EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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La condesa Paula

Esta era una mujer joven, bella, rica, de un ilustre nacimiento según el mundo, y además un modelo cumplido de todas las buenas cualidades del corazón y del espíritu. Murió a los treinta y seis años, en 1851. Era una de esas personas cuya oración fúnebre se resume en todas las bocas con estas palabras: ¿Por qué se lleva Dios a tales personas tan pronto de la Tierra? ¡Venturosos aquellos que de este modo hacen bendecir su memoria! Era buena, dulce e indulgente para con todo el mundo. Siempre dispuesta a excusar o atenuar el mal en lugar de envenenarlo. Jamás la maledicencia manchó sus labios. Sin ceño ni fiereza, trataba a sus inferiores con la benevolencia que nada tenía de baja familiaridad, sin manifestarles ni altivez ni protección humillante. Comprendiendo que las gentes que viven de su trabajo no son rentistas, y tienen necesidad de su jornal, ya sea por su estado, ya para vivir, jamás aplazó el pago de un salario. La idea de que alguno pudiera sufrir por su falta de pago, hubiera sido para ella un remordimiento de conciencia. No era de esas personas que encuentran siempre dinero para satisfacer sus caprichos y no tienen nunca para pagar lo que deben. No comprendía que fuese de gran tono para un rico tener deudas, y se hubiera humillado si se hubiese podido decir que sus abastecedores le hacían adelantos. Así es que a su muerte sólo hubo llantos, sin ninguna reclamación.


Su caridad era inagotable, pero no esa caridad oficial que se hace en público. En ella era la caridad del corazón y no la de la apariencia. Sólo Dios sabe las lágrimas que secó y las desesperaciones que calmó, porque sus buenas acciones sólo tenían por testigos al Todopoderoso y a los desgraciados a quienes asistía. Sobre todo sabía descubrir esos infortunios ocultos, que son los más punzantes, y socorrerlos con la delicadeza que eleva la moral en lugar de rebajarla.


Su posición y las altas funciones que ejercía su marido, le obligaban a un tren de vida del que no podía prescindir. Pero satisfaciendo las exigencias de su posición sin mezquindad, había establecido un orden que, evitando los despilfarros ruinosos y los gastos superfluos, le permitía tener bastante con la mitad de lo que hubiera costado a otros, sin que por esto hubieran brillado más.


Así es como podía sacar de su fortuna una parte mayor para los necesitados. Había separado de la misma un capital importante, cuyos intereses estaban destinados a este objeto sagrado para ella, y consideraba que tenía eso de menos para los gastos de su casa. De esta manera encontraba el medio de conciliar sus deberes para con la sociedad y para con la desgracia. (2)


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(2). Se puede decir que esta señora era el vivo modelo de la mujer benéfica, trazado en El Evangelio según el Espiritismo, cap. XIII.


Evocada doce años después de su muerte por uno de sus parientes iniciado en el Espiritismo, dio la comunicación siguiente, en respuesta a diversas preguntas que se le dirigían. (3)




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(3). Extractamos de esta comunicación, cuyo original está en lengua alemana, las partes instructivas para el objeto que nos ocupa, suprimiendo lo que es de interés de la familia.




“Tenéis razón, amigo mío, de pensar que soy dichosa. Lo soy, en efecto más de lo que pueda expresarse, y no obstante, estoy lejos todavía del último escalón. Estaba, sin embargo, entre los felices de la tierra, porque no me acuerdo de haber sentido pena real. Juventud, salud, fortuna, homenajes, tenía todo lo que constituye la felicidad entre vosotros, pero, ¿qué es esta dicha al lado de la grandeza que se goza aquí? ¿Qué son vuestras fiestas más espléndidas en que se ostentan los más ricos adornos, al lado de estas asambleas de espíritus resplandeciendo con una brillantez que vuestra vista no podría soportar, y que es el patrimonio de la pureza? ¿Qué son vuestros palacios y vuestros salones dorados al lado de las moradas aéreas, de los vastos campos del espacio matizados de colores, que harían palidecer al arco iris? ¿Qué son vuestros paseos a pasos contados en vuestros parques, al lado de esas correrías a través de la inmensidad, más rápidas que el relámpago? ¿Qué son vuestros horizontes limitados y nebulosos al lado del espectáculo grandioso de los mundos, moviéndose en el Universo sin límites bajo la poderosa mano del Altísimo? ¡Qué tristes y chillones son vuestros conciertos más melodiosos, al lado de esta suave armonía que hace vibrar los fluidos del éter y todas las fibras del alma! ¡Qué tristes e insípidas son vuestras mayores alegrías, al lado de la inefable sensación de dicha que penetra incesantemente todo nuestro ser como un efluvio benéfico, sin mezcla de ninguna inquietud, de ningún sufrimiento! Aquí todo respira amor, confianza, sinceridad. Por todas partes amigos, en ninguna parte envidiosos y celosos. Tal es el mundo en que estoy, amigo mío, y a donde llegaréis infaliblemente, siguiendo el camino recto.


“No obstante, se cansaría uno pronto de una ventura uniforme. No creáis que nuestro mundo esté exento de peripecias. No es un concierto perpetuo, ni una fiesta sin fin, ni una beata contemplación durante la eternidad, no. Es el movimiento, la vida y la actividad. Las ocupaciones, aunque exentas de fatigas, tienen una incesante variedad de aspectos y de emociones por los mil incidentes de que están salpicadas. Cada uno tiene su misión que cumplir, sus protegidos a quienes asistir, amigos en 1a Tierra a quienes visitar, rodajes de 1a Naturaleza que dirigir, almas en sufrimiento que consolar. Se va, se viene, no de una calle a la otra, sino de un mundo al otro: Se congregan y se separan para congregarse otra vez. Se citan en un punto, se comunican lo que ha hecho cada uno. Se felicitan de los resultados obtenidos. Se conciertan y asisten recíprocamente en los casos difíciles, en fin, os aseguro que nadie tiene motivo de aburrirse un instante.


“En este momento la Tierra nos preocupa mucho. ¡Qué movimiento entre los espíritus! ¡Qué numerosas cohortes afluyen a ella para concurrir a su transformación! Se diría que una nube de trabajadores ocupados en desmontar un bosque a las órdenes de jefes experimentados, derriban los unos los viejos árboles con el hacha y arrancan sus profundas raíces. Los otros desmontan. Éstos labran y siembran y aquéllos edifican la nueva ciudad sobre las ruinas carcomidas del viejo mundo. Mientras tanto los jefes se reúnen, tienen consejo y envían mensajeros a dar ordenes en todas direcciones. La Tierra debe ser regenerada en un tiempo dado: es preciso que los designios de la Providencia se cumplan. Por esto cada uno acude a la obra. No creáis que sea simple espectadora de este gran trabajo: me avergonzaría de permanecer inactiva cuando todo el mundo trabaja. Una importante misión me está confiada y me esfuerzo en cumplirla lo mejor que puedo.


“No he llegado al lugar en que estoy sin luchas en la vida espiritual, persuadida de que mi última existencia, por meritoria que os parezca, no hubiera bastado para conseguirlo. Durante muchas existencias he pasado por las pruebas del trabajo y de la miseria, que había voluntariamente elegido para fortificar y purificar mi alma. He tenido la dicha de salir victoriosa de ellas, pero quedaba una que vencer, la más peligrosa de todas: la de la fortuna y del bienestar material, un bienestar sin mezcla de amargura: ahí estaba el peligro. Antes de intentarla, he querido sentirme bastante fuerte para no sucumbir. Dios tuvo cuenta de mis buenas intenciones, y me hizo la gracia de sostenerme. Muchos otros espíritus, seducidos por las apariencias, se apresuran a elegirla.


Demasiado débiles, por desgracia, para arrostrar el peligro. las seducciones triunfan de su inexperiencia.


“Trabajadores, he estado en vuestras filas. Yo, la noble dama, como vosotros, he ganado mi pan con el sudor de mi frente. He sufrido las privaciones, he soportado intemperies, y esto fue lo que desarrolló las fuerzas viriles de mi alma. Sin eso hubiera probablemente caído en mi última prueba, lo que me hubiera hecho retroceder mucho. Como yo, tendréis también a vuestra vez la prueba de la fortuna, pero no os apresuréis a pedirla demasiado pronto. Y vosotros que sois ricos, tened siempre presente que la verdadera fortuna, la fortuna imperecedera, no está en la Tierra, y comprended a qué precio podéis merecer los beneficios del Todopoderoso.”
En la tierra condesa de ***