EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Misión de los espiritistas

4. ¿Oís ya rugir la tempestad que debe acabar con el viejo mundo y sumergir en la nada las iniquidades terrestres? ¡Ah! bendecid al Señor, vosotros que habéis puesto vuestra fe en su soberana justicia y como nuevos apóstoles de la creencia revelada por las voces proféticas superiores, id a predicar el dogma nuevo de la reencarnación y de la elevación de los espíritus, según cumplieron bien o mal su misión y soportado sus pruebas terrestres.


¡No tembléis ya! Las lenguas de fuego están sobre vuestras cabezas. ¡Verdaderos adeptos del Espiritismo, vosotros sois los elegidos del Señor! Id y predicad la palabra divina. Ha llegado la hora en que debéis sacrificar, para su propagación, vuestras costumbres, vuestros trabajos y vuestras ocupaciones fútiles. Id y predicad. Los espíritus de lo alto, están con vosotros. Ciertamente hablaréis a personas que no querrán escuchar la voz de Dios, porque esta voz les recuerda sin cesar la abnegación; vosotros predicaréis el desinterés a los avaros, la abstinencia a los viciosos y la mansedumbre a los tiranos domésticos y a los déspotas, palabras perdidas, ya lo sé; pero ¡qué importa! es preciso rociar con vuestros sudores el terreno que debéis sembrar, porque no fructificará y no producirá sino con los esfuerzos reiterados del azadón y del arado evangélico. Id y predicad.


Sí, todos vosotros, hombres de buena fe, que creéis en vuestra inferioridad mirando los mundos diseminados por el infinito, marchad en cruzada contra la injusticia y la iniquidad. Id y destruid ese culto del becerro de oro que cada día se hace más invasor. Marchad, Dios os conduce. Hombres sencillos e ignorantes, vuestras lenguas se desatarán y hablaréis como no habla ningún orador. Id y predicad, y las poblaciones atentas recogerán felices vuestras palabras de consuelo, de fraternidad, de esperanza y de paz.


¡Qué importan los tropiezos que se opondrán a vuestro paso! Sólo los lobos caerán en la trampa del lobo, porque el pastor sabrá defender sus ovejas contra los carniceros sacrificadores.


Id, hombres grandes ante Dios, que más felices que Santo Tomás, creéis sin poder ver y aceptáis los hechos de la mediumnidad, aun cuando vosotros no la hayáis podido obtener de vosotros mismos; id, el espíritu de Dios os conduce.


Marcha, pues, adelante, falange impotente por tu fe, y los numerosos batallones de incrédulos desaparecerán ante ti como la niebla de la mañana a los primeros rayos del sol naciente.


La fe es la virtud que levantará las montañas, os dijo Jesús, pero más pesadas que las más escarpadas montañas están en el corazón de los hombres la impureza y todos los vicios de ella. Marchad, pues, con valor para levantar esa montaña de iniquidades que las generaciones futuras no deben conocer sino por la leyenda, como vosotros no conocéis tampoco sino muy imperfectamente el período de los tiempos anteriores a la civilización pagana.


Sí, los cataclismos morales y filosóficos van a estallar en todas las partes del globo; la hora se acerca y la luz divina aparecerá sobre los dos mundos.


Id, pues, y llevad la palabra divina: a los grandes que la desdeñarán, a los sabios que pedirán pruebas, a los pequeños y a los sencillos que la aceptarán, porque sobre todo entre estos mártires del trabajo, en esta expiación terrestre, encontraréis el favor y la fe. Id, éstos recibirán con cánticos de acción de gracias, cantando las alabanzas de Dios, el consuelo santo que les llevaréis, y se inclinarán dándole gracias por la parte que les corresponde de sus miserias terrestres.


¡Que vuestra falange se arme, pues, de resolución y de valor! ¡A la obra! El arado está preparado; la tierra espera, es preciso trabajar.


Id y dad gracias a Dios por la tarea gloriosa que os ha confiado, pero pensad que entre los llamados al Espiritismo, muchos se han estacionado; mirad, pues, vuestro camino, y seguid la senda de la verdad.


P. Si muchos de los llamados al Espiritismo se han estacionado, ¿cómo conoceremos a los que están en el buen camino? - R. Los reconoceréis en los principios de verdadera caridad que profesarán y practicarán: los reconoceréis en el número de afligidos que habrán consolado; los reconoceréis en su amor hacia el prójimo, por su abnegación, por su desinterés personal; los reconoceréis, en fin, en el triunfo de sus principios, porque Dios quiere el triunfo de su ley; los que siguen su ley son sus elegidos y él les dará la victoria, pero destruirá a los que falsean el espíritu de esa ley y hacen de ella su comodín para satisfacer su vanidad y su ambición. (Erasto, ángel guardián del médium. París, 1863).