EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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11. Hacia el año 140 d. C., Ptolomeo, uno de los hombres más ilustrados de la escuela de Alejandría, combinó ideas propias con creencias populares y con algunos de los más recientes descubrimientos astronómicos, componiendo un sistema que podemos llamar mixto, el cual lleva su nombre y fue, durante cerca de quince siglos, el único aceptado por el mundo civilizado. Según el sistema de Ptolomeo, la Tierra es una esfera en el centro del Universo compuesta por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, lo que constituía la primera región llamada elemental. La segunta región, llamada etérea, comprendía once cielos o esferas concéntricas que giraban alrededor de la Tierra, a saber: el cielo de la Luna, de Mercurio, de Venus, del Sol, de Marte, de Júpiter, de Saturno, de las estrellas fijas del primer cristalino, esfera sólida transparente. Del segundo cristalino y finalmente, del primer móvil que imprimía movimiento a todos los cielos inferiores y les hacía dar una vuelta cada veinticuatro horas. Más allá de los once cielos estaba el Empíreo, morada de los bienaventurados, nombre que deriva del griego pyr o pur, que significa: fuego, porque se creía que esa región resplandecía de luz como el fuego. La creencia en muchos cielos superpuestos prevaleció durante mucho tiempo, pero el número variaba. Generalmente el séptimo era considerado el más elevado, de allí la expresión: estar en el séptimo cielo. San Pablo afirmó haber sido elevado al tercer cielo. Independientemente del movimiento común, los astros, según Ptolomeo, tenían movimientos propios, de mayor o menor extensión, según su lejanía del centro. Las estrellas fijas cumplían una vuelta cada 25.816 años. Esta evacuación nos indica que conocían la precesión de los equinoccios, la cual se cumple efectivamente en 25.868 años.