EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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9. “Puesto que la majestad de los reyes toma su esplendor del número de sus súbditos, de sus oficiales y de sus servidores, ¿qué hay más propio para darnos una idea de la majestad del Rey de los reyes que esta multitud innumerable de los ángeles, que pueblan el cielo y la tierra, el mar y los abismos, y la dignidad de los que permanecen sin cesar prosternados o de pie ante su trono?”


¿No es rebajar la Divinidad el hecho de asimilar su gloria al fausto de los soberanos de la Tierra? Esta idea, inculcada en el espíritu de las masas ignorantes, falsea la opinión que se forma de su verdadera grandeza. Es reducir siempre a Dios a las mezquinas proporciones de la Humanidad, suponerle la necesidad de tener millones de adoradores sin cesar prosternados o de pie ante él, es atribuirle las debilidades de los monarcas déspotas y orgullosos de Oriente. ¿Qué es lo que hace a los soberanos verdaderamente grandes? ¿El número y esplendor de sus cortesanos? No. Es su bondad y su justicia, es el merecido título de padres de sus súbditos. Se nos pregunta si existe algo más propicio para darnos una idea de la majestad de Dios que la multitud de ángeles que componen su corte. Sí, ciertamente, hay algo mejor que eso, y es concebirle todas sus criaturas soberanamente bueno, justo y misericordioso, y no como un Dios colérico, celoso, vengativo, inexorable, exterminador, parcial, creando para su propia gloria seres privilegiados, favorecidos de todos los dones, nacidos para la eterna felicidad, mientras que a los otros les hace pagar cara la dicha castigando un momento de error con una eternidad de suplicios.