en la paz, y mis fervientes votos han sido para reuniros a todos a mi alrededor, mis queridos hijos y hermanos, para deciros: Por muy alto que elevéis su precio, la dicha que os espera está aún mucho más alta.

“No tenía estado. Hijo de una numerosa familia, he servido a quien podía ayudarme a soportar mi vida. Nacido en una época en que la servidumbre era cruel, he soportado todas las injusticias, todos los vasallajes. todas las cargas que querían imponerme los subalternos del Señor. He visto a mi mujer ultrajada, a mis hijas arrebatadas y después abandonadas sin que me pudiera quejar. He visto llevar a mis hijos a las guerras de pillaje y de crímenes, ahorcados por faltas que no habían cometido. ¡Si supieseis, pobres amigos, lo que he sufrido en mi bastante larga existencia! Pero esperaba, esperaba la dicha que no está en la Tierra, y el Señor me la ha concedido. Así pues, a todos, hermanos míos, os encargo valor, paciencia y resignación.

“Hijo mío, tú puedes conservar lo que te he dado. Es una enseñanza práctica. Al que predica, le escuchan mejor cuando puede decir. «He sufrido más que vosotros y he sufrido sin quejarme.»”

P. ¿En qué época vivíais?

R. De 1400 a 1460.

P. ¿Habéis tenido otra existencia después?

R. Sí, he vivido también entre vosotros como misionero, sí, misionero de la fe. Pero de la verdadera, de la pura, de la que sale de Dios, y no de la que los hombres han hecho.

P. ¿Ahora, como espíritu, tenéis todavía ocupaciones?

R. ¿Podríais creer que los espíritus permanezcan inactivos? La inacción, la inutilidad, sería para ellos un suplicio. Mi misión es la de guiar centros de obreros al Espiritismo. Inspiro a éstos buenos pensamientos, y me esfuerzo en neutralizar los que los malos espíritus desean sugerirles.
Bernardin

La condesa Paula

Esta era una mujer joven, bella, rica, de un ilustre nacimiento según el mundo, y además un modelo cumplido de todas las buenas cualidades del corazón y del espíritu. Murió a los treinta y seis años, en 1851. Era una de esas personas cuya oración fúnebre se resume en todas las bocas con estas palabras: ¿Por qué se lleva Dios a tales personas tan pronto de la Tierra? ¡Venturosos aquellos que de este modo hacen bendecir su memoria! Era buena, dulce e indulgente para con todo el mundo. Siempre dispuesta a excusar o atenuar el mal en lugar de envenenarlo. Jamás la maledicencia manchó sus labios. Sin ceño ni fiereza, trataba a sus inferiores con la benevolencia que nada tenía de baja familiaridad, sin manifestarles ni altivez ni protección humillante. Comprendiendo que las gentes que viven de su trabajo no son rentistas, y tienen necesidad de su jornal, ya sea por su estado, ya para vivir, jamás aplazó el pago de un salario. La idea de que alguno pudiera sufrir por su falta de pago, hubiera sido para ella un remordimiento de conciencia. No era de esas personas que encuentran siempre dinero para satisfacer sus caprichos y no tienen nunca para pagar lo que deben. No comprendía que fuese de gran tono para un rico tener deudas, y se hubiera humillado si se hubiese podido decir que sus abastecedores le hacían adelantos. Así es que a su muerte sólo hubo llantos, sin ninguna reclamación.

Su caridad era inagotable, pero no esa caridad oficial que se hace en público. En ella era la caridad del corazón y no la de la apariencia. Sólo Dios sabe las lágrimas que secó y las desesperaciones que calmó, porque sus buenas acciones sólo tenían por testigos al Todopoderoso y a los desgraciados a quienes asistía. Sobre todo sabía descubrir esos infortunios ocultos, que son los más punzantes, y socorrerlos con la delicadeza que eleva la moral en lugar de rebajarla.

Su posición y las altas funciones que ejercía su marido, le obligaban a un tren de vida del que no podía prescindir. Pero satisfaciendo las exigencias de su posición sin mezquindad, había establecido un orden que, evitando los despilfarros ruinosos y los gastos superfluos, le permitía tener bastante con la mitad de lo que hubiera costado a otros, sin que por esto hubieran brillado más.

Así es como podía sacar de su fortuna una parte mayor para los necesitados. Había separado de la misma un capital importante, cuyos intereses estaban destinados a este objeto sagrado para ella, y consideraba que tenía eso de menos para los gastos de su casa. De esta manera encontraba el medio de conciliar sus deberes para con la sociedad y para con la desgracia. (2)

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(2). Se puede decir que esta señora era el vivo modelo de la mujer benéfica, trazado en El Evangelio según el Espiritismo, cap. XIII.

Evocada doce años después de su muerte por uno de sus parientes iniciado en el Espiritismo, dio la comunicación siguiente, en respuesta a diversas preguntas que se le dirigían. (3)


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(3). Extractamos de esta comunicación, cuyo original está en lengua alemana, las partes instructivas para el objeto que nos ocupa, suprimiendo lo que es de interés de la familia.


“Tenéis razón, amigo mío, de pensar que soy dichosa. Lo soy, en efecto más de lo que pueda expresarse, y no obstante, estoy lejos todavía del último escalón. Estaba, sin embargo, entre los felices de la tierra, porque no me acuerdo de haber sentido pena real. Juventud, salud, fortuna, homenajes, tenía todo lo que constituye la felicidad entre vosotros, pero, ¿qué es esta dicha al lado de la grandeza que se goza aquí? ¿Qué son vuestras fiestas más espléndidas en que se ostentan los más ricos adornos, al lado de estas asambleas de espíritus resplandeciendo con una brillantez que vuestra vista no podría soportar, y que es el patrimonio de la pureza? ¿Qué son vuestros palacios y vuestros salones dorados al lado de las moradas aéreas, de los vastos campos del espacio matizados de colores, que harían palidecer al arco iris? ¿Qué son vuestros paseos a pasos contados en vuestros parques, al lado de esas correrías a través de la inmensidad, más rápidas que el relámpago? ¿Qué son vuestros horizontes limitados y nebulosos al lado del espectáculo grandioso de los mundos, moviéndose en el Universo sin límites bajo la poderosa mano del Altísimo? ¡Qué tristes y chillones son vuestros conciertos más melodiosos, al lado de esta suave armonía que hace vibrar los fluidos del éter y todas las fibras del alma! ¡Qué tristes e insípidas son vuestras mayores alegrías, al lado de la inefable sensación de dicha que penetra incesantemente todo nuestro ser como un efluvio benéfico, sin mezcla de ninguna inquietud, de ningún sufrimiento! Aquí todo respira amor, confianza, sinceridad. Por todas partes amigos, en ninguna parte envidiosos y celosos. Tal es el mundo en que estoy, amigo mío, y a donde llegaréis infaliblemente, siguiendo el camino recto.

“No obstante, se cansaría uno pronto de una ventura uniforme. No creáis que nuestro mundo esté exento de peripecias. No es un concierto perpetuo, ni una fiesta sin fin, ni una beata contemplación durante la eternidad, no. Es el movimiento, la vida y la actividad. Las ocupaciones, aunque exentas de fatigas, tienen una incesante variedad de aspectos y de emociones por los mil incidentes de que están salpicadas. Cada uno tiene su misión que cumplir, sus protegidos a quienes asistir, amigos en 1a Tierra a quienes visitar, rodajes de 1a Naturaleza que dirigir, almas en sufrimiento que consolar. Se va, se viene, no de una calle a la otra, sino de un mundo al otro: Se congregan y se separan para congregarse otra vez. Se citan en un punto, se comunican lo que ha hecho cada uno. Se felicitan de los resultados obtenidos. Se conciertan y asisten recíprocamente en los casos difíciles, en fin, os aseguro que nadie tiene motivo de aburrirse un instante.

“En este momento la Tierra nos preocupa mucho. ¡Qué movimiento entre los espíritus! ¡Qué numerosas cohortes afluyen a ella para concurrir a su transformación! Se diría que una nube de trabajadores ocupados en desmontar un bosque a las órdenes de jefes experimentados, derriban los unos los viejos árboles con el hacha y arrancan sus profundas raíces. Los otros desmontan. Éstos labran y siembran y aquéllos edifican la nueva ciudad sobre las ruinas carcomidas del viejo mundo. Mientras tanto los jefes se reúnen, tienen consejo y envían mensajeros a dar ordenes en todas direcciones. La Tierra debe ser regenerada en un tiempo dado: es preciso que los designios de la Providencia se cumplan. Por esto cada uno acude a la obra. No creáis que sea simple espectadora de este gran trabajo: me avergonzaría de permanecer inactiva cuando todo el mundo trabaja. Una importante misión me está confiada y me esfuerzo en cumplirla lo mejor que puedo.

“No he llegado al lugar en que estoy sin luchas en la vida espiritual, persuadida de que mi última existencia, por meritoria que os parezca, no hubiera bastado para conseguirlo. Durante muchas existencias he pasado por las pruebas del trabajo y de la miseria, que había voluntariamente elegido para fortificar y purificar mi alma. He tenido la dicha de salir victoriosa de ellas, pero quedaba una que vencer, la más peligrosa de todas: la de la fortuna y del bienestar material, un bienestar sin mezcla de amargura: ahí estaba el peligro. Antes de intentarla, he querido sentirme bastante fuerte para no sucumbir. Dios tuvo cuenta de mis buenas intenciones, y me hizo la gracia de sostenerme. Muchos otros espíritus, seducidos por las apariencias, se apresuran a elegirla.

Demasiado débiles, por desgracia, para arrostrar el peligro. las seducciones triunfan de su inexperiencia.

“Trabajadores, he estado en vuestras filas. Yo, la noble dama, como vosotros, he ganado mi pan con el sudor de mi frente. He sufrido las privaciones, he soportado intemperies, y esto fue lo que desarrolló las fuerzas viriles de mi alma. Sin eso hubiera probablemente caído en mi última prueba, lo que me hubiera hecho retroceder mucho. Como yo, tendréis también a vuestra vez la prueba de la fortuna, pero no os apresuréis a pedirla demasiado pronto. Y vosotros que sois ricos, tened siempre presente que la verdadera fortuna, la fortuna imperecedera, no está en la Tierra, y comprended a qué precio podéis merecer los beneficios del Todopoderoso.”
En la tierra condesa de ***

Juan Reynaud
Sociedad Espiritista de Paris. Comunicación espontánea

“Amigos míos, ¡qué magnífica es esta nueva vida! ¡Semejante a un torrente luminoso, lo infinito arrastra en su curso inmenso a las almas embriagadas! Después de la ruptura de los lazos carnales, mis ojos han abrazado los nuevos horizontes que me rodean, gozo de las espléndidas maravillas de lo infinito. He pasado de las sombras de la materia a la aurora resplandeciente que anuncia al Todopoderoso. Me he salvado, no por el mérito de mis obras, sino por el conocimiento del principio eterno que me ha hecho evitar los lunares, impresos por la ignorancia a la pobre Humanidad. Mi muerte ha sido bendecida, mis biógrafos la considerarán prematura. ¡Ciegos! Hallarán a faltar algunos escritos nacidos del polvo, y no comprenderán cuán útil es a la santa causa del Espiritismo el ruido que se hace alrededor de mi tumba a medio cerrar. Mi obra estaba acabada, mis predecesores van a la carrera, había alcanzado ese punto culminante en que el hombre da lo mejor que tiene y en que no hace sino volver a empezar. Mi muerte despierta la atención de los hombres de letras, y la conduce a mi obra capital, que atañe a la gran cuestión espiritista que dicen desconocer, y que pronto los unirá. ¡Gloria a Dios! Ayudado por los espíritus superiores que protegen la nueva doctrina, voy a ser uno de los que marquen vuestra ruta.”
Juan Reynaud

París, reunión de familia. Otra comunicación espontánea

El espíritu responde a una reflexión hecha sobre su muerte, inesperada en una edad poco avanzada, y que sorprendió a muchas personas:

¿Quién os ha dicho que mi muerte no es un beneficio para el Espiritismo, para su porvenir, para sus consecuencias? ¿Habéis observado, amigo mío, la marcha que sigue el progreso, la ruta que toma la fe espiritista? Dios ha dado desde luego pruebas materiales: movimientos de las mesas, golpes y toda clase de fenómenos. Esto era para llamar la atención. Era un divertido prefacio. Son necesarias al hombre pruebas palpables para creer. ¡Ahora es otra cosa! Después de los hechos materiales. Dios habla a la inteligencia, al buen sentido, a la fría razón. Éstos no son juegos de fuerza, sino cosas racionales que deben convencer y unir hasta a los incrédulos y a los más tercos. Y esto no es todavía más que el principio. Observad bien lo que os digo: toda una serie de hechos inteligentes, irrefutables, van a seguirse, aumentándose también el número, ya tan grande, de los adeptos de la fe espiritista. Dios va a ocuparse de las inteligencias escogidas, de las eminencias del espíritu, del talento y del saber. Esto será un rayo luminoso que se extenderá por toda la Tierra como un fluido magnético irresistible, y empujará a los más pertinaces a la investigación de lo infinito, al estudio de esta admirable ciencia que nos enseña máximas tan sublimes. Todos se agruparán a vuestro alrededor, y haciendo abstracción del diploma del genio que les fue dado, se harán humildes y pequeños para aprender y convencerse. Después, más tarde, cuando estén bien instruidos y bien convencidos, se servirán de su autoridad y de la notoriedad de su nombre para ir todavía más lejos y alcanzar los últimos límites del fin que todos os habéis propuesto: la regeneración de la especie humana por el conocimiento razonado y profundo de las existencias pasadas y futuras. He ahí mi sincera opinión sobre el estado actual del Espiritismo.”

Burdeos

Evocación. Vengo con gusto a vuestro llamamiento, señora. Sí, tenéis razón, la turbación espiritista, por decirlo así, no ha existido para mí (esto respondía al pensamiento del médium): desterrado voluntariamente en vuestra tierra, donde yo tenía que echar la primera simiente formal de las grandes verdades que envuelven al mundo en este momento, he tenido siempre la conciencia de la patria, y me he hallado pronto en medio de mis hermanos.

P. Os doy las gracias por habernos hecho el favor de venir. Pero no hubiera creído que mi deseo de conversar con vos tuviese influencia alguna. Debe necesariamente haber una diferencia tan grande entre nosotros, que sólo lo pienso con respeto.

R. Gracias por ese buen pensamiento, querida mía. Pero debéis saber también que cualquier distancia que las pruebas acabadas más o menos pronto, más o menos felizmente, pudiesen establecer entre nosotros, hay siempre un lazo poderoso que nos une: la simpatía. Y este lazo lo habéis unido más con vuestro pensamiento constante.

P. Aunque muchos espíritus hayan explicado sus primeras sensaciones al despertar, ¿seréis lo bastante bueno para decirme lo que habéis sentido, reconociéndoos, y cómo se ha verificado la separación de vuestro espíritu y de vuestro cuerpo?

R. Como para todos. He conocido que se acercaba el momento de la libertad. Pero más feliz que muchos, no me ha causado angustia, porque sabía de esto los resultados, aunque fueron más grandes de lo que pensaba. El cuerpo es una traba de las facultades intelectuales, y cualesquiera que sean las luces que se hayan conservado, están siempre más o menos ahogadas por el contacto de la materia. ¡Me he dormido esperando un despertar dichoso! ¡El sueño fue corto, la admiración inmensa! Los esplendores celestes descorridos a mis miradas brillaban con toda su hermosura. Mi vista maravillada se hundía en las inmensidades de estos mundos, de los cuales había afirmado la existencia y la habitabilidad: era un espejismo que me revelaba y me confirmaba la verdad de mis sentimientos. El hombre, por seguro que se crea cuando habla, tiene a menudo en el fondo de su corazón momentos de duda, de incertidumbre. Desconfía, si no de la verdad que muchas veces proclama, sí al menos de los medios imperfectos que emplea para demostrarla. Convencido de la verdad que quería hacer admitir, he tenido que combatir frecuentemente contra mí mismo, contra el desaliento de ver, de tocar, por decirlo así, la verdad, y no poder hacerla palpable a los que tendrían tanta necesidad de creer en ella, para marchar con seguridad en la vía que han de seguir.

P. ¿En vuestra vida profesabais el Espiritismo?

R. Entre profesar y practicar hay una gran diferencia. Muchas gentes profesan una doctrina que no la practican: yo practicaba y no profesaba. De la misma manera que todo hombre que sigue las leyes de Cristo es cristiano, aunque lo ignore, de la misma manera todo hombre puede ser espiritista si cree en su alma inmortal, en sus muchas existencias, en su marcha progresiva incesante, en las pruebas terrestres, abluciones necesarias para purificarse. Yo creía en ello: era, pues, espiritista. He comprendido el estado errante, este lazo intermediario entre las encarnaciones, este purgatorio donde el espíritu culpable se despoja de sus vestidos manchados, para volver a vestir una nueva ropa. Donde el espíritu en progreso teje con cuidado el traje que va a llevar de nuevo y que quiere conservar puro. He comprendido, os lo he dicho, y sin profesar, he continuado practicando.

Observación. Estas tres comunicaciones se obtuvieron por tres médiums diferentes, completamente ajenos los unos a los otros. En la analogía de los pensamientos, en la forma del lenguaje, se puede admitir al menos la presunción de la identidad. La expresión : teje con cuidado el traje que va a llevar de nuevo, es una figura encantadora, que pinta el cuidado con que el espíritu en progreso prepara la nueva existencia que debe hacerle progresar todavía. Los espíritus atrasados toman menos precauciones y hacen algunas veces elecciones desgraciadas que les fuerzan a volver a empezar.

Antonio Costeau

Miembro de la Sociedad Espiritista de París, sepultado el 12 de septiembre de 1863, en el cementerio de Montmartre, en la fosa común. Era un hombre de corazón que el Espiritismo condujo a Dios. Su fe en el porvenir era completa, sincera y profunda. Simple obrero empedrador, practicaba la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones, según sus débiles recursos, porque encontraba también el medio de asistir a los que tenían menos que él.

Si la Sociedad no costeó los gastos de una fosa particular, fue porque había a la sazón una aplicación más útil de los fondos, pues estos gastos son para los vivos una vana satisfacción de amor propio, y los espiritistas saben que la fosa común es una puerta que conduce al cielo, tan bien como puede hacerlo el más suntuoso mausoleo.

El Sr. Canu, secretario de la Sociedad, en otro tiempo profundo materialista, pronunció sobre su tumba el discurso siguiente:

“Querido hermano Costeau: hace apenas algunos años, muchos de nosotros, y lo confieso, yo el primero, no habríamos visto ante esta tumba abierta más que el fin de las miserias humanas, y después, la nada, la horrible nada: esto es, ninguna alma para merecer o expiar, y consecuentemente, ningún Dios para recompensar, castigar o perdonar. Hoy, gracias a nuestra divina doctrina, vemos en ella el fin de las pruebas. Y para vos, querido hermano, de quien volvemos a la tierra el despojo mortal, el triunfo de vuestros trabajos y el principio de las recompensas que os han merecido vuestro valor, vuestra resignación, vuestra caridad, en una palabra, vuestras virtudes, y por encima de todo, la glorificación de un Dios sabio, todopoderoso, justo y bueno. Llevad, pues, querido hermano, nuestras acciones de gracias a los pies del Eterno, que ha tenido a bien disipar alrededor nuestro las tinieblas del error y de la incredulidad. Porque, hace poco tiempo todavía, habríamos dicho en esta circunstancia, la frente ceñuda y el desaliento en el corazón: «Adiós, amigo, para siempre.» Hoy os decimos con la frente alta y radiante de esperanza, el corazón lleno de valor y de amor: «Querido hermano, hasta luego, y rogad por nosotros.» (4)

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(4). Para más detalles y los otros discursos, véase la Revista Espiritista de octubre de 1868. p. 279.

Uno de los médiums de la Sociedad obtuvo sobre la misma fosa, aún no cerrada, la comunicación siguiente, de la cual todos los asistentes, incluso los sepultureros, escucharon la lectura, descubierta la cabeza y con profunda emoción. Era, en efecto, un espectáculo nuevo y pasmoso oír las palabras de un muerto, recogidas en el mismo seno de la tumba:

“Gracias, amigos, gracias. Mi tumba no está todavía cerrada, y sin embargo, un segundo más, y la tierra va a cubrir mis restos. Pero, lo sabéis. Bajo este polvo no quedará mi alma enterrada, va a cernerse en el espacio para subir hasta Dios!

“Por lo tanto, ¡qué consolador es poderse decir todavía, a pesar de tener la envoltura destrozada!: ¡Oh! ¡No, no estoy muerto, vivo con la verdadera vida, con la vida eterna!

“El entierro del pobre no lleva gran séquito. Las orgullosas manifestaciones no tienen lugar sobre su tumba, y sin embargo, creedme, amigos, el gentío inmenso no falta aquí, y buenos espíritus han seguido con vosotros y con estas mujeres piadosas el cuerpo de aquel que está ahí echado. Todos, al menos, creéis y amáis al buen Dios!

“¡Oh! ¡Ciertamente, no morimos porque el cuerpo se descomponga, esposa muy amada! Y en adelante estaré siempre cerca de ti, para consolarte y ayudarte a soportar la prueba. La vida será ruda para ti, pero con la idea de la eternidad y lleno tu corazón del amor de Dios, ¡qué ligeros se te harán tus sufrimientos!

“Parientes que rodeáis a mi muy amada compañera, amadla, respetadla, sed para ella hermanos. No olvidéis que os debéis todos asistencia en la Tierra, si queréis entrar en la morada del Señor.

“Y vosotros, espiritistas, hermanos, amigos, gracias por haber venido a darme el adiós hasta esta morada de polvo y de barro. Pero ya sabéis que mi alma vive inmortal, y que irá algunas veces a pediros oraciones, que no me serán rehusadas, para ayudarme a marchar en esta vía magnífica que me abristeis durante mi vida.

“Adiós a todos los que estáis aquí, podremos volvernos a ver en otra parte. Las almas me llaman a su cita. Adiós, rogad por las que sufren. “Hasta la vista.”
Costeau

Tres días más tarde, el espíritu del Sr. Costeau, evocado en un grupo particular, dictó lo que sigue por conducto de otro médium:

“La muerte es la vida. No hago más que repetir lo que se ha dicho, pero para vosotros no hay otra expresión que ésta, a pesar de lo que declaran los materialistas, los que quieren ser ciegos. ¡Oh! Amigos míos, ¡qué aparición más bella en la Tierra que la de ver flotar las banderas del Espiritismo! ¡Ciencia inmensa de la cual apenas habéis leído las primeras palabras! ¡Qué claridades trae ella a los hombres de buena voluntad, a los que han quebrantado las terribles cadenas del orgullo, para enarbolar altamente su creencia en Dios! Rogad, hermanos, dad gracias por todos los beneficios. ¡Pobre Humanidad! ¡Si le fuere permitido comprender!... Pero no, no ha llegado todavía el tiempo en que la misericordia del Señor deba extenderse sobre todos los hombres, a fin de que reconozcan su voluntad y se sometan a ella.

“Por medio de tus rayos luminosos, ciencia bendita, ellos llegarán y te comprenderán. Tu calor benéfico reanimará sus corazones con el fuego divino que infunde la fe y los consuelos. Bajo tus rayos vivificantes, el amo y el obrero llegarán a confundirse y harán uno sólo, porque comprenderán la caridad fraternal predicada por el divino Mesías.

“¡Oh! Hermanos míos, pensad en la dicha inmensa que poseéis de haber sido los primeros iniciados en la obra regeneradora.

¡Honor a vosotros, amigos! Continuad, y como yo, un día, viniendo a la patria de los espíritus, diréis: La muerte es la vida, o mejor, es un sueño, una especie de pesadilla que dura el espacio de un minuto, y de donde se sale para verse rodeado de amigos que os felicitan y son felices en tenderos los brazos. Mi dicha ha sido tan grande que no podía comprender que Dios me concediese tantas gracias por haber hecho tan poco. Me parecía soñar, y como algunas veces me ha ocurrido soñar que estaba muerto, he tenido miedo por un instante de verme obligado a volver a este desgraciado cuerpo, pero no tardé en darme cuenta de la realidad, y di gracias a Dios. Bendecía al maestro que había sabido tan bien despertar en mí los deberes del hombre que piensa en la vida futura. Sí, yo le bendecía y le daba las gracias, porque El Libro de los Espíritus había despertado en mi alma el fervor amoroso hacia el Creador.

“Gracias, mis buenos amigos, por haberme atraído hacia vosotros. Decid a nuestros hermanos que estoy a menudo en compañía de vuestro amigo Sanson. Hasta la vista. ¡Ánimo! La victoria os espera. ¡Dichosos aquellos que habrán tomado parte en el combate!”

Desde entonces, el Sr Costeau se ha manifestado muchas veces, ya a la Sociedad, ya a otras reuniones, donde ha dado siempre pruebas de esa elevación de pensamientos que caracteriza a los espíritus avanzados.

La Srta. Emma
Fue ésta una joven que murió a consecuencia de un accidente causado por el fuego, y después de crueles sufrimientos. Alguien se propuso pedir su evocación a la Sociedad Espiritista de París, cuando se presentó espontáneamente el 31 de julio de 1863, poco tiempo después de su muerte.

“Heme aquí, pues, todavía en el teatro del mundo, a mí, que me creía enterrada para siempre con mi velo de inocencia y de juventud. El fuego de la Tierra me salvaba del fuego del infierno. Así pensaba en mi fe católica. Y si no me atrevía a entrever los esplendores del paraíso, mi alma trémula se refugiaba en la expiación del purgatorio, y rogaba, sufría y lloraba. Pero, ¿quién dio a, mi debilidad la fuerza de soportar mis angustias? ¿Quién, en las largas noches de insomnio y de fiebre dolorosa, se inclinaba sobre mi cabecera de mártir? ¿Quién refrescaba mis labios ardientes? Erais vos, mi ángel guardián, cuya blanca aureola me rodeaba, erais vosotros también, queridos espíritus amigos, que veníais a decir a mi oído palabras de esperanza y de amor.

“La llama que consumió mi débil cuerpo me despojó del afecto a lo que pasa, también morí viviendo de la verdadera vida. No conocí la turbación, y entré serena y recogida en el día radiante que envuelve a los que, después de haber sufrido mucho, han esperado un poco. Mi madre, mi querida madre, fue la última vibración terrestre que resonó en mi alma. ¡Cómo me complacería que fuese espiritista!

“Me he desprendido del árbol terrestre como un fruto maduro antes del tiempo. Tan sólo rozóme el demonio del orgullo, que punza a las almas de las desgraciadas arrastradas por brillantes triunfos y la embriaguez de la juventud. Yo bendigo la llama, que era una expiación. Semejante a esas ligeras nubecillas blancas del otoño, floto arrastrada en la corriente luminosa. No son estrellas de diamantes las que brillan en mi frente, sino las estrellas de oro del buen Dios.”
Emma

En otro centro, en El Havre, el mismo espíritu dio también espontáneamente la comunicación siguiente, el 30 de julio de 1863.

“Los que sufren en la Tierra son recompensados en la otra vida. Dios está lleno de justicia y de misericordia para los que sufren aquí abajo. Concede dicha tan pura, felicidad tan perfecta, que no se debieran temer ni los sufrimientos, ni la muerte, si a las pobres criaturas humanas les fuera posible sondear los misteriosos designios de nuestro Creador.

“Pero la Tierra es un lugar de pruebas, a menudo muy grandes, a veces sembradas de dolores muy punzantes. Resignaos a todo, si ellas os alcanzan, resignaos a todas ante la bondad suprema de Dios, que es Todopoderoso. Si os da una carga pesada para que la llevéis, si os llama a Él después de grandes sufrimientos, veréis en la otra vida, en la vida feliz, de cuán poca importancia son estos dolores y estas penas de la Tierra, cuando juzguéis de la recompensa que Dios os reserva, si vuestro corazón no ha pronunciado ninguna queja, ningún murmullo. Muy joven he dejado la Tierra. Dios ha querido perdonarme y darme la vida de los que han respetado sus voluntades. Adorad siempre a Dios, amadle con todo vuestro corazón. Rogadle sobre todo, rogadle firmemente: ese es vuestro sostén allá en la Tierra, vuestra esperanza, vuestra salvación.”
Emma

El Dr. Vignal

Antiguo miembro de la Sociedad de París, muerto el 27 de marzo de 1865. La víspera de su entierro, un sonámbulo muy lúcido que ve muy bien los espíritus, a quien se rogó se transportase cerca del expresado doctor y dijese si le veía, respondió:

“Veo un cadáver en el cual se verifica un trabajo extraordinario; se diría una masa que se agita, y como algo que hace esfuerzos para desprenderse de ella, pero le cuesta trabajo vencer la resistencia. No distingo forma de espíritu bien determinada.”

Fue evocado en la Sociedad de París el 31 de marzo.

P. Querido Sr. Vignal. todos vuestros antiguos colegas de la Sociedad de París os han conservado el mejor recuerdo, y yo en particular el de las excelentes relaciones que no han cesado entre nosotros. Llamándoos, tenemos desde luego por objeto daros un testimonio de simpatía, y seremos muy felices si queréis o podéis comunicaros con nosotros.

R. Querido amigo y digno maestro, vuestro buen recuerdo y vuestra simpatía me son muy gratos. Si puedo venir a vosotros en el día de hoy y asistir libre y desprendido a esta reunión de todos nuestros buenos amigos y hermanos espiritistas, lo debo a vuestro buen pensamiento y a la asistencia de vuestras oraciones. Como decía con exactitud mi joven secretario, estaba impaciente por comunicarme. Desde el principio de esta reunión he empleado todas mis fuerzas espirituales en dominar este deseo. Vuestras conversaciones y las importantes cuestiones que habéis sacado a colación me interesan vivamente, han hecho mi espera menos penosa. Perdonad, querido amigo, pero mi reconocimiento desea manifestarse.

P. ¿Queréis decirnos, desde luego, cómo os encontráis en el mundo de los espíritus? ¿Queréis, al mismo tiempo, describirnos el trabajo de la separación, vuestras sensaciones en ese momento, y decirnos al cabo de cuánto tiempo os habéis reconocido?

R. Soy tan dichoso como se puede serlo cuando se ven confirmados plenamente todos los pensamientos secretos que se pueden haber emitido sobre una doctrina consoladora y reparadora. ¡Soy feliz! Sí, lo soy, porque ahora veo sin ningún obstáculo desenvolverse ante mí el porvenir de la ciencia y de la filosofía espiritista.

Pero apartemos por hoy estas digresiones inoportunas. Vendré otra vez a hablaros sobre este objeto, sabiendo que mi presencia os proporcionará tanto placer como yo mismo siento en visitaros.

El desprendimiento ha sido rápido, más rápido de lo que podía esperar de mi escaso mérito. Con vuestro concurso he sido ayudado poderosamente, y vuestro sonámbulo os ha dado una idea bastante clara del fenómeno de la separación como para que insista en ello. Ésta era una especie de oscilación discontinua, una especie de arrastramiento en dos sentidos opuestos. El espíritu ha triunfado, puesto que estoy aquí. No he dejado completamente el cuerpo hasta el momento en que ha sido colocado en tierra. Entonces os he vuelto a ver.

P. ¿Qué pensáis del oficio divino que se celebró en vuestros funerales? He considerado un deber asistir a ellos. En aquel momento, ¿estabais bastante desprendido para verlo? Y las oraciones que os he dicho (no ostensiblemente, bien entendido), ¿han llegado hasta vos?

R. Sí. Como os he dicho, vuestra asistencia, en cierto modo, lo ha hecho todo, y he venido hacia vos, abandonando completamente mi vieja crisálida. Las cuestiones materiales me mueven poco, ya lo sabéis. No pensaba sino en el alma y en Dios.

P. ¿Os acordáis que a petición vuestra, hace cinco años, en el mes de febrero de 1860, hicimos un estudio sobre vos mismo estando todavía vivo? (5) En aquel momento vuestro espíritu se desprendió para venir a conversar con nosotros. ¿Queréis describirnos en lo posible la diferencia que existe entre vuestro desprendimiento actual y el de entonces?

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(5). Véase la Revista Espiritista de París del mes de marzo de 1860.

R. Sí, ciertamente me acuerdo de eso, ¡pero qué diferencia entre mi estado de entonces y el de hoy! Entonces la materia me estrechaba todavía con su red inflexible, quería descartarme de una manera más absoluta, y no podía. Hoy soy libre, un vasto campo, el de lo desconocido, se abre ante mí, y espero, con vuestra ayuda y la de los buenos espíritus, a los cuales me recomiendo, avanzar y penetrarme lo más rápidamente posible de los sentimientos que es preciso experimentar y de los actos que es preciso cumplir, para cruzar el sendero de la prueba y merecer el mundo de las recompensas. ¡Qué majestad! ¡Qué grandeza! Es casi un sentimiento de espanto el que domina cuando, débiles como somos, queremos fijarnos en las sublimes claridades.

P. En otra ocasión tendremos el mayor gusto en continuar esta conversación, cuando tengáis a bien venir entre nosotros.

R. He contestado sucintamente y sin orden a vuestras diversas preguntas. No pidáis demasiado incluso a vuestro fiel discípulo. No estoy enteramente libre. Hablaros siempre sería mi mayor placer. Mi guía modera mi entusiasmo, y he podido apreciar lo bastante su bondad y su justicia para dejar de someterme enteramente a su decisión, por más que sienta que me interrumpan.

Me consuelo cuando pienso que podré venir a menudo de incógnito a asistir a vuestras reuniones. Algunas veces os hablaré, os amo y quiero probároslo. Pero otros espíritus más adelantados que yo reclaman la preferencia, y debo retirarme ante ellos, que han querido permitir a mi espíritu la mayor expansión al cúmulo de ideas que tenía reunidas.

Os dejo, amigos, y os debo estar doblemente agradecido, no sólo a los espiritistas que me habéis llamado, sino también a este espíritu que ha tenido la bondad de permitir que ocupara su puesto, y que en su vida llevaba el nombre ilustre de Pascal.

El que fue y será siempre el más apasionado de vuestros adeptos.
Dr. Vignal

Víctor Lebufle

Joven práctico, perteneciente al puerto de El Havre, muerto a la edad de veinte años. Habitaba con su madre, modesta revendedora, a la cual dedicaba los cuidados más tiernos y más afectuosos, y la sostenía con el producto de su rudo trabajo. Jamás se le vio frecuentar las tabernas, ni entregarse a los excesos tan frecuentes en su profesión, porque no quería distraer la menor parte de su ganancia del piadoso uso a que la consagraba. Todo el tiempo que no estaba ocupado en su oficio, lo dedicaba a su madre para evitarle cansancio. Atacado desde largo tiempo por la enfermedad, de la cual conocía que debía morir, ocultaba sus sufrimientos por miedo de causarle inquietud y de que no quisiese encargarse ella misma de sus ocupaciones. Era preciso que este joven tuviese un gran fondo de cualidades naturales, y gran fuerza de voluntad, para resistir, en la edad de las pasiones, a las perniciosas tentaciones del centro en que vivía. Era de una piedad sincera, y su muerte ha sido edificante.

La víspera de ella exigió de su madre que fuese a descansar un poco, diciéndole que él también tenía necesidad de dormir. Aquélla tuvo entonces una visión. Se encontraba, según dice, en una gran oscuridad. Después vio un punto luminoso que se engrandecía poco a poco y la habitación se encontró iluminada por una brillante claridad, de la cual se destacó la figura de su hijo, radiante y elevándose en el espacio infinito. Comprendió que su fin estaba próximo. En efecto, al día siguiente su alma bella había dejado la tierra, mientras sus labios murmuraban una oración.

Una familia espiritista que conocía su admirable conducta y se interesaba por su madre que quedaba sola, había tenido la intención de evocarle poco tiempo después de su muerte. Pero se manifestó espontáneamente, dando la comunicación siguiente:

“Deseáis saber lo que soy ahora: muy dichoso, ¡oh! ¡Muy dichoso! No contéis para nada los sufrimientos y las angustias, porque son origen de bendiciones y de felicidad más allá de la tumba. ¡La dicha! No comprendéis lo que esta palabra significa. Las felicidades de la Tierra están tan distantes de lo que sentimos cuando volvemos hacia el Señor con una conciencia pura, con la confianza volvemos del servidor que ha cumplido bien su deber, y que espera, lleno de alegría, la aprobación de aquel que lo es todo.

“¡Oh! Amigos míos, la vida es penosa y difícil si no miráis el fin. Pero, os lo digo en verdad, cuando vengáis entre nosotros, si vuestra vida ha sido según la ley de Dios, seréis recompensados mucho más de los sufrimientos y de los méritos que creéis haber ganado para el cielo. Sed buenos, sed caritativos, con esa caridad desconocida por muchos de entre los hombres, que se llama benevolencia. Socorred a vuestros semejantes. Haced por ellos lo que se hiciese por vosotros mismos. Porque ignoráis la miseria íntima y conocéis la vuestra. Socorred a mi madre, mi pobre madre, mi único recuerdo de la Tierra. Debe sufrir otras pruebas y es necesario que llegue al cielo.

“Adiós, voy a ella.”

El guía del médium:

“Los sufrimientos que se tienen durante una encarnación terrestre, no siempre son un castigo. Los espíritus que por la voluntad de Dios vienen a cumplir una misión en la Tierra, como el que acaba de comunicarse a vosotros, son felices cuando sufren los males que para otros serían una expiación. Durante el sueño van a refrescar su espíritu cerca del Altísimo, y Éste les da la fuerza para soportarlo todo para su mayor gloria. La misión de este espíritu, en su última existencia, no era una misión brillante. Pero aunque haya sido oscura, no por eso ha tenido menos mérito, porque no podía ser estimulado por el orgullo. Tenía desde luego que cumplir un deber de reconocimiento hacia la que fue su madre. Debía enseguida demostrar que en los malos centros pueden encontrarse almas puras, de sentimientos nobles y elevados, y que con la voluntad se puede resistir a todas las tentaciones. Ésta es una prueba de que las cualidades tienen una causa anterior, y su ejemplo no habrá sido estéril.”

La Sra. Anais Gourdon

Joven, notable por la dulzura de su carácter y por la más eminentes cualidades morales, murió en noviembre de 1860. Pertenecía a una familia de trabajadores en las minas de carbón de las cercanías de Saint Etienne, circunstancia importante para apreciar su posición como espíritu.

Evocación.

R. Aquí estoy.

P. Vuestro esposo y vuestro padre me han pedido que os llamara. Estarían muy satisfechos si obtuviesen una comunicación vuestra.

R. Me alegro mucho de poderla dar.

P. ¿Por qué habéis sido arrebatada tan joven al afecto de vuestra familia?

R. Porque terminaba mis pruebas terrestres.

P. ¿Los vais a ver algunas veces?

R. ¡Oh! Estoy a menudo a su lado.

P. ¿Sois feliz como espíritu?

R. Soy feliz, espero, aguardo, amo. Los cielos no me causan terror, y aguardo con confianza y amor que las blancas alas me empujen.

P. ¿Qué entendéis por blancas alas?

R. Entiendo venir a ser espíritu puro, y resplandecer como los mensajeros celestes que me deslumbran.

Las alas de los ángeles, arcángeles y serafines, que son espíritus puros, no son evidentemente sino un atributo imaginado por los hombres, para pintar la rapidez con que se transportan, porque su naturaleza etérea no necesita de ningún sostenimiento para recorrer los espacios.

Pueden, sin embargo, aparecer a los hombres con este accesorio, para responder a su pensamiento, como otros espíritus toman la apariencia que tenían en la Tierra para hacerse reconocer.

P. ¿Vuestros parientes pueden hacer algo que os sea agradable?

R. Pueden estos seres queridos no entristecerme con su pesar, pues saben que no me he perdido para ellos, que mi pensamiento les sea dulce, ligero y perfumado de su recuerdo. He pasado como una flor, y nada triste debe quedar de mi rápido pasaje.

P. ¿En qué consiste que vuestro lenguaje es tan poético y tan poco en relación con la posición que teníais en la Tierra?

R. Mi alma es la que habla. Sí, tenía conocimientos adquiridos, y muchas veces permite Dios que espíritus inteligentes se encarnen entre los hombres más rudos para hacerles presentir las delicadezas que alcanzarán y comprenderán más tarde.

Sin esta explicación tan lógica y tan conforme con la solicitud de Dios por sus criaturas, con dificultad nos daríamos cuenta de lo que desde luego podría aparecer como una anomalía. En efecto, ¿qué circunstancia es más encantadora y poética que el lenguaje del espíritu de esta joven, educada en medio de los más rudos trabajos? El contraste se ve muchas veces. Con un fin opuesto se encarnan espíritus inferiores entre los hombres más adelantados y, para su propio adelanto, Dios les pone en contacto con un mundo ilustrado, y algunas veces, para servir de prueba a este mismo mundo. ¿Qué otra filosofía puede resolver tales problemas?

Mauricio Goutran

Era hijo único, muerto a los dieciocho años de una afección de pecho. Inteligencia rara, razón precoz, gran amor al estudio, carácter dulce, amable y simpático, poseía todas las cualidades que dan las más legítimas esperanzas de un brillante porvenir. Sus estudios habían terminado muy pronto con el mayor éxito, y trabajaba para la escuela politécnica. Su muerte fue para sus padres la causa de uno de esos dolores que dejan señales profundas y tanto más penosas cuanto que, habiendo sido siempre de una salud delicada, atribuían su fin prematuro al trabajo a que le habían dedicado y se lo vituperaban.

“¿Para qué -decían- le sirve ahora todo lo que ha aprendido? Mejor hubiera sido que se hubiese quedado siendo ignorante, porque no tenía necesidad de eso para vivir, y sin duda estaría todavía entre nosotros, y hubiera sido el consuelo de nuestra vejez.” Si hubiesen conocido el Espiritismo, sin duda razonarían de otra manera. Más tarde encontraron en él el verdadero consuelo. La comunicación siguiente la dio su hijo a uno de sus amigos, algunos meses después de su muerte.

P. Mi querido Mauricio, el tierno cariño que teníais por vuestros padres hace que no dude de vuestro deseo en consolarles, si podéis hacerlo. La pena, mejor dicho, la desesperación en que vuestra muerte les ha sumido, altera visiblemente su salud y les tiene disgustados de la vida. Algunas buenas palabras vuestras podrán, sin duda, hacer renacer su esperanza.

R. Mi antiguo amigo, aguardaba con impaciencia la ocasión que me ofrecéis de comunicarme. El dolor de mis padre me aflige, pero se calmará cuando tengan la certeza de que no me han perdido. Es preciso que os ocupéis en convencerles de esta verdad; seguramente lo conseguiréis.

Era necesario este acontecimiento para conducirles a una creencia que hará su dicha, porque les impedirá murmurar contra los secretos de la Providencia. Mi padre, ya lo sabéis, era muy escéptico en cuanto a la vida futura. Dios ha permitido que tuviera esta aflicción para sacarle de su error.

Nos volveremos a encontrar aquí, en este mundo, donde no se conocen las penas de la vida material y a donde les he precedido. Pero decidles que la satisfacción de volverme a ver les será rehusada como castigo por su falta de confianza en la bondad de Dios. No se me permitirá tampoco el comunicarme con ellos mientras estén en la Tierra. La desesperación es una rebelión contra la voluntad del Todopoderoso, que siempre es castigada con la prolongación de la causa que ha ocasionado esta desesperación, hasta tanto que al fin uno se somete a ella. La desesperación es un verdadero suicidio, porque mina las fuerzas del cuerpo, y aquel que abrevia sus días con el pensamiento de escapar más pronto al dolor , se prepara las más crueles decepciones. Por el contrario, para conservar las fuerzas del cuerpo, es preciso el trabajo que ayuda a sobrellevar el peso de las pruebas.

Mis buenos padres, a vosotros es a quienes me dirijo. Desde que dejé mi despojo mortal, no he cesado de estar a vuestro lado más a menudo que cuando vivía en la Tierra. Consolaos, pues, porque no estoy muerto. Estoy más vivo que vosotros. Sólo murió mi cuerpo, pero mi espíritu vive siempre. Es libre, feliz y está al abrigo de las enfermedades, de los achaques y del dolor. En lugar de afligiros, regocijaos de tenerme en un lugar exento de penalidades y de lágrimas, donde el corazón está embriagado de una alegría pura.

¡Oh! Amigos míos, no compadezcáis a los que mueren prematuramente. Es una gracia que Dios les concede para ahorrarles las tribulaciones de la vida. Mi existencia no debía prolongarse mucho más tiempo esta vez en la Tierra. Adquirí en ésta aquella fuerza que debía prepararme para cumplir más tarde una misión más importante. Si hubiera vivido muchos años, ¿sabéis a qué peligros, a qué seducciones me hubiese expuesto? ¿Sabéis que no siendo todavía bastante fuerte para resistir, hubiera sucumbido? ¡Esto podía ser para mí un atraso de muchos siglos! ¿Por qué, pues, sentir lo que me es ventajoso? Un dolor inconsolable, en este caso, acusaría falta de fe, y no podría ser legitimada sino por la creencia en la nada. ¡Oh! Sí, son dignos de compasión los que tienen esa desesperada creencia, porque para ellos no hay consuelo posible. Los seres que les son queridos están perdidos sin remedio, ¡la tumba se ha llevado su última esperanza!

P. ¿Vuestra muerte ha sido dolorosa?

R. No, amigo mío, lo único que he sufrido antes de morir es la enfermedad que me aquejaba. Pero este sufrimiento disminuía a medida que el último momento se acercaba. Después me dormí sin pensar en la muerte. Soñé, ¡oh!, un sueño delicioso. Soñaba que estaba curado. No sufría, respiraba con libertad y con deleite un aire embalsamado y fortificante. Era transportado a través del espacio por una fuerza desconocida. Una luz brillante resplandecía a mi alrededor, pero sin fatigar mi vista. Vi a mi abuelo: no tenía la figura descarnada, sino un aire de frescura y de juventud. Me tendió los brazos y me apretó con efusión sobre su corazón. Una porción de personas, que sonreían, le acompañaban. Todos me acogían con bondad y benevolencia, me parecía reconocerlas, era feliz viéndolas y todos intercambiamos palabras y testimonios de amistad. Pues bien, lo que creía ser un sueño era la realidad: no debía despertarme más en la Tierra, me había despertado en el mundo de los espíritus.

P. ¿Vuestra enfermedad no tendría por causa vuestra demasiada asiduidad en el estudio?

R.. ¡Oh, persuadíos de que no! El tiempo que debía vivir en la Tierra estaba determinadoy nada podía retenerme en ella. Mi espíritu, en sus momentos de separación, lo sabía muy bien, y se gozaba pensando en su próxima libertad. Pero el tiempo que he pasado ahí lo he aprovechado, y ahora me felicito por no haberlo perdido. Los estudios serios que hice han fortificado mi alma y aumentado mis conocimientos. Es otro tanto aprendido, y si no he podido aplicarlo en mi corta morada entre vosotros, lo aplicaré más tarde con más fruto.

Adiós, querido amigo, voy al lado de mis padres para prepararles a recibir esta comunicación.
Mauricio