EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

Volver al menú
Verger Asesino del arzobispo de Paris

El 3 de enero de 1857, Mn. Sibour, arzobispo de París, al salir de la iglesia de Saint Etienne du Mont. fue herido mortalmente por un joven sacerdote llamado Verger. El culpable fue condenado a muerte y ejecutado el 30 de enero. Hasta el último instante no manifestó ni sentimiento, ni arrepentimiento, ni sensibilidad.


Evocado el mismo día de su ejecución, dio las respuestas siguientes:


1. Evocación. R. Todavía estoy retenido en mi cuerpo.


2. ¿Vuestra alma, no está enteramente separada de vuestro cuerpo? R. No..., tengo miedo..., no sé... Esperad a que me reconozca..., yo no estoy muerto, ¿no es eso?


3. Os arrepentís de lo que habéis hecho? R. Hice mal en matar, pero fui empujado por mi carácter, que no podía sufrir las humillaciones... Me evocaréis otra vez.


4. ¿Por qué queréis iros ya? R. Tendría demasiado miedo si le viera, temería que no hiciese otro tanto conmigo.


5. Pero no tenéis nada que temer, puesto que vuestra alma está separada de vuestro cuerpo. Desterrad cualquier inquietud, no hay razón para ello. R. ¡Qué queréis! ¿Acaso sois siempre dueños de vuestras impresiones?... No sé dónde estoy... Estoy loco.


6. Debéis procurar tranquilizaros. R. No puedo, porque estoy loco... ¡Esperad!... Voy a recobrar toda mi lucidez.


7. Si oraseis, la oración podría ayudaros a coordinar vuestras ideas. R. Temo.... no me atrevo a orar.


8. Orad. ¡La misericordia de Dios es grande! Vamos a orar con vos. R. Sí, la misericordia de Dios es infinita, lo he creído siempre.


9. ¿Conocéis ahora mejor vuestra situación? R. Esto es tan extraordinario, que no puedo todavía darme cuenta.


10. ¿Veis a vuestra víctima? R. Me parece oír una voz que se parece a la suya, y que me dice: no te quiero... ¡Pero es un efecto de mi imaginación! Estoy loco, os lo manifiesto, porque veo mi propio cuerpo en un lado y mi cabeza en el otro..., y sin embargo, me parece que vivo, pero en el espacio, entre la Tierra y esto que llamáis cielo..., siento aún la fría cuchilla que cae sobre mi cuello... Pero es el miedo que tengo de morir.... me parece que veo cierto número de espíritus alrededor de mí, me miran compasivamente..., me hablan..., pero no les comprendo.


11 . ¿Entre estos espíritus, hay uno cuya presencia os humilla a causa de vuestro crimen? R. Os aseguro que no hay más que uno a quien tema, es el que yo he herido.


12. ¿Os acordáis de vuestras existencias anteriores? R. No, estoy en la vaguedad... creo soñar... otra vez, es preciso que me reconozca. Tres días más tarde


13. ¿Os reconocéis mejor ahora? R. Sé ahora que no soy de ese mundo, y no lo siento. Tengo pesar de lo que he hecho, pero mi espíritu es más libre. Sé mejor que hay una serie de existencias que nos dan los conocimientos útiles para ser perfectos tanto como la criatura puede serlo.


14. ¿Sois castigado por el crimen que habéis cometido? R. Sí, tengo sentimiento por lo que he hecho y sufro por ello.


15. ¿De qué manera sois castigado? R. Soy castigado porque reconozco mi falta y pido perdón a Dios. Soy castigado por la conciencia de mi falta de fe en Dios, y porque sé ahora que no debemos cortar los días de nuestros hermanos. Soy castigado por el remordimiento de haber retardado mi adelanto, yendo por un camino falso, y no habiendo escuchado el grito de mi conciencia que me decía que matando no llegaría a mi objeto. Pero me dejé dominar por el orgullo y los celos, me he engañado y me arrepiento, porque el hombre debe siempre hacer esfuerzos para sujetar sus malas pasiones, y yo no los hice.


16. ¿Qué sensación experimentáis cuando os evocamos? R. Placer y miedo, porque no soy malo.


17. ¿En qué consisten ese placer y ese miedo? R. Un placer en conversar con los hombres y poder en parte reparar mi falta confesándola. Un miedo que no podría definir, una especie de vergüenza de haber sido asesino.


18. ¿Querríais ser reencarnado en esta Tierra? R. Sí, lo pido y deseo encontrarme constantemente expuesto a que me maten y temer que así suceda.


Habiendo sido evocado Mn. Sibour, dijo que perdonaba a su matador y rogaba porque volviese al bien. Añadió que aunque presente, no se había mostrado a él por no aumentar su sufrimiento. El temor de verle, que era una señal de remordimiento, era ya un castigo.


P. ¿El hombre que comete un asesinato sabe, eligiendo su existencia, que acabará siendo un asesino?


R. No, sabe que eligiendo una vida de lucha, hay exposición para él de matar a uno de sus semejantes, pero ignora si lo hará, porque hay casi siempre lucha en él.


La situación de Verger en el momento de su muerte es la de casi todos aquellos que perecen de muerte violenta. Operándose la separación del alma de una manera brusca, están como aturdidos. y no saben si están muertos o vivos. Se le ha ahorrado la vista del arzobispo porque no era necesaria para excitar en él el remordimiento, mientras que otros, al contrario, están incesantemente perseguidos por las miradas de sus víctimas.


A lo enorme de su crimen. Verger añadió el no haberse arrepentido antes de morir. Estaba, pues, en todas las condiciones exigidas para incurrir en la condenación eterna. Sin embargo, apenas ha dejado la Tierra, el arrepentimiento penetra en su alma, repudia su pasado y pide sinceramente repararlo. No ha sido el exceso de los sufrimientos lo que le ha inducido a ello, pues no ha tenido tiempo de sufrir. Es, pues, el solo grito de su conciencia, que no había escuchado durante su vida, y que oye ahora. ¿Por qué, pues, no se le tomaría esto en cuenta? ¿Por qué en el intervalo de algunos días, lo que le hubiera librado del infierno, no le podría librar después? ¿Por qué Dios, que hubiera sido misericordioso antes de la muerte, no tendría piedad algunas horas más tarde?


Podría uno sorprenderse de la rapidez del cambio que se opera, a veces, en las ideas de un criminal endurecido hasta el último momento, y a quien basta para hacerle comprender la iniquidad de su conducta el pasaje a la otra vida. Este efecto está lejos de ser general. Sin esto no habría malos espíritus. El arrepentimiento es a menudo muy tardío, y en consecuencia, también la pena es más prolongada.


La obstinación en el mal durante la vida proviene, a veces, del orgullo que rehúsa doblegarse y confesar sus culpas. Además, el hombre está bajo la influencia de la materia, que echa un velo sobre sus percepciones espirituales y le fascina. Caído este velo, una luz súbita le ilumina y se encuentra como desilusionado. La rápida vuelta a mejores sentimientos siempre es indicio de un cierto progreso moral cumplido, que no pide más que una circunstancia favorable para manifestarse, mientras que aquel que persiste en el mal más o menos tiempo. después de la muerte es incontestablemente un espíritu más atrasado, en quien el instinto material ahogó el germen del bien y a quien le faltan aún nuevas pruebas para enmendarse.