EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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11. Prefacio - Todos tenemos un buen espíritu que se une a nosotros desde nuestro nacimiento y nos ha tomado bajo su protección. Llena, con respecto a nosotros, la misión de un padre para con su hijo: la de conducirnos por el camino del bien y del progreso a través de las pruebas de la vida. Es feliz cuando correspondemos a sus cuidados, y gime cuando nos ve sucumbir.


Su nombre nos importa poco, porque puede ser que no tenga nombre conocido en la tierra; lo invocamos como a nuestro ángel guardián, nuestro buen genio; podemos también invocarlo con el nombre de un espíritu superior cualquiera por el que sintamos más simpatia.


Además de nuestro ángel guardián, que siempre es un espiritu superior, tenemos a los espíritus protectores, que no porque estén menos elevados, son menos buenos y benévolos; éstos son parientes o amigos, o algunas veces personas que nosotros no hemos conocido en nuestra existencia actual. Nos asisten con sus consejos, y muchas veces con su intervención en los actos de nuestra vida.


Los espíritus simpáticos son aquellos que que unen a nosotros por cierta semejanza de gustos y de inclinaciones; pueden ser buenos o malos, según la naturaleza de las inclinaciones que les atraen hacia nosotros.


Los espíritus seductores se esfuerzan en desviarnos del camino del bien, sugiriéndonos malos pensamientos. Se aprovechan de todas nuestras debilidades, que son como otras tantas puertas abiertas que les dan acceso a nuestra alma. Los hay que se encarnizan con nosotros como con una presa y no se alejan "sino cuando reconocen su impotencia en lucha contra nuestra voluntad".


Dios nos ha dado una guía principal y superior en nuestro ángel de la guarda, y guías secundarios en nuestros espíritus protectores y familiares; pero es un error creer que tenemos cada uno de nosotros forzosamente un mal genio para contrarrestar las buenas influencias. Los malos espíritus vienen voluntariamente si encuentran acceso en nosotros por nuestra debilidad o por nuestra negligencia en seguir las inspiraciones de los buenos espíritus; nosotros somos, pues, los que los atraemos. De esto resulta que nunca estamos privados de la asistencia de los buenos espíritus, y que depende de nosotros el separar a los malos. Siendo el hombre la primera causa de las miserias que sufre por sus imperfecciones, muchas veces él mismo, es su propio mal genio. (Cap. V, núm. 4.)


La oración a los ángeles guardianes y a los espíritus protectores debe tener por objeto solicitar su intervención para con Dios, y pedirles fuerza para resistir a las malas sugestiones, así como su asistencia en las necesidades de la vida.