EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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CAPÍTULO IV - Espíritus en sufrimientos

El castigo
Exposición general del estado de los culpables a su entrada en el mundo de los espíritus, dictada a la Sociedad Espiritista de París en octubre de l860.

“Los espíritus malos, egoístas y endurecidos, están, después de la muerte, entregados a una duda cruel sobre su destino presente y futuro. Miran a su alrededor, no ven al principio ningún objeto sobre el que puedan ejercerse sus fechorías, y la desesperación se apodera de ellos, porque el aislamiento y la inacción son intolerables para los malos espíritus: no se elevan hacia los lugares habitados por los espíritus puros. Consideran lo que les rodea, e impresionados al instante por el abatimiento de los espíritus débiles y castigados, se adhieren a ellos como a una presa, y les recuerdan sus pasadas faltas, que ponen sin cesar en acción por sus gestos irrisorios. No bastándoles esta burla, se sumergen en la Tierra como buitres hambrientos, buscan entre los hombres el alma más accesible a sus tentaciones, se apoderan de ella, exaltan su concupiscencia, procuran apagar su fe en Dios, y cuando, en fin, dueños de su conciencia, consideran su presa asegurada, extienden sobre todo lo que rodea a su víctima el fatal contagio.

“El espíritu malo, cuando puede ejercer su ira, es casi feliz. No sufre sino en los momentos en que no puede obrar y en los que el bien triunfa sobre el mal.

“Sin embargo, los siglos corren. El espíritu malo siente de repente que las tinieblas le invaden, su círculo de acción se estrecha, su conciencia, sorda hasta entonces, le hace sentir las puntas aceradas del arrepentimiento. Inactivo, llevado por el torbellino, corre al azar sintiendo, como dice la escritura, erizársele de espanto los cabellos. Pronto se hace un gran vacío a su alrededor. El momento de su expiación ha llegado, la encarnación se le presenta amenazadora. Ve como en espejismo las pruebas terribles que le aguardan. Quisiera retroceder, adelanta, y precipitado en el ancho abismo de la vida, divaga espantado hasta que el velo de la ignorancia cae sobre sus ojos. Vive, obra, aún es culpable. Siente en él no sé qué recuerdos que le inquietan, presentimientos que le hacen temblar, pero no retrocede en la vía del mal. Cargado de violencias y de crímenes, va a morir. Extendido en el suelo o sobre su cama, ¡qué importa! El hombre culpable siente, bajo su aparente inmovilidad, removerse y vivir un mundo de sensaciones olvidadas. Bajo sus párpados cerrados ve apuntar una luz, oye sonidos extraños. Su alma, que va a dejar su cuerpo, se agita impaciente, mientras que sus manos crispadas tratan de agarrarse a las sábanas. Quisiera hablar, quisiera gritar a los que le rodean: Retenedme, veo el castigo. No lo consigue: la muerte se fija sobre sus labios descoloridos, y los asistentes exclaman: ¡Descansa en paz!

“No obstante, lo oye todo. Gira alrededor de su cuerpo, que no quiere abandonar. Una fuerza secreta le atrae. Lo ve y reconoce todo. Desatinado, se lanza en el espacio, donde quiere ocultarse. ¡No puede retroceder! ¡No tiene reposo! Otros espíritus le vuelven el mal que ha hecho, y castigado, burlado, confuso a su vez, camina y caminará al azar, hasta que la divina luz se deslice en su endurecimiento y le ilumine para mostrarle el Dios de justicia, el Dios triunfante del mal, que no podrá aplacar sino a fuerza de gemidos y de expiaciones.”
George

Jamás se ha trazado un cuadro más elocuente, más terrible y más verdadero de la suerte del malo. ¿Qué necesidad hay, pues, de recurrir a la fantasmagoría de las llamas y de los tormentos físicos?

Novel

El espíritu se dirige al médium, que le había conocido en su vida

“Voy a contarte lo que he sufrido al morir. Mi espíritu, retenido en mi cuerpo por lazos materiales, tuvo gran trabajo en desprenderse de aquél, lo cual fue una primera ruda agonía. La vida que dejé a los veinticuatro años era todavía tan fuerte en mí, que no creía en su pérdida. Buscaba mi cuerpo, y estaba sorprendido y espantado de verme perdido en medio de esta multitud de sombras. En fin, la conciencia de mi estado y la revelación de las faltas que había cometido en todas mis encarnaciones se me presentaron de repente. Una luz implacable iluminó los más secretos pliegues de mi alma, que se sintió desnuda, y después sobrecogida por una vergüenza abrumadora. Trataba de escaparme de ella, interesándome en los objetos nuevos, aunque conocidos, que me rodeaban. Los espíritus radiantes, flotando en el éter, me daban la idea de una dicha a la que no podía aspirar. Formas sombrías y desoladas, las más sumergidas en una triste desesperación, las otras irónicas o furiosas, se deslizaban a mi alrededor y sobre la Tierra, a la cual permanecía adherido.

“Veía agitarse a los humanos, cuya ignorancia envidiaba. Un orden de sensaciones desconocidas o vueltas a encontrar me invadieron a la vez. Arrastrado como por una fuerza irresistible, procurando huir de este dolor encarnizado, salvaba las distancias, los elementos, los obstáculos materiales, sin que las hermosuras de la Naturaleza ni los esplendores celestes pudiesen calmar un instante la amargura de mi conciencia, ni el espanto que me causaba la revelación de la eternidad. Un mortal puede presentir los tormentos materiales por los temblores de la carne. Pero vuestros frágiles dolores, endulzados por la esperanza, templados por las distracciones, muertos por el olvido, no podrán jamás haceros comprender las angustias de un alma que sufre sin tregua, sin esperanza, sin arrepentimiento. He pasado un tiempo del cual no puedo apreciar la duración, envidiando a los elegidos cuyo esplendor entreveía, detestando a los malos espíritus que me perseguían con sus burlas, menospreciando a los humanos, de quienes veía las torpezas, pasando de un profundo abatimiento a una rebelión insensata.

“En fin, tú me has llamado, y por vez primera, un sentimiento dulce y tierno me calmó. Escuchando las enseñanzas que te dan tus guías, la verdad me ha penetrado. He orado, y Dios, oyéndome, se me ha revelado por su clemencia, como se me había revelado por su justicia.”
Novel

Augusto Michel
El Havre, marzo de 1863

Éste era un joven rico, amigo de tratarse bien, y que gozaba amplia y exclusivamente de la vida material. Aunque inteligente, la indiferencia por las cuestiones serias era el fondo de su carácter. Sin maldad, antes bueno que malo, era amado por sus compañeros de placer y buscado en la alta sociedad por sus cualidades de hombre de mundo. Sin haber hecho mal, no había hecho bien. Murió a consecuencia de la caída de su carruaje en el paseo. Evocado algunos días después de su muerte por un médium que le conocía indirectamente, dio sucesivamente las comunicaciones siguientes:

8 de marzo de 1863. “Estoy apenas separado de mi cuerpo, así es que difícilmente puedo hablaros. La terrible caída que ha hecho morir a mi cuerpo pone a mi espíritu en gran perturbación. Temo por lo que va a ser de mí, y esta incertidumbre es cruel. El horrible sufrimiento que mi cuerpo ha experimentado no es nada, comparándolo a la turbación en que estoy. Orad para que Dios me perdone. ¡Oh, qué dolor! ¡Oh, gracias, Dios mío! ¡Qué dolor! Adiós.”

18 de marzo. “Yo vine a vos pero no pude hablaros sino muy difícilmente. Aun en este momento no puedo comunicarme sino con trabajo. Sois el único médium a quien puedo pedir oraciones para que la bondad de Dios me saque de la turbación en que estoy. ¿Por qué sufro aún, cuando mi cuerpo no sufre? ¿Por qué este dolor horrible, esta terrible angustia, existe siempre? ¡Orad, oh, orad para que Dios me conceda el reposo!... ¡Oh, qué cruel incertidumbre! Estoy aún adherido a mi cuerpo. Difícilmente veo en dónde puedo estar. Mi cuerpo está allá..., ¿y por qué estoy allí siempre? Venid a orar sobre él, para que pueda separarme de esta opresión cruel. Dios tendrá a bien perdonarme. Así lo espero. Veo los espíritus que están cerca de vos y por ellos puedo hablaros. Orad por mí.”

6 de abril. “Soy yo que vengo a vos para pediros oréis por mí. Sería preciso que vinierais al lugar donde yace mi cuerpo, a rogar al Todopoderoso para que calme mis sufrimientos. ¡Sufro!

¡Oh, sufro! Id a ese lugar, es necesario, y dirigid al Señor una plegaria para que me conceda el perdón. Veo que podré estar más tranquilo. Pero vuelvo sin cesar hacia el paraje donde se ha colocado lo que ha sido mi yo.”

El médium, no dándose cuenta de la insistencia del espíritu que le pedía fuese a orar sobre su tumba, había descuidado hacerlo. Sin embargo, fue a ella más tarde, y recibió la comunicación siguiente:

11 de mayo. “Os esperaba. Aguardaba el momento en que vendríais al lugar donde mi espíritu parece enclavado en su envoltura, a implorar al Dios de las misericordias para que su bondad calme mis sufrimientos. Podéis hacerme bien con vuestras oraciones. No os canséis, os lo suplico. Veo cuán opuesta ha sido mi vida a lo que debía ser, veo las faltas que he cometido. He sido un ser inútil en el mundo. No he hecho ningún buen empleo de mis facultades, mi fortuna no ha servido sino para satisfacer mis pasiones, mis gustos, mi lujo y mi vanidad, no he pensado más que en los goces del cuerpo y no en mi alma. ¿Descenderá sobre mí la misericordia de Dios, pobre espíritu que sufro aún por mis faltas terrestres? Rogad para que me perdone, y para que sea librado de los dolores que siento aún. Os doy gracias por haber venido a orar por mí.”

8 de junio. “Puedo hablaros, y doy gracias a Dios por haberlo permitido. He visto mis faltas y espero que Dios me perdonara. Seguid siempre vuestro camino según la creencia que os anima, porque os reserva para más adelante un descanso que no tengo todavía. Gracias por vuestras oraciones. Hasta la vista.”

La insistencia del espíritu en que fuese a orar sobre su tumba es una particularidad notable, pero que tiene su razón de ser, si se considera cuán tenaces eran los lazos que le retenían a su cuerpo, y cuán larga y difícil era la separación, a consecuencia de la materialidad de su existencia. Se comprende que, acercándose al cuerpo, la oración podía ejercer una especie de acción magnética más poderosa para ayudar al desprendimiento. El uso casi general de orar junto al cuerpo de los difuntos, ¿no provendría de la intuición inconsciente que se tiene de este efecto? La eficacia de la oración en este caso tendrá un resultado a la vez moral y material.

Pesares de un mimado
Burdeos, 19 de abril de 1862

30 de julio. “Ahora soy menos desgraciado, porque no siento la cadena que me sujetaba a mi cuerpo. Por fin soy libre, pero me falta la expiación: es necesario que repare el tiempo perdido, sí, no quiero que mis sufrimientos se prolonguen. Espero que Dios verá mi sincero arrepentimiento y tendrá a bien concederme su perdón. Os suplico que roguéis aún por mí.

“¡Hombres, hermanos míos! ¡Viví sólo para mí y ahora lo sufro y expío! Que Dios os haga la gracia de que podáis evitar los tormentos que me destrozan. Marchad por el ancho camino del Señor y rogad por mí, porque abusé de los bienes de la Tierra que Dios concede a sus criaturas.

“Aquel que sacrifica a los instintos brutales la inteligencia y los buenos sentimientos que Dios ha puesto en él, se asemeja al animal que maltrata muchas veces. El hombre debe usar con sobriedad de los bienes de que es depositario. Debe habituarse a no vivir sino en vista de la eternidad que le aguarda, y en consecuencia, perder la pasión desmedida por los goces materiales. Su alimento no debe tener otro fin más que su vitalidad. Su lujo debe subordinarse a las necesidades estrictas de su posición. Sus gustos, sus inclinaciones naturales, también deben ser regidos por la más fría razón, sin que se materialice, en lugar de depurarse. Las pasiones humanas son un lazo estrecho que se hunde en las carnes. No le apretéis, pues. Vivid, pero no os tratéis con mucho mimo. ¡No sabéis lo que cuesta esto cuando se vuelve a la patria común! Las pasiones terrestres os despojan antes de dejaros, y llegáis al Señor desnudos, enteramente desnudos. ¡Ah!, cubríos de obras buenas. Ellas os ayudarán a salvar el espacio que os separa de la eternidad. Manto brillante ocultará vuestras torpezas humanas. Envolveos de caridad y de amor, vestidos divinos que no se pierden.”

Instrucción del guía del médium:

“Este espíritu está en buen camino, puesto que el arrepentimiento añade consejos para ponerse en guardia contra los peligros de la ruta que ha seguido. Reconocer sus defectos es ya un mérito y un paso dado hacia el bien, por esto su situación, sin ser dichosa, no es la de un espíritu que sufre. Se arrepiente. Le queda la reparación, que cumplirá en otra existencia de prueba. Pero antes de llegar a ella, ¿sabéis cuál es la situación de estos hombres de vida enteramente sensual, que no han dado a su espíritu otra actividad que la de inventar sin cesar nuevos goces? La influencia de la materia les sigue más allá de la tumba, y la muerte no pone un término a sus apetitos, que su vista, tan limitada como en la Tierra, busca en vano los medios de satisfacer. Como nunca buscó el alimento espiritual, su alma está errante en el espacio, sin objeto, sin esperanza, presa de la ansiedad del hombre que no tiene ante sí más que la perspectiva de un desierto sin límites. La nulidad de sus ocupaciones intelectuales durante la vida del cuerpo trae naturalmente la nulidad del trabajo del espíritu después de la muerte. No pudiendo satisfacer el cuerpo, no le queda nada por satisfacer al espíritu. De ahí un mortal fastidio del cual no ven el término, y preferirían la nada. Pero la nada no existe. Han podido matar el cuerpo, pero no pueden matar el espíritu. Es preciso, pues, que vivan en esos tormentos morales, hasta que vencidos por el cansancio se decidan a elevar su mirada hacia Dios.”

Lisbeth
Burdeos, 13 de febrero de 1863

Un espíritu que sufre se inscribe bajo el nombre de Lisbeth.

1. ¿Queréis darnos algunos detalles sobre vuestra situación y la causa de vuestros sufrimientos? R. Sé humilde de corazón, sumiso a la voluntad de Dios, paciente en las pruebas, caritativo para el pobre, alentador del débil, ardiente de corazón para todos los sufrimientos, y no sufrirás los tormentos que yo sufro.

2. Si las faltas opuestas a las cualidades que manifestáis os han arrastrado, parece que las debéis sentir. ¿Os alivia, acaso, vuestro arrepentimiento? R. No, el arrepentimiento es estéril cuando no es más que la consecuencia del sufrimiento. El arrepentimiento productivo es aquel que tiene por base el sentimiento de haber ofendido a Dios y el ardiente deseo de reparar. Desgraciadamente no estoy todavía en este estado. Encomendadme a las oraciones de todos los que se consagran a los sufrimientos. Tengo necesidad de ellas.

Ésta es una gran verdad: el sufrimiento arranca a veces un grito de arrepentimiento, pero no es la expresión sincera del pesar del espíritu por haber hecho mal, porque si el espíritu no sufriese estaría dispuesto a volver a empezar sus faltas. He ahí por qué el arrepentimiento no trae siempre la libertad inmediata del espíritu. Dispone a ella, esto es todo, pero le es necesario probar la sinceridad y la solidez de sus resoluciones por nuevas pruebas, que son la reparación del mal que ha hecho. Si se meditan con cuidado todos los ejemplos que citamos, se encontrará en las palabras, incluso de los espíritus más inferiores, serios objetos de instrucción, porqué nos inician en los detalles más íntimos de la vida espiritual. Mientras que el hombre superficial no verá en estos ejemplos más que relaciones más o menos pintorescas, el hombre formal y reflexivo encontrará en ellos una fuente abundante de estudios.

3. Haré lo que deseáis. ¿Queréis darme algunos detalles sobre vuestra última existencia? Puede resultar de ésta una enseñanza útil para nosotros, y de este modo haréis vuestro arrepentimiento productivo.

(El espíritu manifiesta gran indecisión en responder a esta pregunta, y a algunas de las siguientes.)

R. Nací en una condición muy elevada. Tenía todo lo que los hombres miran como la fuente de la felicidad. Rica, he sido egoísta; bella, he sido coqueta, indiferente y mentirosa; noble, he sido ambiciosa. He confundido con mi poder a los que se prosternaban ante mí, y también pisoteaba a los que se ponían bajo mis pies, sin pensar que la justicia del Señor aniquila del mismo modo, tarde o temprano, las frentes más erguidas.

4. ¿En qué época vivíais? R. Hace ciento cincuenta años, en Prusia.

5. ¿Desde este tiempo no habéis hecho ningún progreso como espíritu? R. No, la materia se rebela siempre. Tú no puedes comprender la influencia que aún ejerce, a pesar de la separación del cuerpo y del espíritu. El orgullo le enlaza con cadenas de metal cuyos anillos le aprietan más y más alrededor del miserable que le abandona su corazón. ¡El orgullo! ¡Esta hidra de cien cabezas siempre renaciente, que sabe modular sus silbidos envenenados de tal modo, que se les toma por una música celeste! ¡El orgullo! ¡Este demonio múltiple que se doblega a todas las aberraciones de vuestro espíritu, que se oculta en los pliegues de vuestro corazón, penetra en vuestras venas, os envuelve, os absorbe y os arrastra consigo a las tinieblas del infierno eterno!... ¡Sí, eterno!

El espíritu declara que no ha hecho ningún progreso, sin duda porque su situación es siempre penosa. Pero la manera como describe el orgullo y deplora sus consecuencias, es incontestablemente un progreso, porque de seguro que ni en su vida, ni poco después de su muerte, habría podido raciocinar así. Comprende el mal, lo que ya es algo. El valor y la voluntad de evitarlo le vendrán después.

6. Dios es muy bueno para que condene a sus criaturas a penas eternas, esperad en su misericordia. R. ¡Puede haber en ello un término, se dice, pero no sé dónde! ¡Lo busco desde hace mucho tiempo y no veo más que sufrimiento eterno! ¡Siempre sufriendo, siempre!

7. ¿Cómo habéis venido aquí hoy? R. Un espíritu, que me sigue muchas veces, me ha conducido aquí. P. ¿Desde cuándo veis a este espíritu? R. No hace mucho. P. ¿Y desde cuándo os dais cuenta de las faltas que habéis cometido? (Después de una larga reflexión.) R. Sí, tienes razón. Entonces fue cuando le vi.

8. ¿No comprendéis ahora la relación que hay entre vuestro arrepentimiento y la ayuda visible que os presta vuestro espíritu protector? Ved como origen de este apoyo el amor de Dios, y como fin su perdón y su misericordia infinita. R. ¡Oh! ¡Cuánto lo desearía! P. Creo poder prometéroslo en el nombre sagrado de aquel que no ha sido jamás sordo a la voz de sus hijos afligidos. Llamadle desde el fondo de vuestro arrepentimiento. Él os oirá. R. No puedo, tengo miedo.

9. Oremos juntos, Él nos oirá. (Después de la oración.) P. ¿Estas aún ahí? R. Sí, ¡gracias! ¡No me olvides!

10. Venid aquí a inscribiros todos los días. R. Sí, sí, volveré siempre.

El guía del médium.

“No olvides jamás las enseñanzas que adquieres en los sufrimientos de tus protegidos, y sobre todo en las causas de estos sufrimientos. Que sirvan a todos de enseñanza para preservaros de los mismos peligros y de los mismos castigos.

“Purificad vuestros corazones, sed humildes, amaos, ayudaos y que vuestro corazón reconocido no olvide jamás la fuente de todas las gracias, fuente inagotable donde cada uno de vosotros puede beber con abundancia. Fuente de agua viva que apaga la sed y nutre a la vez. Fuente de vida y de dicha eternas. Id a ella, mis muy amados, bebed con fe, echad vuestras redes, y saldrán de las olas cenagosas cargadas de bendiciones. Dad parte a vuestros hermanos, advirtiéndoles los peligros que pueden encontrar. Derramad las bendiciones del Señor. Ellas renacen sin cesar, cuanto más las vertáis alrededor de vosotros, más se multiplicarán. Las tenéis en vuestras manos, porque diciendo a vuestros hermanos «allí están los escollos, seguidnos para evitarlos, imitadnos, nosotros os damos el ejemplo», derramaréis las bendiciones del Señor sobre los que os escuchen.

“Benditos sean vuestros esfuerzos, mis muy amados. El Señor ama los corazones puros. Mereced su amor.”
San Paulino

El príncipe Ourán
Burdeos, 1862

Un espíritu que sufre se presenta bajo el nombre de Ourán, antes príncipe ruso.

P. ¿Queréis darnos algunos detalles sobre vuestra situación? R. ¡Oh! ¡Bienaventurados los humildes de corazón, porque el reino de los cielos les pertenece! Rogad por mí. ¡Bienaventurados son aquellos que, humildes de corazón, eligen para pasar sus pruebas una posición modesta! ¡Vosotros no sabéis, vosotros todos a quienes devora la envidia, a qué estado se ve reducido uno de los que llamáis los dichosos de la tierra! ¡No sabéis las ascuas ardientes que amontona sobre su cabeza! ¡No sabéis los sacrificios que impone la riqueza, cuando se quiere aprovechar ésta para la salvación eterna! ¡Que el Señor me permita a mí, el orgulloso déspota, venir a expiar entre los que he atropellado con mi tiranía, los crímenes que el orgullo me ha hecho cometer! ¡Orgullo! Repetid continuamente esta palabra, para no olvidar jamás que es la fuente de todos los sufrimientos que nos abruman.

Sí, abusé del poder y del favor de que gozaba, fui duro y cruel para mis inferiores, que debían doblegarse a todos mis caprichos, satisfacer todas mis depravaciones. Gozaba de nobleza, honores y fortuna, y he sucumbido bajo el peso que había tomado, superior a mis fuerzas. Los espíritus que sucumben generalmente afirman que tenían una carga superior a sus fuerzas.

Los espíritus que sucumben generalmente afirman que tenían una carga superior a sus fuerzas. Éste es un medio de excusarse a sus propios ojos, y un resto de orgullo: no quieren haber faltado por su culpa.

Dios no da a nadie más carga de la que se puede llevar, ni pide a nadie más de lo que puede dar. No exige que el árbol naciente tenga los frutos de aquel que está en toda su lozanía. Dios da a los espíritus la libertad, y lo que les falta es la voluntad, y la voluntad depende de ellos solos. Con la voluntad no hay inclinaciones viciosas que no se puedan vencer, pero cuando uno se complace en una inclinación, es natural que no se hagan esfuerzos para vencerla. Es preciso, pues, no culpar sino a sí mismo de las consecuencias que resulten.

P. Tenéis la conciencia de vuestras faltas, lo cual ya es el primer paso hacia vuestro mejoramiento. R. Esta conciencia es también un sufrimiento. Para muchos espíritus el sufrimiento es un efecto casi material, porque con tendencias afines aún a la materialidad de su última existencia, no perciben las sensaciones morales. Mi espíritu está separado de la materia, y el sentimiento moral ha aumentado, con todo, lo que las sensaciones que se creen físicas tenían de horrible.

P. ¿Entrevéis un término a vuestros sufrimientos? R. Sé que no serán eternos. El término no lo entreveo todavía, porque me es necesario antes volver a empezar la prueba.

P. ¿Esperáis volver a empezar pronto? R. No lo sé aún.

P. ¿Tenéis el recuerdo de vuestros antecedentes? Os lo pregunto con un fin instructivo. R. Sí, tus guías están aquí y ellos saben lo que te conviene. Viví en tiempo de Marco Aurelio. Entonces, poderoso también, sucumbí al orgullo, causa de todas las caídas. Después de estar errante siglos enteros, quise ensayar una vida oscura. Pobre estudiante, mendigué mi pan, pero el orgullo no me abandonaba; el espíritu adquirió ciencia, pero no virtud. Sabio y ambicioso, vendí mi alma al mejor postor, sirviendo a todas las venganzas y a todos los odios. Me reconocía culpable, pero la sed de honores, de riquezas, ahogaba los gritos de mi conciencia. La expiación fue también larga y cruel. En fin, quise en mi última encarnación volver a comenzar una vida de lujo y de poder. Pensando dominar los escollos, no hice caso de los avisos. Orgullo que de nuevo me condujo a fiarme de mi propio juicio antes que del de los amigos protectores que no cesan de velar sobre nosotros. Tú sabes el resultado de esta última tentativa.

Hoy comprendo ya, y espero en la misericordia del Señor. Pongo a sus pies mi orgullo abatido, y le pido eche sobre mis espaldas la más pesada carga de humildad, y ayudado de su gracia, su peso me parecerá ligero. Orad conmigo y para mí. Rogad también para que este demonio de fuego no devore en vosotros los instintos que os elevan hacia Dios. Hermanos en sufrimiento, que mi ejemplo os sirva, y no olvidéis nunca que el orgullo es el mayor enemigo de la dicha, porque de él dimanan todos los males que atacan a la Humanidad y la persiguen hasta las regiones celestes.

El guía del médium:

“Tú has concebido dudas sobre este espíritu, porque su lenguaje no te parece conforme con su estado de sufrimiento que acusa su inferioridad. No temas, has recibido una instrucción formal. Aunque sufra este espíritu, es lo bastante elevado en inteligencia para hablar como lo ha hecho. No le falta más que la humildad, sin la cual ningún espíritu puede llegar a Dios. Esta humildad la ha adquirido ahora, y esperamos que con perseverancia saldrá triunfante de una nueva prueba.

“Nuestro padre celeste, lleno de justicia en su sabiduría, toma en cuenta los esfuerzos que hace el hombre para dominar sus malos instintos. Cada victoria conseguida sobre vosotros mismos es un peldaño salvado de esta escala, de la cual un extremo se apoya en vuestra Tierra y el otro se detiene a los pies del juez supremo. Subidlos, pues, con ánimo resuelto. Son suaves para los que tienen la voluntad fuerte.

“Mirad siempre a lo alto para animaros, porque, ¡desgraciado de aquel que se detiene y vuelve la cabeza! En este caso se desvanece, el vacío que le rodea le espanta, se encuentra sin fuerzas, y se pregunta: ¿Para qué me sirve adelantar más? ¡He hecho tan poco camino! No, amigos míos, no volváis la cabeza. El orgullo está encarnado en el hombre. Pues bien, emplead este orgullo en daros fuerza y valor para acabar vuestra ascensión. Empleadlo en dominar vuestras debilidades, y subid a la cima de la montaña eterna.”

Pascal Lavich
El Havre, 9 de agosto de 1863

Este espíritu se comunicó espontáneamente al médium, sin que éste le hubiese conocido en su vida, ni siquiera de nombre.

“Creo en la bondad de Dios, que se servirá tener misericordia de mi pobre espíritu. ¡He sufrido mucho, mucho!... Mi cuerpo pereció en el mar. Mi espíritu estaba siempre adherido a mi cuerpo, y largo tiempo estuvo errante sobre las olas...”

La comunicación fue interrumpida, prosiguiéndola el espíritu al día siguiente:

“...Ha tenido a bien permitir que las oraciones de los que dejé en la Tierra me saquen del estado de perturbación y de incertidumbre en que mi espíritu estaba sumergido. Me han esperado mucho tiempo y pudieron encontrar mi cuerpo. Ahora descansa, y mi espíritu, separado con trabajo, ve las faltas cometidas, la prueba consumada. Dios juzga con justicia, y su bondad se extiende sobre los arrepentidos.

“Sí, mucho tiempo mi espíritu estuvo errante con mi cuerpo, porque tenía que expiar. Seguid el camino derecho, si queréis que Dios permita que se separe pronto vuestro espíritu de su envoltura. Vivid en su amor, orad, y la muerte, tan terrible para algunos, será suave para vosotros, puesto que sabéis la vida que os aguarda. Sucumbí en el mar, y me esperaron mucho tiempo. El no poder apartarme de mi cuerpo era para mí una terrible prueba, por esto tengo necesidad de vuestras oraciones, de vosotros que estáis en la creencia que salva, de vosotros que podéis rogar a Dios por mí como se debe. Me arrepiento y espero que tendrá a bien perdonarme. El cuerpo que se encontró el 6 de agosto era el de un pobre marinero. Era el mío, que pereció hace mucho tiempo. ¡Rogad por mí!”

P. ¿Dónde os han encontrado? R. Cerca de vosotros.

El Diario de El Havre del 11 de agosto de 1863 contenía el artículo siguiente, del cual no pudo tener conocimiento el médium:

“Hemos anunciado que se había encontrado el 6 de este mes el tronco de un cadáver entre Bleville y la Héve. La cabeza, los brazos y medio cuerpo había desaparecido. Sin embargo, su identidad pudo justificarse por el calzado, todavía sujeto a los pies. Así es que se ha reconocido que era el cuerpo del pescador Lavich, que pereció el 11 de diciembre a bordo del buque Alerta, destruido delante de Trouville por un golpe de mar. Lavich tenía cuarenta y nueve años, y había nacido en Calais. La viuda del difunto ha probado la identidad.”

El 12 de agosto, cuando se hablaba de este acontecimiento en el círculo donde este espíritu se había presentado por primera vez, se comunicó de nuevo espontáneamente:

“Os aseguro que soy Pascal Lavich, y tengo necesidad de vuestras oraciones. Podéis hacerme bien, porque la prueba que he sufrido ha sido terrible. La separación de mi espíritu del cuerpo no se hizo sino cuando reconocí mis faltas, y después no se apartaba de él por completo, sino que le seguía en el mar que le había tragado. Rogad, pues, a Dios que me perdone, rogadle que me dé reposo. Rogadle, os lo suplico, ¡Que este terrible fin de una existencia terrestre desgraciada sea para vosotros una enseñanza muy grande. Debéis pensar en la vida futura y no dejar de pedir a Dios su misericordia. Rogad por mí, tengo necesidad de que Dios tenga piedad de mí.”
Pascal Lavich

Fernando Bertin

Un médium, habitante en El Havre, evocó el espíritu de una persona que le era conocida. Este espíritu respondió:

“Quiero comunicarme, pero no puedo vencer el obstáculo que hay entre nosotros. Me veo obligado a dejar que se os acerquen esos desgraciados que sufren.”

Recibió entonces espontáneamente la comunicación siguiente:

“¡Estoy en un horroroso abismo! Ayudadme... ¡Oh, Dios mío! ¿Quién alargará una mano caritativa al desgraciado que ha sido tragado por el mar?... La noche es tan negra, que tengo miedo... Por todas partes el murmullo de las olas, y ninguna palabra amiga para consolarme y ayudarme en ese momento supremo, ¡porque esta noche profunda es la muerte con todo su horror! ¡Yo no quiero morir!... ¡Oh, Dios mío! ¡Esto no es la muerte que ha de venir, es la muerte pasada!...

“Estoy separado de los que amo para siempre... Veo mi cuerpo, y lo que experimentaba ahora mismo no era más que el recuerdo de la horrible angustia de la separación... Tened piedad de mí, vosotros que conocéis mis sufrimientos. ¡Rogad por mí, porque no podré resistir, como he resistido esta noche fatal, con todos los tormentos de la agonía!... Sin embargo, ése es mi castigo, lo presiento... ¡Rogad, os lo suplico!...

“¡Oh! El mar... El frío.... ¡Voy a ser tragado!... Socorro... Tened, pues, piedad, ¡no me rechacéis!... ¡Nos salvaremos bien dos a dos sobre este resto! ... ¡Oh! ¡Me sofoco!... Las olas van a tragarme, y los míos no tendrán el triste consuelo de volverme a ver... Pero no, veo que mi cuerpo no es azotado por las olas...

“Las oraciones de mi madre serán oídas... ¡Mi pobre madre! Si pudiera figurarse a su hijo tan miserable como lo está en realidad, oraría mejor, pero cree que la causa de mi muerte ha santificado el pasado. ¡Me llora mártir, y no desgraciado y castigado! ¡Oh! Vosotros que lo sabéis, ¿no tendréis piedad de mí? ¿No rogaréis?”

El nombre de Fernando Bertin, enteramente desconocido del médium, no le recordó nada, y se creyó que sin duda sería el espíritu de algún desgraciado náufrago que venía a manifestársele espontáneamente, como le había acontecido muchas veces.

Un poco más tarde supo que, en efecto, era el nombre de una de las víctimas de un gran desastre marítimo que había tenido lugar el 2 de diciembre de 1863. La comunicación se dio el 8 del mismo mes, seis días después de la catástrofe. El individuo había perecido, haciendo tentativas inauditas para salvar la tripulación y en el momento en que creía asegurada su salvación.

Este individuo no tenía con el médium ningún lazo de parentesco, ni tampoco de conocimiento. ¿Por qué, pues, se ha manifestado a él antes que a ningún miembro de su familia? Es porque los espíritus no encuentran en todos las condiciones fluídicas necesarias para este efecto. Además, en la turbación en que estaba no tenía la libertad de elección: fue conducido instintivamente y por atracción hacia este médium, dotado, por lo que parece, de una aptitud especial para las comunicaciones espontáneas de este género. Sin duda presentía también que encontraría allí una simpatía particular como otros la habían hallado en semejantes circunstancias. Su familia, ajena al Espiritismo, quizás antipática a esta creencia, no hubiera acogido su revelación como este médium podía hacerlo.

Aunque la muerte ocurrió algunos días antes, el espíritu sufría aún todas sus angustias. Es evidente que no se daba ninguna cuenta de su situación. Se creía todavía vivo, luchando contra las olas, y no obstante, hablaba de su cuerpo como si estuviese separado de éste. Pide socorro, dice que no quiere morir, y un instante después habla de la causa de su muerte, que reconoce ser un castigo. Todo esto denota la confusión de las ideas que sigue casi siempre a las muertes violentas.

Dos meses más tarde, el 2 de febrero de l864, se comunicó de nuevo espontáneamente al mismo médium, y le dictó lo que sigue:

“La piedad que habéis tenido por mis sufrimientos tan horribles, me ha aliviado. Comprendo la esperanza, entreveo el perdón, pero después del castigo de la falta cometida, sufro todavía, y si Dios permite que durante algunos momentos entrevea el fin de mi desgracia, sólo a las oraciones de las almas caritativas, conmovidas por mi situación, debo este alivio. ¡Oh, esperanza, rayo del cielo, qué bendita eres cuando te siento nacer en mi alma!... Pero, ¡ay de mí! El abismo se abre, el terror y el sufrimiento hacen que se borre este recuerdo de misericordia... ¡La noche, siempre la noche! ...

“El agua, el ruido de las olas que tragaron mi cuerpo no son más que una débil imagen del horror que rodea a mi pobre espíritu. Estoy más calmado cuando puedo estar al lado vuestro, porque de la misma manera que alivia un terrible secreto depositado en el seno de un amigo a aquel que estaba oprimido por él, así también vuestra piedad, motivada por la confidencia de mi miseria, calma mi mal y da descanso a mi espíritu...

“Vuestras oraciones me hacen mucho bien. No me las rehuséis. No quiero volver a tener el horrible sueño, que se hace realidad cuando lo veo... Tomad el lápiz más a menudo, ¡me hace tanto bien comunicarme con vos!”

Algunos días después, a este mismo espíritu, habiendo sido evocado en una reunión espiritista de París, se le dirigieron las preguntas siguientes, a las cuales respondió en una misma y sola comunicación y por otro médium.

P: ¿Quién os ha conducido a manifestaros espontáneamente al primer médium a quien os habéis comunicado? ¿Cuánto tiempo hacía que estabais muerto cuando os habéis manifestado? Cuando os comunicasteis, ¿estabais incierto de si aún estabais muerto o vivo, y sentíais todas las angustias de una muerte terrible? ¿Ahora os dais mejor cuenta de vuestra situación? Habéis dicho positivamente que vuestra muerte era una expiación, ¿queréis decirnos la causa de ésta? Esto será una instrucción para nosotros y un alivio para vos. Por vuestra confesión sincera atraeréis la misericordia de Dios, que nosotros solicitaremos con nuestras oraciones. R. Parece imposible, a primera vista, que una criatura pudiese sufrir tan cruelmente. ¡Dios mío! ¡Qué penoso es el verse constantemente en medio de las olas furiosas, y sentir sin cesar esta amargura, este frío glacial que me invade y oprime el pecho!

¿Pero a qué viene entreteneros siempre con tales espectáculos? ¿No debo empezar por obedecer a las leyes del reconocimiento dando las gracias a todos vosotros, que tomáis tal interés por mis tormentos? Preguntáis si me he comunicado mucho tiempo después de mi muerte. No puedo responder con facilidad. ¡Pensad y considerad en qué horrible situación estoy todavía! Sin embargo, me han conducido al médium, según creo, por una voluntad ajena a la mía y me es imposible darme razón de ello, me servía de su brazo con la misma facilidad que me sirvo del vuestro en este momento, persuadido de que me pertenece. Ahora mismo siento aún que es un goce muy grande, así como un alivio particular que, ¡ay de mí!, pronto cesará. Pero, ¡oh Dios mío! ¿Tendré que hacer una confesión? ¿Tendré la fuerza para ello?

(Después de alentársele mucho, el espíritu añadió:)

“¡He sido muy culpable! Lo que más pena me causa es que se crea que soy un mártir. Lejos de esto... en la existencia precedente hice meter en sacos y echar al mar muchas víctimas... ¡Orad por mí!”
Fernando Bertin

Instrucción de san Luis sobre esta comunicación:

“Esta confesión será para este espíritu causa de gran alivio. ¡Sí, ha sido muy culpable! Pero la existencia que acaba de dejar ha sido horrorosa. Era amado y estimado de sus jefes. Éste es el fruto de su arrepentimiento y de las buenas resoluciones que había tomado antes de volver a venir a la Tierra, donde quiso ser humano tanto como fue cruel.

“La abnegación de que hizo prueba tenía un fin reparador, pero le era necesario rescatar faltas pasadas por medio de su última expiación, la de la muerte cruel que ha sufrido. Él mismo quiso purificarse sufriendo los tormentos que hizo experimentar a los otros, y observad que una idea le persigue: el sentimiento de ver que se le mira como un mártir. Creed que se le tendrá en cuenta este sentimiento de humildad. Para en adelante ha dejado la vía expiatoria para entrar en la rehabilitación. Con vuestras oraciones podéis sostenerle y hacerle marchar con paso más firme y más seguro.”

Francisco Riquier

Francisco Riquier, hombre muy conocido, era un viejo avaro y solterón. Murió en C... en 1857, dejando a sus colaterales una fortuna bastante considerable, Allá en sus tiempos fue el amante de una dama que después olvidó por completo, hasta olvidar si pertenecía o no a este mundo.

En 1862, la hija de esta señora, que padecía catalepsias seguidas de un sueño magnético espontáneo, y que además era muy buena médium escribiente, vio en una de sus crisis al Sr. Riquier, quien decía quería dirigirse a su madre. Pasados algunos días, como se presentara espontáneamente manifestando deseos de hablar a esta señora, se entabló con él la conversación siguiente:

P. ¿Qué queréis de nosotros? R. ¡Mi dinero, que me han quitado los miserables para repartírselo! Han vendido mis granjas, mis casas, todo para repartírselo. Han dilapidado mis bienes como si no fuesen míos. Haced que se me haga justicia, porque a mí no me escuchan y no quiero ver tales infamias. ¡Comentan que era un usurero y guardan mi dinero! ¿Por qué no me lo devuelven, si creen que fue mal adquirido?

P. Pero estáis muerto, buen hombre, no tenéis necesidad de dinero. Pedid a Dios que os conceda una nueva existencia pobre para expiar la avaricia de la última. R. No, yo no podría vivir otra vez, puesto que vivo en la actualidad.

La pregunta siguiente fue hecha con el fin de conducirle a la realidad.

P. ¿Sufrís? R. ¡Oh! Sí, sufro tormentos peores que la enfermedad más cruel, porque mi alma es la que sufre estos tormentos. Tengo siempre presente la iniquidad de mi vida, que ha sido un objeto de escándalo para muchos. Sé bien que soy un miserable indigno de piedad, pero sufro tanto, que es preciso que me ayudéis a salir de este estado terrible.

P. Nosotros oraremos por vos. R. ¡Gracias! Orad para que olvide mis riquezas terrestres. Sin esto no podría jamás arrepentirme. Adiós y gracias.
Francisco Riquier (calle de la Caridad. n.º 14)

Es bastante curioso ver a este espíritu dar las señas de su casa como si estuviera todavía vivo. La señora, que las ignoraba, se apresuró a comprobarlas, y quedó muy sorprendida al ver que la casa indicada era justamente la última que aquel había habitado. De esta suerte, después de cinco años aún no se creía muerto, y se encontraba todavía en la ansiedad, terrible para un avaro, de ver sus bienes divididos entre sus herederos. La evocación, provocada sin duda por algún buen espíritu, ha tenido por efecto hacerle comprender su situación y disponerle al arrepentimiento.

Clara
Sociedad de París, 1861

El espíritu que ha dictado las comunicaciones siguientes es el de una mujer, que el médium había conocido en su vida, y cuya conducta y carácter justifican bastante los tormentos que sufre. Sobre todo estaba dominada por un sentimiento de egoísmo y de personalidad que se refleja en la tercera comunicación, y por su pretensión en querer que el médium no se ocupe más qué de ella. Estas comunicaciones se han obtenido en diversas épocas. Las tres últimas denotan un progreso apreciable en las disposiciones del espíritu, gracias a los cuidados del médium, que había emprendido su educación moral.

1. “Heme aquí, yo, la desgraciada Clara. ¿Qué quieres que te enseñe? La resignación y la esperanza sólo son palabras para aquel que sabe que, innumerables como las arenas de las playas, sus sufrimientos durarán interminable sucesión de siglos. ¿Puedo endulzarlos, dices tú?. ¡Qué palabra tan vaga! ¿Dónde está el valor y la esperanza para eso? Procura, pues, con tu cerebro limitado, poder comprender lo que es un día que no acaba jamás. ¿Es acaso un día, un año, un siglo? ¿Qué sé yo lo que es? Las horas no lo dividen, las estaciones no lo varían: eterno y lento, como el agua que destila gota a gota de una roca, este día execrado, este día maldito, pesa sobre mí como una capa de plomo... ¡Yo sufro!... Sólo veo a mi alrededor sombras silenciosas e indiferentes... ¡Yo sufro!

“Sin embargo, yo sé que por encima de esta miseria reina Dios, el Padre, el Señor, aquel hacia quien todo se dirige. Quiero pensar en Él, quiero implorarle. Hago esfuerzos y estoy como un lisiado que se arrastra a lo largo del camino. No sé qué poder me atrae hacia ti. Puede que en ti encuentre mi salvación. Me despido un poco más tranquila y animada, como un viejo temblando de frío a quien reanima un rayo de sol. Mi alma helada toma nueva vida acercándome a ti.”

2. “Mi desgracia aumenta todos los días, aumenta a medida que el conocimiento de la eternidad se desenvuelve ante mí. ¡Oh, miseria! ¡Cuánto os maldigo, horas culpables, horas de egoísmo y de olvido, en que desconociendo toda caridad, toda abnegación, no pensaba más que en mi bienestar! ¡Malditas seáis, humanas comodidades! ¡Vanas preocupaciones de intereses materiales! ¡Malditas seáis vosotras que me habéis cegado y perdido! Estoy roída por la incesante pena del tiempo transcurrido.

“¿Qué quieres que te diga a ti que me escuchas? Vela sin cesar por ti, ama a los otros más que a ti mismo, no te rezagues en los caminos del bienestar, no engordes tu cuerpo a costa de tu alma, vela, como decía el Salvador a sus discípulos. No me des gracias por estos consejos, mi espíritu los concibe, mi corazón no los ha escuchado jamás. Como un perro zurrado, el miedo me hace arrastrar, pero no conozco todavía al amor libre. ¡Su divina aurora tarda mucho en levantarse! ¡Ruega por mi alma escuálida y miserable!”

3. “Vengo en busca tuya hasta encontrarte, puesto que me olvidáis ¿Crees acaso que las oraciones aisladas y el recuerdo de nombre pueden bastar para el alivio de mi pena? No, cien veces no. Rujo de dolor. Errante, sin reposo, sin asilo, sin esperanza, sintiendo el eterno aguijón del castigo hundirse en mi alma sublevada.

“Río cuando oigo vuestras quejas, cuando os veo abatidos. ¡Qué son vuestras pálidas miserias! ¡Qué vuestras lágrimas! ¡Qué vuestros tormentos que el sueño mitiga! ¿Duermo yo acaso? Quiero, ¿entiendes?, quiero que, dejando tus disertaciones filosóficas, te ocupes de mí, que hagas que los otros se ocupen también.

“No encuentro palabras para pintar la angustia de este tiempo que corre, sin que las horas marquen sus períodos. Apenas veo un débil rayo de esperanza, y esta esperanza eres tú quien me la das, no me abandones.”

4. El espíritu de san Luis:

“Este cuadro es muy verdadero, porque en él nada se exagera. Puede que se pregunte qué hizo esa mujer para ser tan desdichada ¿Cometió algún crimen horrible? ¿Robó, asesinó? No, no ha hecho nada que haya merecido castigo de la justicia de los hombres. Se ocupaba, al contrario, en lo que 1lamáis la felicidad terrestre: hermosura, fortuna, placeres, adulaciones, todo le sonreía, nada le faltaba, y no se podía menos de decir al verla: ¡Qué feliz mujer!, y se envidiaba su suerte. ¿Qué ha hecho, decís? Fue egoísta. Todo lo tenía, excepto un buen corazón. Si no violó la ley de los hombres, ha violado la ley de Dios, porque ha desconocido la caridad, la primera de las virtudes. No amó a nadie sino a sí misma. Ahora nadie la ama. No dio nada, nada se le da. Está aislada, desamparada, abandonada, perdida en el espacio, donde nadie piensa en ella. Nadie se ocupa de ella. Esto es lo que constituye su suplicio. Como sólo procuró los goces mundanos, y hoy esos goces no existen, el vacío se ha formado a su alrededor. Sólo ve la nada, y la nada le parece la eternidad. No sufre tormentos físicos, los diablos no vienen a atormentarla, pero esto no es necesario: se atormenta a sí misma, y sufre mucho más, porque los diablos serían también seres que pensarían en ella. El egoísmo hizo su alegría en la Tierra. El mismo egoísmo la persigue, y ahora es el gusano que le roe el corazón. Es su verdadero demonio.”
San Luis

5. “Os hablaré de la diferencia notable que existe entre 1a moral divina y la moral humana. La primera asiste a la mujer adúltera en su abandono, y asegura a los pecadores: «Arrepentíos, y el reino de los cielos se os abrirá.» La moral divina, en fin, acepta todo arrepentimiento y todas las faltas confesadas, mientras que la moral humana rechaza éstas y admite, sonriendo, los pecados ocultos que -dice-, son medio perdonados. En la una la gracia del perdón, en la otra la hipocresía. ¡Elegid, espíritus ávidos de verdad! Elegid entre los cielos abiertos al arrepentimiento, y la tolerancia que admite el alma que no molesta su egoísmo y sus falsas conveniencias, pero que rechaza la pasión y los sollozos por las faltas confesadas a la luz del día. Arrepentíos vosotros, todos los que pecáis, renunciad al mal, pero, sobre todo, renunciad a la hipocresía, que sufre su fealdad con la máscara risueña y engañosa de las mutuas conveniencias.”

6. “Ahora estoy tranquila, y resignada a la expiación de las faltas que he cometido. El alma está en mí y no fuera de mí. Yo soy, pues, la que debo cambiar, y no los hechos exteriores. Llevamos en nosotros nuestro cielo y nuestro infierno. Y nuestras faltas, grabadas en la conciencia, salen sin detenerse en el día de la resurrección, y entonces somos nuestros propios jueces, puesto que el estado de nuestra alma nos eleva o nos precipita.

“Me explicaré: un espíritu manchado y abrumado por sus faltas no puede concebir ni desear una elevación que no podría soportar. Creedlo, así como las diferentes especies de seres viven cada una en la esfera que le es propia, del mismo modo los espíritus, según el grado de su adelanto, se mueven en el centro de sus facultades. No conciben otro sino cuando el progreso, instrumento de la lenta transformación de las almas, les saca de sus pensamientos rastreros y les hace despojar de la crisálida del pecado, a fin de que puedan revolotear, antes de lanzarse rápidos como flechas hacia Dios, que viene a ser el fin único y deseado. ¡Ay de mí! Me arrastro todavía, pero no aborrezco y concibo la inefable dicha del amor divino. Ruega, pues, siempre por mí, que espero y aguardo.”

En la comunicación siguiente, Clara habla de su marido, de quien había tenido que sufrir mucho en su vida, y de la posición en la que se encuentra hoy en el mundo de los espíritus. Este cuadro, que no había podido acabar por sí misma, fue completado por el guía espiritual del médium.

7. “Vengo a ti después de tanto tiempo que me tienes olvidada, pero he adquirido la paciencia y no he perdido la esperanza. Tú quieres saber cuál es la situación del pobre Félix. Está errante en las tinieblas, siendo presa de la profunda desnudez de su alma. Su ser superficial y ligero, manchado por el placer, ha ignorado siempre el amor y la amistad. La pasión no le ha iluminado todavía con sus luces sombrías. Comparo su estado presente al de un niño incapaz para los actos de la vida y privado del socorro de los que le asisten. Félix anda errante y espantado en este mundo extraño, donde todo resplandece con el esplendor de Dios, a quien ha negado.”

El guía del médium:

8. “Clara no puede continuar el análisis de los sufrimientos de su marido sin sentirlos también. Voy a hablar por ella.

“Félix, que era superficial tanto en las ideas como en los sentimientos, Violento porque era débil, disoluto porque era frío, ha vuelto a entrar en el mundo de los espíritus, desnudo de moral como lo era en el físico. Entrando en la vida terrestre, nada ha adquirido, y por consiguiente, tiene que empezarlo todo. Como un hombre que se despierta de un largo sueño, y que reconoce cuán vana era la agitación de sus nervios, este pobre ser, saliendo de la turbación, reconocerá que vivió de quimeras que fascinaron su existencia. Maldecirá el materialismo, que le ha hecho abrazar el vacío, cuando creía estrechar una realidad. Maldecirá el positivismo, que hacía que llamase desvaríos a las ideas de una vida futura; a las aspiraciones, locuras; y a la creencia en Dios, debilidad. El desgraciado, despertándose, verá que estos nombres de que ha hecho burla eran la fórmula de lo verdadero, y que al revés de la fábula, la caza de la presa ha sido menos provechosa que la de la sombra.”
Georges

Estudios sobre la comunicación de Clara.

Estas comunicaciones son instructivas, sobre todo porque nos demuestran una de las cuestiones más corrientes de la vida: el egoísmo. No se ven en ella los grandes crímenes que espantan aun a los hombres perversos, sino la condición de una porción de gentes que viven en el mundo, honrados y buscados, porque tienen un cierto barniz y que no caen bajo la vindicta de las leyes sociales. Estos no son tampoco, en el mundo de los espíritus, castigos excepcionales cuyo cuadro hace temblar, sino una situación sencilla, natural, consecuencia de su manera de vivir y del estado de su alma. El aislamiento, el abandono: he ahí el castigo de aquel que no ha vivido más que para sí. Clara era, como se ha visto, un espíritu muy inteligente, pero un corazón seco. En la Tierra, su posición social, su fortuna, sus ventajas físicas le atraían homenajes que lisonjeaban su vanidad, y esto le bastaba. Allí no encuentra sino indiferencia, y el vacío se hace a su alrededor, castigo más punzante que el dolor, porque mortifica, pues el dolor inspira piedad, compasión. Además, éste es un medio de atraerse las miradas, de hacer que se ocupen de ella para que se interesen por su suerte.

La sexta comunicación encierra una idea enteramente verdadera respecto a la obstinación de ciertos espíritus en el mal. Se sorprende uno de ver que son insensibles al pensamiento, al mismo espectáculo de la dicha que gozan los buenos espíritus. Puede decirse que están exactamente en la posición de los hombres degradados que se complacen en el fango y en las alegrías groseras y sensuales. Allí estos hombres están en cierto modo en su centro. No conciben los goces delicados, prefieren sus harapos manchados a los vestidos elegantes y brillantes, porque se hallan más a gusto con los suyos. Prefieren sus fiestas báquicas a los placeres de la buena sociedad. Se han identificado de tal manera con este género de vida, que para ellos ha venido a ser una segunda naturaleza. Se creen también incapaces de elevarse sobre su esfera, y por esto permanecen en ella, hasta que una transformación de su ser haya abierto su inteligencia, desenvolviendo su sentido moral, y les haya hecho accesibles a sensaciones más delicadas.

Estos espíritus, cuando están desencarnados, no pueden instantáneamente adquirir la delicadeza del sentimiento, y durante un tiempo más o menos largo ocuparán lo más bajo del mundo espiritual, como han ocupado lo más bajo del mundo corporal. Permanecerán en él tanto tiempo cuanto sean rebeldes al progreso. Pero a la larga, con la experiencia, las tribulaciones y las miserias de encarnaciones sucesivas, llega un momento en que conciben alguna cosa mejor que la que tienen. sus aspiraciones se elevan. Comienzan a comprender lo que les falta y entonces es cuando hacen esfuerzos para adquirirlo y elevarse. Una vez va en esta vía, marchan con rapidez, porque han probado una satisfacción que les parece muy superior, y comparándola con las sensaciones groseras, acaban éstas por inspirarles repugnancia.

A san Luis:

P. ¿Qué debe entenderse por las tinieblas en que están sumergidas ciertas almas que sufren? ¿Serán las mismas de que habla con tanta frecuencia la escritura? R. Las tinieblas de que se trata son en realidad las designadas por Jesús y los profetas, hablando del castigo de los malos. Pero esto no debe entenderse más que como una figura destinada a afectar los sentidos materiales de sus contemporáneos, que no hubieran podido comprender el castigo de una manera espiritual.

Ciertos espíritus están sumergidos en las tinieblas. Pero es preciso entender por eso una verdadera noche del alma, comparada a la oscuridad en que está sumergida la inteligencia del idiota. No es una locura del alma, sino una inconsciencia de sí misma y de lo que le rodea, que se presenta lo mismo a la vista que en ausencia de la luz material. Es, especialmente, el castigo de los que han dudado del destino de su ser: han creído en la nada, y la apariencia de esta nada viene a hacer su suplicio, hasta que el alma, vuelta en sí, venga a romper con energía la red de enervación moral de que se halla dominada. De la misma manera que un hombre agitado por un sueño penoso lucha en un momento dado con toda la potencia de sus facultades contra los terrores por los que se ha dejado dominar desde un principio. Esta reducción momentánea del alma a una nada ficticia, con el sentimiento de su existencia, es un sufrimiento más cruel de lo que podría imaginarse, en razón de la apariencia de reposo a que está sujeta. Este reposo forzado, esta nulidad de su ser, esta incertidumbre, es lo que forma su suplicio. El castigo más terrible es el fastidio de que está abrumada, porque nada percibe a su alrededor, ni objetos ni seres. Para el alma, éstas son las verdaderas tinieblas.
San Luis

Clara:

“Heme aquí, Puedo responder también a la citada pregunta sobre las tinieblas, porque he errado y sufrido largo tiempo en esos limbos, donde todo son sollozos y miserias. Sí, las tinieblas visibles de que habla la escritura existen, y los desgraciados que, habiendo terminado sus pruebas terrestres, dejan la vida, ignorantes o culpables, son sumergidos en la fría región, ignorantes de sí mismos y de sus destinos. Creen en la eternidad de su situación, balbucean todavía las palabras de la vida que les han seducido, se admiran y se espantan de su gran soledad.

“Son tinieblas estos lugares vacíos y poblados, estos espacios, a donde van a parar dolientes espíritus, errantes y pálidos, sin consuelo, sin afecciones, sin ningún socorro. ¿A quién se dirigirán? Sienten por un lado la eternidad que pesa sobre ellos, y tiemblan y lloran los mezquinos intereses que miden sus horas. Por otra parte, echan de menos la noche en que, sucediendo al día, pasaban muchas veces sus cuidados en un sueño feliz. Las tinieblas son para los espíritus la ignorancia, el vacío y el horror a lo desconocido... No puedo continuar...”

Se ha dado también de esta oscuridad la explicación siguiente:

“El periespíritu posee por su naturaleza una propiedad luminosa, que se desarrolla bajo el dominio de la actividad y de las cualidades del alma. Podría decirse que estas cualidades son, en cuanto al fluido periespiritual, lo que la frotación es respecto del fósforo. El brillo de la luz está en razón de la pureza del espíritu. Las menores imperfecciones morales la oscurecen y la debilitan. La luz que irradia de un espíritu es tanto más viva cuanto éste está más adelantado. Siendo el espíritu en cierto modo su porta-luz, ve más o menos, según la intensidad de la luz que produce, de donde dimana que los que no la producen están en la oscuridad.”

Esta teoría es enteramente exacta en cuanto a irradiación del fluido luminoso por los espíritus superiores, lo que la observación ha confirmado, pero no parece ser la verdadera causa, o al menos la única, del fenómeno de que se trata.

Teniendo en cuenta:

1. º Que todos los espíritus inferiores no están en las tinieblas.

2. º Que el mismo espíritu puede encontrarse alternativamente en la oscuridad.

3. º Que la luz es un castigo para ciertos espíritus muy imperfectos.

Si la oscuridad en que están sumergidos ciertos espíritus fuera inherentes a su personalidad, sería permanente y general para todos los espíritus malos, lo que no es así, puesto que espíritus más perversos ven perfectamente, mientras que otros a quienes no se puede calificar de perversos, están temporalmente en profundas tinieblas. Todo prueba, pues, que, además de la que le es propia, los espíritus reciben igualmente una luz exterior que les falta según las circunstancias, de donde debe concluirse que esta oscuridad depende de una causa o voluntad extraña, y que constituye un castigo para casos especiales determinados por la soberana justicia.

A san Luis:

P. ¿De dónde proviene que la educación moral de los espíritus desencarnados es más fácil que la de los encarnados? Las relaciones establecidas por el Espiritismo entre los hombres y los espíritus han dado lugar a observar que estos últimos se enmiendan con más rapidez bajo la influencia de consejos saludables que los que están encarnados, según se ve por las curas de obsesiones.

R. El encarnado, por su misma naturaleza, está en un estado de lucha incesante, en razón a los elementos contrarios de que está compuesto y que deben conducirle a su fin providencial obrando uno sobre otro. La materia sufre fácilmente la dominación de un fluido exterior. Si el alma no obra con toda la potencia moral de que es capaz, se deja dominar por el intermediario de su cuerpo, y sigue el impulso de las influencias perversas de que está rodeada. Esto sucede con una facilidad tanto más grande cuanto los invisibles que la estrechan atacan con preferencia las partes más vulnerables, esto es, las tendencias hacia la pasión dominante.

Todo eso se produce de distinta manera en el espíritu desencarnado. Es verdad que está todavía bajo una influencia semimaterial, pero este estado no es nada comparable con el del encamado. El respeto humano, tan preponderante en el hombre, es nulo para él, y este pensamiento no podía apremiarle a resistir mucho tiempo a las razones que su propio interés le muestra como buenas. Puede luchar, y generalmente lo hace, con más violencia que el encarnado, porque es más libre. Pero ninguna mira mezquina de interés personal ni posición social viene a poner trabas a su discernimiento. Lucha por amor al mal, pero adquiere pronto el sentimiento de su impotencia frente a la superioridad moral que le domina. El espejismo de un porvenir mejor tiene más acceso en él, porque se halla en la misma vía en que debe cumplirse, y esta perspectiva no se borra por el torbellino de los placeres humanos. En una palabra, como no está bajo la influencia de la carne, su conversión es más fácil, cuando sobre todo ha adquirido cierto desarrollo por las pruebas que ha sufrido.

Un espíritu enteramente primitivo sería poco accesible al raciocinio, pero es muy diferente en aquel que tiene la experiencia de la vida. Por otra parte, tanto en el encarnado como en el desencarnado debe actuarse sobre el alma, sobre el sentimiento. Toda acción material puede suspender momentáneamente los sufrimientos del hombre vicioso. Pero no puede destruir el principio mórbido que reside en el alma. Cualquier acto que no tienda a mejorar el alma, no puede apartarla del mal.

San Luis