EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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El príncipe Ourán

Burdeos, 1862


Un espíritu que sufre se presenta bajo el nombre de Ourán, antes príncipe ruso.


P. ¿Queréis darnos algunos detalles sobre vuestra situación? R. ¡Oh! ¡Bienaventurados los humildes de corazón, porque el reino de los cielos les pertenece! Rogad por mí. ¡Bienaventurados son aquellos que, humildes de corazón, eligen para pasar sus pruebas una posición modesta! ¡Vosotros no sabéis, vosotros todos a quienes devora la envidia, a qué estado se ve reducido uno de los que llamáis los dichosos de la tierra! ¡No sabéis las ascuas ardientes que amontona sobre su cabeza! ¡No sabéis los sacrificios que impone la riqueza, cuando se quiere aprovechar ésta para la salvación eterna! ¡Que el Señor me permita a mí, el orgulloso déspota, venir a expiar entre los que he atropellado con mi tiranía, los crímenes que el orgullo me ha hecho cometer! ¡Orgullo! Repetid continuamente esta palabra, para no olvidar jamás que es la fuente de todos los sufrimientos que nos abruman.


Sí, abusé del poder y del favor de que gozaba, fui duro y cruel para mis inferiores, que debían doblegarse a todos mis caprichos, satisfacer todas mis depravaciones. Gozaba de nobleza, honores y fortuna, y he sucumbido bajo el peso que había tomado, superior a mis fuerzas. Los espíritus que sucumben generalmente afirman que tenían una carga superior a sus fuerzas.


Los espíritus que sucumben generalmente afirman que tenían una carga superior a sus fuerzas. Éste es un medio de excusarse a sus propios ojos, y un resto de orgullo: no quieren haber faltado por su culpa.


Dios no da a nadie más carga de la que se puede llevar, ni pide a nadie más de lo que puede dar. No exige que el árbol naciente tenga los frutos de aquel que está en toda su lozanía. Dios da a los espíritus la libertad, y lo que les falta es la voluntad, y la voluntad depende de ellos solos. Con la voluntad no hay inclinaciones viciosas que no se puedan vencer, pero cuando uno se complace en una inclinación, es natural que no se hagan esfuerzos para vencerla. Es preciso, pues, no culpar sino a sí mismo de las consecuencias que resulten.


P. Tenéis la conciencia de vuestras faltas, lo cual ya es el primer paso hacia vuestro mejoramiento. R. Esta conciencia es también un sufrimiento. Para muchos espíritus el sufrimiento es un efecto casi material, porque con tendencias afines aún a la materialidad de su última existencia, no perciben las sensaciones morales. Mi espíritu está separado de la materia, y el sentimiento moral ha aumentado, con todo, lo que las sensaciones que se creen físicas tenían de horrible.


P. ¿Entrevéis un término a vuestros sufrimientos? R. Sé que no serán eternos. El término no lo entreveo todavía, porque me es necesario antes volver a empezar la prueba.


P. ¿Esperáis volver a empezar pronto? R. No lo sé aún.


P. ¿Tenéis el recuerdo de vuestros antecedentes? Os lo pregunto con un fin instructivo. R. Sí, tus guías están aquí y ellos saben lo que te conviene. Viví en tiempo de Marco Aurelio. Entonces, poderoso también, sucumbí al orgullo, causa de todas las caídas. Después de estar errante siglos enteros, quise ensayar una vida oscura. Pobre estudiante, mendigué mi pan, pero el orgullo no me abandonaba; el espíritu adquirió ciencia, pero no virtud. Sabio y ambicioso, vendí mi alma al mejor postor, sirviendo a todas las venganzas y a todos los odios. Me reconocía culpable, pero la sed de honores, de riquezas, ahogaba los gritos de mi conciencia. La expiación fue también larga y cruel. En fin, quise en mi última encarnación volver a comenzar una vida de lujo y de poder. Pensando dominar los escollos, no hice caso de los avisos. Orgullo que de nuevo me condujo a fiarme de mi propio juicio antes que del de los amigos protectores que no cesan de velar sobre nosotros. Tú sabes el resultado de esta última tentativa.


Hoy comprendo ya, y espero en la misericordia del Señor. Pongo a sus pies mi orgullo abatido, y le pido eche sobre mis espaldas la más pesada carga de humildad, y ayudado de su gracia, su peso me parecerá ligero. Orad conmigo y para mí. Rogad también para que este demonio de fuego no devore en vosotros los instintos que os elevan hacia Dios. Hermanos en sufrimiento, que mi ejemplo os sirva, y no olvidéis nunca que el orgullo es el mayor enemigo de la dicha, porque de él dimanan todos los males que atacan a la Humanidad y la persiguen hasta las regiones celestes.


El guía del médium:


“Tú has concebido dudas sobre este espíritu, porque su lenguaje no te parece conforme con su estado de sufrimiento que acusa su inferioridad. No temas, has recibido una instrucción formal. Aunque sufra este espíritu, es lo bastante elevado en inteligencia para hablar como lo ha hecho. No le falta más que la humildad, sin la cual ningún espíritu puede llegar a Dios. Esta humildad la ha adquirido ahora, y esperamos que con perseverancia saldrá triunfante de una nueva prueba.


“Nuestro padre celeste, lleno de justicia en su sabiduría, toma en cuenta los esfuerzos que hace el hombre para dominar sus malos instintos. Cada victoria conseguida sobre vosotros mismos es un peldaño salvado de esta escala, de la cual un extremo se apoya en vuestra Tierra y el otro se detiene a los pies del juez supremo. Subidlos, pues, con ánimo resuelto. Son suaves para los que tienen la voluntad fuerte.


“Mirad siempre a lo alto para animaros, porque, ¡desgraciado de aquel que se detiene y vuelve la cabeza! En este caso se desvanece, el vacío que le rodea le espanta, se encuentra sin fuerzas, y se pregunta: ¿Para qué me sirve adelantar más? ¡He hecho tan poco camino! No, amigos míos, no volváis la cabeza. El orgullo está encarnado en el hombre. Pues bien, emplead este orgullo en daros fuerza y valor para acabar vuestra ascensión. Empleadlo en dominar vuestras debilidades, y subid a la cima de la montaña eterna.”