EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Destrucción mutua de los seres vivos

20. La destrucción recíproca de los seres vivos es una de las leyes de la Naturaleza que menos parece armonizar con la bondad de Dios. Uno se pregunta, ¿por qué esa necesidad de destruirse unos a los otros para alimentarse? Quien sólo ve la materia y limita su visión a la vida presente puede parecerle ésta una imperfección de la obra divina. En general los hombres juzgan la perfección de Dios según sus propios puntos de vista, miden la sabiduría divina de acuerdo con sus juicios y creen que Dios obra como ellos mismos lo hacen. Su limitada visión no les permite apreciar el conjunto, no son capaces de comprender que de un mal aparente pueda surgir un bien real. Sólo el conocimiento del principio espiritual, considerado en su verdadera esencia, y la gran ley de unidad que constituye la armonía de la Creación, pueden darle al hombre la llave de ese misterio y mostrarle la gran razón y sabiduría providencial, precisamente donde antes veía anomalías y contradicción.

21. La verdadera vida, tanto del hombre como del animal, no se halla en la envoltura corporal como tampoco en las vestiduras: se encuentra en el principio inteligente que preexiste y sobrevive al cuerpo. Ese principio necesita de un cuerpo para desarrollar el trabajo en la materia bruta. El cuerpo se gasta con esa labor, pero el espíritu no. Por el contrario, cada vez surge con más fuerza, lucidez y capacidad. ¡Qué importancia tiene, entonces, que el espíritu cambie de envoltura si sigue siendo el mismo espíritu!: es como el hombre, que cambia sus ropas cien veces en el año más continua siendo el mismo hombre. Mediante el espectáculo incesante de la destrucción, Dios enseña a los hombres la poca importancia que debe darse a la envoltura material y suscita en ellos, como compensación, la idea de la vida espiritual, al hacer nacer el anhelo por ella. Tal vez se podrá decir que Dios podría utilizar otros medios, sin llevar a los seres a destruirse unos a otros. Si en su obra todo es sabiduría, debemos suponer que esa sabiduría no debe tener fisuras en esto tampoco: si no comprendemos será en razón de nuestro escaso progreso. Sin embargo, debemos intentar encontrar la razón, tomando este principio por meta: Dios debe ser infinitamente justo y bueno. Por tanto, busquemos en todo su justicia y su bondad e inclinémonos ante lo que sobrepasa nuestra comprensión.

22. La primera utilidad de la destrucción, utilidad puramente física, es la siguiente: los cuerpos orgánicos se mantienen con materia orgánica, ya que estas sustancias contienen los elementos nutritivos necesarios para su transformación. Los cuerpos, instrumentos de acción del principio inteligente, necesitan renovarse constantemente. La Providencia los ayuda a sustentarse mutuamente, y ésta es la razón por la cual los seres se nutren unos de otros. Es el cuerpo que se alimenta del cuerpo. Mas el espíritu no se aniquila ni altera, sólo es despojado de su envoltura.

23. Además, existen otras consideraciones morales de un orden más elevado. La lucha es necesaria para el progreso del espíritu: con ella ejercita sus facultades. Quien ataca para conseguir alimento y quien se defiende para conservar la vida, utilizan su astucia e inteligencia y aumentan, por eso mismo, sus fuerzas intelectuales. Uno de los dos sucumbe. Pero, ¿qué es lo que el más fuerte o el más hábil tomó del más débil? Su vestidura carnal solamente. El espíritu, que no ha muerto, tomará posteriormente otro cuerpo.

24. Entre los seres inferiores de la Creación el sentido moral no existe. En ellos la 2. Ver en la Revista Espírita, de agosto de 1864: “Cuestiones y problemas. Destrucción de los aborígenes de México.” [N. de A. Kardec] inteligencia no ha reemplazado al instinto, la lucha tiene por móvil la satisfacción de una necesidad material que es, en primer lugar, la de alimentarse. Luchan únicamente para vivir, es decir, para obtener o defender una presa, ya que no los estimula un objetivo más elevado. En este primer período se elabora el alma y se la prepara para la verdadera vida. Hay en el hombre un período de transición en el cual muy poco lo distingue del animal. En las primeras edades el instinto animal domina y la lucha tiene aún por finalidad la satisfacción de las necesidades materiales. Más tarde, el instinto animal y el sentimiento moral se equilibran. El hombre todavía lucha, mas ya no para alimentarse, sino para satisfacer su ambición, su orgullo y su necesidad de dominio, que lo impulsan todavía a destruir. Sin embargo, a medida que el sentido moral va aumentando, la sensibilidad crece y la necesidad de destrucción disminuye, llegando ésta a desaparecer y mostrarse detestable: en esa hora el hombre comienza a sufrir horror ante la visión de la sangre. Como todo, la lucha siempre es imprescindible para el desarrollo del espíritu, pues a pesar de haber llegado a ese punto, que nos parece culminante, la perfección está aún lejana. Es a costa de su actividad que él adquirirá conocimientos y experiencia y se despojará de los últimos vestigios de animalidad. Pero la lucha, antes sangrienta y brutal, ahora es puramente intelectual: el hombre ha de luchar contra las dificultades y no contra sus semejantes.