EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

Volver al menú
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS

Se dará al que ya tiene


13. Y llegándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? - El respondió y dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos: mas a ellos no les es dado. - Porque al que tiene se le dará y tendrá más: mas al que no tiene, aún lo que tiene, se le quitará. - Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo, ni oyen ni entienden. (San Mateo, cap. XIII, v. de 10 a 14.)


14. Y les decía: Atended a lo que vais a oir. Con la medida con que midiéreis os medirán a vosotros y se os añadirá: - Porque al que tiene se dará. Y al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará. (San Marcos, cap. IV, v. 24 y 25.)


15. "Porque al que tiene se le dará y tendrá más; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará". Meditad estas grandes lecciones, que muchas veces os han parecido paradojas. El que ha recibido es aquel que posee el sentido de la palabra divina; ha recibido porque ha procurado hacerse digno, y porque el Señor, en su amor misericordioso, anima los esfuerzos que se dirigen al bien. Estos esfuerzos, sostenidos y perseverantes, atraen las gracias del Señor; es un imán que atrae a El las mejoras progresivas y las gracias abundantes que os hacen fuertes para subir al monte santo, en cuya cúspide está el descanso después del trabajo.


"Se quitará al que nada tiene, o que tiene poco". Tomad esto como una oposición figurada. Dios no retira a sus criaturas el bien que se ha dignado hacerlas. ¡Hombres ciegos y sordos!, abrid vuestras inteligencias, y vuestros corazones, mirad por vuestro espíritu, oíd por vuestra alma y no interpretéís de una manera tan groseramente injusta las palabras de aquel que ha hecho resplandecer a vuestros ojos la justicia del Señor. No es Dios el que quita al que ha recibido poco, sino el mismo espíritu que, pródigo e indolente, no sabe conservar lo que tiene y aumentar, fecundándolo, el óbolo caído en su corazón.


El que no cultiva el campo que el trabajo de su padre le ha ganado y él hereda, ve cubrir este campo de hierbas parásitas. ¿Es, acaso, su padre el que le vuelve a tomar las cosechas que no ha querido preparar? Si ha dejado perder el grano destinado al campo para fructificar por falta de cuidado, ¿debe acusar a su padre si no produce nada? No, no; en vez de acusar al que todo lo había preparado para él, de volverle a quitar lo que le dió, que acuse al verdadero autor de sus miserias, y entonces, arrepentido y activo, se ponga a la obra con ánimo; que rompa la tierra ingrata por el esfuerzo de su voluntad, que la trabaje hasta el corazón con la ayuda del arrepentimiento y de la esperanza, que eche con confianza el grano que tendrá elegido, bueno entre los malos, que lo rocíe con su amor y con su caridad, y Dios, el Dios de amor, dará al que ya ha recibido. Entonces verá sus esfuerzos coronados de éxito, y un grano producirá ciento y otro mil. Animo, obreros; tomad vuestro rastrillo y vuestros arados, trabajad vuestros corazones y arrancad de ellos la cizaña; sembrad el grano que el Señor os ha confiado, y el rocío de amor le hará producir frutos de caridad. (Un espíritu amigo. Bordeaux, 1862).


Se conoce al cristiano por sus obras


16. "Los que me dicen: Señor, Señor, no entrarán todos en el reino de los cielos, mas sólo aquel que hace la voluntad de mi padre, que está en los cielos".


Escuchad estas palabras del maestro todos los que rechazáis la doctrina espiritista como una obra del demonio. Abrid vuestros oídos; el momento de escuchar ha llegado.


¿Basta llevar la librea del Señor para ser un fiel servidor? ¿Basta decir: "Soy cristiano", para seguir a Cristo? Buscad a los buenos cristianos y los encontraréis en sus obras. "Un buen árbol no puede dar mal fruto, ni un mal árbol puede dar buen fruto. Todo árbol que no da buenos frutos es cortado y echado al fuego". Estas son las palabras del Maestro; discípulos de Cristo, comprendedlas bien. ¿Cuáles son los frutos que debe dar el árbol del cristianismo, árbol poderoso cuyo ramaje copudo cubre con su sombra una parte del mundo, pero que no ha abrigado aún a todos los que deben agruparse a su alrededor? Los frutos del árbol de la vida son frutos de vida, de esperanza y de fe. El cristianismo, tal como lo ha hecho desde muchos siglos, predica siempre esas divinas virtudes, procura esparcir sus frutos, pero ¡cuán pocos lo cogen! El árbol es siempre bueno, pero los jardineros son malos. Han querido cultivarlo a su modo, han querido modelarlo según sus necesidades, y lo han achicado y mutilado; sus ramas estériles no darán malos frutos, pero no dan ninguno. El viajero que tiene sed y se para bajo su sombra para coger el fruto de la esperanza que debe darle la fuerza y el valor, sólo ve ramas áridas que hacen presentir la tempestad. En vano pide el fruto de vida al árbol de la vida; las hojas caen secas, ¡el hombre las ha manoseado tanto, que las ha quemado!


¡Abrid, pues, vuestros oídos y vuestros corazones, queridos míos! Cultivad este árbol de vida cuyos frutos dan la vida eterna. El que lo ha plantado os invita a cuidarlo con amor, y vosotros le veréis aún dar con abundancia sus frutos divinos. Dejadlo tal como Cristo os lo dió; no lo mutiléis; su sombra inmensa quiere extenderse por todo el universo; no recortéis sus ramas; sus frutos bienhechores caen en abundancia para sostener al viajero sediento que quiere llegar al fin; no recojáis estos frutos para encerrarles y dejarles podrir y que no sirvan para nadie. "Muchos son los llamados y pocos los escogidos"; es que hay acaparadores para el pan de la vida, como los hay muchas veces para el pan material. No seáis de este número; el árbol que da buenos frutos debe esparcirse por todas partes. Marchad, pues, a buscar a aquellos que están sedientos; conducidles bajo las ramas del árbol y com partid con ellos el abrigo que os ofrece. "No se cogen uvas", hermanos míos; alejaos, pues, de aquellos que os llaman para presentaros los abrojos del camino, y seguid a aquellos que os conducen a la sombra del árbol de la vida.


El divino Salvador, el justo por excelencia, lo ha dicho y sus palabras no faltarán. "Aquellos que me dicen: ¡ Señor, Señor!, no entrarán todos en el reino de los cielos, sino sólo aquellos que hacen la voluntad de mi padre, que está en los cielos".


Que el Señor de bendición os bendiga; que el Dios de luz os ilumine; que el árbol de la vida derrame sobre vosotros sus frutos con abundancia. Creed y rogad. (Simeón. Bordeaux, 1863).