EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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El limbo

8. Verdad es que la iglesia admite una posición especial en ciertos casos particulares. No habiendo hecho mal los niños que mueren en edad temprana, no pueden ser condenados al fuego eterno; por otra parte, no habiendo hecho ningún bien, ningún derecho tienen a la felicidad suprema. Están entonces, dice la iglesia, en el limbo, situación mixta que nunca ha sido definida, en la que aunque no padezcan, no disfrutan tampoco de la dicha perfecta. Pero, puesto que su suerte está fijada irrevocablemente, están privados de esta por toda la eternidad. Esta privación, cuando no dependió de ellos que fuese de otro modo, equivale a un suplicio eterno inmerecido. Ocurre lo mismo con los salvajes, que no habiendo recibido la gracia del bautismo ni las luces de la religión, pecan por ignorancia, abandonándose a sus instintos naturales, por lo cual no pueden tener ni la culpabilidad ni los méritos de los que han podido obrar con conocimiento de causa. La lógica más sencilla rechaza tal doctrina en nombre de la justicia de Dios. La justicia de Dios está enteramente contenida en estas palabras de Cristo: “A cada uno según sus obras.” Pero hay que aplicarla a las obras buenas o malas que se realizan libre y voluntariamente, únicas de las que somos responsables, en cuyo caso no están ni el niño, ni el salvaje, ni aquel de quien no dependió ser ilustrado.